La Biblia de Bush en contra del Corán de los talibanes. El Dios de Bush en contra del Alá de los talibanes. ¡Qué Mundo!

1. ¿Qué tenernos que ver con eso?

Pasaron los tiempos de los ateos. Ahora todos rememoran a los muertos en las iglesias. Hacen días de oración por las víctimas: Bush, Schróder, Blair, Aznar, Chirac. ¿Oran? ¿Cómo lo hacen? ¿Y los tali­banes? También están en sus respectivas mezquitas. Es el tiempo de los suicidas. Empezó en los Estados Unidos en los años setenta con Masón. Le siguió el gran suicidio colectivo de las Guyanas. Muchos los imitaron. Después vinieron —en los años ochenta— los asesinos suicidas. Estos también empezaron en EE. UU. Mataban a mucha gente que ni conocían y se suicidaban después. En EE. UU. ya parecía casi una moda; en las escuelas, las oficinas, en el espacio abierto de la calle. Por todo el mundo fueron apareciendo los asesinos suicidas: en Japón, China, Nepal, África, Europa, Ucrania y Rusia. Pronto esos hechos se vin­culan con acciones políticas. Aparecen los asesinos suicidas palestinos. En EE. UU. aparece el asesino de Oklaoma, McVeigh. No se suicida directamente, pero renuncia a cualquier defensa, celebra ritualmente su propia ejecución y se presenta como "invictus". A veces son religiosos. Se trata de la religiosidad de las religiones monoteístas. Al esperar una vida después de la muerte, esperan ser condecorados con la vida eterna por los méritos adquiridos por medio del asesinato-suicidio como sacrificio merecedor. El asesinato-suicidio es expresado en los años setenta en términos religiosos del fundamentalismo cristiano de EE. UU. Lindsey, uno de los Rasputines en la corte de Reagan, nos dice, refiriéndose a la batalla de Armagedón, la cual supone como la guerra nuclear: Cuando la batalla de Armagedón llegue a su temible culminación y parezca ya que toda existencia te­rrena va a quedar destruida, en ese mismo momento aparecerá el Señor Jesucristo y evitará la aniqui­lación total. A medida que la historia se apresura hacia ese momento, permítame el lector hacerle unas preguntas. ¿Siente miedo, o esperanza de liberación? La contestación que usted dé a esta pregunta determinará su condición espiritual[1] Aquí se predica la espiritualidad del heroísmo del suicidio colectivo, que es un asesinato-suicidio. El libro de Lindsey fue el bestseller de toda la década de los setenta del Siglo XX en EE. UU. Se vendieron más de quince millones de ejemplares. En los años setenta se supo que en EE. UU. se escogían a cristianos fundamentalistas para acatar las órdenes sobre el botón rojo, con el cual el presidente podía desatar la guerra atómica. Fueron escogidos porque había la seguridad de que obedecerían las órdenes. Tenían inclusive ansias para ejecutarlas por­que esperaban el ¡Cristo viene! Los ateos no merecían la misma confianza, pues tienen tan sólo una vida que no arriesgarían con el mismo entusiasmo. En este caso también los que asesinarían cometerían suicidio. Des­pués irían al cielo para recibir la recompensa por sus méritos. Hay antecedentes dramáticos en nuestra historia. En un sermón, que llama a las cruzadas. Bernardo de Claraval dice en el siglo XIII: Mas los soldados de Cristo combaten confiados en las batallas del Señor, sin temor alguno a pecar por ponerse en peligro de muerte y por matar al ene­migo. Para ellos, morir o matar por Cristo no implica criminalidad alguna y reporta una gran gloria. Además, consiguen dos cosas: muriendo sirven a Cristo, y matando. Cristo mismo se les entrega como premio. El acepta gustosamentecomo una venganza la muerte del enemigo y más gus­tosamente aún se da como consuelo al soldado que muere por su causa. Es decir, el soldado de Cristo mata con seguridad de conciencia y muere con mayor seguridad aún. Si sucumbe, él sale ganador; y si vence. Cristo. Por algo lleva la espada, es el agente de Dios, el ejecutor de su reprobación contra el malhechor. No peca como homicida, sino —diría yo— como malicida, el que mata al pecador para defender a los buenos. Es considerado como defensor de los cristianos y vengador de Cristo en los malhechores. Y cuando le matan, sabemos que no ha perecido, sino que ha llegado a su meta. La muerte que él causa es un beneficio para Cristo. Y cuando se le infieren a él, lo es para sí mismo. La muerte del pagano es una gloria para el cristiano, pues por ella es glorificado Cristo [2]. Un cronista árabe del siglo XIII decía sobre estos cruzados: Aquí el Islam está confrontado con un pueblo enamorado de la muerte... Celosamente imitan a aquel que adoran; desean morirse por su sepulcro... Proceden con tanta impetuosidad, como las polillas de la noche vuelan a la luz [3]. Después del atentado a las Torres de Nueva York, bin Laden declaró: Aquí está América golpeada por Dios Omnipotente en uno de sus órganos vitales, con sus más grandes edificios destruidos. Por la gracia de Dios. .. .Dios ha bendecido a un grupo de la vanguardia de los musulmanes, la primera línea del Islam, para destruir América. Dios les bendiga y les asigne un supremo lugar en el cielo, porque Él es el único capaz y autorizado para hacerlo [4]. Sin duda, el texto de Bernardo nos puede servir para entender algo de los terroristas que derribaron las torres de Nueva York. SÍ le hacemos algunos. ajustes que eliminan las referencias a Cristo, tenemos aquello que nuestra propaganda dice sobre estos te­rroristas. Todo parece una simple inversión. ¿Está bin Laden cristianizando el Islam? Eso tampoco sería cierto. Cualquier cristiano, si mantiene algo de criterio, siente repugnancia frente al texto de Bernardo, como cualquier musulmán con criterio siente repugnancia frente a la interpretador que los terroristas hacen del Islam. El texto de Bernarda es un disfraz cristiano de la agresividad del imperio medieval europeo en su afán de conquistar el Oriente Medio en nombre de una cruzada. Igualmente, la religión de los terroristas es un disfraz islámico de su negación de la civilización dominante. Como resultado, la religión —la creencia en Dios completamente ambivalente. Su significado lo decidimos nosotros. Sirve para la guerra como para ñ paz. La religión no lo define; nosotros como sujetos k definimos. Por eso no hay religión" verdadera", como si un polo de la ambivalencia fuera verdadero y el otro falso. En la religión no hay un criterio de verdad sobre la religión. El criterio de verdad es el ser humano en cuanto sujeto. Pero eso implica toda la vida.

2. Los 11 de septiembre

El primer 11 de septiembre ha sido el del año 1973. En colaboración con el gobierno de EE. UU., las fuerzas ­aéreas chilenas bombardearon La Moneda, el Palacio de Gobierno de Chile, y lo devastaron. En La Moneda fue asesinado Allende, el presidente del país. Los atentados del segundo 11 de septiembre, el de 2001, derribaron las Torres Gemelas de Nueva York matando a miles de personas, suicidándose los autores en el acto. Tal acto fue sentido en todo el mundo de manera tan chocante, que probablemente va a constituirse en un corte histórico. Creo que realmente lo es Pero hace falta preguntar ¿por qué? Si se toma el hecho al desnudo, la respuesta no es tan obvia. Como hecho empírico, es un acontecimiento corriente en la historia de los últimos cien años. Han habido ataques aéreos mucho más devastadores que apenas se recuerdan. Quizás el ataque a Hiroshima ha tenido un impacto parecido por el significado de la bomba atómica como arma global capaz de terminar con la vida en la Tierra. Pero ni en este caso la condena ha sido tan unánime ni el choque tan profundo y tan generalizado. Pero hay otros ataques igualmente devastadores que tan solo son recordados de manera excepcional. La guerra aérea de Alemania en contra de la Gran Bretaña y la guerra aérea estadounidense-británica en contra de Alemania la recuerdan solamente las victimas. Los ataques sobre Hanoi fueron celebrados como faros de libertad en grandes partes del globo —la parte que se considera la civilizada—. El peor ataque lo organizó el general Haig —católico practicante-un día 24 de diciembre, la noche de paz y amor aprovechando el hecho de que la gran mayoría de gente estaba confiadamente en casa. Así se logró una eficiencia mayor, expresada en un máximo de víctimas. Fuera de las víctimas, casi nadie lo recuerda. Ocurrieron después los ataques a Bagdad y Belgrado, que siguen siendo celebrados, por aquella parte de la humanidad considerada civilizada, como victorias de los derechos humanos. Todo eso sin mencionar a muchos miles de ataques aéreos llevados a cabo a menor escala en grandes partes del Tercer Mundo. La aniquilación, usando Napalm, del barrio Chorrillos de la ciudad de Panamá, realizada durante la invasión a Panamá en 1989, en la cual murieron unos 10.000 civiles panameños —el doble de víctimas del atentado a las Torres— pertenece a estos ataques pequeños e insignificantes. En ningún caso se recuerda el carácter devastador de todos estos ataques; menos se recuerda a las víctimas. Tampoco en ningún caso se declaró un día de oración en todo el mundo. Eso no se estilaba. ¿Por qué es tan diferente este segundo 11 de septiembre? Ciertamente, es la primera vez que fue afectado el poder más grande del mundo, el centro del dominio imperial, el que con una prepotencia sin igual se lanzaba en contra de los países que quería, sin temer jamás una respuesta. Esta vez fue también el objeto de un ataque aéreo devastador. Solamente el Dios en el cielo estaba encima de este dios y con su "God bless América" y "God's own country" este poder cree representar a Dios en la tierra, sintiéndose de hecho igual a él. Siendo Dios, era a la vez un Aquiles sin talón de Aquiles. Este poder, que se siente Dios y que es venerado en el mundo como Dios, fue seriamente atacado. Hay parricidio, regicidio y deicidio. Las Torres Gemelas eran el santuario de este dios. Lo que es Roma con su Vaticano para el católico y La Meca para el musulmán, estas torres lo eran para la sociedad burguesa del dinero y del capital. Era un centro de piedad, siendo a la vez el centro de los negocios. El ataque al Pentágono —o un posible ataque a la Casa Blanca— son completamente secundarios en relación al atentado a las torres. Desde la perspectiva del hombre del dinero, el atentado a las torres ha sido un sacrilegio. Eso vale precisamente para el capitalismo globalizado. Parlamentos y Casas Blancas son pura decoración para el núcleo de esta espiritualidad del dinero y del capital, para la cual el trono del rey y de Dios en esta tierra eran las Torres Gemelas. Era, para nuestro tiempo, un regicidio y todo el mundo lo sintió así. Y un regicidio es un parricidio, siendo este regicidio un deicidio a la vez. El ataque ha sido un sacrilegio, un levantamiento en contra de Dios y del rey. No hay duda de que eso ha sido. Visto como hecho desnudo, el asesinato del rey es un asesinato cualquiera. Pero cuando se trata del rey, todo parece diferente. Ciertamente cae un ídolo. Pero eso no es ningún consuelo. Los Ídolos existen. Posiblemente el pillaje de Roma por los Godos en el siglo V ha tenido un impacto parecido para todo el Imperio Romano de este tiempo. Cuando moría el rey, los franceses de la Edad Media europea cantaban: "El rey ha muerto. ¡Viva el rey'". Pero cuando hay regicidio, ya no se puede exclamar la segunda parte. Al rey muerto no le sigue otro rey igual. Todo cambia. Los reyes están en los corazones. Cuando hay regicidio, éstos mueren en los corazones, mas no mueren los corazones. Más bien muere el rey que estaba en el corazón. Hay intentos de restauración, pero es difícil que resulten. Camus lo logró analizar mejor en el "El hombre rebelde": quien asesina al rey, tiene que suicidarse. ¿Son las torres el rey? Reyes y torres son inter­cambiables. Más en nuestra sociedad, en la cual las cosas sustituyeron a los seres humanos. Ellos mismos han sido transformados en capital humano. Por eso, la caída de las torres significa algo mucho mayor que el asesinato del presidente Kennedy. Kennedy era sola­mente el representante de aquel rey que está en los corazones. Las torres son el rey. Pero este rey es Dios. Se da el asesinato de Dios. Pero un Dios asesinado vuelve a través del asesinato de sus asesinos. Por hoy le sigue el asesinato de los asesinos de Dios, que desde la Edad Media europea acompaña a todos los imperios occidentales en sus períodos de crisis. Hasta la Segunda Guerra Mundial se solía vincular con el antisemitismo. Este nunca ha sido una simple persecución a la minoría judía, aunque perseguía a judíos que estaban en minoría. Sin embargo, el medio para declarar toda resistencia en contra de la dominación imperial era el asesinato de Dios, declarándolo "locura judaica". El asesinato de los asesinos de Dios se podía entonces extender a cualquier grupo humano. Aún el socialismo soviético fue denunciado hasta la Segunda Guerra Mundial en todos los países occidentales como un "bolchevismo judío". Eso permitía asesinar a comunistas en nombre del asesinato de los asesinos de Dios y asesinar a los judíos en nombre de la eliminación del comunismo. El antisemitismo Nazi no es comprensible sin esta consi­deración del comunismo como un producto Judío. Este asesinato de Dios aparece de nuevo, aunque en términos secularizados. Hoy se habla de la bendición de Dios. Pero cuando el presidente Bush anuncia la guerra del Bien contra el Mal, el Bien es el conjunto de los valores de la sociedad: son la paz, la libertad y el libre comercio. En nombre de estos valores se hace la guerra, ellos conforman el santuario y se unen en uno solo: el libre comercio. No hay distinción entre ellos. Cuando Bush anuncia su "God bless América", se trata del Dios de estos valores, cuyo trono fueron las Torres Gemelas. Este Dios ha sido asesinado, y un Dios asesinado resucita por el asesinato de sus asesinos. Es la cruzada de la cual el mismo Bush habló. Bush lo anuncia en estos términos: Les hablo hoy desde el Salón de los Tratados de la Casa Blanca, un lugar donde presidentes estadouni­denses han trabajado por la paz. Somos una nación pacífica. Aun así, hemos aprendido, tan súbita y trágicamente, que no puede haber paz en un mundo de terror súbito. Frente a la nueva amenaza de hoy, la única forma de perseguir la paz es persiguiendo a quienes la amenazan [5] Vuelve la paz, pero la paz es guerra. Es el lema del Big Brother: Paz es guerra. Para que haya paz, hay que matar a los enemigos de la paz. Para que haya libertad, hay que matar a los enemigos de la libertad. Para que haya tolerancia, hay que matar a los enemigos de la tolerancia. Para que haya libre comercio, hay que matar a los enemigos del libre comercio. Como todos los déspotas en la historia, anuncia esta guerra, que es paz, en nombre de la inocencia de una niña: Recientemente recibí una emocionante carta que dice mucho de la situación de EE. UU. en estos tiempos difíciles, una carta de una niña de cuarto grado cuyo padre es militar: 'Tanto como no quiero que mi padre combata, estoy dispuesta a entregarlo a usted', escribió la niña. Este es un regalo precioso. El más grande que podría darme. Esta niña sabe de qué se trata EE.UU.[6]. Suena a canibalismo. Los victimarios se sacrifican al asumir el asesinato de los otros. Es cruzada, pero en términos perfectamente secularizados. Sin embargo, el Dios de Bush la ve con buenos ojos.

3. La lucha es por el Todo

¿Para qué entonces lucha el sistema? Hay tantas hipótesis como intereses están en juego. Se trata del petróleo de Asia central, para cuyo control es esencial el dominio sobre Afganistán. Se trata también de ponerle un cerco a China para poder amenazarlo por tierra en el futuro. Igualmente se trata de contestar a los movimientos críticos a la estrategia de acumulación de capital denominada globalización, que se hacen presente en todo el mundo y que han llevado a mani­festaciones populares con tal fuerza que pueden ame­nazar esta estrategia en el futuro. Aparecen "popu­lismos" de parte de muchos gobiernos, como es el caso de Venezuela con su presidente Chávez, al cual se le ha considerado enemigo peligroso para la seguridad nacional de EE. UU. Hay muchas razones para inquietarse. Pero a pesar de eso, sería equivocado explicar la actual estra­tegia de poder de EE. UU. por estas razones, como si fueran simplemente intereses particulares de los po­deres del sistema. Creo que hay mucho más en juego. El sistema nunca lucha por intereses particulares en un sentido pragmático. Siempre lucha por el poder como un Todo. En el grado que logra este poder, todos los intereses particulares presentes en el sistema se imponen por añadidura. En nombre del Todo del poder se divinizan los intereses, para poder perse­guirlos como valores absolutos. Todorov hace un análisis de la conquista de México por Hernán Cortés, que nos puede introducir en esta problemática: En Cozumel, alguien le sugiere enviar hombres armados a buscar oro en el interior de las tierras. "Y Cortés le dijo riendo que no venía él para tan pocas cosas, sino para servir a Dios y al rey" (Bernal Díaz, 30). En cuanto se entera de la existencia del reino de Montezuma, decide que no se confor­mará con arrebatar riquezas, sino que someterá el propio reino. Esta estrategia a menudo molesta a los soldados de la tropa de Cortés, que dan por sentado que van a obtener ganancias inmediatas y palpables. Pero éste no quiere oír razones; así es como le debemos, por una parte, el haber inventado la guerra de la conquista y, por la otra, el haber ideado una política de colonización en tiempos de paz [7]. Por supuesto Cortés quiere el oro, pero no como interés particular. Quiere todo, por tanto también el oro. No quiere riquezas para enriquecer a España v vivir después tranquilo como hidalgo. Quiere Todo y se embarca en una conquista que jamás terminará. Es la conquista que se concretiza en riquezas, pero que las trasciende. Por eso no quiere "pocas cosas" sino servir "a Dios y al rey". Eso significa conquistar todo el reino y posteriormente todos los otros reinos que existen en la Tierra. No tiene intereses, sino que va en persecución del Todo, lo que implica que cualquier interés que pueda surgir estará también servido. Aquí, según Todorov, empieza la modernidad que nunca se orienta por intereses, sino por el Todo, cuya persecu­ción asegura, efectivamente, cualquier interés existente o por haber. Los intereses se transforman en algo metafísico. En nombre de estos intereses, el portador de los intereses hasta puede sacrificarlo todo, inclusive su vida. Colón expresaba lo mismo cuando enaltaba el oro como materia capaz de abrir hasta las puertas del paraíso. La última declaración de Santa Fe (Santa Fe IV i dice lo mismo en términos más escuetos: Además, que los recursos naturales del hemisferio estén disponibles para responder a nuestras priori­dades nacionales. Una "doctrina Monroe", si quie­ren (Santa Fe IV). Por supuesto, no solamente los recursos naturales —que incluyen los "recursos humanos" (capital hu­mano)— del hemisferio, sino del mundo entero también. Hoy el sistema, cuyo centro es EE. UU., está de nuevo tras la conquista del Todo, sirviendo así sus intereses. Igualmente tiene conciencia de que los intereses están mejor servidos si se accede al Todo. La estrategia de acumulación del capitalismo global ha logrado lo que hasta sus propios partidarios han llamado el "mercado total". Esta estrategia se ha impuesto al mundo entero. Pero siguen habiendo resistencias, siguen habiendo intereses no completamente integrados, siguen habiendo tendencias para salir de esta jaula de acero. Frente a las inconsistencias del mercado total, ya antes de los atentados se hacía evidente que la continuación de esta política necesitaba como comple­mento un poder político mundial totalitario capaz de asegurar la eliminación de las "distorsiones del mer­cado". Se hace visible hoy que la reacción a los aten­tados de Nueva York hace surgir este proyecto en nombre de una lucha antiterrorista mundial y total, para someter a todos los rincones del mundo a la totalización del mercado. El concepto de terrorismo se concibe con la suficiente amplitud para poder de­nunciar como terrorismo cualquier resistencia a esta estrategia, cual limitación del sometimiento a ella. El lema de Bush es: "Quien no está con nosotros, está con los terroristas,,. Se trata del lema central de todos los totalitarismos que han existido hasta ahora. De lo que se trata fue ya expresado por Mike Davis: Si hay un antecedente en la historia de EE. UU., entonces no se trata del 7 de diciembre de 1941 —el asalto a Pearl Harbor— sino del 23 de septiembre de 1949. Este día el presidente Truman aclaró al público estadounidense, que la Unión Soviética había probado con éxito una bomba atómica. Oleadas de paralización por miedo e inseguridad pasaron por EE.UU. El Consejo de Seguridad Nacional de Truman reaccionó rápidamente con el "NSC-68", que dio cancha abierta para la constitución de lo que Eisenhower posteriormente iba a llamar "complejo militar-industrial". A la vez el senador McCarthy y el director del FBI J. Edgar Hoover aprovecharon el miedo de la población para iniciar una caza sin tregua en contra del "enemigo interior". La izquierda, que anterior­mente había tenido gran influencia, fue extirpada sin perdón. No fue tanto la ideología sino el miedo lo que estaba detrás del consenso autoritario nacional de los años cincuenta. ¿Estamos con George W. Bush en el camino hacia atrás al futuro? ¿Significará la guerra en contra del terrorismo el fin de la apertura hacia la inmigración de la libertad en Internet, de las protestas en contra de un capitalismo global, del derecho a una esfera privada y de todas las otras libertades burguesas esenciales, que sobrevivieron a la subversión por medio de la guerra en contra de las drogas? [8]. Se trata de un nuevo McCarthismo que esta vez pretende ser mundial y que de ninguna manera se limita a EE. UU. Su arma de poder es la pretendida lucha antiterrorista, que en su nombre, puede amenazar a cualquier movimiento de resistencia con la guerra total. Esta vez EE. UU. aspira, como centro de poder del sistema, al poder absoluto que se puede basar en la amenaza de aniquilación de cualquier actividad de oposición al sistema. No se trata de un choque de civilizaciones; no es cruzada anti-islámica. Por eso la tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones queda obsoleta. La administración Bush es bien clara al respecto. Es confrontación total con el mundo, incluyendo por supuesto al mundo islámico. Se aspira al Todo para dominar las partes. Cualquier país del mundo podría ser el objetivo, en tanto es distorsionante para el mercado total. Y se convertirá en objetivo en nombre del anti-terrorismo. Ya se hace notar: mientras se ataca a Afganistán, se buscan otros países para atacar. La guerra es total. Fox, el presidente de México, se refirió al terrorismo como cáncer, término anteriormente usado para el comunismo. Resulta claro, entonces, que el anti-terrorismo que está surgiendo será sustituto del anti-comunismo de la Guerra Fría. Lo amenazante es que la nueva alianza en contra del terrorismo, tan amplia como la ONU, va a sustituir a la ONU. Se trata de la disolución de la democracia a nivel mundial por un gobierno anti-terrorista mundial, cuyo centro es EE. UU. Un MacCarthismo mundial, como poder por encima de todos los poderes, ejercido por un gobierno representante de la estrategia de la globalización: EE. UU. como juez de una historia que es juicio final, EE. UU. como juez del juicio final, del bien frente al mal. Se reaviva la lucha en contra del reino del mal, como lo hizo Reagan. La lucha en contra del terrorismo da la posibilidad de que un solo poder controle todos los poderes del mundo. Así, aparece el primer totalitarismo a nivel mundial, frente al cual no hay posibilidad de control desde otro poder, frente al cual no hay posibilidad de enfrentamiento por medio del poder. El imperio está por hacerse omnipotente. Se le escapa el hecho de que quien más se acerca a la omnipotencia, más debilidades desarrollará. Se multiplican los talones de Alquiles. El atentado en Nueva York ocurrió en el momento preciso en el cual ya se enfocaba la posibilidad de este nuevo totalitarismo político mundial. En nuestra propaganda sobre el terrorismo hay algo fatal. En los primeros días tras el atentado en Nueva York se lo comparó con Pearl Harbor. Esta comparación tiene una cara realmente espantosa. Según lo que se sabe, el ataque japonés a Pearl Harbor era por un lado un ataque japonés, pero por el otro un auto-ataque de parte del gobierno de EE. UU. Tal parece que se tenían informaciones sobre un eventual ataque, pero el gobierno decidió no enfrentarlo para que se produjese un desastre de tal magnitud que la opinión pública se viera obligada a asumir la guerra decididamente. Esperamos que lo ocurrido en Nueva York no haya sido un Pearl Habor. Sin embargo, hay indicios de que podría haber sido. Si lo ha sido, sería la decisión más miope en la historia de las decisiones políticas de EE. UU., tan rica de miopías absurdas frente a las consecuencias de sus acciones.

4. La caída de las coordinadas del bien y del mal

Creo que hay un significado adicional que será decisivo hacia el futuro. El ataque de este 11 de septiembre tocó las coordinadas del bien y del mal de toda la civilización occidental. Con eso sale a la luz nuestra confusión de lenguas. Cayeron las torres del Imperio. Los imperios caen, cuando la torre del imperio cae. Caen por una confusión de lenguas, no por las bombas. Hay un antecedente aterrador que sucedió a nivel de una nación y no del mundo globalizado. Es el incendio del Reichstag (Cámara de Diputados) ocu­rrido en 1933 en Berlín (Reichstagsbrand). Hasta hoy no se sabe quién lo originó. Puede haber sido el atentado de un anarquista o la obra de los propios Nazis. Según los Nazis era regicidio y deicidio a la vez. En este incendio se quemaron las coordenadas del bien y del mal pre-existentes. No sólo se derrumbó un edificio, sino que ocurrió un derrumbe del alma, por supuesto orquestado por los Nazis. No se fijaron nuevas coordenadas, sino más bien se pasó al período más nefasto de la historia humana hasta ahora. Desa­parecieron todos los límites y emergió un período sin coordenadas del bien y del mal. Algo parecido ocurrió en el primer 11 de septiembre con el ataque a La Moneda, en Santiago de Chile, que posiblemente inspiró el ataque a las torres. Abrió igual­mente un período feroz, un derrumbe sin límites de las coordenadas del bien y del mal. Pero persistía el imperio global que podía sustentar la restauración posterior. El derrumbe de ahora es a nivel global y no hay nadie que pueda decir lo que pasará. Hay derrumbe, pero no hay alternativa a la vista. Habría que recons­tituir la propia civilización, pero no sabemos de nuevos fundamentos. Por eso, la perspectiva es aterradora. Otra vez pueden desaparecer todos los límites. Pero no hay instancia imperial superior para guiar restaura­ción alguna. Por eso ya no se puede volver a lo anterior. Ningún poder político puede esta vez en­frentar lo que viene, porque en el mundo hay un solo poder. Con las torres se derrumbaron nuestras coorde­nadas del bien y del mal en cuanto coordenadas socialmente establecidas. Eso es lo que hace tan dra­mático el acontecimiento. Había coordenadas menti­rosas, pero eran coordenadas. El historial de los ataques aéreos de los últimos cien años muestra un sinnúmero de ataques mucho mayores del ataque a las torres gemelas de Nueva York. Pero hay razones para consi­derar el ataque en Nueva York como mucho peor. A todos los desastres anteriores —Hiroshima, Hanoi, Bagdad, Belgrado...— el imperio podía ubicarlos en un horizonte de sentido. Era un horizonte perverso, una brújula que sólo en apariencia mostraba un norte. Pero era un horizonte. Por eso el imperio los declaró como actos de imposición de su humanismo. Eran, desde esta perspectiva perversa, "intervenciones humanitarias", y la opinión pública mundial, a pesar de todas las protestas, las aceptaba como tales. Eso no se puede hacer con el ataque a Nueva York. Aparece el demonio como causante. Posiblemente también los asesinos consideran su acto como una "intervención humanitaria". Pero no hay coordenadas del bien y del mal que la podrían ubicar en estos términos. Tampoco el mundo islámico se las pro­porciona a los secuestradores. Hay que tomar en seno las afirmaciones de sus líderes. No pueden dar sentido a estas acciones, aunque sea el mismo sentido perverso que aplicó occidente a sus propias acciones funestas. El occidente —que hoy es global— se sentía un Aquiles sin talón de Aquiles. En Bagdad mató cientos de miles de iraquíes teniendo solamente unos cien caídos de su parte. En Belgrado mató a miles sin que haya habido ningún caído de parte de la OTAN. EE. UU. soñaba con un escudo anti-misiles que los transformaría en el señor del mundo, con poderes absoluta­mente despóticos que nadie en el mundo podría contestar. Pero también este Aquiles tenía su talón de Aquiles y por él entró la flecha. ¿Hay un escudo anti­cuchillos aunque éstos fueran de cerámica? ¿Qué falló? ¿Fallaron los servicios secreta supuesto, fallaron. Pero no hay servicios secreto- ljul' no fallen. Tampoco los servicios secretos son Aquiles sin talón de Aquiles. ¿No deben fallar? Claro que no. Pero igualmente fallarán. ¿Que fallen lo menos posible? Es lo único que podemos pedir. Un viejo sabio maldecía a su enemigo, amena­zándolo: ¡Que vivas tiempos interesantes! Ya han llegado esos tiempos interesantes. Estamos malditos.

5. ¿Dónde está la realidad de las ciencias empíricas?

Pero hay algo más que una falla de los servicios secretos. Hay toda una percepción del mundo que ha fallado. Hay una falla de la propia cientificidad. Es la falla de una ciencia empírica que ni ve lo que es la realidad. Algo percibieron los sueños horrorosos de Hollywood. Sin embargo, los científicos, que se jactan de ser empíricos, no percibieron nada. Podemos vislumbrar cómo esta ciencia tendría haber visto lo que aconteció, si seguimos sus propias pautas. Veámoslas a través de los ojos de Max Weber y de nuestros economistas más prestigiados. La descripción va a parecer cínica, pero. no es ningún cinismo mío, sino el cinismo objetivo de esta ciencia. Pasó lo siguiente: Fueron casi veinte personas que por la fuerza se tomaron cuatro aviones y los dirigieron contra de las torres de Nueva York, el Pentágono y la Casa Blanca. Un avión falló, pero los otros lograron su objetivo: Destruyeron las torres y afectaron el Pentágono. ¿Qué preguntas puede hacer la ciencia, si es "empírica"? Puede, siguiendo a Max Weber, juzgar exclusivamente la relación medio-fin. En el lenguaje de los economistas se trata de la relación medio-preferencias. Juzgándolas, resultan acciones de un alto grado de eficiencia. Los cuchillos de cerámica resultaron un medio perfecto para adueñarse de los aviones y los aviones resultaron bombas poderosas que lograron perfectamente el fin asignado por sus captores. Desde el punto de vista de las ciencias empíricas se trata de una acción "formalmente" ra­cional en sumo grado. Apuntaban a su fin —su pre­ferencia— y cumplieron. Es la eficiencia tan celebrada por nuestra sociedad y escogida por las ciencias empíricas como el único ideal que científicamente puede afirmar. Si ahora le pedimos al científico su juicio sobre el fin de la acción y de las preferencias de los actores, el científico —como empírico que es— se iría a la casa. Sobre eso la ciencia no puede hablar. Juzga sobre la racionalidad, pero no sobre los valores. Su raciocinio será el siguiente: Los actores tenían varias alternativas. Podían viajar en su avión a otro aeropuerto para aterrizar y pasear, ir de compras o hacer negocios. También podían ir a reventar las torres de Nueva York. Y, ¿por qué se fueron a reventar las torres? Contesta el científico: —Porque realizaron la pre­ferencia que tenían—. Hicieron una elección formal­mente racional. Pero sobre el resultado de esta elección entre preferencias la ciencia no puede hablar. Se trata de un juicio de valor y la ciencia es neutral. Si alguien elige lo uno o lo otro, es asunto de sus respectivas curvas de preferencia y de sus gustos. Y sobre gustos no se puede discutir. Destruir las torres o salir a pasear es una elección igual a preferir pescado a la carne. Estos científicos, por supuesto, no se atreven a decir eso hoy. Pero se trata de la lógica de esta ciencia. No sorprende entonces, que estas ciencias no vean la realidad. Porque la realidad está formada por el hecho de que fueron secuestrados los aviones y que fueron derribadas las torres. Pero el científico empírico con­sidera eso como algo externo a la ciencia. Hace algunos años un economista recibió el premio Nobel por el descubrimiento de una nueva fórmula para calcular las ganancias en la bolsa. Pero que a partir del 11 de septiembre del 2001 la bolsa dejó de existir por una semana entera. No lo considera un problema que preocupe a la ciencia. La verdad eterna de la fórmula no es afectada por hechos tan vulgares como si existe o no una bolsa. Aunque no existiera, la fórmula seguiría siendo válida. Si debe existir la bolsa o no, es juicio de gusto. Pero la fórmula para calcular las ganancias es eterna. Tan eterna como la ley de la gravedad por la cual los físicos explicarían la caída de las torres. Pero las torres no cayeron por la vigencia de la ley de la gravedad. Cayeron porque alguien las hizo caer calculando bien la ley de la gravedad. Pero, ¿por qué cayeron? No hay científico empírico que tenga como objetivo explicar tales razones. Son externas a la ciencia, lo que significa que esta ciencia es externa a la realidad. Luhmann inclusive descubrió que el propio sujeto humano es externo al sistema. ¿Cree en serio que la ley de la gravedad explicaría el derrumbe de las torres? ¿O con las fórmulas de los premio Nobel en Economía? Pero lo cínico no es la descripción de estas ciencias. Lo cínico son estas ciencias. Por supuesto, dado el hecho de la auto-anulación de las ciencias, hay que inventar al demonio que hizo caer las torres, usando a los secuestradores. Esa es también la opinión de Bush, quien cree en una lucha entre el bien y el mal. Pero, muy probablemente, también los secuestradores vieron demonios. Vieron demonios que usaron el sistema y las torres. El derri­barlas era su respectiva lucha en contra de los demonios. Lo que es el Dios de uno es el demonio del otro. Cada uno desde su campo lucha en contra de demonios, sobre el cual la ciencia y la razón no tienen nada que decir. Expresamente, ya Max Weber desembocó en tales absurdos. La ciencia abdicó y entregó la realidad a los demonios respectivos. La ciencia es observadora de la lucha entre ellos. No tiene voz. No sólo la ciencia abdicó, sino que la razón también. Dice Max Weber: Según la postura básica de cada cual, uno de estos principios resultará divino y el otro diabólico, y es cada individuo el que ha de decidir quién es para él Dios y quién el demonio. Otro tanto sucede en los restantes órdenes de la vida [9]. Lo que para uno es Dios, es diablo para el otro. Sobre estos dioses y su eterna lucha decide el destino, no una "ciencia". Lo único que puede comprenderse es qué cosa es lo d i vino en uno u otro orden o para un orden u otro. Aquí concluye todo lo que un profesor puede decir en la cátedra sobre el asunto, lo cual no quiere decir, por supuesto, que en eso concluya el problema vital mismo. Poderes muy otros que los de las cátedras universitarias son los que tienen aquí la palabra[10]. Lo que es el Dios de Bush es el diablo de bin Laden y lo que es el Dios de bin Laden es el diablo de Bush. Y Max Weber añade que sobre eso Juzga el destino y no la ciencia. La sociedad occidental ha disuelto la razón en nombre de la cual se fundó. Se llenan las iglesias en días de oración a un Dios que se considera sustituto de la racionalidad perdida. Pero no hay tal Dios. Hasta los ateos asisten a estas jornadas de oración, pero no hay Dios que pueda escuchar. Este Dios sustituto sólo puede empeorar la situación. Desde décadas atrás la sociedad moderna ha venido luchando en contra de utopías y alternativas. En los años ochenta se declaró la victoria. Efectiva­mente, lograron desarticular los movimientos de resis­tencia muchas veces con inaudita brutalidad. Pero la tesis convenció. El socialismo sucumbió en casi todas partes. El sistema hacía fiesta sobre las ruinas de la vida humana y de la naturaleza. Se impuso la cultura de la desesperanza. Se decía que quien quería el cielo en la tierra producía el infierno. Casi todos lo creían y nadie quería producir infiernos. Pero de la desespe­ranza de esta sociedad, que declaró que no había alternativas para ella, resultó la desesperación. Vivimos ahora una sociedad mundial desesperada. Precisa­mente así llega el infierno. No lo hacen los demonios. Son seres humanos desesperados los que lo producen. Pero sólo reproducen el infierno que antes se había producido para ellos. Podemos darnos cuenta que: Quien no quiere el cielo en la tierra, produce el infierno. Con Hobbes la sociedad burguesa se ofreció como orden para la lucha de todos contra todos del estado de la naturaleza. Ahora el orden que se impuso de­semboca en la lucha de todos contra todos. Esta lucha no está en el pasado, está en el futuro.

6. La guerra civil global

Con el derrumbe de las torres empieza la guerra civil global, de la cual tanto se hablaba y que hasta hace poco se anunciaba. Ahora entra en los corazones. Pero es una guerra sin posiciones. Los que derrum­baron las torres no quieren otra sociedad, no anuncian un proyecto. Pero la sociedad atacada tampoco tiene ningún proyecto. Se anunció como el fin de la historia. Pero eso significa que ya no se proyecta hacia nada. Se afirma en sí misma y afirma los aplastamientos que produce. No promete nada, sino que proyecta la miseria del presente hacia todo el futuro. Produce aplastamientos. En un mundo hecho global, se aplasta globalmente al mundo. No se le promete ni se le puede exigir nada. Lo que llama libertad —libertad duradera (enduring-liberty)— es un eterno aplastamiento de los poderes que surjan. La gente percibe eso y ya no tiene esperanza de poder salir. Viene la reacción sin proyecto, negación pura, que asesina para ser asesinado. Pero eso reproduce lo que esta sociedad vacía es: asesina para avanzar hacia el suicidio de todo. Sus progresos son lo que decía el general Branco, después del golpe militar en Brasil en 1964: estábamos frente a un abismo; con el golpe dimos un gran paso adelante. La reacción del sistema frente al terrorismo será otro de estos pasos hacia adelante. Heidegger decía: Sólo un dios nos puede salvar. Pero el dios que esta guerra civil crea, no salva a nadie. En ciertos casos promete el paraíso a los asesinos suicidas, en tanto sigan haciendo lo que hacen. No hay choque de culturas. El mundo es un mundo global en el cual sólo hay sub-culturas insertadas en una cultura global. Hablar de una guerra de culturas es otro pretexto para no aceptar lo que real­mente ha pasado y transformarlo todo en otra fuente de agresividad. El ataque a las torres no es un ataque externo llevado a cabo desde otra cultura. El ataque es interno. En cierto sentido es producto de la propia cultura dominante y global, cuyos centros fueron atacados. Es una cultura que surgió de la destrucción de las culturas. Sus centros no son universidades ni teatros. Son el Ministerio de Guerra y el Centro de Negocios. Es una cultura de guerra y de negocios; lo demás es simple accesorio. El ataque ha sido un ataque interno, no externo. Ni los campos de entrenamiento de los secuestradores han estado en Afganistán. Estuvieron en Florida y en Hamburgo. En Afganistán no se pueden preparar acciones de este tipo y envergadura. Se los puede posiblemente motivar o financiar, pero no organizar. El ataque es interno al mundo globalizado. Efectivamente hoy la tierra es global. No lo es por efecto del FMI o del BM. Lo es como producto de toda historia humana que desembocó en el carácter global de la Tierra. Ya no hay nada exterior a la sociedad humana mundial. Todo se produce en su interior, aunque mantenga especificidades según la cultura original a partir de la cual estas reacciones surgen. Un terrorista estadounidense como McVeigh o el Unabomber actúan de una manera; un terrorista árabe de otra. Pero el terrorismo que hacen es completamente paralelo. Además, se nutren de la misma fuente. La fuente no es el mundo global. El mundo global es el espacio en el cual actúan. La fuente es la estrategia llamada globalización, que los FMI, BM y G7 propul­san. Tan terrorista es esta estrategia como lo es el terrorismo de los terroristas que produce. Este terro­rismo no es más que la otra cara de la estrategia de la globalización. Estos organismos han actuado con un fundamentalismo sin igual. También Stiglitz se refiere a ellos como los "fundamentalistas del mercado en todo el mundo". Al mundo, que hoy es global, le impusieron una estrategia de acumulación del capital que es incompatible con el hecho de la globalidad del mundo. Es destructora de este mundo. Sin embargo permite un pillaje sin igual tanto a seres humanos como a la naturaleza. Para hacerlo se creó toda una cultura de la desesperanza, acompañada por un anti-utopismo y un anti-humanismo sistemáticos. La clase dominante jugó su juego como el global player de una economía de casino. En este casino se jugó con la vida de la gente y con la naturaleza. Con eso se provocaron amenazas globales ilimitadas que hoy penden sobre todos nosotros. En nombre de la eliminación de las distorsiones del mercado se eliminó cualquier limite para la desenfrenada acción del capital. Con las distorsiones se eliminaron los derechos humanos más básicos, que son los derechos a la vida concreta. Así se eliminó la dignidad humana, haciendo del ser humano un capital humano. Desa­pareció inclusive la conciencia de que la exclusión y la destrucción de la naturaleza son violaciones de los derechos humanos, y no crisis del funcionamiento técnico. Las amenazas globales implican circuito-violencia, que dentro de la estrategia son imparables y crean un automatismo de la violencia que desemboca en la vorágine de violencia que estamos viviendo. Son circuitos que nuestras ciencias empíricas apenas mencionan. Los consideran "efectos externos" por el hecho de que surgen como efectos indirectos de la acción directa en los mercados.

7. Los circuitos de la violencia

La exclusión de la población crea en las regiones más afectadas del mundo situaciones sin posibilidad de vida, de las cuales se derivan las migraciones que hoy tienen carácter de migraciones forzadas. Son tan grandes que amenazan las regiones menos afectadas por la exclusión, sobre todo los países del centro. Estas regiones se cierran violentamente frente a estas olas migratorias. El resultado es una guerra sorda en las fronteras entre los países del centro y las regiones excluidas, que todos los años cobra miles de muertos. A veces hay noticias como la que lleva el título: "El río de la muerte. Autoridades pescan más cadáveres que peces." Centenares de cadáveres son retirados del Río Grande en una cantidad tan alarmante que sus aguas, fuertemente contaminadas, están siendo conocidas como 'El río de la muerte'. La mayoría de los cadáveres corresponden a inmigrantes ilegales que se ahogan en el intento de cruzar a nado el río, en un desesperado esfuerzo por encontrar trabajo en la parte estadounidense. 'La cantidad de cadáveres me hace pensar en una zona de guerra', señaló Arturo Solís, jefe del Centro para Estudios Fronterizos y Derechos Humanos. Las estadísticas de Solís revelan que 134 cadáveres fueron rescatados del río en 1993, contra 128 en 1992, en un tramo de solo 580 kilómetros entre Nuevo Laredo y Matamoros, en el estuario del río. (La frontera entre EEUU. y México tiene un largo de 2.019 km). No existen estadísticas oficiales y Solís señala que su recuento elemental, basado en revisar periódicos locales fronterizos en busca de informaciones sobre cadáveres, dista mucho de ser el verdadero saldo. Lancheros mexicanos con nada más que cámaras infladas de neumáticos, frecuentemente, cruzan el río, cobrando entre 15 y 100 dólares para trasladar gente a territorio de EEUU. Pero muchos lancheros —llamados coyotes, pateros o polleros— pertenecen a pandillas que se aprovechan de los ingenuos, robando a sus víctimas el dinero y las pertenencias, y luego los asesinan. 'Es una de las regiones más violentas de las Américas', manifestó [11]. Estas fronteras no están solamente en el Río Grande. Las hay también en el mar Caribe, en el este de Alemania, entre Albania e Italia, en el estrecho de Gibraltar. Las alcaldías en el sur de España tienen presupuestos especiales para enterrar a estos muertos. En el caso del muro de Berlín se denunciaba, con razón, un asesinato. Pero esta denuncia no era más que otra cortina de humo que escondía el asesinato en las propias fronteras de los países denunciantes. ¿Por qué no se habla de asesinato cuando eso ocurre en nuestros países? El actual presidente de México, Fox, en un encuentro con el presidente Bush, abogó ...por una frontera abierta con circulación libre... de personas, para evitar la migración ilegal, que cada año deja centenares de muertos en la travesía de zonas fronterizas inhóspitas [12]. Cuanto más excluye la estrategia de acumulación, más presionan las olas de migrantes y más violento es el rechazo de parte de los países meta de las migra­ciones. En cuanto logran pasar se transforman en grupos discriminados, explotados y despreciados en esos países. Sin embargo, logran algo básico: sobrevivir. En el tratamiento de la naturaleza aparece un circuito análogo. La explotación fragmentaria de la naturaleza lleva a crisis del medio ambiente, que desde hace décadas se están transformando en crisis globales. El hueco en la capa ozono, el aumento del número de huracanes, la desertificación creciente, la desaparición de peces en los ríos, el envenenamiento del agua. Nuevas tecnologías promueven o crean nuevas enfermedades. Para el casino no hay problema: cada nueva crisis promete nuevas ganancias producto de las nuevas inversiones necesarias para reparar los daños. Sin embargo, las crisis resultantes generan nuevas razones para la migración. Pero la tierra es redonda, lo que es una novedad para EE. UU. La bala que disparamos mata al enemigo. Pero lo atraviesa, da vuelta a la Tierra y nos alcanza por la espalda. Es la redondez de la Tierra que alcanza a todos y alcanzó también a EE. UU. Quieren seguir disparando. Pero las balas que disparan darán vuelta a la Tierra y los alcanzarán por la espalda. El casino no toma en cuenta ni lo que pasa con la gente ni con la naturaleza. Tiene un solo criterio que impone a sangre y fuego: los Índices de la bolsa. Si la guerra del Golfo fue un éxito o no, la respuesta la da la bolsa: la bolsa subió y por tanto fue una buena acción. Lo mismo sucedió con la guerra de Yugoslavia. Y si la venganza por los atentados del 11 de septiembre lleva al aumento de la bolsa, habrá sido bien hecha. Ninguna otra cosa cuenta. Ya no hay servicio de noticias sin información sobre la bolsa. Es la bolsa la que indica si las cosas van bien o mal. No hay otro criterio. No hay resistencia relevante. La negativa a cualquier alternativa, a cualquier utopía/ a cualquier humanismo ha aplastado la conciencia de la gente en el mundo entero. Se ha sembrado la desesperanza para asegurar la tranquilidad de los global players en su casino. Eso se logró, pero condujo a mucho más. No sólo cune la desesperanza. La desesperanza se trans­forma en desesperación. Se esperaba producir fatalismo. Pero la desesperación no es fatalista. La desesperación no lleva a la resistencia, sino que lleva únicamente a la explosión y a la negación. Hay un caso temprano que muestra este carácter. Ha sido el levantamiento de Caracas —el caracazo— de febrero de 1989. No había ningún proyecto de cambio de la sociedad, pero la gente consideraba insoportable la situación. Se produjo un levantamiento que desembocó en el pillaje de los negocios. Se trató de una explosión social sin perspectiva alguna. Era una explosión más bien desmoralizadora. La reacción fue tan ciega como el levantamiento. El presidente Pérez se transformó en verdugo y mandó a disparar. Después de miles de muertos el levanta­miento terminó como había empezado: en la desespe­ración. Este levantamiento ocurrió el mismo año de la represión en la plaza de Tiananmen, en Pekín, algunos meses antes. En Tiananmen se insinuaba un proyecto. En Caracas no lo había. Pero lo que iba a ocurrir en el futuro lo marcó Caracas y no Tiananmen. Sin embargo, nuestros medios de comunicación hablaron de Tianan­men y no de Caracas. El Casino no se conmovió ni analizó lo que pasaba. Los global players siguieron jugando con la suerte del mundo. Por todos lados aparecieron los asesinos-suicidas, empezando por EE. UU. y alcanzando pre­sencia mundial. Nadie se conmovió, el Casino seguía, y creía poder seguir eternamente considerándose el fin de la historia. Seguía el aplastamiento y la pro­paganda de la desesperanza. Cundió la desesperación.

8. De la desesperanza a la desesperación

Pero nuestro mundo no es un mundo en el cual la desesperación desemboca en fatalismo. El Casino suponía eso. La desesperación desemboca en actividad febril, pero completamente ciega: destruir para ser destruido. Después de la ejecución, el presidente Bush dijo que Timothy McVeigh tuvo "el destino que buscó" con sus actos. No creo que Bush tuviera claro cuan ciertas eran sus palabras. Apareció un terrorismo sin proyecto, aparecieron crímenes sin motivo. No quieren lograr nada y pre­cisamente por eso no tienen límites. Si tuvieran una meta o una utopía tendrían que limitarse en función de éstas. Pero como no las tienen, no hay límites que valgan. El sistema ya no tiene límites y la reacción terrorista tampoco los tiene. El atentado de Nueva York es hasta ahora el peor desenlace. Es sumamente parecido al atentado en Oklaoma en 1995. Los actores salen para destruir y aceptan la muerte como consecuencia y como destino. Aceptan lo que el sistema ha dicho: no hay alternativa, querer el cielo en la tierra produce el infierno, el humanismo es un atentado a la humanidad. Son postmodemos. Pero no se recuestan en la hamaca a tomar vino, como lo predican los postmodemos, sino que se lanzan. Para ver este paralelo, es bueno, recordar atentados anteriores. La ejecución de Timothy McVeigh hizo visible el problema del nuevo terrorismo. Llama la atención el nuevo tipo de terrorismo que ha aparecido. McVeigh no tenía proyecto, no quería lograr algo concreto con su acto terrorista. Se podría incluso decir que lo que hizo no es ya terrorismo. Sin embargo, con igual derecho podríamos decir que este tipo de terrorismo corresponde al primer terrorismo en serio, y que antes no había todavía terrorismo. McVeigh destruye para ser destruido. No tiene la ilusión de que con el acto terrorista se construya algo. Todo terrorismo anterior actúa con la ilusión de des­truir para construir. Sea terrorismo de Estado o de la iniciativa privada, anuncian sus actos de destrucción en nombre de alguna construcción. El nuevo terrorista no pretende construir algo, sino que pretende ser destruido. Pero que esta auto-destrucción sea consecuencia de la destrucción de otros. No es simple suicidio. Es suicidio como consecuencia de un ase­sinato. Sin embargo, no quiere mostrar nada como tampoco quiere lograr nada. Ni siquiera pretende dejar algún símbolo. Sin embargo, este suicidio es un acto social, el terrorista es sujeto con otros, aunque sea en sentido de sujeto contra otros. Es sujeto con otros de manera invertida. Este nuevo terrorismo ejecuta un acto completamente gratuito, de por sí. Es un acto sin ningún cálculo intermedio. La ejecución tuvo el carácter de un acto sacral. El ejecutado silencioso, sin decir palabra, reclamaba sin voz ser "invicto". Los que presenciaban el acto rezaban. Era un sacrificio con todas las de la ley, aunque tuvo el carácter de un anti-sacrificio. La historia es breve y escueta. En 1995 McVeigh había reventado con dos toneladas de explosivos un edificio federal en Oklaoma. Con la explosión mató a 168 personas, entre ellas alrededor de 20 niños de un jardín infantil que se encontraba en el edificio. Cuando se le preguntó al padre de McVeigh, este contestó: Realmente no sé como empezó todo esto. Solo sé que cuando volvió del ejército (en donde sirvió hasta el fin de la Guerra del Golfo) ya tenía esa aversión por el gobierno, —dijo—. Efectivamente, había sido combatiente con altas condecoraciones en esa guerra. Cuando McVeigh se refirió al hecho, usó los términos de los partes de guerra de la Guerra del Golfo: El me dijo una vez, en los términos más crudos: "son 168 contra uno", manifestó Lou Michel, coautor del libro American Terrorists: Timothy McVeigh &' The Oklaoma City Bombing, durante una entrevista concedida ayer a ABC. "Siente que es ganador", expresó Michel, quien será uno de los testigos designados por McVeigh para presenciar la ejecución. Recordemos como se hablaba en esa guerra. Un diario costarricense escribió: Sin duda, Bush querría evitar pérdidas innecesarias de vidas humanas. Alrededor de un centenar de muertos en las fuerzas aliadas arrojaba un excelente balance frente a los 150.000 iraquíes fallecidos [13]. Si en la Guerra del Golfo eran 1500 contra uno, McVeigh consideraba exitoso el hecho de haber logrado 168 contra uno. Cuando se le señaló que la inclusión de 20 niños en la matanza era un hecho especialmente horroroso, argumentó que se trataba de "daños colaterales". Agrega: "Lamento que haya gente que perdiera la vida. Pero está en la naturaleza de las cosas". Todo esto es textual de los partes de guerra. En el juicio se declaró inocente, aunque aceptaba haber cometido el crimen. También eso corresponde al len­guaje de los partes de guerra. Ciertamente el acto terrorista no era parte de una guerra, sino que McVeigh había trasladado a la cotidianidad lo que había sido esa guerra. Desde su punto de vista, eso era todo. Sin embargo, no era eso. En la guerra del Golfo se había hecho todo lo que hizo McVeigh. Pero había sido hecho en nombre de los altos valores. Se hablaba de "guerra para la paz", guerra para garantizar los derechos humanos. McVeigh le quitó a su acción esta aureola. Con eso la transformó en una acción escueta. Es ahora ubicua; puede ocurrir en cualquier momento y lugar... y regularmente ocurre. Sin embargo, ambos actores tienen la conciencia tranquila, los de la Guerra del Golfo como McVeigh. Lo juzgan correcto y se declaran inocentes. Si analizamos la acción de McVeigh, descubrimos que pertenece al conjunto del nuevo terrorismo, que sigue un paradigma determinado. Es el paradigma 'destruir para ser destruido'. Pocos días antes de la ejecución de McVeigh re­cibimos la noticia de otra acción terrorista que obedece al mismo paradigma: Ocho niños japoneses fueron asesinados ayer y otras 15 personas resultaron heridas en la peor tragedia escolar de Japón, cuando un enfermo mental irrumpió en una escuela primaria y comenzó a dar puñaladas a mansalva.... Según la prensa, siete de los que murieron eran niñas y el octavo era un niño de seis años. ... La tragedia comenzó cuando el hombre, empuñando el cuchillo de 15 centímetros, entró en un salón y comenzó a apuñalar a los niños, en un ataque que según los periódicos duró más de 10 minutos. "Llegó blandiendo un cuchillo y empezó a apu­ñalar", relató una alumna de primer grado [14]. El informe de la policía dice: ... Fuentes policiales dijeron que habían identificado a Takuma por su carné de conducir y le describieron como un sujeto que al parecer no terminó la escuela secundaria, pasó un tiempo en las Fuerzas de Autodefensa (el Ejército Japonés), y trabajó después como conductor de autobuses urbanos. ..."Estoy hastiado de todo", expresó, según la policía, y dijo que anteriormente había tratado de suicidarse. "Quiero que me ejecuten". Parece ser una réplica del caso de McVeigh. Pero no es necesariamente eso. Podría serlo porque esta matanza se dio en los días en que los noticieros volvieron a mencionar abundantemente el caso McVeigh. Pero hay un paradigma al cual siguen estos actos, que desde hace más o menos tres décadas llaman nuestra atención. Sólo que hay variaciones del paradigma. Algunas veces el terrorista se ejecuta a sí mismo, a veces pide al poder ejecutarlo, a veces se trata de suicidios colectivos en los cuales el incitador se Suicida con los demás. Aparentemente empezó en EE. UU., pero rápidamente se extendió a Europa y Japón. Sin embargo, ahora está presente en el mundo entero. Tenemos casos en Rusia, China, África y América Latina. Posiblemente la reciente matanza de la familia real de Nepal pertenece al mismo tipo. Los clásicos análisis del terrorismo no ayudan a entenderlo. Eso se aprecia en seguida, si se recuerda el análisis hecho por Camus en su libro El hombre rebelde. Tampoco Popper sirve para entenderlo, cuando de­clara que quien quiere el cielo en la tierra, produce el infierno en la tierra. El nuevo terrorismo no busca ningún cielo en la tierra. Pero hay excepciones. Andró Bretón dice, en los años treinta, que el único acto surrealista hoy es tomar un revólver y disparar sobre la muchedumbre. Sin embargo, todavía no llega a la conclusión de que ese actor se tiene que suicidar después. Hay textos de Nietzsche, que nos pueden intro­ducir en esta cultura de la desesperación. Nietzsche dice: La moral protegía a los malparados contra el nihilismo, al tiempo que concedía a cada uno un valor infinito, un valor metafísico, y lo emplazaba en un orden que no estaba de acuerdo con el poder y el rango del mundo:.. .Admitiendo que la creencia en esta moral se destruya, los malparados ya no hallarían en ella su consuelo y perecerían [15]. Eso está ocurriendo. Se ha destruido el valor infinito del sujeto humano, en nombre del cual se podía defender de la desesperación, y se lo ha trans­formado en capital humano. Como excluidos, son capital humano con valor cero. Este perecimiento se presenta como la ruina de sí mismo, como la elección instintiva de lo que forzosamente destruye. Los síntomas de esta auto-destrucción de los malparados. ..ante todo la fuerza instintiva que nos lleva a realizar actos por los cuales hacemos poderosos a nuestros enemigos mortales (que se erigen, como quien dice, en sus propios verdugos), la voluntad de destrucción como voluntad de un más profundo instinto, el instinto de autodestrucción, la voluntad de la nada. .. .El nihilismo como síntoma de ello, indica que los desheredados ya no tienen ningún consuelo, que destruyen para ser destruidos: que privados de la moral ya no tienen ninguna razón para 'entregarse', que están afincados en el terreno del principio opuesto y también quieren poderío por su parte forzando a los poderosos a ser sus verdugos [16]. Me parece bastante evidente que eso está ocu­rriendo. Parece un comentario de hoy, orientado a explicar al caso de Timothy McVeigh o de Takuma, pero igualmente de los atentados en Nueva York. En la prensa de hoy no aparece ni un sólo comentario tan lúcido como este, escrito hace más de 100 años. Pero Nietzsche no es ningún Nostradamus. Sin embargo, percibe con claridad lo que será la consecuencia de la cultura de la desesperanza, que él mismo promovía. Resulta una bella armonía. Los terroristas se suicidan o son ejecutados, y quieren ser ejecutados. Desaparece el conflicto entre verdugo y ejecutado. El verdugo quiere ejecutar y el ejecutado quiere que se le ejecute. Hay coincidentia oppositorum, que siempre ha sido vista como algo sacro. Para Nietzsche es la solución del problema del nihilismo. Termina el conflicto entre el poder y los subditos. El poder ahora castiga crímenes de los de abajo, ejecutándolos con el acuerdo de ellos. El poder está libre para seguir a la voluntad del poder. Los de abajo —los "malparados"— ya no pueden reclamar y no reclaman. Termina la "moral", que ahora está exclusivamente del lado de los poderosos. Sin embargo, esta solución de Nietzsche es simple ilusión. Destruyó para autodestruirse. Su propio co­lapso a principios del año 1889 lo atestigua. Aquellos que imponen desde arriba la autodestrucción desde abajo se destruyen también a sí mismos. Toda sociedad se transforma en un carrusel, en el cual todos destruyen, para destruirse al final a sí mismos. Este nuevo terrorismo resulta ser la otra cara del proceso que llamamos globalización. Se redujo al ser humano a capital humano y se le está quitando toda perspectiva más allá de esa. Apareció nuestra cultura de la desesperanza que penetró el alma de la gente: no hay alternativa. Pero este capital humano sigue siendo sujeto, más allá de ser capital humano. Pero lo es ahora de manera perversa: destruye para ser destruido. El nuevo terrorismo crea el símbolo sangriento de lo que es la esencia de la globalización. Este nuevo terrorismo es paradigmático. El propio Nazismo da un antecedente. Al colapsar después de ejercer una violencia irracional y espantosa sobre el mundo a su alcance, los tres máximos líderes —Hitler, Goebbels y Góring— se suicidan. Goebbels con toda su familia; tenía cuatro hijos. Antes del colapso de Alemania decía: "Si tenemos que abandonar el teatro del mundo, vamos a tirar la puerta de una manera tal, que el universo tiemble". Wenn wir von der Wdtbuhnc abtreten müssen, werden wirdie Tur hinter ims zuschia^cn. dass das Weltall erzittert). Nuestro Casino con sus ^lobn¡ players, ¿no diría lo mismo? Nietzsche ciertamente es mucho más realista en su análisis que nuestros global players, quienes ni se dan cuenta a dónde nos llevan y nos han llevado. Por tanto, se erigen en verdugos de los desesperados que ellos mismos han llevado a la desesperación. Y forzo­samente tienen que hacerlo si quieren seguir con el Casino. Pero con eso se transforman: se transforman en verdugos. La deshumanización que partió del sistema y de su casino, deshumanizando a las víctimas, obliga ahora a los portadores del sistema a deshumanizarse mucho más que las víctimas. Terminan por ser ver­dugos. La bala de la deshumanización que dispararon ahora los alcanza por la espalda. Ocurre una brutalización sin igual de las sociedades que se consideran civilizadas y que son las portadoras del sistema. Aquellos que hoy atacan a Afganistán no son más que verdugos. Lo saben. Cuando el 7 de octubre empezaron los ataques aéreos a Afganistán, el noticiero de CNN mostró los grandes aviones B-1, B-2 v B-52 cuando se lanzaban. Eran aviones pintados con colores relucientes. Se les habían pintado bocas y ojos de tiburón. Tenían el aspecto de gigantescos monstruos del aire: aviones-tiburones que salieron para devorar lo que se les ponía en el camino. Los aviones-tiburones formaron el trasfondo de las declaraciones de los valores de occidente, declara­ciones pronunciadas por un presidente eligido por fraude electoral. Hay sangre en el agua y los tiburones se enloquecen. Están devorando Afganistán, pero va están escogiendo otros países para devorarlos poste­riormente también y borrarlos del mapa. Los noticieros mostraron estas imágenes sola­mente el primer día. Después fueron suprimidas. Siguieron los aviones-tiburones, pero sin publicidad.

9. La coincidentia oppositorum

Si hacemos este análisis vemos algo más de lo que también aparecía en Nietzsche. Este terrorismo hace, desde el lado opuesto, precisamente lo mismo que hace el propio Casino. El Casino es tan suicida como lo es el terrorismo que choca con él, reproduciéndolo. El Casino genera el suicidio por la irracionalidad de lo racionalizado, y el terrorismo presenta en forma de teatro mundial —un verdadero Coliseo donde se muere de verdad— la verdad del Casino. Es teatrum mundi. Lo que los locos asesinos-suicidas hacen como teatro real y cruel, lo hace nuestra sociedad en grande. Toda nuestra sociedad hace lo que el teatrum mundi de los locos asesinos-suicidas nos presenta: asesina, sabiendo, que el final está el suicidio. Sin embargo, a los locos asesinos los consideramos terroristas y criminales. Los que hacen eso con la sociedad humana entera tienen puestos de honor. Creo que no vamos a poder entender este proceso sino en términos de un análisis de este tipo. Nuestra sociedad hace todo para no analizarlo. Se inventa de nuevo una lucha entre civilización y barbarie, entre democracia y dictadura, entre el bien y el mal, una guerra de civilizaciones. Pero es nuestra civilización misma la que desembocó en esta vorágine de violencia y no produce la salida de ella. El problema está adentro, no afuera. Al proyectarlo en otros para solucionarlo eliminando a esos otros, sólo lo reprod

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