La discusión sobre los satisfactores de las necesidades y la relación de unas y otros con el acceso a los valores de uso es un punto central para todo pensamiento crítico, lo cual, sin embargo, se ha desvinculado de la crítica de la economía política. En gran medida, ésta se ha transformado en una escolástica de interpretación de lo que dijo o no dijo Marx (marxología). Los análisis que se hacen frente al mundo económico real de hoy tienden a ser parciales: el sistema mundo, la estrategia de globalización, la tendencia de la tasa de ganancia, el intercambio desigual, la creciente desigualdad en la distribución del ingreso, etc. Algo similar ha ocurrido con la economía ecológica: aun siendo una crítica valiosa de la ortodoxia neoclásica,  no trasciende radicalmente esta ortodoxia, no al menos de manera integral [1].

Escribimos “Hacia una Economía para la Vida” con la intención de retomar la crítica de la economía política a partir del mundo de hoy, en
ruptura/continuidad con la tradición iniciada por Marx. Consideramos que hace falta desarrollar un nuevo cuerpo teórico y una nueva racionalidad, y no solamente enfoques parciales, siendo en esa dirección que se orienta nuestro trabajo. El mismo pensamiento crítico, sin embargo, se ha desatendido del mundo económico y con ello, del mundo real y sensual en que vivimos. La teoría económica dominante hizo otro tanto, al convertirse en una técnica que enseña cómo ganar dinero y acumular un capital.

Para esta discusión (la renovación de la crítica de la economía política),una de las claves que consideramos más importante es partir de los «valores de uso» (materiales o corporales). Pero para comprender su importancia,contar con una lista de satisfactores de determinadas necesidades sirve de muy poco. En tal caso, los valores de uso serían sólo otros tantos elementos de dicha lista y destacarlos de manera unilateral parece ser un reduccionismo.

Los valores de uso son «productos», es decir, resultado de un proceso de trabajo e ingredientes de un proceso de consumo. Entre los diversos satisfactores sólo los valores de uso tienen este carácter. Son “naturaleza transformada por el trabajo humano”, aptos para ingresar en el proceso de consumo [2].

Pero los valores de uso son además «fines» de procesos humanos de trabajo que se realizan frente a la existencia de determinadas necesidades específicas. Pero –insistimos- no son productos ni fines del proceso de consumo, sino sus ingredientes [3]. El proceso de consumo se realiza para satisfacer el “hambre” (en el más amplio sentido y no solo como insatisfacción de la necesidad de comer), que es la otra cara del ser humano como ser necesitado. En este sentido, todo consumo satisface deseos y toda satisfacción de deseos es parte del proceso de consumo. El que puntualicemos que son «necesidades» las que se satisfacen, es el resultado de una reflexión posterior. Comemos porque tenemos hambre, no para satisfacer una necesidad. Cuando reflexionamos, decimos que el hambre expresa una necesidad
insatisfecha, pero no hace falta saber eso para sentir la urgencia de comer.
¡Tenemos hambre en todos los sentidos!

Esta satisfacción del deseo no es reducible a ingerir o usar valores de uso.Es la vida humana, dimensión irreemplazable del proyecto de vida de cada uno y de todos, la que está de por medio. Como el proceso de consumo es una dimensión de la propia vida humana, aparecen muchos satisfactores que podemos utilizar. Sin embargo, un «valor de uso» es específicamente diferente de los otros satisfactores. Son el producto de procesos de trabajo, sean éstos propios o ajenos (en división social del trabajo).
Implican una relación humana, pero esta es indirecta. Los otros satisfactores, en cambio, se vinculan con relaciones humanas directas
(cuidado, amistad, procreación, etc.). Los valores de uso son relaciones humanas indirectas y objetivadas porque el proceso de trabajo transforma los elementos de la naturaleza en valores de uso. Están presentes determinadas relaciones humanas, pero estas son invisibles. Los otros satisfactores, en cambio, implican relaciones humanas visibles.

Para que los valores de uso estén disponibles como ingredientes del proceso de consumo, hace falta este trabajo de transformación de la naturaleza (proceso de trabajo), aunque se puede delegar este proceso de trabajo en otros (división social del trabajo), e incluso, explotar a otros (apropiación de plustrabajo). Pero en el valor de uso mismo esto no es visible. Similarmente, se pueden producir los valores de uso destruyendo la naturaleza, pero tampoco eso es visible en el valor de uso de por sí. En los valores de uso se objetivan determinadas relaciones humanas y de los seres humanos con la naturaleza, pero como éstas están objetivadas, se vuelven
invisibles. Tan invisibles, que la teoría económica neoclásica no las ve por ninguna parte; para ella el consumo es simplemente una relación directa entre el consumidor y su objeto de consumo (bien o servicio).


Veamos un ejemplo sencillo. Una comida, en la cual los participantes discuten arduamente por algún punto en discordia y se disgustan unos con otros, es una comida malograda, al grado de que algunos de ellos sufrirán de indigestión. Y esto ocurrirá aunque los valores de uso servidos en la mesa sean sanos, apetitosos y apropiados para la ocasión. Por otra parte, la comida puede transcurrir en el más ameno de los ambientes, pero puede que los valores de uso hayan sido producidos con el trabajo de niños explotados y con tecnologías dañinas para la naturaleza, sin que eso perturbe lo más mínimo a los comensales. Las relaciones humanas subyacentes a los valores de uso no son directamente visibles. Y si las relaciones humanas son subvertidas, el conflicto se hace presente como ausencia presente. Esta no es una característica exclusiva de las mercancías, sino de toda producción de valores de uso en división social del trabajo.

Lo que sí se hace presente, aunque sea invisible directamente, es el hecho de que en los valores de uso están presentes las relaciones entre los seres humanos y las relaciones de estos con la naturaleza. Los valores de uso nos vinculan con el mundo, con el circuito natural de la vida humana en todas sus dimensiones. Por eso Marx habla de esta relación como un metabolismo [4].

Subyacente al acto y al proceso de consumo hay por tanto un submundo en el cual el consumo individual se vincula socialmente a través de los valores de uso. Los valores de uso son sus ingredientes (que posibilitan la vida); y los desechos, residuos y contaminantes son su resultado (que la amenazan). Este submundo abarca al mundo entero, a la humanidad y a la naturaleza, inclusive al universo. Es un submundo real, porque la conexión es real. A través de la división social del trabajo (en sentido amplio) este submundo del consumo involucra a la humanidad entera y vía la materialidad del valor de uso como producto de una transformación de la naturaleza por el trabajo humano, involucra a la naturaleza entera (recursos naturales, recursos biogenéticos, ecosistemas, la biosfera, el universo). Humanidad y naturaleza
están contenidas en los valores de uso, aunque de manera no directamente visible.

Es urgente reemprender esta crítica de la economía política que Marx inició y que es preciso continuar. En cierto sentido, desarrolla el pensamiento fundacional de todo pensamiento crítico y rebasa con mucho a la propia teoría económica. Es la reivindicación de la corporalidad de la vida humana y de toda la vida. Ciertamente esta corporalidad tiene alma, tiene espíritu,pero es el espíritu del cuerpo.

Esta crítica de la economía política la entendemos como la base de todo pensamiento crítico, sea filosófico, teológico, político, jurídico,
económico, psicológico. El mundo, y no solamente Hegel, está de cabeza; es un mundo al revés. Hay que ponerlo sobre los pies. La crítica de la economía política desemboca en esta exigencia.



[1] Cuando concebimos el intercambio de materias y energía entre el ser humano y la naturaleza como un metabolismo socio-natural, surge
inmediatamente el tema del trabajo humano, ya que éste es el enlace entre el ser humano y la naturaleza. Surge también el problema de la acción racional y las distintas concepciones de lo económico y el conflicto entre ellas (gestión de la escasez, gestión de la sustentabilidad, reproducción de la vida humana, etc.). Una crítica radical de la teoría económica dominante tiene que descubrir y desarrollar el núcleo irracional de la acción instrumental medio-fin, trascendiéndola y supeditándola a una racionalidad más integral de respeto al circuito natural de la vida humana (racionalidad reproductiva, racionalidad de la convivencia).

[2] Entre los satisfactores que no son valores de uso podemos mencionar (siguiendo a Max-Neef): la autoestima, la adaptabilidad, la pasión, los juegos, etc. Aunque es claro que muchos de estos satisfactores requerirán a su vez de valores de uso para poder realizarse (una pelota para jugar, un albergue para el cuido de ancianos, etc.).

[3] Sin embargo, la creciente autonomización del proceso de consumo en el capitalismo tiende a transformar los valores de uso «reales» en valores de uso «formales», es decir, portadores de una determinada forma social. Así por ejemplo, un auto de cierta marca y precio no satisface solamente la necesidad de transporte, sino que identifica un status social. Una “silla presidencial” no es solamente una silla, sino, un símbolo de poder.

[4] “El trabajo es, en primer término, un proceso entre la naturaleza y el hombre, proceso en que éste realiza, regula y controla mediante su propia acción su intercambio de materias (metabolismo) con la naturaleza” (El Capital, 1973, T. I: 130).

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