La búsqueda por economías alternativas y la necesaria reconstitución de la teoría económica desde perspectivas críticas al capitalismo y afirmativas de la vida y del bien común, puede encontrar claves importantes en la relectura de Marx, aunque sin dejar de reconocer, como debería ser obvio, que los descubrimientos de Marx deben también ser revisados críticamente y ampliados o corregidos en lo que corresponda. Hacemos algunas sugerencias al respecto.

Para empezar, podemos citar una primera definición de la economía por parte de Marx, que se asemeja mucho a la definición del Estado hecha por Hegel.

“Si resulta claro que la producción ofrece exteriormente el objeto del consumo, también lo es que el consumo ofrece idealmente el objeto de la producción, como imagen interior, como necesidad, como instinto o como fin” (Marx, 1978: 12).

En efecto, Marx usa aquí términos que Hegel ya había empleado cuando dice que “...el Estado es necesidad exterior y poder superior” de la Sociedad Civil, “pero por otra parte es fin inmanente...” de ella (Hegel, Filosofía del Derecho; citado en Hinkelammert, 1970: 45). Pero en esta “definición”
Marx reemplaza la relación Sociedad Civil-Estado por la relación producción-consumo. Es evidente que Marx da este paso conscientemente, pues ya en su crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, había comentado extensamente el párrafo referido, pero sin llegar todavía a este reemplazo por la dialéctica consumo-producción. Sin embargo, la semejanza nos indica que Marx usa conscientemente términos similares cuando escribe su Introducción a los Grundrisse.

En realidad, toda la inversión del pensamiento hegeliano puede entenderse partiendo de este reemplazo de conceptos. En último término, se trata de un cambio total del concepto de sociedad y de los equilibrios/desequilibrios correspondientes. En la ideología liberal-iluminista, como también en Hegel, el equilibrio u orden social se logra por la institucionalización de ciertos valores en la sociedad: el respeto de la propiedad privada, la sustitución de la apropiación violenta por los intercambios voluntarios y el cumplimiento de los contratos de compra-venta. Es la ética funcional del mercado de Adam Smith.

Esencialmente la sociedad burguesa se constituye por la institucionalización e interiorización de estos valores. Lo que distingue al pensamiento hegeliano de la ideología liberal-iluminista es más bien la manera cómo se determinan los valores correspondientes y la forma de institucionalizarlos.

En el pensamiento liberal-iluminista (Rousseau) los valores se desprenden de las ventajas mutuas de los individuos en interrelación, mientras que en Hegel se dan como un «concepto límite» abstraído también de los individuos en intercambio, pero expresado en una especie de lógica inherente de una realidad no consistente como tal, a la cual esos valores vuelven por un proceso de la negación de la negación. En los dos casos los valores resultantes, naturalmente valores universalistas, son el vehículo mediante el cual el equilibrio de la sociedad se realiza. Esos valores son la «voluntad general» del pensamiento liberal-iluminista y la «idea» de Hegel.

Marx critica esta postura en todas sus formas. Para Marx el verdadero «equilibrio», detrás del equilibrio formal de los valores, es un equilibrio de la vida material de los hombres. Los valores universalistas que él confronta son formales. Lo decisivo para Marx es el contenido material. La interiorización de los valores universalistas no asegura de ninguna manera un equilibrio del contenido material al cual se aplican. Los valores universalistas no son más que normas para actuar materialmente, para vivir una vida concreta. Son limitaciones y canalizaciones de esta vida concreta pero no la reemplazan, y si no fijamos unilateralmente esta canalización de la vida concreta por los valores, se llega a un problema totalmente nuevo, el problema del mantenimiento material de la vida. Los hombres actúan hacia el mundo en producción y consumo y los valores no son más que canalizaciones de este contenido material y verdadero de producir y consumir (Marx, La Ideología alemana; en Fromm, 2009: 205-207).

Hasta aquí, Marx todavía mantiene posiciones compatibles con conceptos tan tradicionales como la ética aristotélica y tomista (el hombre como un ser social). También la ideología liberal-iluminista sabe que los valores son conceptos de canalización de la vida material; pero Marx da un paso decisivo cuando destaca que los problemas de la vida material de los hombres no se solucionan por la canalización normativa de valores éticos; descubre que esta vida material (corporal) está dominada por leyes específicas que influyen sobre el carácter de las normas. Encuentra la base de estos problemas especiales en la «coordinación del trabajo social» (división social de trabajo) dentro de la cual opera la vida material. Un equilibrio de valores no supone equilibrio en la vida material de los hombres y la introducción continua de nuevos valores no puede asegurarlo tampoco. Los valores sociales sólo determinan las instituciones dentro de las cuales se realiza la vida material de los hombres; no influyen las leyes interiores que dirigen el equilibrio material de la división social del trabajo. Los valores sólo determinan relaciones sociales de la producción pero no determinan la producción.

La producción, en su relación con el consumo, se rige por leyes propias; estas determinan en última instancia la supervivencia de los valores que constituyen las relaciones sociales de producción. El marco de libertad en la selección de los valores y, por consiguiente, de las relaciones de producción hay que buscarlo en las leyes internas que rigen la producción y reproducción de la vida material. Pero la producción tiene su fin ideal en el consumo y no en los valores, por lo tanto, la dialéctica producción-consumo se impone a la dialéctica valores-contenido material de la vida (Idem).

Pero lo anterior no lleva todavía a Marx a una ruptura radical con la ideología liberal-iluminista. Esto sólo ocurre cuando insiste en que la relación producción-consumo se rebela contra cualquier sistema de valores que pretenda independizarse de ella. Sólo —es la tesis de Marx— si los valores pierden su independencia y se integran en la regulación consciente de la relación producción-consumo, la sociedad toma conciencia de sí misma. Marx habla en este caso de la producción de las relaciones de producción, su definición última de la sociedad comunista (Idem).

Entonces, un sistema de valores que exista independientemente de la dialéctica producción-consumo sólo puede tener una coincidencia temporal con la dialéctica producción-consumo (equilibrio de las necesidades humanas). Desarrollándose ésta, el sistema de valores y las relaciones sociales de producción implícitas tarde o temprano caducan. Además, su solución en la coordinación del trabajo social origina necesariamente un sistema monetario y de propiedad privada, y en último término, una dicotomía de clases. En otras palabras, carente de una coordinación «consciente» de la división del trabajo (a priori y voluntaria), la sociedad es cooptada por grupos minoritarios con un poder decisivo sobre los medios de producción, que por lo común se usa como poder de explotación. En conjunto, estos grupos constituyen la clase dominante de una sociedad, producto directo del sistema de valores, pues éste origina las relaciones sociales de producción. Esta clase dominante está sustentada por el sistema de valores dominantes de la sociedad y por los mecanismos de control social. Expresión máxima de esta posición de la clase dominante es el Estado que puede usar la fuerza para asegurar la estabilidad del sistema de valores existente. Este Estado, por su parte, depende de la clase dominante porque la coordinación producción-consumo es condición básica para la supervivencia del sistema de valores integrado por él.

Este esquema de Marx contrapone al «equilibrio de valores» y a los mecanismos de control que lo aseguran otro equilibrio: el «equilibrio material consumo-producción», verdadera estructura de la sociedad. Al primer tipo de equilibrio que hoy domina toda la ciencia sociológica funcionalista lo podemos denominar «equilibrio unidimensional»; al segundo tipo, «equilibrio bidimensional». La teoría económica neoclásica sustituye - o pretende sustituir-, el equilibrio formal de los valores por simples condiciones formales de consistencia de un sistema de mercado. De hecho, lo que los neoclásicos denominan “condiciones de equilibrio”, son en realidad condiciones de consistencia formal de un sistema de ecuaciones.

El «equilibrio bidimensional» nace entonces de la coordinación del trabajo social; constituye, al mismo tiempo, el objeto científico de la economía política y el esqueleto de una teoría de toda la sociedad. Para argumentar su tesis, Marx tuvo que analizar estos dos planos. Por una parte, seguir los pasos de la economía política clásica para demostrar que la coordinación de la división del trabajo, bajo un régimen de propiedad privada, lleva continuamente al desequilibrio, destruye así las relaciones sociales y el sistema de valores que sustentan este modo de producción. Es su teoría de la plusvalía. Por otra parte, demostrar los vínculos de la tarea de coordinar la división del trabajo con el surgimiento de la clase dominante y de sistemas de valores con sus relaciones sociales de producción implícitas. Es su teoría de las clases.

Hoy, este objeto de la economía nos parece reduccionista, al menos por tres razones:

1-El mismo Marx insiste, ya en El Capital, que la reproducción material de la vida debe entenderse a partir de un «metabolismo social» en que el ser humano asimila, intercambia y transforma la naturaleza. Esto nos lleva a otra dimensión del análisis no desarrollado por Marx: el equilibrio reproductivo del circuito natural de la vida humana. Sin reproducción de la naturaleza exterior al ser humano, tampoco puede haber reproducción de la vida humana.

2- En el capitalismo (y en general en sociedades patriarcales), este metabolismo social tampoco puede entenderse si limitamos el ámbito del trabajo al trabajo asalariado. En especial, el trabajo de cuido realizado en gran parte por las mujeres en el seno del hogar, es fundamental para la reproducción social.

3- Al lado de los valores formales y su institucionalización, un sistema de coordinación del trabajo social altamente desarrollado ciertamente debe satisfacer condiciones de consistencia, tanto en el plano de los medios de producción como en el plano de los medios de consumo. Claro, estas condiciones de consistencia no se reducen a las analizadas por los teóricos neoclásicos (existencia, unicidad y estabilidad del equilibrio general), pero se ubican en una dimensión similar.

De manera que el «equilibrio bidimensional» sugerido por Marx en realidad debe incluir cuatro, y no dos, dimensiones. Estas serían:

a) El equilibrio formal de las condiciones de consistencia de un sistema de coordinación del trabajo social (división social del trabajo),
b) Las condiciones de factibilidad material del sistema de coordinación,
c) El equilibrio reproductivo del circuito natural de la vida y,
d) El sistema de valores que institucionaliza e interioriza las relaciones sociales de producción.

Pero hay otros dos puntos –si se quiere de carácter metodológico-, de crucial importancia para el análisis del capitalismo aportado por Marx y que deben ser desarrollados. Primero, advertir que el “equilibrio” de los pensadores liberales, y con más razón de los economistas neoclásicos, es un equilibrio predeterminado y, por tanto, un mito. En Marx el equilibrio es tan solo un punto de referencia para analizar lo que es normal en el capitalismo, esto es, el desequilibrio. Pero tampoco podemos hacer del desequilibrio otro mito, y Marx invierte la “negación de la negación” hegeliana para desarrollar su concepto del “equilibrio por el desequilibrio” del mercado capitalista, donde la crisis económica es la manera de imponerse el equilibrio. Pero también habría que estudiar si el “equilibrio definitivo” que Marx propone, el reemplazo de las relaciones mercantiles por otras en las cuales el equilibrio se realice por el equilibrio (libre regulación y orden espontáneo) es el camino más adecuado (y factible) para una democracia directa o “real”.

En segundo lugar, la «dualidad trabajo concreto/trabajo abstracto», esto es, «el doble carácter del trabajo», “donde se encierra todo el secreto de la concepción crítica” (Marx, carta a Engels del 8 de enero de 1868, incluida en Marx, 1973: 699). Sin embargo, esta dualidad de la mercancía capitalista tiene una expresión más general que trasciende a la propia producción mercantil: trabajo específico/trabajo general o, «forma social/contenido material». El estudio crítico de la economía no se puede limitar a la forma social (el trabajo abstracto, el valor, el dinero como equivalente universal, la acumulación, etc.), sino que debe abordar, simultáneamente, el análisis del contenido material (el trabajo concreto, el valor de uso, el dinero como medio de intercambio, la reproducción in natura, etc.). Ignorar uno u otro es caer en análisis unidimensionales y reduccionistas de «lo económico».

Bibliografía citada:

Fromm, Erich; Marx y su concepto del hombre, FCE, México, 2009.

Hinkelammert, Franz; Ideologías del desarrollo y dialéctica de la historia.
Paidós, Buenos Aires, 1970.

Marx, Karl; Elementos fundamentales para la crítica de la economía política
(Grundrisse), Siglo XXI, México, 1978.

Marx, Carlos; EL CAPITAL. Crítica de la Economía Política. FCE, México, 1973.

 

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