A propósito de la reflexión de Franz Hinkelammert sobre el lema sudafricano “yo soy, si tú eres”

Augusto Serrano y Alfredo Stein

Agosto de 2019

“Nihil sine ratione” (Leibniz), ergo nihil sine relatione.

Si nada hay sin razón suficiente, quiere decir que nada hay sin sus relaciones constituyentes, porque todo y todas las cosas de este mundo son resultado de relaciones.

En nuestras investigaciones, hemos decidido partir no de la categoría de sustancia (como desde Aristóteles se hizo) ni de la de cantidad (cómo ha privilegiado la ciencia desde Galileo) ni de la de cualidad (como parecen querer hacer la etnología y la sociología para compensar la cantidad) para poder dar cuenta y razón de las cosas de este mundo, sino de la categoría de relación. Y lo hemos hecho, porque, además de ser la categoría que permite entender la complejidad, supera la concepción sustancialista y fijista de las cosas y subsume tanto la cantidad como la cualidad.

Desde esa categoría, un lema como “yo soy, si tú eres”, cobra una significación trascendental y aparece como relación antropológica fundacional: aparece como relación de reciprocidad que instaura la vida política y la instaura y pone en marcha, porque, en la declaración “yo soy, si tú eres”, hay identificación, hay reconocimiento y hay exigencia inteligente de mutua colaboración.

Relación fundante, relación constituyente la de esta declaración que permite entender tanto el nacimiento de las estructuras fundamentales del ser humano como ser social (sobre todo la ciudad), cuanto el ámbito en el que se va a dar toda su andadura sobre la historia en la medida en que va construyendo su mundo.

La una es la generación del común (lo público) institucionalizado al nacer la ciudad y, con ella, la nueva vida política, la vida ciudadana, que absorbe y supera las formas anteriores de vida humana (tribu y familia). En ese momento histórico-antropológico-germinal, inicia el ser humano una senda de lo más variada y muchas veces contradictoria, pero que va a poder mantener su hilo de Ariadna humano en tanto se haga valer por encima y contra todas las otras formas de vida posibles, “yo soy, si tú eres”, su característica más humana.

La otra es la relación entre el reino de la necesidad y el reino de la libertad, ese amplio ámbito de posibilidades en el tiempo y el espacio donde se desarrollará la suerte del ser humano, ámbito que durante milenios se verá, por desgracia, como palenque de lucha.

Llegados a este nivel de conciencia y guiados por la categoría de relación, aunque sin perder de vista la declaración entre seres humanos “yo soy, si tú eres”,  los dos reinos, el reino de la necesidad y el reino de la libertad reaparecen de muy diferente manera, no como palenques de lucha, sino reinos de composibilidad.

La tradición los ha venido entendiendo  como reinos antagónicos, al punto de haber señalado el camino hacia el reino de la libertad a costa y por encima del reino de la necesidad, tratando de emplear todos las  fuerzas humanas para aniquilarlo e imaginar ya un reino de la libertad sin traba alguna, (¿quizás por ello la sinrazón del ingenio que está derrochando nuestra sociedad tecnocrática para acabar con la Tierra?) razón por la que se veía al ser humano como “el rey de la creación”, tratando de someter a todo lo que se le ponía al alcance, incluidos los propios seres humanos, porque no podía entender la mutua relación de composibilidad que siempre ha existido y existirá entre ambos reinos. El uno no puede existir sin el otro.

Antes que Carlos Marx, otro alemán de renombre, Immanuel Kant, en la Crítica de la Razón Pura  señala algo que nos permite entender la mutua relación entre ambos reinos, aunque se esté refiriendo a otro asunto: cuando asevera que la ingenua paloma podría pensar que volaría más fácilmente si desapareciera el obstáculo del aire, olvidando así la ley de su propio vuelo (“Die leichte Taube, indem sie im freien Fluge die Luft teilt, deren Wiederstand sir fühlt, könnte die Vorstellung fassen, dass es ihr im luftleeren Raum noch viel besser gelingen werde” ( Kritik der Reinen Vernunft: Einleitung B, Felix Meiner Verlag, Würtzburg 1956; pág. 43).

Porque es Carlos Marx quien aclara como nadie la relación entre ambos reinos cuando al final del vol. III de El Capital asegura: “La libertad en este terreno sólo puede consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen racionalmente este su intercambio de materias con la naturaleza, lo pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar como por un poder ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que sin embargo, sólo puede florecer tomando como base aquel reino de la necesidad.” (pág. 759).

“No destruyas la rama en la que estás encaramado”, parece que nos está queriendo decir Marx, porque la vida es relación y es relación de interdependencia y reciprocidad de los seres humanos entre si y de todos ellos como especie humana con la madre naturaleza.

Entendido así, “yo soy, si tú eres” es, ante todo, un principio antropológico y es un principio de economía política (como ciencia de la reproducción de las condiciones de vida) y un principio de convivencia política (como forma de convivencia en paz) del que posteriormente se podrá derivar una ética o una estética y muchas cosas más.

 “Yo soy, si tú eres”, repetimos, antes de ser ética, es una relación política imprescindible, originaria, constituyente y fundante.

Mientras la relación política no se prostituya ni se aliene y abstraiga de los individuos, contiene como parte de sí misma la relación ética: la subsume y absorbe. Se convierte en una relación ética desiderata, sólo cuando la relación política (como en nuestro tiempo) se ha desnaturalizado, esto es, se ha deshumanizado.

Y es relación política fundante, porque encierra las dos dimensiones constituyentes de la creación de la bios politikos (Hannah Arendt), de la vida política, de la ciudad: conservar la vida como prioridad y generar la vida buena como meta.

“Yo soy”,  es reflexión humana de autoidentificación y, por tanto, de comprensión de la propia limitación y “si tú eres” es comprensión de la necesidad del otro como necesaria complementación de “yo soy”. Reflexión originaria del encuentro entre seres humanos que incluso se autoidentifican en la medida en la que se ven cara a cara con el otro. No es imaginable el surgimiento de la ciudad, de la vida ciudadana sin esta mutua relación de reciprocidad. Por eso es una relación fundacional que sólo desde la antropología se puede entender. Pero es una relación cuya evidencia y riqueza de dimensiones no se le podía pedir a ningún ser humano en tiempos pasados, porque se veía como sometido y amenazado por las superiores fuerzas de la naturaleza o “reino de la necesidad” insuperable. Ha tenido que llegar el ser humano a dominar muchos de los determinismos naturales hasta poner a la naturaleza en peligro, para que el “yo soy, si tú eres” haya de introducir a la biosfera  como parte de la relación política de interdependencia entre los seres humanos y la biosfera: “yo soy, si tú eres” vale también para hablarle a la naturaleza como la Pacha Mama. Es en ese momento donde el “yo soy, si tú eres” cobra todo su significado y sentido realmente revolucionario, porque incluye a la naturaleza.

Decimos como parte de la “relación política de interdependencia” y no de relación ética de interdependencia, porque más allá del reconocimiento de esa relación, la solución sólo podrá venir de la política y no de la ética. Quizás sea la fuerza de los hechos brutos la que nos lleva a la consideración de la necesaria interdependencia de los seres humanos entre sí y de todos ellos con la biosfera para la supervivencia de la vida (desde las advertencias del Club de Roma a principios de los setenta del siglo pasado), pero son hechos que quizás sólo puedan reorientarse con la acción política ni prostituida ni abstraída que vuelve a las manos de los ciudadanos.

La forma de superar el “yo soy para que tú no seas”, que orienta  la forma económica actual depredadora y suicida ha de venir de una forma diferente de hacer política como proyecto de vida común que, sin pretender acabar ni con el mercado ni el capital, los subordina, controla y reorienta. De nuevo reaparece el sentido trascendental del “yo soy, si tú eres” nada menos que esta relación de necesaria y obligada subordinación que estamos exigiendo del capital, porque cualquier acción que contra lo actual se tome, bien hará con tener en cuenta que eso que queremos transformar será “el aire” sobre el que tendrá que volar nuestra acción transformadora.

Por el momento, acciones encaminadas a hacer pagar al capital financiero por sus desplazamientos, acabar con los paraísos fiscales, hacer que paguen impuestos para el bien común (lo público) quienes más ingresos tienen, controlar y poner límites a las formas de la producción teniendo en cuenta la conservación de la naturaleza y de la vida, etc. sólo pueden darse desde un  Estado democrático de derecho que haya integrado la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Distinguimos, por tanto, entre la ideación y comprensión de lo que está sucediendo, de sus causas y de su tendencia y, por otro lado, su posible reorientación alternativa por medio de una política supranacional  para la vida que diga: hasta aquí hemos llegado, esto no puede seguir así y haga valer la letra de la Declaración Universal de los Derechos Humanos que, en general, tiene estas ideas como meta.

Es curioso: la letra de las Constituciones de los países que dicen haber integrado explícitamente los derechos humanos (España, Alemania, Honduras, Italia, Francia, Costa Rica, Portugal y de otros países) lleva a veces implícita y a veces explícita esta manera de entender la vida política, de modo que muchas veces, bastaría tomar por la palabra lo que dice y manda una Constitución para ponerle riendas al capital más desbocado. Ahí se han encontrado artículos donde se manda cumplir (pero no lo hacen) con el derecho efectivo del salario digno y la vivienda digna, la cobertura total en salud, educación, seguridad y hasta en la renta básica ciudadana, algo así como no dar “a cada uno según sus capacidades y rendimientos” (que es manifestación de la competitividad), sino  “a cada uno según sus necesidades”, que es la única manera de ejercer la igualdad y la justicia.

“Yo soy, si tú eres” es pues, hablando antropológicamente, la expresión y el reconocimiento de que, con el nacimiento de la polis (la ciudad), se acaba de generar una relación inédita y trascendente  de reciprocidad  constituyente, el común, lo público: el inicio de la senda identificadora del desarrollo propia y diferencialmente  humano.

Esta senda nos indica que debemos entender hoy la política o relación de reciprocidad que hace milenios comenzó a generar el ser humano al inventar la ciudad,  como la urdimbre que puede y debe modular y trascender la forma de reproducir en común nuestras actuales condiciones generales de existencia, teniendo que tomar en cuenta al otro ser humano como igual y a la naturaleza como la fuente de la vida.

Hemos creído ver en el siguiente “lugar” la posibilidad de realización del hermoso lema “Yo soy, si tú eres”:

 “Creemos que la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 recoge lo más humano y noble que el ser humano ha ido sembrando a través de los siglos. Es algo así como la concreción y terrenalización del sueño que la humanidad ha venido sembrando desde hace milenios, sueño que se ha expresado en vivencias reales pasajeras, en mitos y utopías y que nos incluye a todos: vivir en paz, acceder a la riqueza multidimensional producida por todos, acabar con las enfermedades, acabar con la pobreza, acabar con la ignorancia, asegurar la vida para el mañana, acceder a la información fiable, participar en los destinos de la sociedad, actuar con prudencia e inteligencia con los recursos escasos de la Tierra, tolerar las diferencias y poder disfrutar libremente del tiempo disponible.

En nuestro tiempo, esos deseos se habían estado precipitando y haciéndose realidad en algunos Estados democráticos de derecho, en el núcleo que les da contenido y sentido: en el Espacio Público. En ese espacio público común a todos, generador de simetría humana:

1.   el sueño para erradicar la ignorancia se concreta en el acceso universal a la educación pública;

2.   el sueño de la erradicación de las enfermedades se expresa como el acceso universal al sistema de salud pública;

3.   la idea de acabar con la pobreza significa el acceso al empleo remunerado digno y a la protección pública en casos de necesidad límite;

4.   el deseo de sentirse seguro para vivir se concreta en el acceso a una vivienda digna y a los sistemas públicos de seguridad civil, seguridad para la tercera edad y para la niñez y discapacitados,

5.   el deseo de sentirse ciudadano de pleno derecho aparece como participación ciudadana efectiva y pública (de hombres y mujeres por igual) en los destinos de la sociedad y en las formas de relación con la madre Tierra;

6.   la necesidad de disponer de la información suficiente para la vida se hace realidad como la existencia de medios de comunicación públicos fiables;

7.   el ansia de paz se expresa como reconocimiento y respeto a las diferencias étnicas, religiosas e ideológicas, como libertad de expresión y como solución de los conflictos por medio del diálogo, la negociación  y el compromiso, exigencias que han de estar consignadas explícitamente como principios en la Constitución del país para no dejarlas a merced de los caprichos del gobierno de turno.

Estos son los verdaderos indicadores del grado de Desarrollo Humano alcanzado por una sociedad cuando, en relación unos con otros, constituyen un sistema potente y  coherente.

Si se pudiera detectar algún gen propio, específica y exclusivamente humano que, al modificarlo o destruirlo significara la destrucción de la especie humana, diríamos que todo cuidado sobre el mismo sería insuficiente, de modo que aparecería ese gen como lo intocable, lo sagrado y, por su importancia, inviolable. De igual manera, y esto sí es real y se sabe, el Espacio Público, ese «gen social específicamente diferenciador y determinante» que tantos esfuerzos, luchas y milenios nos está costando construir, ha de ser conocido, reconocido y defendido como si, al atentar contra él, estuviéramos atentando contra lo más humano de nosotros: la característica más nuestra, más diferenciadora, más enriquecedora y más humana que hemos creado. Defenderlo y garantizar su permanencia debe ser lo central de cada gobierno y aquello que los ciudadanos hemos de cuidar y defender como se defiende la vida propia. Espacio público que ha de ser incluyente y transparente para que sea trascendente”. (Augusto Serrano López/Alfredo Stein Heinemann: Re-construyendo la ciudad: El espacio público como lugar de simetría, diálogo y trascendencia. Universidad de Alicante/Universidad Nacional Autónoma de Honduras UNAH. 2019).

 

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