Democracia y soberanía popular hoy

Frente a los acontecimientos de la denominada primavera árabe, que las potencias imperiales y coloniales intentan cooptar por todos los medios, hasta las expresiones del malestar y el hastío de amplios sectores populares y organizaciones de diversos tipo que se aglutinan y marchan al grito de ¡indignados!, que va atravesando fronteras, estamentos y clases, se impone una reflexión crítica sobre las maneras en que hemos entendido las manifestaciones del poder popular y el enquistamiento de las formas verticales y autoritarias del poder estatal, que se dice “soberano”.

Esto es volver la atención del pensamiento crítico al problema de la política, en su expresión democrática, por tanto, hacia la pregunta por el legítimo soberano, que lo vemos ahora gritando en las calles, manifestándose en plazas, clamando y reclamando por la dignidad que le ha sido arrebatada.

Desde la plataforma de pensamiento crítico que hemos ido construyendo debemos convertir la democracia en nuestro problema, para tratar de discernir teóricamente no solo lo que pasa, sino lo que ha pasado con esta y por qué ha adquirido las formas degradadas que, en buena medida, explican su rechazo discursivo pero, sobre todo, el reclamo por su efectividad, que se expresa en la protesta popular y la construcción de utopía por una sociedad “en la que quepan todos y todas”.

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En la protesta popular que ha estado movilizándose en Chile en los últimos meses se pide, entre otras cosas, “no lucrar”. En el campo de la educación, este “no lucrar” alude tanto a que la finalidad de la institución educativa no sean las meras ganancias, sino a que el cálculo de utilidad (de las ganancias) no opere como criterio de calidad de la educación.

Este es un reclamo por no comercializar el futuro, y se constituye en un reclamo por el bien de la colectividad. En este caso, la educación en tanto útil para la sociedad se degrada y destruye su utilidad cuando se la comercializa y se la mide por el cálculo de utilidad. Deja de servir a la sociedad y se convierte en otra mercancía.

En los Estados actuales se pretende someter las decisiones políticas, que aluden a las preguntas interminables (Norbert Lechner) por la justicia social, el bienestar colectivo, el despliegue de capacidades colectivas, etc., al presuntamente técnico y neutral cálculo de utilidad. Este es el motivo del mayor vaciamiento de sentido de la política como ejercicio por “la elaboración de aquel “sentido de vivir juntos”” (Norbert Lechner) y desplegar la reproducción del orden social bueno (Helio Gallardo) mediante el control social del poder (Marcos Roitman).

Por el contrario, cuando se acepta que “lo indispensable es inútil”, se hace evidente que lo inútil lo es en términos del cálculo de utilidad, pero resulta útil en términos de producción de humanidad. Así, cuando lo útil para la gente se somete al cálculo de utilidad se le quita lo humano a la gente. Esto es lo que los indignados han visto claro y reclaman: que han sido excluidos del ámbito de decisión sobre lo que les resulta útil (bien colectivo), por tanto, que han sido expropiados de su soberanía.

El reclamo por esa dignidad expropiada, entonces, pasa por la recuperación del poder soberano. Esto se hace desde una sensibilidad de derechos humanos y una práctica política democrática que construye dignidad humana. Aquí “dignidad” no puede ser definida axiomáticamente, pues trasciende cualquier definición, pero si se constituye en criterio de discernimiento.

Todo esto supone, en términos de la tarea teórica del pensamiento crítico, despensar y repensar categorías y dinámicas como soberanía, democracia y política.

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