Franz J. Hinkelammert
Henry Mora Jiménez
 
La primera crítica de la economía política: “poner de pie lo que está de cabeza”.
 
Una reconstitución del pensamiento crítico incluye hoy, necesariamente, una reconstitución de la crítica de la economía política (y también una crítica del derecho, de la legalidad y de su relación con la legitimidad). Por eso, debemos hacer explícito el punto de vista y la tradición desde la cual hacemos “crítica de la economía política”.
 
Para acometer esta nueva crítica de la economía política, nos inscribimos en la tradición instaurada por la primera crítica de la economía política, esto es, la realizada por Marx a la economía política de su tiempo: Petty, Quesnay, Smith, Ricardo, Malthus, Mill; entre los autores más importantes de la llamada escuela clásica.
 
Esta crítica de Marx a la economía política de su tiempo es una crítica de evaluación, no una crítica que pretenda desechar y borrar todo lo criticado; es ruptura y es continuidad (la economía clásica es “ciencia burguesa”, al decir de Marx). Esto la diferencia de la crítica de Popper y de Hayek, especialmente hacia Marx (Marx como “error puro”).
 
Marx se refiere a la economía política clásica en un sentido similar a aquella famosa expresión que usara para referirse a la filosofía de Hegel: “está de cabeza, hay que ponerla de pie”. Veamos este punto con detalle.
 
Para Marx, el punto de vista de esta crítica es, la reproducción de la vida humana real y concreta, en cuanto criterio para juzgar cualquier estructura social (y cualquier ética). Dicho de otra forma, la satisfacción de las necesidades humanas básicas a partir de la integración del ser humano concreto en lo que él llama, el metabolismo social, esto es, el proceso de trabajo en general (metabolismo entre el ser humano y la naturaleza exterior). Y esta satisfacción de las necesidades básicas se logra asimilando y transformando la naturaleza mediante el trabajo, para producir los valores de uso necesarios para la reproducción y el desarrollo de la vida. Lo que Marx llama metabolismo social, o metabolismo socio-natural, nosotros también lo denominamos, circuito natural de la vida humana; que es parte de un circuito natural de toda la vida en el planeta, que a su vez es parte de un circuito natural (cósmico) de toda la materia en el universo.
 
Pero, en resumidas cuentas, el punto de partida es la vida humana real. Respetar este circuito es garantizar la reproducción de la vida humana y la reproducción de la naturaleza. Violentar, desdeñar o socavar este circuito es socavar y destruir la vida humana y la naturaleza. Por eso, el criterio de racionalidad que opera en la reproducción de este circuito es un criterio de vida/muerte (racionalidad reproductiva y convivencial) y no un simple criterio de medio-fin (racionalidad instrumental).
 
Concentrémonos ahora en los valores de uso. Estos son el resultado del proceso de trabajo directo (metabolismo ser humano – naturaleza), y pueden verse desde dos perspectivas:
 
  1. Como soporte material del valor de cambio (valor de uso de la mercancía),
  2. Como condición material de la vida humana.
 
El mercado abstrae del valor de uso en cuanto que condición material de la vida humana e impone un ámbito de acción y de conocimiento centrado en las preferencias (gustos), no en las necesidades (aunque del todo no puede ignorarlas, so pena de precipitar el derrumbe del sistema socioeconómico y, por tanto, el suicidio colectivo).
 
La primera crítica de la economía política ya asume como su punto focal el ámbito de las necesidades (decisiones vida/muerte), y es éste también el punto de vista desde el cual se ha de hacer la crítica a toda la teoría económica neoclásica y a sus resultados. Este ámbito de las necesidades se basa a su vez en el circuito natural de la vida humana y, por tanto, es ámbito de la producción y reproducción (también del consumo) de las condiciones materiales (biofísicas y socio-institucionales) que hacen posible la vida.
 
Aunque no explícitamente, la economía clásica que Marx critica también parte de este ámbito de reproducción de la vida, pero tiene un límite infranqueable: no lo acepta como criterio de racionalidad, y lo reduce en gran medida a la reproducción de los «factores de la producción» (fuerza de trabajo y “aparato productivo”). Para Marx, en cambio, la reproducción de la vida es el criterio de racionalidad, y es también es criterio ético. Lo racional y lo ético no están disociados, es la racionalidad reproductiva.
 
No obstante, aunque de una forma incoherente, contradictoria y a veces cínica; economistas como Adam Smith y Max Weber de hecho tienen que incorporar en sus análisis esta racionalidad de las condiciones de posibilidad de la vida, pues ninguna economía real podría subsistir (no al menos por mucho tiempo), si no respeta al menos en cierto grado esta racionalidad reproductiva, aunque no sea éste su criterio de racionalidad (en el capitalismo, tal criterio es la ganancia, la máxima tasa de crecimiento o la “competitividad”). Esto es claro en el caso de la teoría clásica del salario, la cual está basada en la necesaria subsistencia de los obreros, entendiendo ésta subsistencia o reproducción independientemente de la escasez relativa en el mercado, condición completamente ignorada en la teoría neoclásica del equilibrio general. Es sobre esta base (el salario de subsistencia) que Malthus construye la teoría de la población y su reproducción. Y al lado de la reproducción de la fuerza de trabajo aparece la reproducción del propio aparato productivo: para que haya producción continua la maquinaria y los recursos que se desgastan tienen que ser constantemente reemplazados y por tanto reproducidos (en valor y también, in natura). Es este el “enfoque reproductivo” de los economistas clásicos (y en esencia, también, el de los neo-ricardianos o sraffianos).
 
Tiene entonces que abrirse paso un nuevo concepto de la eficiencia económica: es eficiente aquella economía o aquel proceso productivo que logra integrar coherentemente la reproducción de la vida humana en el circuito natural de la vida. Este es el punto de vista crítico, la eficiencia reproductiva. La eficiencia fragmentaria, abstracta o formal se circunscribe al ámbito reducido de la racionalidad medio-fin. En cambio, la eficiencia reproductiva, si bien toma en cuenta el aspecto formal de las decisiones y las acciones económicas, las inscribe en un ámbito más amplio, el de la racionalidad reproductiva, el cual se ocupa de las condiciones de existencia y sostenibilidad de la vida humana.
 
Pero veamos específicamente, cómo introduce Adam Smith el criterio de la reproducción:
 
“En una sociedad civil, solo entre las gentes de inferior clase del pueblo puede la escasez de alimentos poner límite a la multiplicación de la especie humana, y esto no puede verificarse de otro modo que destruyendo aquella escasez una gran parte de los hijos que producen sus fecundos matrimonios. [… ] Así es como la escasez de hombres, al modo de las mercaderías, regula necesariamente la producción de la especie humana: la aviva cuando va lenta y la contiene cuando se aviva demasiado. Esta misma demanda de hombres, o solicitud o busca de manos trabajadoras que hacen falta para el trabajo, es la que regula y determina el estado de propagación, en el orden civil, en todos los países del mundo” (Smith, 1986: 124)
 
Es un texto impactante, y hasta brutal, pero tiene la ventaja de reconocer que existe un circuito natural de la vida humana, aunque no se lo acepte como criterio de racionalidad. Todo lo contrario, es el mercado el que actúa aquí como criterio de racionalidad y éste se impone sobre el circuito natural de la vida humana, determinando quienes viven y quienes no. La prosperidad (“el estado de propagación”) se basa en el sacrificio de los sobrantes (mecanismo de regulación de la “escasez de hombres”), siempre que esto sea necesario. Es un texto cínico, pero no hipócrita.
 
En este pasaje del liberalismo clásico, el laissez faire, laissez passer se transforma en el laissez faire, laissez mourir.
 
Dejar morir por enfermedades curables, dejar morir en la miseria o la exclusión; morir sepultado en una mina de carbón, morir congelado en la acera de un barrio pobre de cualquier ciudad septentrional, etc.; quizás no es matar directa y premeditadamente. La ley no permite matar, pero permite dejar morir y llevar a las personas (y a la naturaleza) a situaciones en las cuales, aunque lentamente o accidentalmente, están condenadas a morir.
 
Para Adam Smith es el sacrificio necesario de los sobrantes. Para la actual estrategia de acumulación de capital a escala mundial (la llamada «globalización»), son las “víctimas de la libertad”, porque la ley instrumentalizada por la maximización de la ganancia es considerada ley de la libertad. Y la libertad tiene que ofrecer sacrificios humanos para poder asegurar el bien de todos.
 
Marx cambia radicalmente este punto de vista, y lo hace en dos sentidos claramente explícitos.
 
En primer lugar, sustituye la reproducción “de los factores” por la reproducción del ser humano y, por tanto y necesariamente, de la naturaleza proveedora de los valores de uso (“las dos fuentes originarias de toda riqueza”).
 
Y en segundo lugar, el mercado no es ya el criterio de racionalidad sobre la vida, sino al contrario, la reproducción de la vida real es el criterio con el que debe evaluarse al mercado y a cualquier otra relación social institucionalizada.
 
Como corolario, la reproducción material de la vida humana aparece como última instancia de todas las decisiones económicas y políticas, siendo la reproducción “de los factores” una consecuencia de la reproducción material de la vida humana. Y estos son los nuevos puntos de partida que permiten a Marx “poner de pie lo que antes estaba de cabeza”. 
 
La teoría económica neoclásica: asignación de recursos y mano invisible.
 
La teoría neoclásica dio un giro radical a esta discusión, al abandonar el ámbito de la reproducción de la vida y concentrarse casi exclusivamente en lo que llama, la «asignación (óptima) de los recursos escasos», o ámbito de administración de la escasez. Lo económico es visto –según esta teoría- como el campo de las decisiones sobre medios escasos en función de fines alternativos (y dados), y en el cual ya no tiene sentido la afirmación de algo como una última instancia económica, tan importante en la economía política clásica, y también en Marx.
 
La cita de Smith que antes transcribimos tiene una virtud: aunque de manera invertida, nos permite ver el problema, esto es, las condiciones de reproducción de la vida y sus criterios de racionalidad. El Gurú del neoliberalismo del siglo XX, F. Hayek, lo presenta todavía de una manera muy similar a Adam Smith.
 
Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto las únicas reglas morales son las que llevan al «cálculo de vidas»: la propiedad y el contrato”. (Hayek, 1981).
 
En nombre de la “sociedad libre” (el capitalismo) y de la ética del mercado (“la propiedad privada y el contrato”), Hayek sugiere como criterio de racionalidad, esto que él llama, el “cálculo de vidas”, que en realidad es un cálculo de muertes. Pero este supuesto cálculo no tiene en realidad nada de cálculo, porque para un cálculo de este tipo no existe ninguna medida cuantitativa que lo pueda sustentar. Tiene un solo resultado: las víctimas fatales no importan, son sacrificables.
 
Ambas citas, la de Smith y la de Hayek, tienen sin embargo una ventaja: dejan ver claramente el punto de vista desde el cual se entiende la racionalidad de la ley (y la ética) del mercado. Pero cuando L. Robbins (1932) define que el objeto de la teoría económica es “la explicación de la asignación de recursos escasos susceptibles de usos alternativos”, borra toda alusión (invertida o no), al reconocimiento del circuito natural de la vida humana (además de instaurar definitivamente el enfoque lineal de la racionalidad medio-fin). Más aun, para la teoría del equilibrio general (la representación más avanzada y difundida del pensamiento económico dominante), el problema último consistiría en
 
“… asignar esos recursos dados a sus mejores utilizaciones, para así poder satisfacer el mayor número de necesidades [en realidad, preferencias], compatible con esos recursos dados” (Ahijado, 1985:14).
 
El resultado: una economía de libre mercado, en condiciones de competencia perfecta, produce tal optimalidad en el bienestar social (teorema de la mano invisible, que parte de otra famosa cita de Adam Smith).
 
Marx visualizó este escenario idílico de manera magistral cuando escribió en El capital:
 
La órbita de la circulación o del cambio de mercancías, dentro de cuyas fronteras se desarrolla la compra y la venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, el verdadero paraíso de los derechos del hombre. Dentro de estos linderos, solo reinan la libertad, la igualdad, la propiedad, y Bentham. La libertad, pues el comprador y el vendedor de una mercancía, v. gr. de la fuerza de trabajo, no obedecen a mas ley que la de su libre voluntad. Contratan como hombres libres e iguales ante la ley. El contrato es el resultado final en que sus voluntades cobran una expresión jurídica común. La igualdad, pues compradores y vendedores sólo contratan como poseedores de mercancías, cambiando equivalente por equivalente. La propiedad, pues cada cual dispone y solamente puede disponer de lo que es suyo. Y Bentham, pues a cuantos intervienen en estos actos sólo los mueve su interés. La única fuerza que los une y los pone en relación es la fuerza de su egoísmo, de su provecho personal, de su interés privado. Precisamente por eso, porque cada cual cuida solamente de sí y ninguno vela por los demás, contribuyen todos ellos, gracias a una armonía preestablecida de las cosas o bajo los auspicios de una providencia omnisapiente, a realizar la obra de su provecho mutuo, de su conveniencia colectiva, de su interés general.” (Marx, 1976: 128-129).
 
En el espejo de las relaciones jurídicas vemos la forma mercancía tal cual, esto es, no como relaciones directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como relaciones materiales entre personas y relaciones sociales entre cosas. En el espejo de las relaciones jurídicas aparecen las formas imaginarias (fantasmagóricas) de la producción mercantil. El objeto deja de ser perceptible como un producto del trabajo social. Lo social pasa a las mercancías bajo la forma de intercambiabilidad. El mundo está ahora al revés.
 
 
El punto de partida de una segunda crítica de la economía política (la crítica de la teoría económica neoclásica): el ser humano corporal como sujeto viviente y sus necesidades.
 
La crítica académica usual a la teoría neoclásica parte del pasaje más citado de toda La Riqueza de las Naciones de Adam Smith: el así llamado “teorema de la mano invisible”:
 
Ninguno, por lo general se propone originariamente promover el interés público, y acaso ni aun conoce cómo lo fomenta cuando no abriga tal propósito. Cuando prefiere la industria doméstica a la extranjera, solo medita su propia seguridad, y cuando dirige la primera de forma que su producto sea del mayor valor posible, solo piensa en su ganancia propia, pero en este y en muchos otros casos es conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención (Smith, 1983: 191).
 
Las condiciones formales (ni hablemos de las condiciones reales) para la demostración de este teorema son de tal extravagancia, que han conducido la teoría del equilibrio general a un callejón sin salida, como lo demuestran artículos recientes de economistas de la propia corriente neoclásica (Ackerman 2002).
 
Esta crítica es correcta, pero es insuficiente. Hay que partir de la otra cita de Smith, su tesis de la «armonía sacrificial» e invertir la referencia a la reproducción del ser humano.
 
La teoría económica neoclásica oculta y pretende suprimir la realidad de la dominación/explotación/extracción de trabajo excedente, al concentrarse en el ámbito de la escasez y de las preferencias, postulando como extraeconómico todo el conjunto de decisiones que gira en torno a las necesidades corporales y a la relación vida/muerte. En nombre de la competencia perfecta y el homo oeconomicus calculador y maximizador, las necesidades corporales del ser humano concreto son consideradas distorsiones por eliminar; y el sometimiento a la ley del valor (ley del mercado), la verdadera libertad.
 
Tenemos la ley del mercado como ley absoluta, frente a la cual todos los intentos para asegurar la vida humana y de la naturaleza son denunciados como distorsiones del mercado y, consecuentemente, reprimidos. Se trata, en la realidad, de algo muy diferente: la ley del mercado, transformada en ley absoluta, distorsiona la vida humana y la de la naturaleza entera, en un grado tal que esta propia vida está hoy amenazada. Y este criterio obliga a una intervención sistemática del mercado, para supeditarlo a la vida humana.
 
Entonces, los puntos de partida de la crítica son:
 
  1. La economía neoclásica es una economía del cálculo, unilateralmente centrada en la racionalidad instrumental medio-fin y el valor de cambio (crematística). Ahora bien, toda calculabilidad es fragmentaria, por lo que tiende a ignorar e invisibilizar los efectos (intencionales o no intencionales) de lo no calculado y de lo no calculable.
 
  1. Este cálculo se presenta bajo el ropaje de la escasez (absoluta) y, correspondientemente, como problemática de la asignación de los recursos escasos. Su utopía (de mala infinitud) es, por tanto, la abundancia y el progreso técnico infinito.
 
  1. Consecuentemente con lo anterior, la eficiencia formal (abstracta, fragmentaria), es erigida como el criterio supremo de todos los valores. No es en sí mismo un valor, pero decide sobre la validez de todos los valores (y de los derechos humanos).
 
  1. Con esta inversión, la economía neoclásica transforma y oculta la problemática central de la economía política clásica y, más explícitamente, la de Marx: la reproducción (del ser humano, de la naturaleza, de la vida) como última instancia de lo económico.
 
  1. Como resultado, el pensamiento neoclásico es un pensamiento anti-corporal, reconoce preferencias, pero no necesidades. En este sentido, continúa con una tradición platónica, escolástica y cartesiana.
 
  1. Es también, desde luego, una ideología apologética del capitalismo (la crítica usual de los marxistas y srafianos): el teorema de la mano invisible, la teoría del equilibrio general.
 
  1. La crítica de la economía neoclásica tiene entonces que partir de la negación de lo humano, tal como ocurre en este pensamiento y en la realidad; negación que aparece como “ausencia presente”.
 
  1. Sólo entonces, la reproducción de la vida humana, la satisfacción de las necesidades, el valor de uso y el valor de no-uso, la racionalidad reproductiva, el equilibrio del circuito natural de la vida, el modo existencial de ser (y no de tener -Fromm), se convierten en el punto de partida para otra economía.
 
Este es el punto de vista de la crítica, a partir de la cual surge un marco categorial propio, al que hemos denominado, una economía orientada hacia la reproducción de la vida humana (naturaleza incluida), o resumidamente, una economía para la vida.
 
 
Bibliografía citada
 
Ackerman, Frank. Still dead alter all these years: interpreting the failure of general equilibrium theory. Journal of Economic Methodology 9:2, 119-139, 2002.
 
Ahijado, Manuel. Economía de mercado y equilibrio general. Pirámide, Madrid, 1985.
 
Fromm, Erich (ed). Marx y su concepto del hombre. Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
 
Hayek, Friedrich Von. Entrevista en El Mercurio, Santiago de Chile, 19-04-1981.
 
Hinkelammert, Franz y Mora, Henry. Hacia una Economía para la Vida. Preludio a una reconstrucción de la economía. Editorial Tecnológica, Cartago, Costa Rica, 2008.
 
Marx, Karl. El Capital. Crítica de la economía política. Fondo de Cultura Económica, tres tomos, México, 1973.
 
Robbins, Lionel. An Essay on the Nature and Significance of Economic Science. Macmillan, London, 1932.
 
Smith, Adam. La Riqueza de las Naciones. Universidad Autónoma de Centroamérica, San José, Costa Rica, 3 tomos, 1986.

 

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