Introducción
A lo largo de las
últimas décadas, la economíadel desarrollo y, más en general, los estudios sobre desarrollo
–entendidos demanera amplia como el análisis de las condiciones capaces de favorecer elprogreso y el
bienestar humanos- atraviesan por unacierta crisis. Frente alvigor y la relevancia de los debates
habidos durante la segunda mitad del sigloXX, pareciera que en la actualidad los estudios sobre
desarrollo han idoperdiendo importancia en el ámbito de las ciencias sociales, en favor
deenfoques centrados en el corto plazo y/oen el análisis coyuntural de
realidades particulares. Ello no es ajeno a lacomplejidad del marco en el que se inscriben
actualmente los procesos dedesarrollo, caracterizado por la interacción de fenómenos económicos
y sociales que operan en diferentes ámbitos yescalas, que van de lo
local a lo global, y que abarcan un creciente número detemas. Tampoco debe pasarse por alto la
situación por la que atraviesan lasciencias sociales y muy especialmente la economíacuyascorrientes
dominantes handemostrado una notable incapacidad para enfrentar el estudio de no pocosproblemas del
mundoactual, y para integrar en el debate algunos enfoques quehan ido surgiendo más recientemente.
Es preciso resaltar a este respecto eldevastador efecto producido por el reduccionismo conceptual y
metodológico queha ido imponiéndose en ciertos ámbitosacadémicos, el
cual ha dejado a los estudios sobre desarrollo huérfanos dealgunas perspectivas de épocas anteriores
ydotados de menos instrumentos para,paradójicamente, tener que afrontar el análisis de fenómenos
mucho máscomplejos (un problema que ya fue apuntado hace casi tres
décadas por Hirschman, 1980, alreferirse a la “vuelta a la monoeconomía” en su famoso ensayo Auge y
ocaso dela teoría económica del desarrollo).
En este contexto, el llamado pensamientooficial sobre
el desarrollo ha dado muestras de algunas limitaciones teóricas ymetodológicas para interiorizar
algunos de los retos más importantes que en laactualidad condicionan el bienestar de los seres
humanos y la proyección delmismo hacia las futuras generaciones, sin que la incorporación de
algunasvariables haya alterado la raíz del discurso. Sin embargo, y pese a ello, enlos últimos
tiempos se han ido abriendo paso distintos enfoques que cuestionanideas y conceptos apenas
discutidos con anterioridad. Algunos lo hacensubrayando la necesidad de revisar la relación entre
fines y medios para ellogro de un objetivo el bienestar humano- que sigue considerándose como
unameta universal, y planteando la necesidad de que el crecimiento económico cedasu supremacía a la
consideración de otros asuntos, como el incremento decapacidades o la sostenibilidad. Otras
corrientes, sin embargo, defienden lanegación del desarrollo como objetivo universal, al tiempo que
reclaman lanecesidad de analizar la realidad social al margen, o más allá, de lasreferencias propias
de la modernidad. Así las cosas, la que ha venido allamarse Agenda del Desarrollo, se encuentra
abiertamente mediatizada por laslimitaciones que en la actualidad caracterizan a la propia
concepción delmismo. El propósito de este trabajo es precisamente el de examinar la situaciónactual
del debate, para plantear la conveniencia de un esfuerzo teóricoorientado a la redefinición del
concepto de desarrollo, y para tratar deidentificar algunos de los problemas asociados a una empresa
de estascaracterísticas. Ello obliga, necesariamente, a realizar un cierto –aunquebreve- recorrido
retrospectivo, que nos permita situar mejor laencrucijada enla que se encuentran los debates
actuales.
El punto de partida: los clásicos y el progreso
La preocupación planteada a finales
delsiglo XVIII y principios delXIX por conocerlos factores capaces de propiciar el progreso humano,
porestudiar las claves que pudieran favorecer mayores cotas de bienestar en unos yotros lugares, se
encuentra vinculada a dos fenómenos complementarios: de unlado, el universo filosófico asociado a la
modernidad y, de otro, los cambiosen el sistema productivo derivados de la revolución industrial.
Si
el triunfode la razón y del conocimiento científico sobre otros procesos de aproximacióna la
realidad supuso la consolidación de una forma específica de entender lasociedad y sus relaciones con
la naturaleza, las enormes capacidades detransformación surgidas de la industrialización vinieron a
corroborar lasposibilidades de pensar en términos de progreso universal, desterrando elpesimismo y
el conformismo de épocas anteriores, caracterizadas por la escasezy por el dominio de las
explicaciones del mundo basadas en la intuición o lareligión. La Ilustración vino a romper los
límites del pensamiento existentescon anterioridad, reivindicando la emancipación del mismo a través
de la razóncientífica y, por su parte, la Revolución Industrial terminó con muchas de
laslimitaciones derivadas de unas técnicas escasamente productivas, abriendo laspuertas a la
posibilidad de producir todo lo necesario para el logro delbienestar humano. Cuando Adam Smith
escribió La Riqueza de las Naciones, quedóde alguna forma “inaugurado” el debate sobre el desarrollo
que ha llegado hastanuestros días. Con anterioridad, otrospensadores
–desde Kautilya en la antigua India, hasta Aristóteles en la Greciaclásica, o San Agustín en la
Europa medieval-, habían teorizado sobrelaoportunidad o no de determinadas acciones o decisiones a
la hora de lograruna mayor prosperidad para ciudades, países, y reinos, y para sus habitantes.Sin
embargo, no sería hasta el siglo XVIII cuando, de la mano del pensamientoilustrado, comenzaría
abrirse camino una perspectiva racional y universalistasobre estas cuestiones.
Con él, no sólo se
impondría un desarrollo delconocimiento crecientemente emancipado de la religión, sino también
unaconcepción global del mundo capaz de superar las visiones particularistasmediatizadas por
creencias locales. Sin embargo, el surgimiento de unapreocupación y un debate con vocación
universalista más allá de inquietudesvinculadas a realidades ámbitos sociales o geográficos
específicos, no puededesligarse de las expectativas abiertas por los logros de la
RevoluciónIndustrial. Sólo teniendo en cuenta el crecimiento exponencial de la producciónde carbón,
de acero, de textiles; sólo constatando la multiplicación constantede kilómetros de vías férreas, o
recordando los masivos desplazamientos depoblación desde Europa hacia América, fenómenos todos ellos
característicos delsiglo XIX, puede llegar a comprenderse el optimismo de la época, y la fe,
casiciega, en las posibilidades de las nuevas técnicas productivas. Se habían rotomuchos de los
estrechos límites que durante siglos habían condicionado lacapacidad de satisfacer las necesidades
de sociedades densamente pobladas, yquedaba inaugurado un nuevo tiempo en el que la humanidad, si se
organizabacorrectamente –cuestión que daría lugar a otro debate- podría beneficiarse de“una
opulencia generalizada” que se extendería “hasta los estamentos másinferiores del pueblo” según Adam
Smith, o de “unas fuerzas productivas másmasivas y colosales que las de todas las generaciones
anteriores juntas” enpalabras de Karl Marx. Quedaba abierta en definitiva una época distinta en
eldebate sobre el progreso y el desarrollo, caracterizada por la emergencia denuevas referencias
filosóficas y teóricas, y por unas expectativas nunca antescontempladas. Pero el advenimiento de la
Modernidad[1] y de la eraindustrialista vendría a transformar también la consideración de algunas de
lasrelaciones fundamentales de los procesos económicos, incidiendo decisivamenteen la manera de
entender el progreso humano y de enfocar los debates sobre elmismo.
La primera de las relaciones radicalmente alterada fue la de los sereshumanos con la naturaleza, que pasarían a estar gobernadas de manera crecientepor la confianza en el dominio científico-técnico del universo y una menorconsideración de parte de los conocimientos empíricos acumulados durantemilenios. Como consecuencia, la investigación sobre la naturaleza del progresoy el desarrollo acabaría cortando el cordón umbilical que unía originariamente la noción de producción almundo físico, elevando el carrusel del sistema económico por encima de lascontingencias derivadas de la naturaleza (Naredo, 1987). Otra relación, la queconecta a los seres humanos entre sí, pasaría a ser objeto de fuertes debates,si bien desde el reconocimiento casi unánime de algunas ideas de la Ilustración- la libertad de las personas y la igualdad de derechos entre ellas- comoinspiradoras de los nuevos tiempos. En este sentido, y aun reconociendo que noes posible caracterizar el pensamiento ilustrado del siglo XVIII como algohomogéneo, es oportuno destacar en el contexto del debate sobre el progreso yel desarrollo, la importancia de algunas ideas presentes en la gran mayoría desus representantes, entre las que se encontrarían el predominio de la razón, elderecho y la libertad de critica, la noción de igualdad entre las personas, laoposición al poder absoluto, o el conocimiento como fuente de progreso frenteal conformismo y la resignación. En cuanto a la libertad y la igualdad dederechos, la discusión no estuvo tanto en los principios defendidos, sino enlos medios más adecuados para garantizarlos: para unos, mediante la defensa delinterés individual como fundamento del nuevo orden social[2] ; para otros, através de mecanismos capaces de armonizar las necesidades individuales y elinterés general, sobre la base de la intervención –en mayor o menor medida- delos poderes públicos en la actividad económica[3] . Finalmente, las preguntasformuladas por los pensadores clásicos[4] en torno al progreso –entendido comocapacidad de satisfacer las necesidades humanas mediante la innovación y elincremento de la produccióntuvieron que incluir, ineludiblemente, un interroganteque,por otra parte, continuaría acompañando a todos los debates sobre el desarrollohasta nuestros días: ¿Podrían todos los países y todas las sociedadesbeneficiarse por igual del potencial generado por el capitalismo industrial o,por el contrario, estaríamos ante un juego de suma cero en el que lo que unosganaran sería, necesariamente, a costa de de lo que otros perdieran, comohabían sugerido anteriormente los mercantilistas? Frente a este interrogante -ymás allá de considerar los negativos efectos que, en el corto plazo, pudogenerar la expansión capitalista entre las poblaciones de los paísescolonizados-, tanto Smith, como Marx y otros representantes del pensamientoclásico, apostaron por una creciente aproximación de las pautas de desarrollo enunos y otros lugares, bien a través del comercio y la expansión del mercado[5], bien por la acción de las leyes orgánicas del capital[6] . Todo ello, además,en un contexto en el que, como ya se ha dicho, tanto unos como otros confiabanen la posibilidad de una expansión casi ilimitada de la capacidad productivadel sistema. Como consecuencia de lo señalado, el legado principal dejado porel pensamiento clásico fue la deriva productivista de su consideración delprogreso –avalada sin duda por los logros materiales alcanzados durante elsiglo XIX-, lo que acabaría constriñendo gran parte de los debates sobre elmismo al seno de una ciencia económicaque, a su vez, iba a ir paulatinamentereduciendo el alcance de su mirada sobre la realidad social. Entrado ya elsiglo XX, el estudio de las condiciones del progreso comenzó a vincularse –dela mano de Pigou- con la idea del bienestar, y éste con la posibilidad de sermedido o evaluado. Y aunque el propio Pigou admitió la diferencia entrebienestar total y bienestar económico, circunscribiéndose éste último al ámbitode lo considerado como “objetivo” -que a su vez quedaba referido a lomonetizable-, lo cierto es que, poco a poco, dicho bienestar económico–manifestado a través de la contabilidad nacional- acabaría representando porsí mismo la idea de progreso.
El propio Pigou (1920) sostendría
que “Entérminos generales las causas económicas actúan sobre el bienestar económico decualquier
país, no de un modo directo, sino mediante la creación y utilizaciónde esa contrapartida objetiva
del bienestar económico que los economistasdenominan dividendo nacional o renta nacional. Así como
el bienestar económicoes aquella parte del bienestar total que puede relacionarse directa
oindirectamente con una medida monetaria, el dividendo nacional es aquella partede la renta objetiva
de la comunidad, incluida, naturalmente, la rentaprocedente del exterior, que puede medirse en
dinero. Ambos conceptos,bienestar económico y dividendo nacional, están interconectados, de manera
quecualquier descripción del contenido de uno de ellos implica una correspondientedescripción del
contenido del otro”. Se consolidaría así una tendencia según lacual muchos economistas reconocerían
las limitaciones de su disciplina–obligada, al parecer, a no traspasar el ámbito de lo cuantitativo-
a la horade abordar el estudio de las condiciones del progreso y el bienestar humanos, ala vez que
incrementaban sus esfuerzos por evaluar y medir la corriente debienes y servicios producidos en cada
país como expresión de su potencial dedesarrollo, acabando por demarcar -desde dicha visión de la
economía- el debatesobre estas cuestiones.
El crecimiento en el centro del debate y el
surgimientodel subdesarrollo
En línea con la tendencia más arriba señalada, la denominadaEconomía
del desarrollo surgió a mediados del siglo XX, una vez superada lacrisis del período de entreguerras
y recuperada la preocupación por los asuntosdel medio y largo plazo. Esta llegó ser considerada como
una subdisciplina dentrode la Economía, siendo su objeto de estudio principal los obstáculos
queseobservaban en determinados contextos (fundamentalmente en los países que, trasla Segunda Guerra
Mundial, fueron alcanzando la independencia) para el logro deun crecimiento económico sostenido, y
la manera de superar los mismos. Estasubdisciplina –y la mayoría de los autores que formaron parte
de la misma-entroncaba con las ideas keynesianas dominantes en la época, y con laconsiguiente
preocupación por el desequilibrio y la desocupación o subocupaciónde recursos, presentes en las
mencionadas economías. La novedad de dichosanálisis haría que, con el tiempo, algunos de sus
representantes más conocidos–Nurske, Rosenstein-Rodan, Rostow, Lewis, Myrdal, etc. – llegaran a ser
mencionadoscomo los pioneros del desarrollo (Meier y Seers, 1984; Bustelo, 1998).
Estanueva
perspectiva vino a plantear el debate en términos algo más precisos quelo esbozado hasta entonces.
Por un lado estableciendo sin discusión la magnitudque serviría de referencia para examinar el
incremento de la capacidadproductiva: el crecimiento económico, expresado como la variación del
PIB/hab.a lo largo del tiempo, hasta el punto de que algún autor, caso de Galbraith(1984), llegaría
agudamente a señalar que “No hay ninguna otra estadística conuna autoridad más convincente. Para los
economistas y para otras muchaspersonas, la tasa de crecimiento es la dinámica del capitalismo
moderno”. Y,por otra parte, tratando de arrojar luz sobre la rela ción existente entre lastasas de
ahorro e inversión y los niveles de crecimiento esperables, a partirde un estadio tecnológico y un
nivel de productividad determinados. A estepropósito se dedicaron los modelos de crecimiento, que
como el de Harrod-Domar, alcanzarían tanta notoriedad. Sin embargo, lo anterior fue posiblegracias a
la adaptación de otro supuesto, heredado en parte de la tradiciónclásica: la consideración de que el
bienestar de las personas dependía, demanera directa, de la riqueza global de los países en los que
vivían[7]. Si lospaíses prosperaban, sus habitantes también lo harían, lo que permitía evaluarlos
avances en términos de desarrollo a partir de agregados y promediosnacionales, dejando en segundo
plano las cuestiones relativas a ladistribución. De esta manera, la atención quedaba centrada en el
Estado-nación,no sólo como ámbito principal en el que tomaban cuerpo los procesos económicosy
sociales, sino también como sujeto mismo del desarrollo. El desarrollo
humano, el bienestar de las personas, pasabaa ser considerado así como un subproducto del
desarrollo nacional (Sutcliffe,1995). Pero la expresión del debate en términos agregados fue, a su
vez, laantesala de su reducción a un planteamiento meramente cuantitativo. En esenuevo contexto, el
desarrollo comenzó a ser algo medible, cuantificable, através del crecimiento económico y de las
variables determinantes del mismo,continuando con los estudios sobre la contabilidad nacional
iniciados con an-terioridad[8] . Los economistas pasaron a contar con un marco conceptual -yunos
instrumentos- que, pese a algunas críticas suscitadas, la mayoría de
ellos consideraron suficientespara encarar el análisis de la realidad, y poder evaluar problemas,
avancesyretos en los procesos de desarrollo. Todo ello les permitió, además,enfrentarse al estudio
del nuevo escenario creado tras el fin de la SegundaGuerra Mundial, en el que un buen número de
países que accedían a laindependencia y se enfrentaban al reto del desarrollo en el marco de un
nuevomodelo de relaciones norte-sur.
Así, estos países pasarían a ser el centro deatención de la
emergente economía del desarrollo, lo que se vio favorecido porel éxito alcanzado en el mundo
industrializado por las políticas keynesianas:superado el pesimismo del período de entreguerras, la
preocupación deldesarrollo se trasladaba a lospaíses y las sociedades que, hasta entonces,habían
dado muestras de un escaso dinamismo o de una menor modernización. Deesta manera, nacían dos
categorías distintas de países: desarrollados ysubdesarrollados. En efecto, de la mano de la
economía del desarrollo, y de lametodología adoptada por la misma, surgió un nuevo concepto hasta
entoncesdesconocido en la jerga del debate económico: el subdesarrollo. El términovendría a expresar
la existencia de países ya desarrollados (cuyo modelorepresentaba en sí mismo la idea de desarrollo)
y otros que se encontraban pordebajo de aquellos, en una imaginaria escala por la que todos
deberíantransitar. Pero, si bien algunos de los más representativos estudiosos delasunto señalaron
la variedad de elementos característicos de cada uno de lospeldaños de la escalera –la tecnología,
la cultura, las instituciones, etc.,[9]-, las limitaciones inherentes a la metodología y al
instrumental adoptadosacabaron por centrar la comparación entre unos y otros países en la
observacióndel crecimiento, o de algunas variables asociadas a mismo como las tasas deahorro o de
inversión. De esta manera, el subdesarrollo vendría a ser, más quecualquier otra cosa, la expresión
de una escasa capacidad productiva y de undébil crecimiento económico. Como subrayaran Sampedro y
Berzosa (1986),refiriéndose críticamente a la estrechez de las visiones convencionales sobreel tema,
para éstas “el subdesarrollo es la carencia de bienes; el desarrollosu multiplicación”. Podía
haberse aplicado aquella noción a diversos aspectosdel bienestar humano, elaborándose, por ejemplo,
rankings de países en funciónde su mayor o menor nivel educativo, de la salud de su población, o de
laeficiencia de sus sistemas productivos en términos medioambientales. Sinembargo, la noción de
subdesarrollo aparecería vinculada desde el principio alanálisis comparativo de las tasas de
crecimiento existentes en unos y otrospaíses. Paradójicamente, este enfoque cuantitativo no se
extendió a la propiadefinición del desarrollo. Podrían tal vez haberse planteado intentos
porcalcular el valor de los bienes y servicios per cápita que, en un nivel deprecios dado, serían
necesarios para considerar que un país había llegado a lameta del desarrollo. Sin embargo, no fue
así. Se concluía que un país erasubdesarrollado, o gozaba de un menor desarrollo que otro, en
función de suPIB/hab. pero, paralelamente, no se establecía un criterio que permitiera explicarel
desarrollo en esos mismos términos, quedando esta noción en un estado denotable imprecisión.
Como
señalara Sutcliffe (1995), entre los especialistas enel tema apenas existía una idea genérica a la
hora de caracterizar eldesarrollo como algo que sería “aproximadamente similar a la situación
queexistía en los países desarrollados, razón por la queprecisamente se lesllamaba así”. En
consecuencia, y dado que no existía una meta clara, un puntode llegada a partir del cual ya no
fueran necesarios sucesivos incrementos delPIB/hab. para alcanzar el desarrollo, se iba consolidando
la apuesta por uncrecimiento ilimitado. Las primeras críticas a esta visión del desarrollo
novinieron a cuestionar la idea del crecimiento como fundamento del mismo. De hecho,es difícil
observar diferencias obreeste particular entre las posiciones dominantes
de la época y las de losautores que más cuestionaron la corriente oficial[10].
Lo que hicieron
losautores estructuralistas y dependentistas[11] fue, sobre todo, señalar algunaslimitaciones de
dicho planteamiento, subrayando la existencia de diferencias nosólo cuantitativas sino también
cualitativas –de carácter estructural- entrepaíses desarrollados y subdesarrollados, diferencias
generadoras de relacionesde dependencia, capaces de dificultar, impedir, o estrangular el
crecimientoeconómico, pudiendo llegar a bloquear el proceso de desarrollo. La propianoción de
subdesarrollo fue paradójicamente adoptada sin mayor objeción por lascorrientes críticas, si bien
negando que fuera la expresión de un retrasopropio de sociedades tradicionales, sino principalmente
la consecuencia mismadel éxito de los países desarrollados. El subdesarrollo, pese a su
inicialconnotación cuantitativa, fue adoptado como término para subrayar aspectoscualitativos -las
diferentes característica estructurales, existentes entreunos y oros países-, hasta el punto de ser
considerado por algunos como “laotra cara del desarrollo” (Frank, 1971).
En definitiva, la
impugnación de laortodoxiano vino a cuestionar la cada vez mayor identificación del desarrollocon el
crecimiento económico. Como señalara Hirschman (1980), la principalaportación de las corrientes
críticas fue la negación de la tesis del beneficiomutuo, aquella según la cual, el incremento del
bienestar en los países pobresno sólo no perjudicaría sino que fortalecería el de los países
ricos.Frente dicha tesis, estructuralistas ydependentistas vendrían a
poner el acento en la necesidad de reformas capacesde modificar el carácter de las relaciones
centro-periferia -o bien de unaruptura con el sistema o desconexión del mismo-, como condición para
hacerposible el desarrollo. Todos ellos subrayaron las dificultades o laimposibilidad para avanzar
por el camino recorrido por los países llamadosdesarrollados, pero no cuestionaron que el
crecimiento económico –acompañado,eso si, de ciertos cambios estructurales- fuese la principal y
casi únicaherramienta para salir del llamado subdesarrollo.
De la evidencia de los primeros fracasos
a la consideración del maldesarrollo
Habrían de pasar algunosaños para que, coincidiendo con el fin
de la segunda década para el desarrolloauspiciada por las Naciones Unidas, comenzaran a salir a la
luz un conjunto deposicionamientos críticos cuestionando abiertamente la capacidad delcrecimiento
económico para superar el subdesarrollo y generar desarrollo,entendido éste como un incremento en el
bienestar de las personas. En efecto, afinales de los años sesenta y principios de los setenta,
coincidieron diversosplanteamientos que, yendo algo más allá de las controversias habidas
hastaentonces entre los sectores oficiales y las corrientes críticas (asunto al quenos hemos
referido en el apartado anterior), vinieron a poner sobre la mesa el
debate sobre lanaturaleza misma de los procesos de desarrollo, y su capacidad para darsatisfacción a
diversos imperativos relacionados con el bienestar humano. Unprimer campo de críticas fue el
relativo a la pobreza y la desigualdad, dentrode lo que algunos denominaron el giro social de los
años 70 (Bustelo, 1998).Como señalara Seers (1969) resultaba difícil asumir que el grado de
desarrollohubiera aumentado cuando la pobreza, eldesempleo y el
subempleo, o la desigualdad, no habían disminuído, pese a losresultados obtenidos en términos de
incremento del PIB/ hab. Diversos estudiosllevados a cabo entre finales de los años 60 y principios
de los 70 pusieron enevidencia que las elevadas tasas decrecimiento
registradas durante más de dos décadas en prácticamente todas lasregiones del mundo no habían
servido en muchos casos para absorber la pobreza ogenerar una mayor equidad, por lo que dichas
cuestiones comenzaron aconsiderarse referencias importantes a la hora de evaluar los éxitos o
fracasosdel desarrollo.
Éste, tal como había sido concebido, presentaba clarasanomalías, lo que
planteó la necesidad de nuevas estrategias capaces decorregirlas. En se marco se inscribieron los
planteamientos del Banco Mundialsobre Redistribución con Crecimiento (Chenery et al., 1976), o los
trabajosagrupados en torno al conocido como enfoque de las Necesidades Básicas(Streeten 1981) La
constatación de estos problemas puso de manifiesto otroaspecto de la cuestión: las grandes
limitaciones del PIB/hab. -como indicadorasociado a un agregado nacional para evaluar algunos
aspectos clave deldesarrollo, ya que su impacto específico vendría a depender, en gran medida, delos
sectores en los que se hubiera producido. En términos de desarrollo, nopodía tener el mismo
significado un incremento del ingreso que afectara a unospercentiles u otros de la población. Por
otra parte, algunos estudiosevidenciaron que no sólo no habían disminuido las grandes diferencias
internasen muchos países, sino que estas habían aumentado notablemente a escalainternacional. Si el
subdesarrollo seexpresaba y se medía fundamentalmente en términos de un
menor ingreso percápita respecto a los países considerados desarrollados, y si el objetivo de las políticas de desarrollo era el
cierre de la “brechaNorte-Sur” a través del crecimiento, entonces el fracaso había sido clamoroso.
No sólo no se habíareducido la brecha, sino que la misma
había umentado, tanto en términos absolutos–diferencias entre el
PIB/hab. de unos y otros países-, como relativos PIB/hab. de unos países
como proporción del deotros- (Morawetz, 1977). A lapersistencia de los
problemas asociados a la pobreza y la
desigualdad, vendría prontoa sumarse un segundo campo de anomalías en el proceso de desarrollo
seguido,cuya constatación comenzó a tomar fuerza a finales de los años
sesenta del siglo XX: elde un todavía incipiente pero progresivo deterioro del ambiente y de los recursos naturales. Algunoscientíficos ya habían llamado la
atención sobre dichos problemas, y debatido abiertamentesobre sus causas
principales. Es el caso del fuerte debate sostenido por BarryCommoner - centrando la crítica en la
tecnología empleada y el modelo de crecimiento-, frente a
Paul Erlichy otros -quienes sostenían que el problema principal residía
en la superpoblación del planeta y,muy especialmente, en el fuerte crecimiento demográfico de los llamados países endesarrollo-.
Pero fue sin duda la
publicación de Los límites el Crecimiento (Meadows et al, 1972) la
quegeneró un mayor impacto, y una nueva y significativa toma de conciencia sobreesta cuestión. Los
asuntos planteados ponían de manifiesto las importantes afecciones
negativas del modelo,tanto en el corto, como en el medio y largo plazo. A corto plazo, los problemas se manifestaban enforma de nuevas enfermedades y
riesgos para la salud humana, como consecuencia de lacontaminación del
aire, de la mala calidad de las aguas, o de
la congestión yel ruido[12] , así como en la creciente preocupación por la destrucción de espacios naturales, todo lo cual dio origen alsurgimiento de fuertes
movimientos de protesta en algunos países. Por otra parte, la
influenciade estas cuestiones se dejó sentir también en el ámbito
teórico, en forma de algunasaportaciones orientadas a lograr una mayor armonización entre las
necesidadesdel bienestar humano y las derivadas de la conservación de los recursos naturales. En este contexto cabe enmarcar elsurgimiento del concepto de
ecodesarrollo (ver Sachs, 1981), presentado por quien fuera Directordel
PNUMA (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), Maurice
Strong, quien se refirió a él ya en1973. Bajo este concepto las necesidadesde las personas y la utilización racional de los recursos debían y
podíancompaginarse en diferentes escalasgeográficas, entre las que los
ámbitos locales y regionales –las ecorregiones- cobrabanuna especial relevancia.
Una de las
particularidades del enfoque, sería elénfasis puesto en la participa-
ción dela gente como garantía de una racionalidad más próxima a los objetivos planteados.A medio y
largo plazo, los problemas advertidos eran aún de mayor calado: agotamiento paulatino de recursos, pérdida de biodiversidad,desequilibrios
ecológicos locales y globales,y alteraciones graves en el clima. El paso
del tiempo vino a corroborar aquellostemores. sí, en 1992, un histórico
manifiestofirmado por más de 1500 científicos – incluyendo cien premios Nobel – alertaba sobre las consecuenciasirreversibles del modelo actual de
desarrollo, y algo después la Declaracióndel Milenio de las Naciones Unidas (2000), acabaría
señalando que “no debemos escatimar esfuerzos para liberar atoda la
humanidad, y sobre todo a nuestra descendencia, de la amenaza de
vivir en unplaneta irremediablemente echado a perder por las actividades
humanas, y cuyos recursos ya noserán suficientes para sus necesidades.”
De tal manera, si en lo inmediato algunos aspectos delmodelo de desarrollo generaban
problemas para el bienestar de la población, expresados en
enfermedadesasociadas a la contaminación o al ruido, en nuevas patologías derivadas del modo devida
propio de las grandes urbes, en el medio y largo plazo dicho modelo poníaen riesgo la propia
supervivencia de la humanidad. Se trataba, además, de un conjunto de
elementos que planteabandificultades prácticamente insuperables para una economía del desarrollo cuyo enfoqueproductivista y cuya metodología
resultaban claramente limitados. La incapacidad del desarrollorealmente
habido durante la expansión de la postguerra para incorporar a lasmujeres al ideal emancipatorio del
mismo, y para avanzar en una mayor equidad de género, fue el tercer gran
problemaplanteado a principios de los años 70. Esther Boserup (1970)
señaló que las brechasregistradas en la productividad laboral entre hombres y mujeres habían aumentado en los años sesenta, relacionándolocon las
estrategias de desarrollo llevadas a cabo, que habían marginado a lasmujeres respecto de las
actividades productivas.
El sesgo masculino de dichas estrategias
podíaobservarse también en otros ámbitos, como el de la educación
primaria, comprobándose que losniños habían sido escolarizados antes que las niñas, aumentando así
eldiferencial técnico y cultural entre uno y otro sexo (Zabala, 2006). Otros asuntos, como la consideración del trabajo enel hogar, y la asignación de
roles en las distintas actividades económicas y sociales, fueronobjeto
de atención por distintas autoras, evidenciando el fracaso del
desarrollo a la hora deprocurar un mayor bienestar para las mujeres, pero también en lo referente a
sumarginación del proceso. Todo ello estaría en la base del surgimiento del movimiento Mujeres en el Desarrollo (MED) queconstituiría la primera expresión
de la incorporaciónde la perspectiva de género a los estudios sobre
desarrollo (veáse Zabala,1999, para una visión más amplia de
laevolución de la perspectiva de género en los estudios sobre desarrollo).
Finalmente, una cuarta disfunciónpresente en los procesos
seguidos en muchos países fue la no correspondenciaentre el crecimiento económico de un lado y el
respeto de la libertad y los derechos humanos de otro. Lasdenuncias
relativas a la ausencia de libertades o a la violación de derechos
fueron aumentandoparalelamente al incremento del PIB/hab. en no pocos lugares. Ello afectaba, por una parte, aaquellos países en los que el
desarrollo económico se había planteado bajo la fórmula del socialismo
real,y en los que – en bastantes casos– se habían registrado avances
significativos en el planode la equidad. Pero también tenía que ver con regímenes dictatoriales
quehabían logrado fuertes tasas de crecimiento en sus respectivos países en base a la explotación abusiva de la mano deobra y la restricción de
derechos laborales, e incluso con la aparición de otro tipo deregimenes
autoritarios y corruptos –normalmente con un fuerte componente
militarista– en numerosos paísesde Africa, Asia, y América Latina. Se evidenciabaasí que la expansión productiva podía caminar de espaldas al
incremento de libertades y oportunidades de las personas.Pero no sólo
eso: en algunos casos, la restricción de las libertades se había
justificado,precisamente, en nombre del desarrollo. El conjunto de estos fracasos mencionados vino a poner demanifiesto que el desarrollo, tal como
había sido concebido por sus estrategas al finalizar la segundaguerra
mundial, había derivado en un fenómeno capaz de empobrecer a personas ysociedades, de generarles pérdidas (de
capacidades, de identidad, de recursos naturales…), de restringir
derechos ylibertades, y de provocar nuevos desequilibrios y desigualdades.
En definitiva, el modelo dedesarrollo había, en buena medida,
fracasado. Pero, además, dicho modelo había contribuido aconsolidar un
sistema mundial basado en profundas asimetrías entre unas y otras zonas
delplaneta, y en un balance de poder claramente favorable a los países
llamados desarrollados.
Algunos autores (Amín, 1990; Slim, 1998; Tortosa, 2001), han utilizado el
término maldesarrollopara dar cuenta de algunos o de todos estos fracasos, que han acabado por afectar, aunque de distintamanera, tanto a países considerados
desarrollados, como a otros llamados subdesarrollados, así
comoa la configuración del sistema mundial. La idea de maldesarrollo
vendría así a expresar unfracaso global, sistémico (Danecki, 1993), que afecta a unos y otros países y a la relación entre ellos(Fig. 1). Se trata pues
de un concepto que va más allá de la noción de subdesarrollo, a la que
englobaría,para referir problemas que afectan al sistema en su
conjunto y que representan una merma enla satisfacción de las necesidades humanas y/ o en las oportunidades de la gente. En el momentopresente, la consideración del
maldesarrollo cobraría todo su sentido vinculando suanálisis al de
algunas de las principales fuerzas que operan en la globalización. El
mismo afectaría alconjunto de la humanidad, aunque sus expresiones no siempre sean las mismas enunos
y otros lugares.
El pensamiento oficial en su laberinto
Paradójicamente, ypese a las numerosas
señales ya existentes en aquellos años sobre las carencias y
limitaciones del modelo impulsadohasta entonces, los sectores más influyentes en la elaboración de
estrategiasde desarrollo -especialmente en el campo de la economía- optaron por obviar dichas señales y por concentrar su atenciónen los problemas relativos
al crecimiento económico derivados de la crisis surgidaen la década de 1970. Y en ese empeño, la
corrección de los desequilibriosmacroeconómicos constituyóel principal y
casi único tema de atención, dando porsupuesto que la superación de los
mismos restauraríael crecimiento que, a fin de cuentas, representabael
único objetivo aperseguir.
Figura 1:Desarrollo, subdesarrollo y
maldesarrollo
Desarrollo Progreso
CrecimientoMaldesarrollo humano económico
Subdesarrollo El fin de la expansión
económicaque había acompañado –y fundamentado- los procesos de desarrollo
–o maldesarrollohabidosen unas y otras partes del mundo entre1945 y 1970, vino a modificar algunos delos
supuestos básicos sobre los que habíadescansado el debate y la
elaboración de estrategias. Y en ese
contexto, laenérgica reafirmación de los postulados más ortodoxos -de la
mano de la ofensiva conservadora iniciada aprincipios de los años ochenta-, setraduciría en una encarnizada
defensadel mercado y en una contundente críticade la intervención
pública en la promocióndel desarrollo, que según esa perspectiva sería la culpable de buena parte de los fracasos cosechados, hasta elpunto de que la propia economía del desarrollo
llegaría a ser blanco de fuertes ataques
(veáse entre otros Lal,1985). La adhesión, con más o menosmatices, a estos postulados por parte de la mayor parte de
losgobiernos del mundo[13] favoreció unnuevo escenario caracterizado en generalpor un crecimiento débil (si exceptuamoscasos aislados como el chino, por
otraparte con una economía fuertemente dirigida),pero además
incierto, con numerosos episodios de
inestabilidad (en estacuestión es ilustrativa la perspectiva ofrecidaen
United Nations, 2006). Mientrastanto, se iban agravando algunos de losproblemas planteados en el apartadoanterior
como síntomas del maldesarrollo (incremento de las desigualdades, agravamiento de las crisis medioam- bientales, o
merma efectiva de los derechos humanos).
Ello
no obstante, la defensa sinapenas matices del mercado, y el énfasis en
el equilibrio macroeconómico como factor determinante del desarrollo, continuaría inspirando la
evaluación de los logros y fracasos cosechados por unos uotros países
por parte de algunosorganismos como el FMI,
evaluacionesque, a su vez, condicionarían el apoyofinanciero externo
otorgado a los procesosde desarrollo. Sin
embargo, las claraslimitaciones de la nueva ortodoxia,puestas de manifiesto ya a finales delos ochenta por UNICEF
(Ajuste conrostro humano) ó la CEPAL (Transformaciónproductiva
con equidad), vinieron aplantear la necesidad de un enfoque más amplio, capaz de tener en cuenta
lamultidimensionalidad de los problemas asociadosal desarrollo y el bienestar humano. Desdeentonces, la evolución del pensamientooficial sobre el desarrollo, y
másconcretamente el representado por las propuestasemanadas del Banco
Mundial, ha estadocondicionada por una doble tensión: porun lado, la generada por la necesidad
deincorporar al análisis muchos de losproblemas que iban
surgiendo y que no encontraban respuesta en
los planteamientos másortodoxos. Y, por otro, la derivada delas
exigencias de cimentar cualquierestrategia de desarrollo sobre el
control de determinadas variables macroeconómicas. Como consecuencia de ello seproduciría un paulatino regreso a laagenda del desarrollo de
algunos temasexcluidos de la misma durante la décadade 1980, caso de la
preocupación por lapobreza y la desigualdad
o del papel delas instituciones en el desarrollo.
En este nuevo contexto, tanto en el Banco Mundial como en otras instituciones
comenzó a plantearse la necesidad de
considerar otrosrequisitos del desarrollo tales como laconservación
de los recursos naturales, lacalidad de las instituciones, la
equidad de género, la importancia del conocimiento,o la participación de la población.
Ellofacilitó el reconocimiento de otros determinantesdel
crecimiento y el desarrollo más alláde la inversión en capital
físico, retomándoseel debate sobre el capital humano, yampliándose el mismo a la consideración del capital social e institucional, elcapital natural, etc., lo que se
expresaría entre otros, en el Marco Integraldel Desarrollo, propuesto por el Banco Mundial en 1998, o en la idea de una Gestión más general de
Activos planteada por esta mismainstitución en 2003. Pero, por otra parte, la inclusión de estos temas
en el debate seproduciría sin cuestionar algunos de losprincipales fundamentos teóricos ymetodológicos de la
ortodoxia: laidentificación del bienestar humano con el crecimiento económico, la evaluación deéste en términos agregados, la solaconsideración las actividadesmonetizables,
o la prioridad casi absoluta del ajuste macroeconómico sobre otras consideraciones. De esta manera, la evaluación de
otros aspectos determinantes deldesarrollo (la sostenibilidad
delproceso, la participación y la calidadde las instituciones, la equidad de género, etcétera) quedaba relegada
a unsegundo plano, bien por la dificultad deser medida en términos monetarios, bienpor la presión ejercida desde
loscírculos más ortodoxos y/o desde algunasinstituciones
financieras internacionales en favor de considerar otras
prioridades. La resultantede todo ello ha
sido una fluctuante y conflictiva evolución del pensamiento oficial del
desarrollo[14] , atrapado entre la reconocidanecesidad de abrir las puertas a otrasperspectivas, y la dificultad
desacudirse el dominio de una ortodoxia incompatiblecon una ampliación
del debate planteadacon un mínimo de rigor. En el
fondo, lahistoria de los últimos años ha venido a poner de manifiesto las limitaciones deintentar enfrentar los retos del
desarrollo planteados en el siglo XXI conlas
mismas herramientas metodológicas con las que se contaba en el siglo XIX.
La perspectiva convencional –lo que algunos han venido a llamar el paradigma dominantepretende
lograr la cuadratura del círculo, al subordinar las necesidades
teóricas y metodológicas derivadas de los
retos del presente a los procedimientosy recursos de una disciplina
–laeconomía-, sometida, a su vez, a unfuerte proceso reduccionista por partede los sectores más influyentes.
Sinembargo, parece difícil que la incorporación de nuevas
perspectivas al diagnóstico y al análisis de
los problemasasociados al desarrollo pueda llevarse a cabo con éxito
desde dicha subordinación, sin abrir las puertas a unprovechoso dialogo
interdisciplinar.
Buscando un culpable:
crítica de la modernidad y reivindicación del postdesarrollo
Más allá de los vaivenes operados en el llamado
pensamiento oficial, lapercepción de los fracasos cosechadospor el tipo
de desarrollo que habíavenido impulsándose
-así como laconstatación de la existencia de numerosas “victimas” del mismo-, vino aplantear un nuevo debate que ya no
afectaba sólo a la vía más apropiada
paraalcanzar el desarrollo, o a los instrumentos más adecuados para promoverlo encada lugar, sino que entraba de lleno en el cuestionamiento del propio concepto. En este punto, cabría
distinguir dos grandestipos de aproximaciones al asunto. Poruna
parte, estarían aquellas dirigidas areorientar
el análisis, a replantear lanoción de desarrollo, invirtiendo
la tradicional relación entre fines y mediosque había condicionado el debate a lolargo de décadas. Desde
estaperspectiva, el error estribaría principalmente en haber asumido una
relación automáticaentre crecimiento y bienestar,
hasta elpunto de hacer del primero la referenciacentral de la
estrategia, dejando en unsegundo plano las necesidades e intereses vitales de la gente, así como las exigencias
derivadas de la base de recursos existente.
Estos enfoquesserán comentados en el siguiente apartado. Pero, por otro lado, se han ido haciendo cada vez
más presentes las ideas que consideran dicha relación entre fines y
medios como algo consustancial a la propia
noción deldesarrollo, la cual derivaría de una manerade analizar la
realidad en la que el paradigmatécnico-científico ha desplazado cualquieraotra forma de conocimiento,
impidiéndoseasí una comprensión más ajustada de losdeseos y aspiraciones
de las personas.Así las cosas, no habría espacio
pararedefinir y/o reconducir el desarrollo, yaque éste representaría, intrínsecamente,una forma de entender la existencia humanabasada en el productivismo, el dominiosobre
la naturaleza, y la defensa de lamodernización occidental, con su irremediablesecuela de víctimas y de fracasos.
Enesta línea se sitúan autores diversos (W. Sachs, A. Escobar, G. Rist, S.Latouche) que, aunque con matices distintos, comparten
el rechazo de la modernidad y la existencia
de valoresuniversales, a la vez que defienden lanecesidad de un análisispostdesarrollista. En realidad, el rechazo del concepto de desarrollo se ha formulado desde posiciones no
siempre coincidentes, nien los fundamentos, ni en la expresióndel planteamiento.
Ello ha dado lugar ala utilización
de formulaciones ytérminos distintos como postdesarrollo,o más
allá del desarrollo, llegándose tambiéna utilizar en ocasiones el
término antidesarrollo,como expresión de una
negación radicalde la noción de desarrollo. Sin embargo, poco a poco se ha ido extendiendo lanoción de postdesarrollo como términomás utilizado, asociándolo al rechazo
dela modernidad como referencia. Los defensoresdel postdesarrollo parten de constatarno sólo los fracasos cosechados
a lahora de promover el bienestar a escala universal, sino también la manera en que laidea del desarrollo se ha ido
extendiendo como promesa de emancipación a
lolargo y ancho del mundo, hasta el punto deconvertirse en algo obligatorio eindiscutible. De esta manera el desarrollo sería a la vez un producto de la historia, como
conjunción en occidente de las ideas dela modernidad y las fuerzas de
laindustrialización, y también una ideacapaz de producir historia,condicionando decisivamente la
evoluciónde las sociedades en unas y otras partesdel mundo (Rist,
2002). Uno de los temasrecurrentes en la literatura postdesarrollistaes el de la destrucción
y la marginacióngeneradas por los países occidentales en nombre del desarrollo, insistiéndoseprincipalmente en los
aspectos culturalesy en los valores de las
sociedades sometidasa la expansión forzosa de lamodernización. En realidad, algunas deestas cuestiones ya habían sido repetidamente señaladas y denunciadas con anterioridad,como
propias de sociedades sometidas alos intereses de potencias
exteriores odel capital transnacional. Por
ejemplo, muchosautores estructuralistas y dependentistas habían apuntado dichos problemas comocaracterísticos del subdesarrollo, asociándolosa un modelo centro-periferia
excluyentey generador de desigualdades.
Pero,desde dichos puntos de
vista, el empobrecimiento o la marginación
no eran elresultado del desarrollo como tal, sinomás bien de su negación en el seno de unsistema mundial regido por relaciones deexplotación y /o dependencia. Sinembargo, los
defensores del postdesarrollo se apartan de esta visión de las cosaspara denunciar que tanto el desarrollo comoel
subdesarrollo son nociones que tienensu origen en un mismo tipo de aproximacióna la realidad, condicionada por unamirada occidental -y occidentalizadora-,incapaz de comprender los valores
de lasdistintas culturas y civilizaciones, y su aportación al bienestar de los seres humanos.Desde esta perspectiva,
la destruccióncausada por la expansión del
capitalismoformaría parte intrínseca de la propianoción de desarrollo, y
no sólo de laforma que éste pudiera haber adoptado
entérminos de explotación o dependencia. De hecho, autores postdesarrollistas, comoLatouche (2007), se refieren a
este asuntode modo contundente: “El
desarrollo esun concepto perverso”, o “Lo queramos ono, no podemos hacer
que el desarrollo seadiferente de lo que ha sido”. En consecuencia,no tendría sentido hablar de
subdesarrollo,pues la aceptación de este términoimplicaría
necesariamente la de su contrario– desarrollo–. El subdesarrollo es
considerado así como un concepto inventado por los defensores del desarrollo, para definir –en una claveabusivamente generalizadora- lascaracterísticas propias y diferentes deun
amplio abanico de sociedades. De esamanera, países y regiones del mundo que habían sido anteriormente examinados
ydescritos desde distintas perspectivas y preocupaciones, pasaron de pronto a serconceptualizados como
subdesarrollados[15].
Las corrientes
teóricaspostmodernas consideran que lo que se conoce como eco- nomía del
desarrollo no es otra cosa que una construcciónintelectual destinada a
justificar ypromover la expansión de un
modelo yunos valores –los occidentales- como necesario revulsivo para
superar elsupuesto atraso de sociedades caracterizadas por otras referencias culturales y otras formas de
organizaciónsocial y de relación con la naturaleza. Pero la
reivindicación del postdesarrollo va más
allá de la simple crítica de la economíadel desarrollo como expresión de
unapropuesta teórica basada en la defensade la modernización y en
la expansión dela misma al conjunto del mundo, puesniega también la propia posibilidad
deuna teoría capaz de explicar los diferentes aspectos que
caracterizan el devenir de las sociedades humanas. Frente a ello, surge el rechazo de cualquier idea de progreso
que indique unadirección común (W. Sachs, 1992), y ladefensa de diferentes discursos yrepresentaciones que no estén
mediatizadospor la construcción del desarrollo
(Escobar,2005).
La vuelta a los orígenes: críticadel maldesarrollo replanteando la noción de
progreso
Sin embargo, como se he planteado más
arriba, la crítica de la modernidad y la negación del desarrollo
no han sido laúnica respuesta a la crisis planteadadesde los años setenta. Por el contrario, dicho enfoque
haconvivido, a lo largo de los últimos años,con un renacer del debate sobre el propiosignificado del concepto, y sobre la posibilidadde elaborar una propuesta só- lida,
nosólo en el plano teórico, sino también desdeuna perspectiva práctica.
En la búsquedade nuevas orientaciones más fértiles
quelas anteriores para la elaboración de estrategias de desarrollo han tenido una especialincidencia la nueva
consideración delbienestar humano basada en
el enfoque delas capacidades, así como las exigencias derivadas de la
base de recursosy el bienestar de las futuras generaciones. En las últimas décadas, la controversia en torno a las necesidadeshumanas y su contradictoria relación con el
crecimiento económico y con los procesos de
desarrollo convencionales,venía estando en la base de una amplia
y variada literatura sobre dichos temas.Algunas aportaciones se
centraron en elcuestionamiento de la prioridad otorgadaal crecimiento sobre la satisfacción
delas necesidades básicas (Streeten, 1981);otras criticaron la
imposición de una pautade “necesidades” basada en la supremacía de la producción más que enobjetivo del bienestar
(Scitovsky, 1976); otras, en fin, se concentraron en la definición de un marco conceptual parala identificación de las necesidadeshumanas y la satisfacción de las
mismas( Doyal y Gough, 1991; Max- Neef, 1993).
Pero sin duda fue la crítica de Amartya Sen al utilitarismo
convencional laque abrió la puerta para unareformulación conceptual de la noción debienestar que permitiría
–y requeriría–otra caracterización del progresohumano[16].
Así,
el descontento con losresultados del desarrollo y la reivindicación de un replanteamiento teórico quepermitiera
relacionar mejor los fines y los medios[17] , acercando lasestrategias al objetivo del logro del bienestar humano, encontrarían en los postulados defendidos por Sen el cauce y
la metodologíaadecuados para dicho propósito.
Las consecuencias de esta evolución de la noción de bienestarhan
repercutido en la propiacaracterización del progreso humano, conimplicaciones fundamentales
para laeconomía del desarrollo. La primera deellas es la
necesidad de revisar los fines y los medios del desarrollo, cuestión que afecta directamente altratamiento de uno de
los pilares de la estrategia seguida - la cuestión del crecimiento-, poniendo de manifiesto laconveniencia de juzgar el mismo enfunción de su contribución al
bienestar,entendido como incremento de capacidades. La segunda
repercusión es laconstatación de que el bienestar humano no puede considerarse como mero corolario de un desarrollo“nacional” estimado en términos agregados. La tercera
consecuencia es la inadaptación de los
indicadores utilizados convencionalmentepara evaluar el bienestar, a la
hora deplantear estrategias o de analizaravances y retrocesos.
En cuarto lugar,destaca la escasa utili- dad de establecer categorías como desarrollo osubdesarrollo en base al análisis del ingreso,dado que éste es únicamente un componente–aunque importante sin duda– deldesarrollo[18] , y que desde el enfoquede las capacidades el desarrollo se convierte en una asignatura pendiente tanto para países ricos como para países pobres. Por último, en quinto término, la relectura de la nociónde bienestar propuesta por Sen, y la consideración del concepto de agencia, otorga un lugar central al proceso mismo, invalidando laidea del desarrollo como mero resultado.
La propuesta de considerar el
desarrollocomo incremento de las oportunidades delas personas para vivir la vida quedeseen, adoptada por el
PNUD, trata,precisamente, de reflejar esa concepción. Sin embargo, la no correspondencia entre el
desarrollo realmente habido y el incremento de opciones vitales para la
gente –expresado en capacidades y libertades–,
no ha sidola única observada y analizada durante los últimos
años. En efecto, además de esta perspectiva,
las necesidades teóricasderivadas del análisis de la relaciónentre el
bienestar presente y el de lasfuturas generaciones han planteado otrocampo de debate y reflexión sobre el
conceptode desarrollo. Si hasta hace relativamente poco tiempo, la
consecución del bienestar humano había sido
concebido partiendo deunos recursos supuestamente ilimitados,la restricción impuesta por la finitudde los mismos y la necesidad de preservarel equilibrio ecológico han venido
aplantear una nueva dimensión en eldebate: la que se deriva de estudiar
y definirel desarrollo también en términos
diacrónicos,de manera que el incremento de las oportunidades en el presente no puedafundamentarse en una merma de las mismasen el futuro.
Estas preocupaciones
hantratado de encontrar acomodo en lanoción de desarrollo sostenible, ampliamente utilizada durante los
últimosaños. Pero dicho concepto es, hoy porhoy, objeto de fuertes controversias. Laversión más difundida del
mismo, lacontenida en el Informe Brundtland (ComisiónMundial del Medio
Ambiente y elDesarrollo, 1987) presenta algunas
ambigüedades, principalmente en el tratamientootorgado al tema del
crecimiento, lo queha facilitado su uso generalizado –casisiempre vaciándolo de contenido–
portodo tipo de instituciones. Otro tema objeto de debate es el relativo al alcance delconcepto. En este sentido,
algunos autoreshan señalado que la idea de
desarrollosostenible remite, en sentido estricto,al “mantenimiento de la
base de losrecursos naturales” (Gudynas, 2002),
mientrasla noción expuesta en el Informe Brundtlanddefiende la
conservación como unimperativo no absoluto, de carácter
biocéntrico, sino referido a las necesidades de
la especie humana, es decir, de carácter antropocéntrico. Sea
como fuere, en la actualidad existe un amplioacuerdo sobre la escasa operatividad delconcepto –incluso en
los términospropuestos por el Informe Brundtland–mientras no se
definan con mayor precisión criterios e
indicadores quepermitan interpretar estrictamente lasostenibilidad de los procesos económicosy sociales (una interesante reflexión sobreel término desarrollo sostenible puede
verseen Naredo, 1997).
En todo caso, y másallá de las controversias existentes, una y otra perspectiva – la del
desarrollohumano y la de la sostenibilidad- planteanuna importante ruptura conceptual con lamanera convencional de entender eldesarrollo, reivindicando la
necesidadde un nuevo examen de medios y fines, lainvalidez de los
indicadores utilizados,el análisis en términos de procesos y nosólo de resultados, y la consideración
de diferentes ámbitos espaciales a la hora deestudiar los diversos
aspectos que inciden en el bienestar humano.
Todo locual exige un replanteamiento de la idea del desarrollo como meta
a la quealgunos ya habrían llegado, en tanto a otros les quedaría aún mucho camino por recorrer.
¿Tiene sentido
insistir en la idea del desarrollo?
De
acuerdo con lo apuntado en los apartados anteriores, los estudios sobre
desarrollo se debaten actualmente entre tres opciones principales: a) los esfuerzos orientados a
ampliar elconcepto pero sin alterar el marcometodológico; b) la negación del desarrollocomo noción universal y, en consecuencia, la conveniencia de abandonar la empresa;y, c) los
intentos encaminados a una reorientaciónprofunda del concepto y de las estrategias de desarrollo (ver Fig. 2).
Figura2: Ampliación, negación, y redefinición del concepto de desarrollo.
Laprimera opción –la defensa de una ideade desarrollo basada principalmente enel acceso a un número creciente de bienes y servicios y, por tanto, centradaen el
crecimiento económico como proveedor de los mismos y como generador de
ingresos–, es la que ha ocupado el centro del
debate durante casi dos siglos y la que ha servido de fundamento a las distintas estrategias desplegadas.Los intentos
recientes por incorporarotras dimensiones al
debate –más alládel mero crecimiento económico– chocan,como ya se ha
dicho con las limitacionespropias de la metodología
empleada.
Ellohace que, por el momento, el balance no sea muy halagüeño, ya que losavances registrados en términos de
crecimiento no pueden ocultar la
persistenciade la pobreza y la desigualdad, el deterioro del medio
ambiente y de la basede recursos naturales, el claro sesgo
masculino del proceso, y la restricción de libertades,derechos, y opciones vitales de la gente, todo ello en un contexto de creciente violencia e
inseguridad humana en el mundo. La segunda
opción, queconsiste en la negación de un
concepto universal de desarrollo, descansasobre la necesidad de
profundizar en lasdistintas visiones locales, afirmando
ladiferencia entre ellas y los valoresque, en cada lugar, pueden
servir defundamento para el logro de un mayor
bienestarhumano. Esta segunda perspectiva, nosólo rechaza la idea del desarrollo –ala que culpa de todas las calamidades sufridaspor la humanidad en los últimas
décadas-sino también la existencia del subdesarrollo, al que considera
como una categoríainventada para justificar la expansión deun modelo que responde a los intereses,
los valores y las percepciones de la realidad propias de lacivilización occidental, y para negar la diversidad social y
cultural de las sociedades así
caracterizadas.
Desde esta visión delasunto, el problema no reside en
lasestrategias seguidas, sino en la propiaraíz –la defensa de la
modernidad- de unconcepto cuya aplicación no
podía tener otro resultado. De hecho, laintransigencia frente a
cualquier intento de redefinir la noción de
desarrollolleva a algunos autores postdesarrollistas, como Latouche, a
arremeter duramente contra el propio término de
maldesarrollo:“Incluso se creó para la ocasión unmonstruo antagonista: el mal-desarrollo.Ese monstruo no es
más que una quimeraaberrante. El mal no puede alcanzar al desarrollo por la simple razónde que el desarrollo
imaginario o mitológicoes por definición la
encarnación mismadel bien” (Latouche, 2007). Finalmente,en tercer lugar,
estarían los intentospor revisar el concepto de desarrollo, partiendo,al menos, de tres referencias
principales:la necesidad de superar el utilitarismo convencionalen la
definición del bienestar; losimperativos que se derivan de una basede recursos limitada y finita; y la
inexcusable toma en consideración de los fracasoscosechados y de las
innumerables víctimas producidas en nombre
del desarrollo. Desdela perspectiva de los dos primeros asuntos mencionados, el nuevo enfoque no puededescansar en la aceptación de ladicotomía desarrollo/subdesarrollo como
expresiónde dos realidades, una de las cuales sirvede modelo para la otra -que a su vezrepresenta, casi en exclusiva, los problemas y los obstáculos existentes parael logro del
bienestar humano-. Por el contrario, la revisión de la noción de
desarrollo exige reconocerla existencia de
problemas globales e interdependientes que limitan o impiden el bienestar humano, pese a que su expresión eintensidad pueda ser muy distinta enunos y otros lugares.
Sin embargo,
estereconocimiento no debería ocultar lagran asimetría existente en la distribución de las oportunidades en unas
yotras partes del mundo, la cual abarcapor otra parte a un conjunto de aspectosque desbordan lo que hasta hace
pocohabía sido definido como desarrollo desigualen la literatura
dependentista. Dicho deotro modo, existe el riesgo de que la adopción de un enfoque más integral sobre
eldesarrollo, capaz de dar cuenta de losproblemas globales y de los existentes endistintos tipos de sociedades, pudiera llegara ocultar en parte las grandeslimitaciones
que se derivan de la mencionada asimetría. En este sentido, la
reivindicación de un nuevo concepto de desarrollo, aplicable a unas y otras sociedades, debería acompañarse
de cambios profundos en la distribuciónmundial del poder y de los recursos. Y,al mismo tiempo, la consideración
deldesarrollo como proceso de ampliación delas opciones vitales de
la gente debería contemplar, necesariamente
también, laexistencia de prioridades diversas, en consonancia con el hecho de que millones depersonas no tienen más opción que lalucha diaria por la subsistencia.
Estoúltimo supone reconocer que, pese alnecesario abandono del crecimiento económicocomo referencia fundamental y
casi únicadel desarrollo, no puede olvidarse que,en determinados
contextos el incrementode las oportunidades de la
gente pasa por la ampliación de las capacidades productivasy la
dotación de medios de vida para las personas.
Lo cual, por otra parte,enlaza con preocupaciones ya planteadasen
décadas anteriores por al gunoseconomistas del desarrollo que, comoPerroux (1984), se preguntaban: “El
crecimiento,¿con qué finalidad, con que miras? ¿enqué condiciones
el crecimiento es provechoso? Crecimiento
¿para quién? ¿paraalgunos miembros de la comunidad internacionalo para todos?”
Ahora bien, la apuestapor revisar en
profundidad el conceptode desarrollo, de manera que el mismopueda
representar una referencia sólidapara el diseño de estrategias – perspectivaen la que se sitúa quien esto suscribe– no puede ser el
resultado de un proyecto meramente
voluntarista, planteando, por elcontrario, algunas exigencias que
nopueden soslayarse. La primera es la quese deriva de un elemental principio derealidad, que obliga a considerar
laslimitaciones existentes de partida, propiasde un contexto marcado por
el declive de los estudios sobre desarrollo
y por lasdeficiencias teóricas y metodológicas deuna subdisciplina que han dado lugar alo que Berzosa (2006) ha denominado elsubdesarrollo de la economía. Y lasegunda, la
que tiene que ver con la necesidad de vincular el análisis propuesto al
estudio de las características propias delsistema económico en el que nosencontramos, como aspecto esencial
deltema que se desea enfrentar ya que, comorecuerda Martínez
Peinado “los nuevos paradigmas de desarrollo
no se escapandel conflicto entre teoría y resultado,entre concepto y medida, porque, enrealidad, dicho conflicto es la
imposibilidad de una teoría del desarrollo,
ode un concepto de desarrollo, sin apellidos, sin calificación del modo
de producción, distribución, y consumo al que encarna”(Martinez Peinado, 2001).
Las dificultades de toda índole
que plantea una empresa de estascaracterísticas facilitan que, desdeposiciones postdesarrollistas,
seinsista una y otra vez en que el intentocarece de sentido y que lo más
fructíferoes abandonarlo cuanto antes, tras décadas de reorientaciones y fracasos consecutivos. Así,
mientras para W. Sachs (1992) “la idea del desarrollo permanece
todavía en pie, como una especie de ruina,
en el paisaje intelectual...(y) … es hora de desmantelar suestructura
mental”, G. Rist (2002)sugiere que “las luces que hacían resplandecerla esperanza se han apagado. La gran
empresa que, tanto en el Norte como en el Sur,había comenzado tras
la Segunda GuerraMundial a fin de acelerar
la consecucióndel desarrollo, está actual y definitivamenteacabada”.
En
general, los argumentosesgrimidos desde esta perspectiva apuntana dos asuntos principales: por un lado, al hecho de que gran parte de las nuevasformulaciones sean
incorporadas, singrandes problemas, al
discurso oficial, loque demostraría la ambigüedad de unas ideasque
permiten jugar “en distintostableros” (Rist, 2002); y, por otra parte, a
la constatación de que el refinamiento de la
teoría ha acabado por convertirse en unejercicio meramente abstracto
sinrepercusiones prácticas.
Algunos (de los
muchos) problemas pendientes
Así las cosas,
el esfuerzo por redefinir el desarrollo se vuelve una tarea
compleja que no puede pasar por alto, ni dar laespalda, a algunas cuestiones fundamentales. Dada
lamagnitud de la tarea, que supera ampliamentelas posibilidades de este ensayo, melimitaré a destacar tres de entre ellasque, en mi opinión, resultan másrelevantes,
a la vez que sirven para resumir otras muchas: ¿Qué referencias teóricas? ¿Qué ámbito de análisis? ¿Qué perspectiva metodológica? Lógicamente, tampoco pretendo dar
aquí una respuesta acabada a estas interrogantes, sino plantear
algunos elementos que contribuyan a arrojar
algo de luz sobrelas mismas, apuntando para ello caminosde reflexión
o de debate. En primerlugar, a la hora de plantear
algunasreferencias básicas que puedan aportarluz a un nuevo
impulso de la idea dedesarrollo, conviene tener en cuenta la necesidadde diferenciar entre el pensamiento
ilustradopor un lado, y la modernización occidentalcomo proceso histórico global por otro.De acuerdo con esa perspectiva, lasideas ilustradas sobre el progreso, surgidasen
el siglo XVIII, habrían sido incorporadasal proceso modernizador y, al mismo tiempo, marginadas del mismo,
especialmenteen lo referente al abandono de las pretensiones reguladoras de la razón, de lateleología histórica, o de la
filosofía delprogreso (Del Río, 1997).
La
manera en que,con el tiempo, ha ido conformándose lavida económica,
política, social ocultural no representa, necesariamente, la única plasmación posible de aquellas. De ahí que pueda
ser conveniente volver la vistahacia atrás, y rescatar algunos
aspectosdel humanismo ilustrado, que fundamentenuna
nueva percepción del desarrollo, ysirvan a la vez de referencia,
tanto frente a quienes pretenden profundizaren el actual modelo, como frente a losque, rechazándolo, niegan
cualquier tipode universalidad. Partiendo de estaspreocupaciones,
la idea kantiana sobre el ser humano como
fin en símismo –frente a su consideración comomedio para el logro de otros fines más omenos precisos o abstractos– representa unsólido anclaje para una noción dedesarrollo
centrada en la capacidad real de optar de las personas y de hacerlo sin
perjudicar las opciones de otras. En losúltimos
tiempos, la preocupación por lainversión producida en el
tratamiento demedios y fines, y por las consecuenciasde la misma, ha consituido una preocupación central en lo
quese ha venido a llamar ética del desarrollo (ver Goulet, 1999). En esadirección, la perspectiva del incremento de
capacidades y la de la sostenibilidad
constituyen un importante puntode partida, por más que su concreción
en conceptos como desarrollo humano ydesarrollo sostenible plantee más
de uninterrogante, dado el uso y abuso que
seha hecho de los mismos.
Ambas aproximaciones expresan un rechazo hacia la orientación seguida por la mayorparte de
los enfoques convencionales –marcadapor una visión reduccionista delbienestar, por un manifiesto productivismo, y por desconsideración de la naturalezay de la
base física de recursos–, pero ellono significa que puedan fusionarse
de maneraautomática para dar lugar a un
nuevoparadigma. Como ha señalado Sutcliffe (1995),la conveniencia de combinar estos dosconceptos críticos del desarrollo, deestudiar sus relaciones, y de promover
estrategiasque tengan en cuenta los requerimientos deambos, no puede
ocultar que, a menudo,los intentos por presentarlos de formaconjunta reflejan más las buenas intencionesque la coherencia analítica. En
estecontexto, el análisis de los requerimientos que plantea el avance hacia unanueva noción de desarrollo constituye una
opción prometedora, en la que pueden
converger tanto la perspectiva deldesarrollo humano como la de
lasostenibilidad.
A este respecto, resultade gran interés el
planteamiento Ul Haq(1999) sugiriendo cuatro requisitos principalespara una nueva noción de desarrollo:
generaciónde medios de vida, equidad, sostenibilidad, y empoderamiento, que bienpodrían interpretarse como sus dimensiones económica, social, ecológica,
ypolítica. El ámbito de análisis deldesarrollo
constituye otro de los grandes temas que es preciso dilucidar
parapoder dar nuevos pasos hacia adelante.Si históricamente el desarrollo fueestudiado y evaluado sobre todo en elmarco de los Estados- nación como principal y casi único espacio
emancipatorio, hoy en día su examen requiere
contemplar procesos que operan e interactúan en diferentes
ámbitos y escalas, dando lugar a dinámicas
cuyo análisis se hace más y máscomplejo. Desde esta perspectiva,
espreciso considerar, en primer término, losprocesos globales,
como reflejo de laincontestable universalidad deldesarrollo en la actualidad.
Es cierto que no existe una cultura universal, ni la misma percepción de
algunos fenómenos en unosy otros lugares. Cierto también que losanhelos
de la gente se encuentrantamizados por distintas
referenciaslocales. Pero, más allá de estas consideraciones, la vida de todas las personasse ve afectada por la
globalización, poruna universalidad fáctica
(Corominas, 2007)que condiciona la existencia de los sereshumanos a
través de una compleja y tupidared de relaciones de
interdependencia. Enese contexto, la apelación alrelativismo cultural y la negación de valores universales pueden acabar constituyendo instrumentos para
enmascarar losvínculos reales de explotación ymarginación existentes en el mundo, yque son el origen del
sufrimiento demillones de seres humanos y de la ausencia de oportunidades para los mismos.Además, la reivindicación de
referencias básicas que permitan disponer de
códigoscompartidos, capaces de asegurar laampliación de capacidades
desde lalibertad y la igualdad de derechos, no implica en modo alguno negar la diversidad cultural, ni la
potencialidad –para eldesarrollo humano y la sostenibilidad–de
formas locales de organización social
compatibles conaquellos[19] . De ahí la importancia de vincularla reinterpretación del concepto de desarrolloal análisis de los mecanismos
de regulaciónglobales que permitan el
impulso deldesarrollo humano y la sostenibilidad enunos y otros lugares;
que posibiliten, ensuma, que el desarrollo de la globalización no obstaculice la globalización del desarrollo,
entendida ésta como la universalización del bienestar humano .
Sin embargo, la consideración de unas referencias
y un marcoglobales no puede plantearse enoposición a la diversa realidad de losprocesos de desarrollo en unos
y otroslugares. A este respecto, son muchas lasaproximaciones
llevadas a cabo en losúltimos tiempos a la nueva realidad del territoriono ya como ámbito, sino también
comosujeto mismo de los procesos de desarrollo.
La revalorización de los espacioslocales y el aprovechamiento de las
potencialidades propias de los diferentes
ámbitos territoriales constituyen,desde esta perspectiva, pilares de
unaestrategia capaz de operar en diferentesescalas, frente a planteamientosmeramente defensivos o
particularistasante el fenómeno de la globalización. Porlo que
respecta al ámbito de los Estados nación, no
puede obviarse que los mismossiguen constituyendo una realidad capazde
condicionar aspectos relevantes delos procesos de desarrollo, por más quehayan perdido buena parte de su
capacidadde gestión sobre los mismos.
Finalmente, es preciso considerar
asimismo la articulación entre unos y otros
ámbitos,entre unos y otros procesos, lo que tiene que ver con el margen de maniobraexistente en los distintos espacios económicos y
sociales (Martínez González-Tablas, 2002), y
también con eldiferente rol que las instituciones puedendesempeñar en unos y otros[20] . Por último, y refiriéndonos
a perspectiva metodológica, es preciso subrayar que el empeño de redefinir el desarrollo desde una
nueva visión acorde con los problemas y retosdel momento presente, requiere la adopción de un enfoque
pluridisciplinar. Frente al sesgo economicista dominante en los estudios sobredesarrollo a lo largo de varias décadas,los defensores del
postdesarrollismo ponenel énfasis en la adopción de un
enfoqueprincipalmente antropológico. Sinembargo, tanto la
multidimensionalidad dela idea de desarrollo, como la interaccióny articulación entre los ámbitos
delmismo, requieren del concurso de distintas aproximaciones que
van, desde las ya tradicionales –económica, sociológica, política, antropológica- hasta otras hoy
imprescindiblescomo son la ecológica o la relacionadacon la información y la comunicación. Además,los debates teóricos sobre el desarrolloson inseparables de las propuestas
concretasque puedan derivarse de los mismos, loque dificulta la
aceptación de cualquierparadigma cuya traducción práctica seadifícil de plasmar. Ello obliga a un
especial esfuerzo en el terreno de la evaluación,propiciando la
búsqueda de referencias precisasque permitan
valorar avances oretrocesos en términos de desarrollo, loremite al
complejo asunto de losindicadores.
A este respecto, es preciso considerar no sólo la diversidad de los mismos – simples y compuestos, cuantitativos ycualitativos–, sino también sus propiaslimitaciones como herramientas de apoyo para el análisis de unosprocesos en los que siempre existirá unmargen para la interpretación y que,como expresión de una realidad socialviva, nunca podrán ser reducidos a unnúmero. Los intentos por cuantificaraspectos concretos de los procesos de desarrollo requerirán la utilización demagnitudes que normalmente sonutilizadas en disciplinas científicasdiversas. En ese sentido, la tradicional expresión monetaria de los avances y retrocesos en términos dedesarrollo, asociándolos únicamente con variables como el PIB, el consumo, el ahorro, o la inversión, resulta completamenteinsatisfactoria cuando se pretendeadoptar un enfoque multidimensional.
Además, es preciso señalar que laexpresión monetaria de
algunos fenómenos–y la asignación de pre-
cioscorrespondiente– no es en modo alguno unproceso inocente. Como señala Gudynas (2002),refiriéndose a la valoración económicadel medio natural, dicha asignación
reflejaun tipo de racionalidad muy concreta,basada en aspectos como la
maximización debeneficios o el uso utilitarista
de losrecursos naturales. Ello obliga a contemplar nuevas
metodologías de medición yevaluación capaces de abarcar un mayor númerode indicadores y de variables expresadasen
distintas magnitudes (unidades deenergía, años de esperanza de vida, huellaecológica, etc.), así como también otrosaspectos cualitativos difíciles de cuantificar,todo lo cual refuerza la necesidad de
lareclamada aproximación multidisciplinar.
Para terminar, quisiera subrayarque los esfuerzos encaminados a la revisión
del concepto de desarrollo no puedenobviar la
trayectoria seguida durante largas décadas por la economía del desarrollo y, más en general, por los estudiossobre desarrollo. No se parte de cero,sino de la consideración y el
estudio deuna trayectoria anterior –con errorespero también con
importantes aportaciones-,de la que se desprenden
algunasenseñanzas fundamentales. Por una parte,la constatación del fracaso asociado auna noción productivista, depredadora derecursos, y muchas veces contraria a losanhelos
y aspiraciones de las personas,una forma de entender el desarrollo que,como hemos señalado, ha derivado
enmaldesarrollo. Pero, por otra parte, espreciso reconocer que dicho fracaso, pesea su alcance mundial y su afectación intergeneracional,ha tenido una diferente
plasmaciónhistórica sobre unos y otros lugares, yunas consecuencias bien
distintas sobreunas y otras sociedades.
Ni el maldesarrollo ha tenido las mismas repercusiones para unos que
para otros, ni la mayoría de las víctimas han estado –ni están-
concentradas en las mismas regiones del
mundo. Por ello, la yamanifestada necesidad de superar ladicotomía conceptual desarrollo/ subdesarrollo,por no responder adecuadamente a lasexigencias de un marco teórico como elque
hoy se requiere, no puede suponer elabandono de la equidad como referencia esencial a la hora de analizar
losprocesos[21] . Porque el rechazo a utilizar categorías como paísesdesarrollados y países subdesarrollados en los términos en que dichos conceptos han sido planteados hasta hoy,
no significa obviaruna realidad caracterizada por la enorme desigualdad de oportunidades que tienenlos seres humanos
en unas y otras zonasdel planeta y también, de maneracreciente,
dentro de cada país.
El conjunto de
reflexiones planteadas no pretenden reducir el debate a una
cuestión meramente conceptual, como si el logro de
una mayorprecisión teórica sobre el concepto de desarrollo dotase
automáticamente a éste de alcance práctico,
al margen de los interesesen presencia, de la relación de
fuerzassociales, en definitiva, al margen de lapolítica. Pero no
es menos cierto que la teoría ha sido muchas veces utilizadacomo coartada para tomar decisiones políticas, por lo que los avances que puedan plantearse en la
interpretación teórica de larealidad social, y en la consiguientemayor
precisión conceptual,contribuirán, en alguna
medida, arestringir el campo argumental dequienes –contra tantas evidencias– se empeñanen mantener viejos postulados, así comoa dotar de fundamentos más sólidos aaquellas
propuestas orientadas a transformar la realidad con el objetivo de
ampliar las opciones vitales de las actuales y las futuras generaciones, es decir, orientadas al desarrollo
de las personas y las sociedades.
Epílogo:desarrollo, maldesarrollo y crisis
Cuando este ensayo ya estaba prácticamente ultimado, una nuevavariable ha venido a sumarse al conjuntode elementos que condicionan
losprocesos de desarrollo en la actualidad.En efecto, una grave
crisis económica,de proporciones desconocidas
durante lasúltimas décadas, amenaza la existenciade millones de seres humanos en unas yotras partes del mundo, y condiciona lasestrategias de gobiernos y organismos
multilateralesen pro del bienestar y el desarrollo.
La primera interrogante suscitada por esta nueva crisises la que
se refiere al carácter de lamisma. ¿Estamos ante un fenómeno coyuntural,ante una manifestación
de lavulnerabilidad característica del capitalismoglobal de de
nuestros días, la cual encontrarámás pronto que tarde mecanismos de corrección –como apuntan algunos– , o
nosencontramos, por el contrario, ante unacrisis sistémica –como señalan otros–? Ennuestra opinión, y con independencia deaspectos más o menos coyunturales que
puedencontribuir a aliviar o agravar la crisis, lo cierto es que determinadascaracterísticas de la misma son inseparables del modelo de desarrollo sobre el que hemos venido
reflexionando en este trabajo. Con toda seguridad, serán bastantes
los que insistan en explicaciones parciales
o circunstancialessobre los problemas en presencia, negándosea aceptar su carácter estructural. Ellose manifestará en análisis y propuestasque centren de nuevo su atención en
labrusca interrupción del crecimiento económico,tras años de
optimismo e incluso euforia o, en el mejor
de los casos, enanálisis y propuestas que traten de limar los aspectos más lacerantes delperipatético liberalismo defendido desde
algunos círculos del poder económico y
político. Ello derivaráprobablemente en una literatura sobre lacrisis
alejada por completo del debatesobre el desarrollo, y desvinculada dealgunos de los problemas más graves que amenazan en unos casos, e impiden enotros, el bienestar de la mayoría de lahumanidad. Sin embargo, sea cual sea la secuencia de lacrisis y su impacto sobre el
crecimiento en el futuro más próximo,
locierto es que los elementos generadores de maldesarrollo seguirán
presentes si no se adoptan medidas correctoras de
carácterestructural. Pero, además, cualquierintento de recuperación del crecimientoque se asiente sobre
las mismas bases deantes y, por tanto, se plantee deespaldas a la
equidad, la sostenibilidad, o los derechos humanos, estará abocadoa nuevos episodios de inestabilidad,
cadavez más recurrentes. Porque lo cierto esque, pese al intento de algunos de exhibirlocomo el indiscutible triunfo del actualmodelo de globalización, el crecimiento
experimentadopor la economía mundial durante losúltimos años ha
representado – como yaseñalábamos algunos– una alocada huida hacia
delante, cuya fragilidad ha acabado por manifestarse de forma dramática. Poco tiempo
atrás, en un artículo con C. Berzosa, sostenía que “el fuerte crecimiento de la economía mundial–especialmente en algunas zonas delplaneta- hace que algunos
toquen lascampanas en señal de júbilo. Losnegocios florecen y las
perspectivas empresarialeshablan, en general, de un
futuroprometedor, en el que la producción y laventa de bienes y servicios esprevisible que continúe aumentando. La tarta se amplía, y con ella las expectativasde negocio. Sin
embargo, frente a este alborozo, no debería perderse de vista que el
incremento de las desigualdades y laincapacidad
para contener extensión dela pobreza en muchas zonas del
planeta,constituyen, junto a la amenaza delcambio climático,
algunos rasgos que caracterizan el actual
patrón decrecimiento (…) Por ello, en las actuales circunstancias, conviene subrayarque la economía mundial está creciendo de forma desequilibrada, en base a un modelodesintegrador
en lo social y depredador en lo ecológico, insolidario frente a quienes
hoy sufren privaciones, y también con quienes
aún no han nacido. Un modelo que, en definitiva, puede acabar
volviéndose contra sus impulsores, desvaneciendo las optimistas expectativas trazadas por algunos y, lo que es
peor,llevándose por delante a mucha gente quetodavía hoy, entrado ya el siglo XXI,sigue esperando, en muchos lugares delmundo, una oportunidad para salir de
lapobreza. La economía mundial cabalga,pero lo hace a lomos de un
tigre, encuyas fauces puede acabar devorada”
(C. Berzosay K. Unceta, 2007). Hoy, apenas dos añosdespués de aquellas reflexiones, existe unamplio consenso sobre la ausencia de controlcomo principal característica de la situación, lo que contribuye a incrementar la desconfianza y la incetidumbre. Si nos atenemos a lo ocurrido en otros momentos de la historia, podemos observar que las crisis han tenido distintos efectos en el debatesobre el desarrollo. Así por ejemplo,las cuestiones del medio y el largo plazoque ocuparon y preocuparon a los pensadoresclásicos en una fase de expansión comofue el siglo XIX, dejaron prácticamente deestar presentes durante el período de entreguerras, en el que las preocupaciones porel corto plazo, derivadas de la gravedadde la crisis, centraron toda la atencióndel debate. En cambio, una vez sentadaslas bases de la recuperación tras larevolución keynesiana, el interés por definir y estudiar los instrumentos generadoresde progreso y bienestar volvió a hacerse presente, dando como resultado el surgimiento de lo que se conocería como laeconomía del desarrollo en las décadasposteriores a la segunda guerra mundial. Lo sucedido tras elfin de la expansión de postguerra y elcomienzo de la crisis en los añossetenta del pasado siglo resulta algomás complejo si bien, en términos globales,volvió a repetirse de nuevo la prioridad por el corto plazo y el abandono de los debates sobre el bienestar.Las políticas de raíz keynesiana, concebidas para estrategias de desarrollo de carácter nacional, se mostraron ineficacespara gestionar el surgimiento de nuevoscondicionantes del proceso productivo,facilitando así la reaparición en escenade las propuestas liberales que, si en un principio fueron presentadas como salidacoyuntural a la crisis, pronto seconvertirían en nueva doctrina oficialsobre la orientación global de laeconomía, llegándose incluso a culpar a las políticas de desarrollo seguidas hasta entoncesde buena parte de los problemas surgidos.Pero más allá de los diagnósticos y de laspropuestas sobre la necesidad de reservar
al mercado el protagonismo casi exclusivo del proceso económico, la nueva ortodoxia neoliberal se llevó por delante algo de suma importancia,que había logrado cuajar como referenciacasi obligada en el debate económico ypolítico: la idea del bien común, de laexistencia de intereses colectivos, cuya garantía se encontraba necesariamentevinculada al papel de las instituciones públicas, y a la noción de Estado social ydemocrático de derecho. De esta manera,la nueva reivindicación del interésindividual como motor del progreso, y dela competencia frente a la solidaridad como fundamento del orden socialconstituirían el germen de distintos problemas sociales (vinculados al incremento delas desigualdades y de la marginación deamplios sectores), ecológicos (comoconsecuencia de la prioridad otorgada alconsumo, y a la codicia y la rentabilidada corto plazo, frente a la eficiencia ya la preocupación por las futuras generaciones), y políticos (abandonándose la prioridadde los derechos humanos frente a losintereses empresariales y permitiéndose unapaulatina degradación de la democracia,a la vez que un aumento de la violenciay de los conflictos). Como ya ha sidoapuntado más atrás, el balance de las últimas décadas no puede ser menosfavorable desde el punto de vista de laevolución de los problemas del maldesarrolloque comenzaron a manifestarse ya antesde la crisis de los setenta. Lo asombrosoy paradójico de este período que ahoraparece haber terminado bruscamente, ha sido la capacidad de las propuestas neoliberalesde llegar presentarse como alternativa demedio y largo plazo, como fórmula universalcapaz de encarnar el progreso humano,como modelo definitivamente triunfantefrente a todos los ensayados conanterioridad. En estas circunstancias, no es fácil prever las consecuencias que lacrisis actual puede tener en los debatessobre el desarrollo. Es probable –así hasucedido en otras ocasiones– que todoslos esfuerzos políticos e intelectuales se concentren en recuperar cuantoantes –y a cualquier precio– la sendadel crecimiento económico y que, en consecuencia,queden postergadas cualesquiera otras consideraciones, incluidas las relativas a laequidad, la sostenibilidad, o losderechos humanos, ahondándose así en lascaracterísticas del maldesarrollo al que nos hemos venido refiriendo. En casode tener “éxito”, una estrategia de este tenor podría satisfacer los intereses y preocupaciones de corto plazo de los grupos económicos y sectores sociales con más capacidad de incidir en la opinión pública y en la toma de decisionespolíticas, en detrimento de undesarrollo humano y sostenible capaz derepresentar una alternativa de bienestaruniversalizable, a la vez que compatiblecon los derechos de las futuras generaciones. Pero ello no podría evitar la recurrente irrupción de crisis sociales, ambientales y políticas, inherentes a un modelo económico desequilibrado, frágil, e crecientementeinestable. De ahí la necesidad y laurgencia de plantear alternativas a laactual crisis económica que vayan más alláde lo coyuntural y que, en línea con lasexigencias del desarrollo humano y la sostenibilidad, planteen cambios estructurales en la manerade organizar la producción y la distribución, al servicio de las personas y acordes con la preservación de los recursos.
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Notas:
[1] El
término modernidad ha estado y continúa estando sujeto a numerosas
interpretaciones, por lo que su utilización
aquí tiene un significado fundamentalmente histórico y se refiere -de acuerdo con Giddens- a “los modos de vida u
organización social que surgieron en Europa desde alrededor del siglo XVII en adelante y cuya influencia,
posteriormente, los han convertido en más o menos mundiales” (Giddens, 1990).
[2] La posición a
este respecto de Adam Smith es bien conocida, habiéndose citado profusamente el párrafo de La
Riqueza de las Naciones en el que dice “Sin intervención alguna de la Ley, los intereses y
pasiones privadas de los hombres les conducen naturalmente a dividir y distribuir las
reservas de toda la sociedad entre todos los diversos empleos que se llevan a cabo en ella, de
manera tan acorde como sea posible con la proporción que más se acerca al interés de la sociedad en
conjunto”.
[3] Obsérvese que Marx y Engels, en el Manifiesto Comunista, se refieren a la
sociedad comunista como “una asociación en la que el libre desarrollo de cada uno, condicione el libre
desarrollo de todos”.
[4] Al hablar del pensamiento clásico sobre el progreso, nos referimos aquí
a la literatura, de naturaleza básicamente económica, producida a finales del siglo XVIII y durante
el siglo XIX, y dedicada al análisis de las potencialidades y limitaciones del
incipiente capitalismo industrial. Dicha literatura está representada, entre otros, en la obra de
Smith, Ricardo, Malthus, Marx, Engels, o Stuart Mill.
[5] Adam
Smith escribiría al respecto en La Riqueza de las Naciones: “Nada parece más
propicio para stablecer una igualdad de fuerzas que la comunicación
de los conocimientos y de todo tipo de mejoras
que un comercio extenso entre todos los países ocasiona natural y
necesariamente”.
[6] En Futuros resultados de la dominación
británica en la India, Marx se referiría a este asunto en los iguientes
términos: “El período burgués de la historia está llamado a sentar las
bases materiales e un nuevo mundo. A desarrollar,
por un lado, el intercambio universal, basado en la dependencia mutua del género humano; y, de otro lado, a
desarrollar las fuerzas productivas del hombre y transformar la producción material en un dominio
científico sobre las fuerzas de la naturaleza”.
[7] En el prólogo de La Riqueza de las Naciones, puede leerse: “en las
naciones prósperas y civilizadas (…) el producto
de la totalidad del trabajo de la sociedad es tan grande que a menudo todos se hallan abundantemente provistos y un
trabajador, aun de la clase más baja y pobre, si es laborioso y frugal, puede disfrutar de más
cosas necesarias y convenientes que cualquier salvaje de otro país”.
[8] Después de los trabajos de
Pigou, una obra clave en este sentido es la de Colin Clark (1939).
[9] Es significativa a este respecto la descripción realizada por Rostow (1961) de los obstáculos presentes en cada una de sus famosas etapas y de los recursos que sería necesario poner en juego para superarlos.
[10] Baste
señalar a este respecto que P. Baran, considerado por muchos como el padre del enfoque de la dependencia,
señalaba: “Permítaseme definir el crecimiento,
o desarrollo, económico como el incremento de la producción per capita de
bienes materiales en el transcurso del
tiempo” (Baran, 1959).
[11] Ambas corrientes, estructuralistas y dependentistas, conformaron algunos de los
ejes de oposición más sólidos al pensamiento oficial sobre el desarrollo a lo largo de casi dos
décadas. La línea divisoria entre ambas ha sido objeto de numerosas interpretaciones, especialmente en
lo que se refiere a América Latina, en donde la misma no siempre estuvo clara, debido en parte
a la eclosión que el pensamiento crítico sobre el desarrollo tuvo en el subcontinente, de la
mano de autores tan diversos como Furtado, Sunkel, into, Dos
Santos, Faleto, Cardoso, Marini, y tantos otros. Un buen análisis de las
relaciones e influencias mutuas entre la
evolución del estructuralismo latinoamericano del desarrollo -surgido inicialmente en torno a la CEPAL y la figura
de Raul Prebisch-, y el enfoque de la dependencia –más entroncado con la relectura marxista del desarrollo
capitalista propiciada por Baran- pueden verse en Palma (1987).
[12] Algunos pretendieron
restar importancia a estos fenómenos, comparándolos
con otros de similares características que afectaron a la población trabajadora
en los inicios de la industrialización y
que habían sido descritos, entre otros, por F. Engels en La clase obrera en Inglaterra.
[13] La crisis de la
deuda externa en América Latina y la del socialismo real en los países del Este de Europa propiciaron una
rápida expansión de la nueva doctrina –expresada en el denominado Consenso de Washington-, a
través de las condicionalidades impuestas para el financiamiento externo. Por lo que respecta a los
resultados de las políticas seguidas se ha venido insistiendo en que el control de la
hiperinflación, la mayor disciplina fiscal, o el equilibrio de las cuentas externas no impidieron que el
crecimiento continuara siendo durante mucho tiempo un objetivo escurridizo (Acuña y Smith, 1996).
[14]
Un buen exponente de ello fue la salida de Stiglitz del Banco Mundial, y las críticas y
reflexiones planteadas por él mismo entre otras en El malestar en la Globalización (2002).
[15] Refiriéndose
al discurso de toma de posesión del presidente de los EE.UU. Harry Truman, en el que éste planteó la
necesidad de un amplio programa de ayuda al desarrollo, G. Esteva señala: “El
subdesarrollo comenzó el 20 de enero de 1949. Ese día, dos mil millones de personas se volvieron
subdesarrolladas. En realidad, desde entonces dejaron de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se
convirtieron en un espejo invertido de la realidad de otros” (Esteva, 1992). Insistiendo en esa idea, Rist
plantea que “a partir de 1949, más de dos mil millones de habitantes del planeta van –las más de las
veces sin saberlo- a cambiar de nombre (…): ya no serán africanos, latinoamericanos o asiáticos
(por no decir bambaras, shona, bereberes, quechuas, aymaras, balineses o mongoles), sino
simplemente subdesarrollados” (Rist, 2002).
[16] Los aspectos principales del punto de vista de Sen
sobre el tema, que resumen buena parte de las eflexiones
realizadas en otros trabajos anteriores, pueden verse en Development as
capability expansion, en Griffin y
Knight (1990).
[17] En realidad, la
preocupación por la deriva que estaba tomando
la idea de progreso, y por la confusión entre fines y medios, venía siendo
señalada y formando ya parte del debate
desde hace décadas. Por ejemplo, Galbraith (1967) alertaba ya sobre la evolución adoptada por el capitalismo
señalando que “si seguimos creyendo que los objetivos del sistema industrial –la expansión
del producto, el aumento concomitante del consumo, el progreso tecnológico, las
imágenes públicas que lo sostienen- coinciden con la vida misma, entonces todas nuestras vidas seguirán
al servicio de esos objetivos (...) Nuestros deseos y nuestras necesidades se manipularán de acuerdo
con las necesidades del sistema industrial (…). Al final se tendrá elresultado global de una
benigna esclavitud… no será la esclavitud del siervo de la gleba, pero no será la libertad”.
[18] Si se tuvieran en cuenta otros factores
asociados al incremento de las
capacidades humanas (nivel de 7conocimientos, salud, desarrollo cultural, respeto a los derechos humanos, sociabilidad,
etc,…) el hipotético ranking de países desarrollados y subdesarrollados sufriría notables cambios.
Otro tanto ocurriría si se tuviera en cuenta p. ej. el consumo de recursos, o las emisiones de
residuos, per cápita, pues en ese caso algunos de los países considerados actualmente más
desarrollados, figurarían en los últimos puestos de la tabla. Algunos de estas paradojas se enmarcarían en
lo que Sampedro y Berzosa han denominado el “subdesarrollo de los
desarrollados” (Sampedro y Berzosa, 1996).
[19] Estas referencias, cuya pertinencia
ha sido objeto de fuertes controversias en los últimos años- estarían en línea
con la preocupación planteada por Marta
Nussbaum por ofrecer “las bases filosóficas para una xplicación
de los principios constitucionales básicos que deberían ser respetados e
implementados por los gobiernos de todas
las naciones, como mínimo indispensable para cumplir la exigencia de respeto hacia la dignidad humana”
(Nussbaum, 2002).
[20] En otro lugar he planteado la conveniencia de distinguir entre
la función de regulación y la función de agencia a la hora de analizar el potencial de las
instituciones de cara a la promoción del desarrollo en unos y otros ámbitos (Unceta, 1999).
[21] De nuevo
cabe subrayar aquí la potencialidad de la propuesta de Ul Haq (1999) sobre los requerimientos del desarrollo.
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