Franz J. Hinkelammert

Henry Mora Jiménez
 
El determinismo económico siempre ha sido una sombra de la economía política, incluso en la tradición crítica iniciada por Marx. Pero creemos que se trata de una suposición (y de una acusación) que hay que evaluar con sumo cuidado, pues no siempre es unívoca, al menos en el caso de Marx. 1
Un pasaje que en principio la expresa, a la vez que pretende aclararla, es aquel de una conocida carta de Engels a J. Boch (21-22 de septiembre de 1890):
 
Según el concepto materialista de la historia el momento determinante de la historia es en última instancia la producción y reproducción de la vida real. Más no hemos sostenido nunca ni Marx ni yo.
 

Así expresada, se trata de una tesis incluso obvia e irrefutable. Cuando la vida real –la vida corporal- no se reproduce, la misma sociedad en todas sus dimensiones deja de reproducirse. Lo mismo vale para cada persona. Sin vida corporal no hay vida en absoluto.

No se trata, entonces, de una tesis específicamente marxista. De alguna manera todos lo sabemos, aunque quien no vea su vida constantemente amenazada por el hambre, puede pensar que se refiere a situaciones más bien excepcionales o extremas, sobre todo en la “sociedad opulenta”. Además, claramente la tesis no sostiene que la economía sea la «primera instancia», sino, la «última instancia».

El determinismo sistémico neoclásico y neoliberal precisamente sostiene que la economía es «primera instancia» de la vida, cuando por ejemplo afirma que el dinero es como la sangre de la sociedad y que “… solo hay ciertas cosas que el dinero no puede comprar”. Semejante elevación de lo económico a primera instancia también ocurrió bajo el stalinismo soviético, cuando se erigió al crecimiento económico en el principal objetivo de la vida social e, incluso, de la vida personal. El marxismo ortodoxo descansó, al igual que ayer y hoy lo hace el pensamiento burgués, en un economicismo que eleva lo económico al sitial de «primera instancia». Ambos sustituyen la producción y reproducción de la vida real como condición de cualquier vida, por los criterios cuantitativos y fetichizados del “éxito económico”: la tasa de ganancia y la tasa de crecimiento económico.

Pero cuando se considera la economía como el ámbito de la producción y reproducción de la vida real (economía para la vida), esta se encuentra necesariamente en el lugar de la instancia que decide en último término. Hagamos lo que hagamos, no lo podemos hacer si no es en el marco determinado por la producción y reproducción de la vida real. Si no respetamos este marco, nos encaminamos al suicidio. Pero es un «marco de actuación», no la misma determinación de la acción.

De manera que bien interpretada, la tesis de lo económico como «última instancia», más que una sombra de determinismo económico, debemos verla como un «criterio de discernimiento»: gratia suponit naturam. Para un católico, por ejemplo, el pan bendito representa un valor superior al simple pan sin bendecir; pero no se puede sustituir el pan por la bendición del pan: aun cuando se trate, en «primera instancia», de la bendición, no se la puede tener sin tener el pan en cuanto que «última instancia».
 
Por eso decíamos arriba que la tesis de la economía como última instancia de la vida humana, entendida la economía como producción y reproducción de la vida real, es irrefutable. Es “marco categorial”, no “hipótesis falsable”, pero no por ello, no científica.
 
Además, no se la debe entender bajo el prisma positivista (o estructural positivista), esto es, como un sector (el económico), que determina a los demás sectores y a la sociedad en su conjunto. Es criterio de discernimiento y criterio de racionalidad, tanto desde la racionalidad reproductiva (producción y reproducción de la vida real), como desde la racionalidad instrumental medio-fin (el “éxito económico”, la acumulación, el consumismo).
 
Pero también es comprensible que exista una tensión entre la economía como última instancia (producción y reproducción de la vida real) y los economicismos de la maximización de las ganancias o de la tasa de crecimiento. En Marx esta tensión se expresa como una contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción.
 
Al llegar a una determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la sociedad chocan con las relaciones de producción existente, o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones (de producción) se convierten en trabas suyas. Se abre así una época de revolución social (Marx, Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política)
 
Creemos que esta habitual forma de expresión (dentro del marxismo tradicional), hoy no trasmite el significado que Marx pretendió darle. La ortodoxia marxista (en el marco de la “competencia de sistemas”) la interpretó como el deber de impulsar a toda costa el crecimiento económico (el desarrollo de las fuerzas productivas), desvirtuando toda la concepción original de la «emancipación humana».
 
Sin embargo, lo que Marx sí sostuvo explícitamente fue que la sociedad burguesa contiene una lógica inevitable hacia el socavamiento acumulativo de la producción y reproducción de la vida humana y sus condiciones de existencia; de ahí su conclusión de que la superación del capitalismo es una necesidad histórica. Creemos que esta tesis sigue en pie, y seguramente hoy tenemos mayor conciencia de esto que en tiempos de Marx.
 

 


 
1En el caso de la teoría económica neoclásica, más que una sombra es una elección metodológica. Antes de Keynes, la función más importante de dicha teoría era probar que frente a la economía no se podía ni se debía actuar. Los llamados “nuevos clásicos” restauraron esta tradición pre keynesiana, que va de la mano con el “imperio de la economía”.
 

 

 

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