Augusto Serrano López

Yo no soy un científico. Estudié Filosofía y algo de Sociología, Lingüística y Economía. Hice mi doctorado con una tesis sobre Leibniz en la Technische Universität de Berlín; concretamente sobre el concepto de relatividad en Leibniz y esto me obligó a acercarme a ver cómo trabajan los científicos en las ciencias que versan sobre la naturaleza y los espacios de intelección del mundo por los que ellos transitan 1 .

Ahí comenzó a generarse en mí una sospecha que, más tarde, se hizo tema de mis preocupaciones al leer el librito de Henri Poincarè La ciencia y la hipótesis 2 . La sospecha de que la clasificación o casi el encasillamiento que se había hecho de las ciencias dividiéndolas en ciencias naturales y ciencias sociales daba pie para llegar luego a la otra clasificación aún más sospechosa entre ciencias exactas y ciencias del hombre, llegándose incluso a determinar que ciencias propiamente dichas, es decir, ciencias fiables eran sólo las ciencias naturales (¡les llaman ciencias duras!), degradando a las ciencias sociales a disciplinas de segundo orden cuyo calificativo de “ciencia” sería más un adorno que una merecida calificación. Se les llama ciencias blandas 3 .

Pronto llegué a ver que esa discriminación se basaba más en prejuicios académicos que en realidades. Y, paradójicamente, vino a acrecentar mi postura la lectura de La estructura de las revoluciones científicas de Thomas Kuhn 4 que, al describir lo que es el paradigma vigente al interior de la praxis científica en cada momento histórico, viene a confirmar que lo que de la ciencia se piensa y el modo en que se la valora no deja de ser una moda o casi una rutina sancionada como la adecuada por las prácticas académicas oficiales de cada momento.

La arrogancia intelectual de los físicos y matemáticos que yo percibía en los seminarios multidisciplinares que hacíamos en la Universidad Técnica de Berlín, donde acudíamos estudiantes de doctorado de Filosofía, de Sociología, de Lingüística, de Pedagogía, de Física, de Geología y de Matemáticas, me enojaba, pero aún no sabía yo cómo contestarles, porque resultaba que sus argumentos en muchos temas no me satisfacían más que los de un sociólogo o un lingüista por muy acompañados que vinieran de curvas estadísticas o de enredados cálculos matemáticos.

De hecho, se ha partido en general de tres prejuicios y en ellos se afincaban las argumentaciones: primero, que la Matemática es una ciencia exacta, segundo, que la matemática es la pura expresión de lo que las cosas son de verdad (el libro de la naturaleza está escrito en lengua matemáticadecía Galileo) y tercero, que las ciencias que toman el ropaje matemático y sólo por eso son ‘ciencias exactas’. Se trata del “bizqueo” de las ciencias sociales hacia las ciencias naturales del que hablaba Ortega y Gasset, que quizás habría que retrotraerlo al Prólogo a la segunda edición de la Crítica de la Razón Pura de E. Kant donde sugiere que todas las disciplinas, incluida la Metafísica, deben de imitar a la física de Newton para hacerse valer 5 . Menos mal que los verdaderos científicos, tanto los que se dedican a desentrañar fenómenos naturales como los que intentan dar cuenta y razón de los fenómenos sociales y no los que hablan por ellos, lo tenían a mi parecer más claro.

Vuelvo al Poincarè de La ciencia y la hipótesis, (matemático y físico de los mejores que en el mundo han sido) y ahí me dice que toda proposición científica es siempre hipotética, y me acerco a Einstein que repetía que la matemática es exacta en la medida en la que no se refiere a la realidad, pero que deja de serlo tan pronto se refiere a ella.

Y, para acabar con los fetiches y mitos de los comentaristas de las ciencias, sobre todo de esas lecturas hechas para el aprendizaje de los estudios medios y universitarios, me acerco a Kurt Gödel y ahí se me acaba de despejar casi por completo el horizonte. Porque el gran matemático Gödel pone también y en cierto sentido en el cedazo de la crítica a la misma matemática, dándonos a entender que esas propiedades de las que creíamos que estaba revestida y, con ello, provista de una coraza a toda prueba, como son la consistencia, la completud y la decidibilidad no dan el alto y el ancho que se requeriría para asumir su total perfección.

Desde finales del siglo XVIII se venía intentando analizar si la matemática era tan segura de sí misma como la tradición la trataba. Frege, Peano, Russell, Witehead, Hilbert y otros intentaron resolver desde la Lógica lo que se llamó la Crisis de Fundamentos de la ciencia. Fue Gödel quien vino a darle cima a esta larga búsqueda con la publicación de los teoremas de la incompletud en 1931: Über formal unentscheidbare Sätze der Principia Mathematica und verwandter Systeme 6 (Sobre proposiciones formalmente indecidibles de Principia Mathematica y sistemas relacionados), demostrando que “para todo sistema axiomático que sea lo suficientemente poderoso como para describir la aritmética de los números naturales, resulta que, si el sistema es coherente no puede ser completo ( teorema de la incompletud) y que la consistencia de los axiomas no puede demostrarse en el interior del sistema, asegurando, además, que no toda la matemática es computable 7 . “La idea básica del teorema de la incompletud es más bien simple. Esencialmente Gödel construyó una fórmula que asegura ser no-demostrable para cierto sistema formal. Si fuera demostrable sería falsa, lo cual contradice el hecho de que en unsistema consistente las proposiciones demostrables son siempre verdaderas. De modo que siempre habrá por lo menos una proposición verdadera pero no demostrable. Esto es, para todo conjunto de axiomas de la aritmética construible por el hombreexiste una fórmula la cual se obtiene de la aritmética pero es indemostrable en ese sistema” (Tomado de Wikipedia).

Si los que hacen crecer la Física ( Einstein, Heisenberg, Dirac y otros 8 ), los que hacen crecer los ámbitos de la matemática (Russell, Witehead, Hilbert, Gödel y otros) y los que hacen lo propio en la Química o la Biología nos dicen que sus caminos no fueron nunca tan planos y libres de tropezones como sugieren los manuales que regurgitan las opiniones de los profesores, a pesar de haber dispuesto de ese vehículo de la matemática, entonces habría que reconsiderar tanto las clasificaciones tradicionales de las disciplinas científicas como la valoración diferenciada que de ellas se viene dando.

Y ya en materia, convendría poner en duda esa clasificación simplista de las ciencias en Ciencias Sociales y Ciencias Naturales cuando las mismas ciencias modernas no dejan de sorprendernos al desdibujar las fronteras entre los reinos de este mundo tradicionalmente separados en reino mineral, reino vegetal y reino animal, porque, en la medida en que avanzamos en el conocimiento profundo de las cosas, descubrimos pasarelas y puentes entre ellos que ya no permiten asegurar cuándo y dónde comienza el uno y acaba el otro: hoy se pasa sin necesidad de pasaporte de la Biología a Etnología por el puente de la Genética y se transita sin miedo de la Física a la Medicina por la pasarela de Fisiología o de la Física a la Economía por el pasillo de la Termodinámica 9 . Las células procariotas, que según parece no son propiamente hablando ni animales ni vegetales, ¿pertenecen a un cuarto reino, porque tampoco son simples minerales?

Pero, a esto, convendría añadir que la ciencia, toda ciencia, sin importar de cuál se trate, la hace el ser social, de donde, más allá del territorio al que cada ciencia se refiera, es actividad social, es ciencia social. Lo es también, porque toda ciencia, además de estar hablando del tema a que intencional y directamente se refiere, nos está hablando siempre indirectamente del sujeto social que la hace.

Para aclarar esto, conviene hacer un breve rodeo teórico.

Todo conocimiento es relación. Es relación intelectual entre el ser humano y su mundo. Es un modo de apropiación intelectual del mundo. Toda apropiación intelectual es, pues, relación de conocimiento. Y lo es de forma especial el conocimiento científico. Relación de conocimiento que va dejando sus huellas a través de la historia. Las huellas de los diferentes modos mediante los que el ser humano se ha relacionado intelectualmente con su mundo para apropiarse de él: para entenderlo y para transformarlo de acuerdo a sus fines.

Así, veremos que el modo en el que la ciencia clásica griega del siglo IV a.C. trataba de apropiarse del ámbito físico del mundo ( la Física del movimiento de Aristóteles por ejemplo) es muy diferente del que intentó la Europa Medieval (la Física del Ímpetus) y del que en nuestros días tratan de hacerlo la Física Relativista y la Física Cuántica y ello por, al menos, tres razones de peso: que partían de una visión del universo muy distinta, se planteaban preguntas diferentes y buscaban, por ello, respuestas diferentes y no en última instancia porque trataban de satisfacer necesidades diferentes. Y porque disponían también de metodologías e instrumental de experimentación diferentes. En otras palabras: nos enteramos así no sólo de lo que las Físicas diferentes a que llegaron nos decían de lo físico del mundo, sino que, simultáneamente, nos hablan también de lo que hicieron esos físicos y de los modos que emplearon. Así, esa historia de la ciencia viene a ser, en última instancia, también una Antropología, en la medida en la que señala los diferentes modos mediante los cuales el ser humano ha pretendido apropiarse intelectual y prácticamente del mundo que le rodeaba, a la vez que nos habla de las diferentes necesidades del ser humano en las diferentes épocas y de las exigencias a que las ciencias se vieron sometidas debido a estas necesidades. Es significativo, como ejemplo, el despegue de la ciencia química como respuesta a las demandas de todo tipo de la industria textil de los siglos XVIII y XIX 10 .

Entenderemos lo que una concepción del mundo físico puede determinar lo que se pregunta en él y lo que se busca como respuesta, si nos retrotraemos a la concepción del mundo físico medieval que se describe en la Divina Comedia del Dante y que tan fielmente describe Pierre d’Ailly en Imago Mundi. Ahí se ve a la Tierra en el centro del universo que a medida en la que los elementos de Empédocles van ascendiendo, tierra, agua, aire y fuego, se llega al espacio lunar donde comienzan a envolver a la Tierra como cascos de cebolla los demás espacios o esferas: la de Sol, Mercurio, Venus, Marte y los demás planetas entonces conocidos hasta llegar a la esfera de las estrellas fijas y al Cielo Empíreo con Dios y los coros de querubines y serafines, ángeles y arcángeles. Un mundo de espacios diferentes, separados y cada cual con características propias. Ahí, en esa concepción del mundo físico no sería posible realizar un proceso de inducción incompleta (la inducción científica moderna sugerida por Francis Bacon 11 ), porque, al no tener el universo la homogeneidad requerida, sería imposible trasladar y generalizar las experiencias tenidas en la Tierra al resto del universo. ¿Cómo generalizar experiencias particulares y finitas tenidas en la Tierra a la esfera de las estrellas fijas, si cada esfera disponía de su propia y particular naturaleza? La Modernidad tuvo que romper con esa concepción del mundo físico y homogenizar el cosmos para poder hablar ya en los tonos de Kepler y Galileo o Newton.

Algo semejante podría decirse, por ejemplo, de la praxis médica medieval y de los impedimentos que, para el estudio profundo de la anatomía, tuvo la prohibición de la disección de cadáveres.

Dicho esto, ya no parece tan claro eso de dividir las ciencias en naturales y sociales y quizás aún menos el atribuir a las ciencias naturales unas características que nunca tuvieron (la exactitud, por ejemplo) y el despreciar los hallazgos y procedimientos de las ciencias llamadas sociales por aquello de que “las relaciones sociales son muy cambiantes”, ¡como si la naturaleza estuviera estática y sin cambios! 12

De hecho, si no se clasifican por sus métodos, aquellos que hoy ya casi todas las ciencias comparten, y se clasificaran por la naturaleza de sus objetos o, mejor dicho, de sus campos de objetos, dejaría de tener sentido la más general de las clasificaciones en Ciencias Naturales y Ciencias sociales, quizás la menos problemática de todas, todo hay que decirlo. Y ello por una razón que podríamos rastrearla desde Leibniz. El ámbito al que se refieren tanto las ciencias que versan sobre la naturaleza material como el ámbito referente a las relaciones sociales son ámbitos, universos, contingentes: tanto el universo físico como el universo humano son contingentes: no son necesarios; ambos podrían ser de otra manera (“contingente es aquello cuyo opuesto sigue siendo posible” Leibniz 13 ). Necesario sólo es aquello “cuyo opuesto es imposible” y esa cualidad, que sepamos, sólo la encontramos en el mundo de las verdades necesarias, esto es, en el ámbito de la matemática donde “si A es mayor que B y B es mayor que C, entonces necesariamente A es mayor que C”, su opuesto es imposible.

Pues bien; desde ahí podríamos diferenciar las ciencias por su campo: tendríamos Ciencias de la Necesidad (Lógica y Matemáticas) y Ciencias de la Contingencia (todas las demás ciencias desde la Física a la Psicología y desde la Química a la Economía) 14 . A pesar de esto, con tener sus argumentos de peso como se ve, no deja de ser un rodeo teórico poco práctico, porque, aunque se aceptara, en nada cambiaría la percepción que de las prácticas científicas se tiene.

Decía Juan de Mairena, el pseudo-maestro del poeta Antonio Machado que “El libro de la naturaleza-habla Galileo- está escrito en lengua matemática. Como si dijéramos: el latín de Virgilio está escrito en esperanto. Que no os escandalicen mis palabras. El paisano sabía muy bien lo que decía. Él hablaba a los astrónomos, a los geómetras, a los inventores de máquinas. Nosotros, que hablamos al hombre, también sabemos lo que decimos” 15 .

Eso mismo: que creo saber lo que digo cuando hablo a quienes hablan de las ciencias y de su naturaleza.

No hay ciencia moderna, desde la Física a la Antropología y desde la Química a la Genética, a la Lingüística o a la Sociología que no recurran al “lenguaje” matemático en la medida en la que sus temas se dejen cuantificar con sentido 16 . De modo que no es el tratamiento matemático sin más lo que hoy decide lo que es o no es ciencia.

Quizás valga un pequeño ejemplo para entender lo que se requiere para “hablar matemáticamente del mundo”.

Antes de poder decir que la matemática es el lenguaje de las cosas como si ellas, todas ellas, hablaran de sí mismas y nos dijeran su verdad si y solo si lo hicieran matemáticamente, conviene hablar de la estructura de ese preciso lenguaje, no vaya a ser que interpretando pro domo aquello de que al principio era el verbo, esto es, la palabra, o sea el lenguaje, las cosas hayan venido después como fruto de la palabra (en este caso la palabra matemática) que las va a expresar.

Pues resulta que ese lenguaje del que ahora hablamos no es lenguaje hasta que así no lo decidimos nosotros los seres humanos, porque antes de eso la matemática es un universo intelectual creado por el ser humano y no por las estrellas con unas características y unos principios especiales que, si los cambiamos, cambia su estructura y, por supuesto, su modo de “hablar”.

Radica su forma en tres pilares: el principio de no-contradicción, el principio de identidad y el principio del tercio excluido. Es, por esos principios, un universo aparentemente limpio de contradicción (véanse las dudas de Wittgenstein al respecto), donde cada entidad numérica o cada proposición es idéntica a sí misma y en el que no hay nunca término medio: las cosas ahí son o no son, son verdaderas o son falsas, pero no hay término medio. Bastaría que quitáramos el tercer principio para que el lenguaje cambiara, dando lugar a otra matemática.

Pues bien, desde ese lenguaje supuestamente deberíamos hablar del mundo físico para entenderlo y deberíamos hablar del mundo social para hacer fiable nuestras teorías.

Pero, ¿cómo hacerlo si las cosas no se expresan espontáneamente porque, a decir de Marx, los fenómenos no traen escrito en la frente lo que son? ¿Cómo hacerlas hablar matemáticamente?

Ahí tenemos el universo matemático (al que metafóricamente se le llama “lenguaje”) que se ha venido desarrollando muchas veces sin que las ciencias naturales o sociales lo hayan necesitado ni le hayan impulsado a ello. Tenemos sus cálculos, sus fórmulas, sus símbolos y sus reglas del juego en principio no contaminadas con ningún contenido concreto. Diríamos que está ahí disponible cual si de un amplio armario se tratara esperando ver si logramos meter, encasillar en él nuestros reales fenómenos que son de piedra, de fuego, de aire y de carne y hueso en “recipientes” abstractos que rechazan toda materialidad.

Que sepamos, sólo disponemos de un procedimiento: el proceso abstractivo de la medición. No se puede meter una mesa en el hueco o lugar vacío que es la variable del cálculo sino a través de la medición que convierte las reales y físicas dimensiones de la mesa en número. Se toma una cinta métrica que se superpone sobre las dimensiones físicas de la mesa y se lee en la cinta métrica el número que las define: número pronominal que entrará en el hueco de la variable como el representante de la mesa, ¡pero la mesa se queda fuera del esquema matemático! Quiere decir que de lo que de verdad es la mesa, sólo ha entrado una ínfima dimensión. Porque la mesa no es sólo un objeto físico, sino que es simultáneamente un objeto económico, es un objeto estético, es un objeto familiar, es un objeto social y es muchas cosas más. Así que el proceso de abstracción al que hemos sometido a la mesa la deja totalmente empobrecida y reducida a meras dimensiones geométricas para que podamos hablar de ella matemáticamente.

¿Es, de verdad, la matemática el lenguaje del universo? ¿Las cosas de este mundo sólo nos pueden hablar de verdad y fiablemente cuando se expresan o, mejor dicho, cuando las expresamos matemáticamente? ¿Acaso es pura fantasía, puro invento, disparate no existente aquello que no se puede expresar matemáticamente? ¿Por qué no pensar, más bien, que el lenguaje matemático es uno, quizás el mejor hasta ahora conocido, para expresar ciertas dimensiones y características del universo, como también nos permite, en la medida en que abstraemos gran parte de sus cualidades, igualar cosas tan diferentes entre sí como son una levita y una mesa cuando de intercambio mercantil se trata?

Porque en este universo no hay sólo cantidad: también hay cualidad. Y, además de cantidad y cualidad hay, ante todo y universalmente, RELACIÓN.

Suele decir Gustavo Bueno 17 que una ciencia se pone sobre sus pies y se cierra sobre una categoría cuando ha encontrado la escala apropiada, esto es, el modo más certero y fiable para hablar de lo que encierra esa categoría. Así, añade como ejemplo, la Química no nace hasta que, superando la teoría de los cuatro elementos de Empédocles (dice que cuando esos cuatro elementos se rompen en multitud de otros elementos más simples), encuentra la escala apropiada para hablar químicamente del mundo, esto es, cuando se comienza a completar la Tabla Periódica de los Elementos de Mendeléiev y a hablar desde ella. Elementos que tampoco son simples, como la teoría Quántica nos dice hoy, pero que apuntan a características y componentes que se dejan cuantificar.

Que la Física moderna comenzó a ponerse sobre sus pies ya en el siglo XVI es cuestión sabida, pero ahora habría que preguntarse si acaso las ciencias llamadas ciencias sociales aún no han encontrado la escala apropiada para hablar psicológicamente de la persona humana, si tampoco lo han logrado para hablar sociológicamente de la sociedad o si no lo han conseguido para hablar lingüísticamente del lenguaje.

Y la respuesta es que sí lo han logrado y, en muchos aspectos, de forma poderosa y fiable.

Me impresiona la precisión con la que desde la Lingüística se puede localizar la edad de un texto anónimo del siglo XI analizando su lenguaje, al situarlo entre el año 1007 y 1015 que, si se tiene en cuenta la distancia que de él nos separa (¡mil años!) contiene un margen de error verdaderamente despreciable, no menos fino, certero y fiable que el cálculo que desde la Astrofísica se hace para predecir el punto de amerizaje en el Pacífico de una cápsula lunar tripulada.

Ejemplos similares los encontramos en la Economía, en la Sociología, en la Etnología y en la Psicología.

Por ello mismo, hablar ya no sólo de ciencias exactas y no exactas o incluso de ciencias duras y ciencias blandas, es desconocer cómo se trabaja en cada ciencia y desconocer su andadura histórica y sus resultados.

Gödel hizo que las ciencias modernas, todas, comenzaran a bajar sus pies a la tierra y se dieran cuenta de sus alcances y de sus límites, que no es sino la tarea de realizar la verdadera Crítica de Fundamentos o, si se quiere, la de llevar a cabo una Crítica de la Razón Científica.

Cuando se vive una crisis mundial como la que nos toca soportar estos días que parece que no va a terminar nunca, porque no es sólo una crisis económica (divorcio entre la economía productiva y la economía financiera), sino que va acompañada en una crisis social ( aumento de la desigualdad y del desempleo), de una crisis política ( desconfianza en los partidos políticos, crisis del Estado Nacional), de una crisis demográfica ( aumento exponencial de la población, flujos inmigratorios excepcionales), de una crisis moral ( pérdida de los valores tradicionales, adocenamiento de valores y costumbres por medio de las comunicaciones masivas, aumento de los fundamentalismos y del terrorismo), de una crisis ambiental ( cambio climático invasivo y destructivo) , de una crisis de recursos ( agotamiento de los recursos y falta de iniciativas para sustituirlos), de una crisis de confianza en el futuro ( perspectiva oscura y poco optimista frente a lo que vendrá) 18 ; cuando en la historia han ocurrido crisis de gran tamaño, se ha recurrido generalmente a la religión buscando en ella justificación y consuelo. Pero en nuestros días se suele recurrir a las ciencias para ver si ahí se encuentra la tabla segura a la que asirse, como si las ciencias pudieran proveer en cada caso de la seguridad que hemos perdido.

Según todos los síntomas, más que en un simple cambio de siglo, estamos en un cambio de época, aunque los muchos rasgos de la anterior que aún no han desaparecido nos hagan creer que estamos ante uno más de los muchos cambios a que la vida nos somete continuamente.

Pero las ciencias, aunque constituyen los saberes, experiencias y conocimientos más fiables, no son capaces de dar cuenta y razón de nuestra circunstancia tan exhaustiva que tranquilice nuestras conciencias.

Quizás se deba a que se ha puesto el énfasis en la cantidad por un lado casi aisladamente (economistas, demógrafos, politólogos que en sus discusiones y propuestas se quedan enganchados exclusivamente de las cantidades, de las estadísticas y, en fin, de los números (¡los números cantan! ¡Las matemáticas no mienten!) y, por otro, en la cualidad de modo parecido ( antropólogos, etnólogos, psicólogos sociales que hacen bien con rescatar el lado cualitativo de las cosas, pero que también se quedan en su propio mundo), pero se ha dejado de lado la relación, como si las ciencias no fuesen capaces de hablar de la relación con el rigor que merece. De hecho, ha sido la fragmentación y parcelación que en las modernas universidades se ha hecho de las disciplinas lo que ha venido, a la postre, a distanciar saberes y conocimientos como si cada disciplina estuviera hablando de un universo diferente y fuese capaz, a solas, de dar cuenta y razón del ámbito particular sobre el que cae su interés.

Si, como decíamos, la crisis actual no es sólo económica, sino que sucede junto a otras crisis tan profundas como aquella y estas crisis fuesen todas ellas hijas de un tiempo de cambios planetarios, entonces difícilmente podríamos ya no sólo entender, sino menos aún superar ninguna de ellas por separado sin tener en cuenta la relación multidimensional que las encadena y determina a todas.

Suena a discurso rayado la propuesta que oímos cada día de quien sugiere que la emigración, por ejemplo, (y es una de las grandes crisis) hay que cortarla (sic) en su origen, esto es, generando condiciones económicas en los países pobres para que los pobres se queden en casa y dejen de molestar y de amenazar la vida plácida de los países ricos, que, cuando los necesiten y en la cantidad que los necesiten y por el tiempo que los necesiten ya se les llamará de forma controlada (¡con contratos previamente firmados en el país de origen!). Cómo superar la crisis de las emigraciones sin resolver la crisis del desempleo y de la corrupción en los países del tercer mundo y sin acabar antes con el expolio de recursos naturales que lleva a cabo el primer mundo (¡en África, países como EEUU, China o Canadá ya han comprado millones de hectáreas de las mejores tierras para producir para el primer mundo o para producir combustible!), sin acabar, por tanto, con los corruptores? ¿Cómo poder superar la crisis del agua o del alimento en esos mismos países, si antes no dejamos de cambiar el clima que está desertizando y asolando a países enteros? ¿Cómo superar la crisis de confianza en el futuro sin resolver las crisis del desempleo masivo, la crisis de la política tradicional y la crisis ambiental?

Es la relación, son las complejas relaciones entre las diferentes crisis las que nos podrían dar la clave para saber discernir, para saber priorizar y para saber qué dimensiones habrían de tratarse paralelamente para que los intentos no fracasaran.

Cuando se oye decir a un gobernante que la solución al desempleo está en la necesidad de crecer por encima del 2.3% manifiesta que no ha entendido que el desempleo en nuestro tiempo no es sólo ni principalmente efecto de la falta de crecimiento económico, pues el crecimiento económico se puede lograr y de hecho se logra sin la necesidad de incorporar a los desempleados a los procesos productivos. Basta con aumentar el poder tecnológico.

Y, sin embargo: una reflexión como ésta no tiene el propósito de desautorizar todo lo que desde y por las ciencias conocemos y hacemos. Es un intento de llevar a cabo esa crítica de la razón científica que nos permita ver el alcance y los límites de las ciencias para saber lo que de ellas podemos esperar.

La Epistemología, esta rama de la Filosofía que se nutre del estudio de la Historia de las Ciencias y de la observación y análisis de sus teorías y prácticas viene en nuestro tiempo a realizar una tarea filosófica por excelencia: reflexionar acerca de la tensión contradictoria entre lo fáctico: lo que hay y lo que hemos logrado y lo posible: entre lo que de la esencia humana hemos realizado ya y lo mucho que nos queda por realizar, porque lo mejor de nosotros, diríamos glosando a Ernst Bloch, aún no se ha cumplido en ninguna parte. Y, para ese menester, son imprescindibles las ciencias 19 .

1 Agradezco a Alfredo Stein las sugerencias y opiniones que me ha dado sobre este tema.

2 POINCARÈ, Henri: La ciencia y la hipótesis: Espasa Calpe, Madrid 1973

3 Desde la antigüedad clásica, se han venido clasificando las disciplinas científicas y los demás saberes de acuerdo a criterios muy diversos. A veces, se determinaban por sus propósitos, otras por su objeto, otras por sus campos de estudio y, en fin, hubo y hay clasificaciones para todos los gustos. De hecho, el sentido de las ciencias ha ido cambiando con el correr de los tiempos y bastaría sólo un ejemplo para entender esto: Bajo el término Física se han entendido desde la Filosofía Natural (Newton) o la Cosmología (la Escolástica tardía), hasta ciertos Tratados (Kepler). Sabemos de los vaivenes de la Psicología hacia la clínica o hacia la Filosofía, por no hablar de la ambigüedad administrativa universitaria de disciplinas como la Matemática, la Lógica Matemática o la Ciencia de la Educación Física. A qué campo pertenece más ésta última, ¿al ámbito de la salud, al de la recreación o al de la competición? ¿Hay alguna ciencia más social y humana (por tanto, perteneciente al renglón de las ciencias humanas o ciencias sociales) que la medicina? Llama la atención, como después veremos, que aún se siga distinguiendo entre "ciencias duras" (las ciencias que versan sobre la naturaleza no humana) y "ciencias blandas" (las que versan sobre relaciones sociales), cuando, desde hace ya bastantes años, la Física renunció a su pretensión de exactitud absoluta a mediados del siglo XX y la Bioquímica actual juega con la indeterminación y las incertidumbres a cada momento. Cuando las ciencias más duras comienzan a ablandarse, porque efectivamente no les queda alternativa, al tener que reconocer hoy lo que siempre fueron : acercamientos más o menos certeros a la realidad que estudiaban; cuando esto sucede en el mundo más adelantado de la investigación y de los estudios histórico-epistemológicos, algunos, de forma conservadora y, yo diría, "fundamentalista", se aferran a una clasificación de las ciencias del siglo XIX que ya sufrió la censura de las mentes más claras del siglo XX.

4 KUHN, Th. : La estructura de las revoluciones científicas. F.C.E México 1980

5 KANT, I. Kritik der Reinen Vernunft (Crítica de la Razón Pura) (1781). Felix Meiner. Würzburg, 1965.

6 GÖDEL, Kurt 1931 Sobre proposiciones formalmente indecidibles de los Principia mathematica y sistemas afines. Valencia: Teorema, 1980

7 “Gödel demostró que dentro de cualquier sistema lógico rígido, como el que Russell y Whitehead desarrollaron para la aritmética, se pueden formular proposiciones para las cuales es imposible decidir si son verdaderas o falsas dentro de los axiomas del sistema. Esto es, dentro del sistema existirán siempre aseveraciones perfectamente bien definidas que no pueden ser aceptadas como ciertas ni rechazadas como falsas. Por lo tanto uno nunca podrá, usando los métodos tradicionales, estar seguro de que los axiomas del sistema matemático en cuestión no nos llevarán a contradicciones. Esto destruye la esperanza que una vez tuvieron los matemáticos de lograr la certeza en la solución de cualquier problema planteado de forma lógicamente correcta… Si nos referimos ahora a la ciencia y al método científico en general, el teorema de Gödel, sumado al principio de incertidumbre de Heisenberg y a la impredicibilidad esencial de los sistemas caóticos, establecen limitantes profundas para los alcances del conocimiento científico. El resultado, en última instancia, es la muerte irremediable del ideal científico tradicional, que era el de establecer un conjunto de leyes o axiomas básicos a partir de los cuales pudieran deducirse y comprenderse todos los fenómenos de la naturaleza . La física es tal vez la ciencia que mejor ha establecido sus leyes básicas o axiomas sobre los que construye su conocimiento. Por esto mismo, es de todas las ciencias la que mejor comprende las implicaciones del teorema de Gödel y de los demás resultados mencionados en el párrafo anterior. Los físicos han entendido y aceptado que las limitaciones de su disciplina no se deben tanto a la falta de presupuestos, o a la necesidad de construir instrumentos cada vez más poderosos, ni tampoco a la velocidad del avance en sus descubrimientos y ni siquiera a las restricciones inherentes a la mente humana. Hoy ya saben que nunca llegarán a resolver todos los problemas que plantea su disciplina debido a que todo sistema racional de conocimientos es esencialmente incompleto” (CAREAGA Alfredo: El teorema de Gödel: Hipercuadernos de Investigación Científica. UNAM, México 2002. págs. 11 y 12).

8 Véanse: EINSTEIN, A.: Notas autobiográficasAlianza E. Madrid 1983 y HEISENBERG, W. : Physik und PhilosophieUllstein. Darmstadt 1963HEISENBERG, W.: Encuentros y conversaciones con Einstein y otros ensayos.Alianza E. Barcelona 1985

9 GEORGESCU-ROEGEN, N.: La ley de la entropía y el proceso económicoArgentaria. Madrid 1996

10 toda ciencia es ciencia social, aunque su objeto no sea la sociedad, sino la naturaleza. No hay ciencias no sociales. Y, lo que es más, toda ciencia (la Física, la Psicología, la Matemática, la Sociología) nos habla del ser humano 10 . Está hecha por el ser humano y nos habla del ser humano. No hay ciencia que sólo hable de las cosas sin el ser humano: eso es imposible. Decir “ciencia natural” es decir “ciencia social” que trata de la forma como el ser social se relaciona teórica y prácticamente con tal o cual aspecto del mundo material para apropiárselo. Decir “ciencia formal” no es sino hablar de “ciencia social” que tiene como fin dar cuenta y razón del comportamiento de las estructuras formales para hacerse de ellas. Decir “ciencia social” (ciencia de la sociedad) no es sino referirse a una ciencia social que se ocupa de determinar la legalidad a que obedecen las relaciones entre los seres humanos para apropiárselas” (SERRANO L. Augusto: Por los caminos de la ciencia.UPN. Tegucigalpa 2010; pág. 55). E. SCHROEDINGER llega incluso a decir que las teorías físicas no describen objetivamente la realidad, “no la naturaleza en sí, sino el conocimiento que de ella poseemos” (¿Qué es una ley de la naturaleza? Breviarios. FCE. México 1975; pág. 11

11 Véase: BACON, F.: Novum organumLosada. Buenos Aires 1961

12 “Ninguna ciencia ha querido conocer la categoría más objetiva del conocimiento: la del que conoce. Ninguna ciencia natural ha querido conocer su origen cultural, Ninguna ciencia física ha querido reconocer su naturaleza humana. El gran corte entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del hombre oculta a la vez la realidad física de las segundas, la realidad social de las primeras. Topamos con la omnipotencia de un principio de disyunción: condena a las ciencias humanas a la inconsistencia extra-física y condena a las ciencias naturales a la inconsistencia de su realidad social. Como dice muy justamente von Foerster: ‘la existencia de las ciencias llamadas sociales indica la negativa a permitir que las otras ciencias sean sociales’ ( y yo a permitir que las ciencias sociales sean físicas” (MORIN, E.1993: El Método. vol. I. Cátedra, Madrid; pág. 24).

13 LEIBNIZ, G. W.: Discours; G. Phil. IV; pág.238. Rien est necessaire dont l’opposé est possible” (Nada es necesario allí donde lo opuesto es posible).

14 Véase: SERRANO, L. AUGUSTO: Por los caminos de la ciencia: Una introducción a la Epistemología Política. O.c.

15 MACHADO, A.: Juan de Mairena, vol.I. Cátedra. Madrid 1933; pág. 333. El texto al que Mairena se refiera es: “La filosofía está escrita en ese grandioso libro que continuamente está abierto ante nuestros ojos (me refiero al universo), pero no se puede entender si antes no se aprende la lengua y a conocer los caracteres en los que está escrito. Está escrito en lengua matemática, y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, y sin estos medios es imposible entender humanamente ni una sola palabra; sin ellos, es un embrollarse vanamente por un oscuro laberinto” (Galileo Galilei: Il saggiatore 1663).

16 Decimos con sentido, porque estamos ya sobre aviso acerca de las veces que se oculta la ignorancia de un tema con la pantalla de las cifras, de las estadísticas y de las curvas en cualquiera de las ciencias.

17 Véase BUENO, G.: El cierre categorial aplicado a las ciencias físico-químicas. En: Actas del primer congreso de teoría y metodología de las ciencias. PENTALFA. Oviedo 1982

18 Conviene revisar la literatura y el cine de los últimos treinta años para notar las visiones apocalípticas que del próximo futuro se han venido ofreciendo: catástrofes nucleares, huida a otros planetas, catástrofes naturales planetarias, sustitución del ser humano por el robot que lo domina, aparición de monstruos construidos por la ingeniería genética, etc.

19 Me ha interesado la posición del astrofísico Hawking acerca de la posibilidad de explicar el origen del universo sin necesidad de recurrir a ninguna trascendencia. Y, para cerciorarme de que debería tener suficientes argumentos para asegurar tal cosa, me he leído cuanto he podido de sus publicaciones sin prejuicio alguno, pero he salido siempre desilusionado: no me ha convencido en absoluto.

Él se olvida, al hacer sus hipótesis, de dos cosas: de que lo que dice son a lo sumo hipótesis y, en segundo lugar, que la hace un ser de este mundo que no puede salir del mundo del que dice estar hablando. Esto es, que satisface las propiedades del teorema de Gödel y, por ello mismo, le es imposible decir algo de ese mundo que cierre totalmente la discusión, porque al hablar del universo, está hablando el universo por su boca y ningún discurso puede decir nada de sí mismo sin salir de él. Hay que hacerlo desde un metadiscurso.

Cuando nos dicen que “antes” del Big Bang hay un “momento” ni siquiera explicable desde la constante de Planck o nos asegura Hawking que antes de ese momento no había nada y que ahí se creó todo con ayuda de la ley de Gravitación ( ¡vaya sustituto de un creador!), se da uno cuenta de lo cerrada que puede ser la mente de un físico que se da por satisfecho con tan poca cosa como es la nada.

En fin, que Gödel creo que fue el ser humano que nos dio a todos los mortales un toque de atención moderna, parecido al que nos dio Gilgamesh al devolvernos a la ciudad con la conciencia de nuestra naturaleza insuperable: que no podemos ser juez y parte en nuestros razonamientos sin caer en paradojas insalvables.

Para mí Leibniz lo dijo a su manera al enfrentarse a las dos grandes preguntas: la primera es la que se puede hace desde este mundo y es la que enciende las ciencias: ¿por qué son las cosas así y no de otra manera, si podrían ser de otra manera? La otra la puede hacer un ser de este mundo, pero no parece poder tener respuesta dentro del mundo y es por ello de algún modo trascendente: “¿Por qué hay más bien ser que nada, si la nada sería más simple y más fácil que cualquier cosa?”.

Gödel nos da mucho que pensar.