Introducción
El proceso de globalización pasa desde hace más de dos décadas por encima de América Latina, del mismo modo que pasa por encima del mundo entero: como un huracán. La privatización de las funciones del Estado, el comercio libre, el desencadenamiento de los movimientos internacionales de los capitales, la disolución del Estado social, la entrega de la funciones de planificación económica a las empresas multinacionales, y la entrega de la fuerza de trabajo y de la naturaleza a las fuerzas del mercado, han arrasado el continente. No ha habido casi ninguna resistencia relevante. En parte debido a que el terrorismo del Estado hacía imposible esta resistencia. Los asesinatos, las torturas y la desaparición de personas, que más tarde fueron escondidas en cementerios secretos, han acompañado este proceso casi en todas partes. Sin embargo, al mismo tiempo, la aparente falta de alternativas contribuyó a la legitimación del proceso. Como, aparentemente, ya no hay espacios de soluciones alternativas, la globalización y el sometimiento a ella es presentado como realismo. Las clases dominantes se presentan como los administradores y ejecutores del proceso, y los medios de comunicación se han transformado en sus propagandistas. Todo eso ha ocurrido en nombre de los valores de eficiencia y competitividad. Las teorías económicas y sociales dominantes no analizan el proceso de globalización, sino que lo glorifican. El mercado total parece ser el fin de la historia y el conocimiento definitivo de lo que la humanidad tiene que hacer. Parece ser el espíritu absoluto. Frente a esta situación no es ninguna sorpresa que la teoría de la dependencia vuelva a tener importancia hoy en América Latina. Ella surgió en los años cincuenta y sesenta de este siglo y acompañó la política de desarrollo, tal como fue realizada en el continente desde la II Guerra Mundial hasta la década de los setenta. Este proyecto de desarrollo, que en su tiempo fue muy exitoso, desde finales de la década de los sesenta entró en una crisis que hizo necesaria su reformulación. La razón de esta crisis estuvo en el hecho de que la industrialización se concentró en los mercados internos, con el resultado de que la creciente cantidad de importaciones de bienes de inversión no podía ser pagada por exportaciones industriales correspondientes. El resultado fue una crisis de la balanza de pagos, la cual podría haber sido solucionada mediante una reestructuración del proceso de industrialización. En vez de eso, el huracán de la globalización llevó, a partir del golpe militar chileno de 1973, a la abolición y la consiguiente denunciación del proyecto de industrialización y desarrollo. Se trata de una situación que es comparable con la actual situación de Europa Occidental. Allí se vive una crisis del Estado social, que es transformada en el pretexto para su abolición. En vez de solucionarla por medio de una reformulación y recreación, simplemente se denuncia al Estado social y se lo declara la causa de todos los males. Lo que ocurrió con el proyecto de desarrollo latinoamericano, ocurrió igualmente con la teorías que lo acompañaban e interpretaban. Eso vale en especial para la teoría de la dependencia. Esta fue una teoría importante en los años sesenta en América Latina, que apareció en varias corrientes, de las cuales la corriente marxista sólo era una entre varias. Como la región llevaba a cabo una política de relativa independencia, el punto de vista de dependencia, independencia era importante y convincente porque interpretaba de manera adecuada la realidad de este tiempo. Por esta razón, este punto de vista de la dependencia, independencia se encontraba tanto en las opiniones de la organización regional de la ONU, la CEPAL, como en la posiciones de los políticos importantes, en las declaraciones de las organizaciones sociales de las más variadas orientaciones, y en los análisis científicos realizados en las universidades y en varios centros de investigación. El huracán de la globalización es incompatible con el punto de vista de la dependencia, independencia. En América Latina, puso en el lugar de un desarrollo independiente el sometimiento bajo la lógica del mercado mundial: desarrollo por dependencia. La presión internacional, la persecución por parte de las dictaduras del terrorismo de Estado, el control de las universidades y de los centros de investigación —fuese por control policial, fuese por el cambio de la política de las fundaciones de cuyo financiamiento depende una gran parte de las actividades científicas en el continente—, lograron expulsar en poco tiempo el punto de vista de la dependencia, independencia del espacio público. Al imponerse el capital apoyado en la lógica del mercado mundial, se impusieron teorías que más bien interpretaban esta dominación y que se suele —creo que con razón— sintetizar con el nombre de neoliberalismo. En nombre de la eficiencia y de la competitividad, ellas legitiman el sometimiento bajo la dependencia. Esta represión del punto de vista de la dependencia, independencia dentro de la opinión pública, de ninguna manera demostraba que la teoría de la dependencia hubiese sido refutada o perdido su importancia. Al contrario. La dependencia había aumentado en tal grado, que ya no se admitía hablar de ella públicamente. El hecho de que en los años cincuenta y sesenta pudo aparecer una teoría de la dependencia, prueba más bien que en el conjunto de la situación dependiente había todavía espacios reconocidos para un pensamiento y una acción independientes. Desde el decenio de los setenta en adelante el punto de vista de la dependencia fue reprimido, porque la dependencia se había vuelto definitiva y su crítica ya no era aceptada. No obstante la teoría de la dependencia no desapareció, sino que simplemente fue marginada y excluida de la opinión pública y publicada. En consecuencia, es seguro que ella no retornará con una importancia parecida a la que tuvo en los años sesenta, por cuanto se siguen imponiendo la lógica del mercado mundial y el actual proceso de globalización sin resistencia efectiva. Por esta misma razón las teorías neoliberales mantendrán su dominio, con independencia de su falsedad. De hecho, hoy es muy poco útil. Como ya dijo Schumpeter, para la teoría de la utilidad también rige la tendencia a la utilidad marginal decreciente. Cuanto más se tiene de ella, menos sirve. Su utilidad teórica se restringe en la actualidad a su capacidad de propiciar premios Nobel. Sin embargo, la teoría de la dependencia vuelve a tener importancia. Se nota hoy una cierta crisis de legitimidad del proceso de globalización y de sus ideologizaciones, no sólo en América Latina, en Europa Occidental y en los EE.UU., sino también en el resto del mundo. Con fuerza cada vez mayor, se perciben la destrucciones del ser humano y de la naturaleza que este huracán trae consigo. Por eso ya no resulta tan fácil bloquear la opinión pública. Esto lleva en América Latina a nuevas discusiones sobre la teoría de la dependencia y sus desarrollos desde los años setenta hasta hoy. Por supuesto, se discuten asimismo sus debilidades y la necesidad de reformularla en un ambiente general cambiado. Al respecto, la teoría de la dependencia se distingue de forma notable de las teorías neoclásicas y neoliberales dominantes. Estas, desde hace más de cien años, pueden repetir siempre lo mismo sin ningún miedo a contradecir la realidad. Pero eso no significa, como creen sus representantes, que sean portadoras de una verdad absoluta. Lo que demuestra es hasta qué grado esta ventaja aparente se debe a simples tautologías que subyacen a estas teorías. Según la teoría neoclásica, el precio de mercado es un precio racional si surge en el mercado competitivo, y hay mercado competitivo si los precios son precios del mercado. Esto significa, en cuanto al salario, que es un precio racional si surge en un mercado competitivo. De este modo se hace abstracción de la realidad y se tiene una teoría que no es susceptible a ninguna crítica. Al contrario, la teoría de la dependencia se tiene que desarrollar constantemente porque habla de la realidad y no de tautologías. En esta teoría un determinado salario no es racional porque surge en un mercado competitivo, sino que es racional si se puede vivir con este salario. Con esto termina la tautología y se hace necesario hablar de la realidad. Estos necesarios desarrollos de la teoría de la dependencia, efectivamente han tenido lugar desde los años setenta hasta hoy. Sin embargo, en la actualidad crece la conciencia de que estos desarrollos tienen que ser integrados de nuevo en un marco teórico. Precisamente ese es el objeto de las actuales discusiones. En este sentido, se trata de los siguientes problemas:1. La política del desarrollo como una política del crecimiento
En los años sesenta, la teoría de la dependencia compartía la opinión general de que la tasa de crecimiento económico puede ser considerada como una locomotora que produce una dinámica en la sociedad entera, que lleva automáticamente al pleno empleo de la fuerza de trabajo y a la producción de un plusproducto capaz de asee financiar la integración social de toda esta fuerza de. Se trata de aquello que en su tiempo el canciller alemán Schmidt sintetizó de la manera siguiente: los ahorros de hoy son la inversión de mañana y los puestos de trabajo de pasado mañana. De esta forma la política económica fue transformada en política de crecimiento económico , cuyo producto podía servir, por medio de medidas de política social correspondientes, a la integración de todos en la vida social. Eso correspondía, en efecto, a la experiencia de Europa Occidental hasta el decenio de los setenta, pero en general también a la experiencia de la política de desarrollo América Latina en los años cincuenta y sesenta. En América Latina se había tenido igualmente la experiencia de que esas tasas de crecimiento positivas sólo eran posibles con una política de crecimiento correspondiente, lo que llevó a la política de industrialización mediante la sustitución de importaciones. Sin embargo, a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta se percibió un fenómeno que llevó a dudar de esta experiencia. En el curso de los años sesenta la producción industrial siguió creciendo con tasas de crecimiento elevadas, pero se notó una estagnación de la fuerza de trabajo empleada en la industria. Se empezó entonces a hablar en este tiempo de una "estagnación dinámica" . Se trata de aquello llamado hoy el jobless growth. En América Latina se habló en ese tiempo de una crisis de la industrialización por la sustitución de importaciones. Los representantes marxistas de la teoría de la dependencia buscaron la solución en relaciones socialistas de producción, de las cuales esperaban la posibilidad de combinar de nuevo altas tasas de crecimiento económico con una dinámica ascendente del empleo, con un uso paralelo del plusproducto para cubrir los costos de la integración social de todos. Pero de todas maneras, fue visible la crisis del intervencionismo y del Estado social vinculado a él. La convicción de que las tasas de crecimiento pueden ser la locomotora del pleno empleo, hoy en general se ha perdido en América Latina. El "estancamiento dinámico" (jobless gowth) se ha transformado inclusive en la forma dominante del crecimiento económico en los países centrales desarrollados. El mito de las tasas de crecimiento como receta para la solución de los problemas apenas sobrevive entre los partidarios de la política de globalización, aunque de una forma muy poco creíble. Uno de los últimos que todavía lo sostiene es el actual presidente de Brasil, Femando Henrique Cardoso. No obstante, imaginaciones parecidas retoman también en círculos socialdemócratas o sindicales de los países desarrollados centrales, cuando insisten en poder cambiar la situación con políticas de demanda global por medio de gastos del Estado. Aunque tales medidas tuvieran algunos éxitos, no creo que puedan dar soluciones más bien generales, como fue posible en los aflos cincuenta y sesenta. Ahora parece visible que en los países desarrollados no existe ninguna política económica capaz de determinar de forma autónoma las tasas de crecimiento o de aumentarlas. Estos países dependen de un crecimiento intensivo, es decir, de un crecimiento que ya ha alcanzado lo hasta ahora técnicamente posible y que sólo puede seguir al paso del surtimiento de nuevas posibilidades tecnológicas y de su aprovechamiento. Si hacemos abstracción de las inversiones en la infraestructura, entonces únicamente nuevas inversiones pueden realizar tasas de crecimiento potenciales predeterminadas por nuevos desarrollos tecnológicos. De ahí que la inversión en capital productivo apenas puede ser influida escasamente por cambios de las tasas de interés. Sin embargo, si el crecimiento extensivo es obstaculizado, ahora el capital no puede ser empleado sino de manera especulativa. Con esto, la estagnación dinámica resulta ser no solamente del empleo, sino también una estagnación dinámica de las inversiones productivas.2. La nueva polarización del mundo
La teoría de la dependencia de la década de los sesenta partió de la tesis de una polarización entre el Primer y el Tercer Mundo. Desde este punto de vista, el Primer Mundo era un mundo que había solucionado en gran medida sus problemas de desarrollo económico y social. El Primer Mundo parecía ser un "capitalismo con rostro humano". El Tercer Mundo, en cambio, parecía tener la tarea de lograr transformarse en algo que el Primer Mundo ya había conseguido. Eso se veía como una relación jerárquica dentro de la polarización entre países desarrollados y subdesarrollados. En el Primer Mundo —para algunos también en el Segundo Mundo— se podía aprender lo que había que hacer. Esta polarización, tan simple seguramente, ya no puede describir la situación actual. Por eso se habla hoy de un Tercer Mundo en el Primer Mundo y de un Primer Mundo en el Tercer Mundo. Los polos puros se han disuelto. Pero con ello el propio Primer Mundo ha perdido su carácter de modelo. El capitalismo de los países centrales ya no se preocupa de mostrar algún rostro humano. Después del colapso del socialismo ya no lo necesita, y se ahorra los costos que la producción de esta apariencia demanda. Se ha destruido muros, para construir nuevos muros. Hoy, el Primer Mundo se ve más bien como un gran archipiélago que aparece por todos los lados, pero que surge en un mar circundante de espacios que ya no se puede integrar ni económica ni socialmente. Pese a que este archipiélago todavía está ubicado sobre todo en el Norte, la relación no se puede entender más como una relación Norte-Sur. Sí se la puede marcar en el sentido de una exclusión. Por supuesto, sigue habiendo centros, si bien ahora surgen en forma de un archipiélago, y sigue habiendo una periferia, aunque conforma ahora un mar circundante de las islas del archipiélago. Pero, pese a que el mercado mundial globalizado los engloba a todos, estos centros tienen ahora el carácter de enclaves. Ha surgido una división social del trabajo que presupone este mercado mundial globalizado y lo necesita. Esta globalización se basa en la libertad de los flujos de mercancías y capitales, y en la ausencia de intervenciones estatales u otras en estos flujos. Eso no implica de ninguna manera una ausencia del Estado. La globalización no es posible sin una acción constante y decidida de los Estados. Sólo que los Estados funcionan ahora sobre todo como una instancia de la globalización que debe facilitar los flujos de mercancías y capitales, y fomentarlos por medio de subvenciones inmensas que superan en tamaño cualquier cantidad de subvenciones que el Estado social jamás efectuara. Únicamente de esta forma se considera a la competencia como el verdadero motor de la globalización, y la victoria en la competencia como eficiencia. Esto tiene consecuencias para la inversión en capital productivo. Entiendo por capital productivo el capital invertido en la producción de capacidades productivas en la producción industrial, agraria y de materias primas. Eso hace abstracción de las inversiones en la infraestructura, la cual se rige por otras reglas. Lo que ahora ocurre es que las posibilidades de inversión en capital productivo son bloqueadas por el propio proceso de globalización. En lo que se refiere a los enclaves del archipiélago, ellos siguen siendo altamente dinámicos y se desarrollan al ritmo que el proceso tecnológico permite. El crecimiento económico de estos enclaves ocupa un capital invertido correspondiente a esas tasas de crecimiento. Sin embargo, este crecimiento intensivo es sobre todo un crecimiento de la productividad del trabajo. Un crecimiento extensivo, y por tanto un crecimiento más allá de estos enclaves constituidos, aparece sólo en casos limitados. De ahí la tendencia hacia la estagnación dinámica de los enclaves y del archipiélago de los centros en conjunto. La globalización, con su libertad para los flujos de mercancías y capitales, bloquea la posibilidad de un crecimiento extensivo del archipiélago. Las producciones que resultan de la inversión en nuevos capitales productivos, para que puedan tener lugar, tienen que ser competitivas desde el comienzo. No obstante, como muy raras veces pueden ser competitivas sin protección y fomento, estas inversiones no son realizadas. El archipiélago conserva su dinámica hacia adentro, sin embargo es incapaz de expandir esta dinámica. Así se explica la tendencia hacia la estagnación dinámica. Por un lado, la división del trabajo a escala mundial que realizan las empresas multinacionales, necesita la libertad de los flujos de mercancías y capital, pero, por otro lado, la imposición de estas condiciones bloquea la posibilidad de un crecimiento extensivo del capital productivo. En este contexto, la teoría de las ventajas comparativas ha sido transformada en pieza clave de la ideología de la globalización. Esta teoría sostiene que cualquier comercio internacional libre necesariamente va en beneficio de todos los países que entran en este comercio. El peor de los casos concebidos es el de que un país no obtenga ventajas, pero la teoría excluye la posibilidad de que un país pierda por aceptar el comercio libre. Según ella, el comprar barato nunca puede ser la manera más cara de comprar. No obstante, la transición al estancamiento, y después al encogimiento dinámico, es completamente diferente. En esta situación, el comercio libre destruye ingresos mayores que las ventajas derivadas de la compra más barata. En efecto, se compra más barato, pero esta compra lleva a la destrucción de producciones que habían permitido determinados ingresos. Al destruir estas producciones, sin sustituirlas por producciones nuevas y más eficientes, se pierde aquellos ingresos sin ninguna contrapartida igual o mayor. Sin embargo, los teóricos de la teoría de las ventajas comparativas no toman jamás en cuenta estos costos. Por consiguiente, y en contra de la experiencia cotidiana, hablan manera indiscriminada de ventajas y jamás de pérdidas. Eso cambia por completo el carácter de las inversiones en capital en general. Aparecen mucho más capitales de lo que sería posible invertir en capital productivo. Luego, una parte cada vez mayor de los capitales disponibles tiene que ser invertida especulativamente. Pero el capital especulativo tiene que tener por lo menos la misma rentabilidad que el capital productivo. Por eso aparece ahora la cacería de posibilidades de ubicación rentable de los capitales especulativos. Y tales posibilidades de inversiones especulativas se dan en especial en aquellos sectores de la sociedad que hasta ahora han sido desarrollados fuera del ámbito de los criterios de rentabilidad. Su transformación en esfera de ubicación del capital no-productivo resulta la manera más fácil de encontrar lugares de aplicación del capital especulativo. Se trata sobre todo de las actividades del Estado, las cuales pueden ser transformadas en esferas para este capital. Sin ocupar estas actividades estatales, difícilmente el capital especulativo encuentra ubicación. Eso explica la presión mundial por la privatización de las funciones del Estado, con el fin de hallar esferas de inversión no-productiva. El capital devora ahora a los seres humanos: se transforma en un caníbal. Cualquier actividad humana tiene que ser transformada en una esfera de inversión del capital, para que el capital especulativo pueda vivir: las escuelas, los jardines infantiles, las universidades, los sistemas de salud, las carreteras, la infraestructura energética, los ferrocarriles, el correo, las telecomunicaciones, los otros medios de comunicación, etc. Los sueños anarco-capitalistas van aún mucho más lejos. Inclusive la policía, la función legislativa y la judicial y el mismo gobierno, se pretende transformarlos en esferas de inversión de estos capitales. El ser humano recibe la licencia para vivir y participar en cualquier sector de la sociedad, únicamente si paga al capital especulativo las cotizaciones correspondientes bajo la forma de interés. Aparece un sobremundo al cual hay que tributarle los sacrificios necesarios para adquirir el derecho de vivir. La globalización aumenta el capital especulativo y presiona por posibilidades de inversión rentable. Cuanto más la competencia por los salarios iguala los niveles salariales hacia abajo, tanto más se concentran los ingresos. Y los ingresos altos tienen una inclinación mayor hacia el ahorro que los ingresos bajos. Por tanto, los nuevos capitales conllevan un incremento del poder que presiona hacia la concentración de los ingresos, lo que produce una tendencia hacia el crecimiento del propio capital especulativo y, por consiguiente, de la necesidad de encontrar nuevas esferas para su ubicación. Las privatizaciones, que se buscaban como salida, llevan a la agudización del problema y, con el tiempo, a la disminución de los centros del archipiélago. El resultado es un proceso de encogimiento dinámico, que no es sino el resultado de la estagnación dinámica. En Alemania se habla ya del pasaje de la sociedad de la tercera parte de la población hacia la sociedad de la quinta parte. Eso ocurre pese a que las tasas de crecimiento continúan siendo positivas, con la tendencia a seguir siéndolo. No obstante, también se desarrollan nuevos centros. Lo hemos visto en el caso de los llamados "tigres asiáticos", y lo vemos hoy en regiones de China e India, así como en el caso de otros países de Asia Oriental. Pero en ningún caso estos nuevos centros surgen por el sometimiento al proceso de globalización. Surgen más bien por su aprovechamiento. Estos países parlen de un estrecho entrelazamiento entre dos grandes burocracias, la estatal y las burocracias empresariales. En esta coalición se realiza el fomento de las empresas nacionales para que tengan la capacidad de introducirse —mediante la exportación de mercancías y de capitales— en la economía mundial globalizada, para desarrollarse como empresas multinacionales. Se da una planificación económica que parte de las empresas y se integra en un plan nacional del Estado, el cual fomenta a estas empresas de una manera tal que ellas se pueden expandir. En este proceso se recurre a medios clásicos de fomento del desarrollo, como las tasas aduanales de protección, las limitaciones cuantitativas de las importaciones y la subvaluación sistemática de las monedas, pero también a obstáculos para la inversión de capitales extranjeros en sectores claves de la producción. Por encima se opera con el fomento directo de empresas nacionales por medio de subvenciones estatales y una política de bajos salarios, la cual muchas veces se complementa con la constitución de sistemas públicos de educación y salud. Es obvio que una política de este tipo resulta hasta hoy exitosa. Sin embargo, no existe ni un solo país latinoamericano que haya ejecutado una política parecida. América Latina es el continente de —como decía Andrés G. Frank— la lumpenburguesía. Chile, que ha llevado a cabo una política de exportación dinámica y exitosa, no ha invertido su capital en un desarrollo industrial relevante. Sus exportaciones son de tipo tradicional —de productos agrícolas y de minería—, sin mayor capacidad de una exportación industrial. México renunció a la capacidad de una política parecida por su integración en el área de libre comercio de la NAFTA. Brasil es incapaz para una política de este tipo, no obstante la gran industria surgida en el tiempo de la política de sustitución de importaciones, porque sus más importantes ramas de producción industrial están en manos de empresas multinacionales extranjeras, a las que jamás se podría movilizar para una política de este tipo. Para nombrar apenas este ejemplo. Mediante limitaciones generales al flujo libre del capital extranjero y la prohibición de éste en la producción de automóviles, junto al fomento sistemático de la empresa automovilística nacional, Corea del Sur logró constituir la empresa multinacional Hyundai. Si Corea hubiera admitido el flujo libre de capital, posiblemente tendría empresas extranjeras produciendo automóviles VMW, Ford o Nissan. Sin embargo, la industria automovilística coreana la conoceríamos, en el mejor de los casos, por libros o diarios, pero no tendría ninguna relevancia en el mercado mundial. Algo parecido vale para Japón: si no hubiera excluido el capital extranjero de su desarrollo como país, jamás se habría desarrollado. Sería un país como México o Brasil. No obstante, cuando el presidente de la Nissan visitó México en los- años ochenta con ocasión de la apertura de una empresa de esta multinacional, elogió el aporte positivo del capital extranjero al desarrollo mexicano. Lo que no dijo fue que si Japón hubiera practicado una política de desarrollo como la recomendada por él para México, la Nissan ni siquiera existiría. Ahora bien, una política todavía exitosa de este tipo, no puede servir como modelo para un desarrollo generalizado. Ella presupone el proceso de globalización para utilizarlo. Esta política es posible por la razón de que muchos países y continentes simplemente se hallan sometidos al proceso de globalización. Los países asiáticos mencionados están en favor del proceso de globalización, sin embargo se exceptúan para poder aprovecharlo. Ocurre como en el cine: si alguien se levanta, ve mejor que los otros. Si algunos más se levantan, también ven mejor. Pero si todos se levantan, lodos ven peor. Se trata de una política de desarrollo que presupone que la gran mayoría de los países no la practique o no pueda practicarla. Los países que realizan esta política tienen que estar en contra de que otros la realicen también. Es como los traficantes de drogas, quienes están a favor de la prohibición del tráfico de drogas porque la alta rentabilidad de éste depende de su prohibición. No respetan la prohibición del tráfico de drogas, pero sí están a favor de su prohibición. Los países mencionados no se globalizan, no obstante están a favor de la globalización.3. Las perspectivas de una política generalizada de desarrollo
Existe otra limitación de la teoría de la dependencia del decenio de los sesenta. Las propuestas de solución elaboradas por esta teoría no tomaron en cuenta de ninguna manera el problema del medio ambiente y de los límites del crecimiento que resultan de la amenaza de destrucción del medio. Sobre todo a partir de los análisis que Ivan Illich realizó durante los años sesenta en Cuernavaca (México), este punto de vista entró en las consideraciones de algunos teóricos de la dependencia, pero el fue elaborado de forma más sistemática sólo a partir de la década de los setenta y la publicación del informe del Club de Roma sobre los límites del crecimiento en 1972. La teoría de la dependencia discutió ya en los años sesenta el problema de la estagnación dinámica, el cual se hacía notar entonces en América Latina y que como dijimos hoy es llamado el jobless growth. Sin embargo, al no dar mayor importancia al problema ambiental, se buscaba la solución en una generalización del crecimiento económico más allá de los límites que imponía la propia estagnación dinámica. El crecimiento seguía siendo visto como la solución para asegurar la integración económica y social de la población, pero se consideraba necesario superar los límites del crecimiento que se hacían notar a partir de la estagnación dinámica. Los límites del crecimiento resultantes del ambiente apenas si se percibían. Con esta posición, la teoría de la dependencia compartía las opiniones acerca del crecimiento de casi todas las teorías económicas y sociales de su tiempo. Durante la década de los setenta, cuanto más se tuvo conciencia de los problemas de la destrucción del medio, tanto más se empezó a criticar el punto de partida de las tasas de crecimiento en la teoría de la dependencia. Esta crítica no se proponía de por sí una condena del crecimiento, sino llevar a tomar conciencia de que la política del crecimiento no podía ser el valor supremo de la política económica y social, y que por tanto el crecimiento no podía ser tratado como la locomotora principal del progreso económico y social. Esta posición implicaba asimismo un conflicto con las ideologías de la globalización, las cuales propagaban más que nunca el crecimiento económico —y junto con él la eficiencia formal y la competitividad— como el valor supremo de toda convivencia humana. Era como si la loma de conciencia del problema del medio ambiente más bien aumentara la disposición de continuar con su destrucción. En Latinoamérica, la globalización acentuó todavía más la tendencia hacia la estagnación dinámica. Más allá del jobless growth, el desarrollo económico se realizó con menos fuerza de trabajo y entró en un encogimiento dinámico. No obstante, la fuerza de trabajo "liberada" tiene que sobrevivir de alguna manera. El resultado fue que se formó un llamado "sector informal" creciente, que hoy como mínimo se extiende a un tercio de la fuerza de trabajo, y en algunos casos inclusive a más de la mitad. Las personas en este sector viven de estrategias precarias de sobrevivencia y de las posibilidades de trabajo ahora "flexibilizadas". Además, muchas veces este sector informal aporta a la destrucción del ambiente que el gran capital lleva a cabo. Casi nadie cree que ninguna estrategia clásica de desarrollo, que siempre se basa en estrategias de crecimiento, pueda todavía superar esta situación. El crecimiento de la economía mundial globalizada puede ser tan alto como se quiera, sin embargo no podrá cambiar la situación de exclusión de grandes partes de la población. Además, cuanto más se lo fomente, más destruirá el medio ambiente natural del ser humano. Pero no llevará a la superación de la exclusión. En la actualidad, la exclusión de la población y la destrucción del medio ambiente natural van de la mano. En América Latina se discuten hoy las soluciones posibles a partir de estos dos problemas: la exclusión de la población y la destrucción del medio ambiente natural. Las propuestas de solución del socialismo histórico ya no ayudan mucho porque se basan, al igual que el proceso de globalización, en la tasa de crecimiento como la locomotora del progreso. Hoy, una tal política no es capaz de superar la exclusión de la población ni siquiera en los centros, aunque se haga abstracción de los efectos destructores sobre el medio ambiente natural. Si la exclusión de la población resulta inevitable dentro de cualquier política de crecimiento, es necesario enfrentar la propia economía de crecimiento si se quiere aún solucionar este problema. Dado el estancamiento dinámico, no se puede tener la competitividad como criterio central del desarrollo económico. La competitividad hace que siempre haya alguien que gana y alguien que pierde. Para quien pierde, eso equivale a una condena a muerte. El mercado decide por medio de la pena capital. La competencia es una especie de guerra, el mercado no es un simple Juego. Es una guerra, con todas las consecuencias que tiene la guerra caliente. Un desarrollo generalizado solamente es posible interviniendo en los mercados, de manera que quien pierde en la competencia no sea condenado a muerte. Por esta razón, el perdedor de la competencia tiene el derecho de protegerse. Pero no sólo el derecho. También es económicamente racional que lo haga. Al ser eliminado de la competencia, pierde mucho más de lo que podría ganar por los efectos positivos de ella. En consecuencia, no debe aceptar el juicio del mercado sino oponérsele. Las producciones no competitivas son económicamente racionales siempre y cuando las ventajas de la competencia —es decir, el acceso a bienes más baratos— son superadas por las pérdidas: las pérdidas de ingresos mediante la eliminación de las producciones no competitivas. Este argumento en favor de la protección de producciones no competitivas es diferente del argumento conocido de List. El argumento de List habla en favor de la protección transitoria, hasta que una industria naciente se vuelva competitiva. Nuestro argumento anterior es en favor de una protección a más largo plazo, y se deriva directamente del hecho del estancamiento dinámico. Este enfrentamiento a la propia economía de crecimiento, y por ende al criterio central de la competitividad, es necesario igualmente en relación con los llamados sectores informales. Estos tienen que desarrollar una forma económica que les permita salir de las estrategias precarias de sobrevivencia. No obstante ya no pueden apuntar hacia la integración en el sector de acumulación de capital, sino que hasta cierto grado tienen que desconectarse de él. Eso debería llevar a la constitución de sistemas locales y regionales de división del trabajo, capaces de protegerse contra el sometimiento al dictado de la división mundial del trabajo. Su organización interna se podría describir como una "producción simple de mercancía". Estos sistemas locales y regionales de división del trabajo probablemente configuran hoy la única posibilidad realista para devolver a los excluidos una base estable de vida. Pero eso presupone un proteccionismo nuevo, diferente del clásico. Tiene que tener lugar dentro de la sociedad y no simplemente en sus fronteras políticas externas . Tiene que permitir y fomentar sistemas locales y regionales de división del trabajo, que en lo posible estén desconectados de la competencia de las empresas capitalistas orientadas por la acumulación de capital. Eso puede tener las más variadas formas: desde la protección de formas tradicionales de producir que todavía hoy sobreviven en las regiones del continente pobladas por indígenas, hasta la reconstitución de formas de producción simple de mercancía en los sectores urbanos, en los cuales todas las relaciones económicas han colapsado y subsisten apenas por algunos trabajos ocasionales. Soluciones en esta dirección parecen absolutamente necesarias, si aún queremos sostener algún proyecto de generalización del desarrollo en el sentido de asegurar una sociedad en la cual todos quepan. Para eso se requiere una reestructuración de la propia economía del crecimiento orientada por el criterio de la acumulación del capital. Con seguridad hay muchos problemas pendientes. Pero el problema más urgente hoy parece ser el de la imposición del capital especulativo (no-productivo) sobre la sociedad mundial. Este capital se ha transformado en un sobremundo que estrangula y destruye todo mundo real. En la totalidad de los países latinoamericanos los pagos de los intereses suponen alrededor de un tercio de los gastos totales de los presupuestos públicos. Se han transformado en el bloque de gastos más importante de estos presupuestos, y tienen una tendencia ascendente. Devoran cualquier posibilidad de seguir cumpliendo con las funciones de los Estados. Esto revela un problema fundamental de la economía actual. Hay una gran abundancia de capital-dinero, a la vez que hay escasez de posibilidades de inversión de capital. Todo el poder del capital se emplea para asegurar nuevas posibilidades y esferas para su colocación. Lo escaso no es el capital, las escasas son las posibilidades de colocarlo. Es exactamente al contrario de lo que supone la teoría económica neoclásica dominante, la cual sostiene que las posibilidades de colocación del capital son, en principio, infinitas, en tanto que el capital disponible es escaso . El problema hoy es reducir el capital-dinero disponible al tamaño de las posibilidades de colocación de este capital en forma de inversiones productivas. Se necesita limitar el capital a su función de alimentar inversiones productivas, para enfocar paralelamente su compatibilización con las condiciones de existencia de sectores de producción simple de mercancía. Para ello, la reducción del espacio de operación del capital especulativo por medios monetarios, que ha propuesto el economista estadounidense Tobin, puede ser apenas un comienzo. Más allá de eso, se trata de obstaculizar en sus fuentes la formación de este capital. Lo cual presupone hoy dos medidas:Notas:
Ver Hinkelammert, Franz J. "Dialéctica del desarrollo desigual", número especial de la revista Cuadernos de la Realidad Nacional (Santiago de Chile) No. 6 (1970). Nueva edición: Dialéctica del desarrollo desigual. San José. EDUCA. 1983, págs. 138ss. Este problema también se discute actualmente en Europa. Ver Lang.Tim-Hines, Colín. The New Protectionism. Protecting the future against free trade. London, Earthcan Publications, 1993. Douihwaite, Richard. Short Circuit. Strengthening local economies for security ¿n an unstable world Dublin. The Lilipul Press, 1996. Ver Hinkelammert, Franz J. Plusvalía e Interés Dinámico. Un modelo para la Teoría Dinámica del Capital. Santiago de Chile, Editorial En sayos Latinoamericanos, 1969. Drucker, Peter F. La sociedad post capitalista. Barcelona, Norma, 1994, pág. 88. En su primer período de presidencia, el presidente Clinton intentó reformar el sistema de pensiones en EE. UU. y constituir un sistema público. Esta no era una simple medida de política social, sino igualmente de política económica. Ella habría significado una sería limitación para los fondos de pensiones. El plan fracasó. Resulta que los fondos de inversión son mas fuertes inclusive que el Presidente de EE. UU.Franz Hinkelammert Introducción La Declaración de Derechos Humanos Emancipadores Fundamentales La renovación del análisis previo de Pablo sobre el nuevo mundo en 1 Corintios: El Mesías no me envió a bautizar, sino a…
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Franz Hinkelammert El momento histórico del libro: "Ideologías de desarrollo y dialéctica de la historia" [1] Quiero presentar el libro, pero quiero hacerlo a partir del análisis del momento histórico, en el cual…
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