El drama de Antígona
Jorge Vergara Estévez*   
martes, 04 de octubre de 2005 , www.elclarin.cl
En memoria de mi amigo Gonzalo Toro Garland, profesor de la
Universidad de Chile, detenido y desaparecido en abril de 1974.
En diciembre de 1941, el mariscal de campo Wilheim von Keitel, jefe del Supremo Comando alemán, siguiendo órdenes de Hitler, dictó el decreto Natch und Nebel (Noche y Niebla), destinado a reprimir las actividades de resistencia en los países ocupados. Allí decía que "El Führer está informado de que las penas de privación de libertad y aún las penas de presidio perpetuo son vistas como signos de debilidad. Un efecto de terror eficaz y durable no se puede alcanzar sino por la pena de muerte o por medidas adecuadas para mantener a los parientes, amigos y a la población en la incertidumbre sobre los culpables. El traslado (de los prisioneros) hacia Alemania permite conseguir este propósito".
 En febrero de 1942,  fue complementado con un conjunto de directivas para su aplicación. El traslado debía realizarse secretamente, "al amparo de la noche": "Estas medidas tendrán un efecto intimidatorio, porque: a) los prisioneros se desvanecerán sin dejar rastros; y b) no podrá darse información alguna respecto a su paradero o su suerte". En cumplimiento de estas instrucciones, unas siete mil personas fueron transportadas a Alemania e internadas en campos de concentra­ción, y, en su mayoría fueron asesinados.
Esta técnica de represión y asesinato político reapareció casi 30 años después, a fines de los sesenta, con los gobiernos militares de América Latina, dentro de la guerra antisubversiva, dirigida por las fuerzas armadas y el gobierno de Estados Unidos, que otorgaban entrenamiento a los oficiales latinoamericanos, e incluso proporcionaba los manuales de las técnicas represivas.  Estos sistemas represivos fueron componentes fundamentales de la estrategia global de creación de nuevos Estados autoritarios pro-norteamericanos. 

           Su tremenda eficiencia como estrategia represiva expresa el carácter totalitario de los regímenes que lo emplearon. El totalitarismo, decía Hanna Arendt, se caracteriza por la ausencia absoluta de límites del poder: todo puede suceder, incluso lo más siniestro. La detención con desaparecimiento de los seres queridos es una herida abierta, un dolor permanente que nada puede cerrar. La madre de un detenido-desaparecido durante el régimen militar en Chile, escribe: "A veces siento que me duele el alma. ¿Puede doler el alma? Yo sí lo he sentido... Cuando pienso en mi muchacho, con su figura larga y desgarbada, con sus ojos verdes, dulces, que tenían una ternura... Tenía la sensibilidad a flor de piel... ¿Cómo olvidar? No se puede. Siento cada día más pena. No es cierto que el tiempo borra. Aunque pasen mil años yo seguiré preguntando, seguiré buscándolo, porque un hijo no es algo que se puede dejar así, sin saber qué pasó con él. Pero no tan sólo un hijo, sino que cada ser humano tiene el derecho de que se le respete como tal...".
Intentaremos explicitar el significado simbólico de este drama colectivo recordando un mito griego. Napoleón dijo que "en las tragedias de nuestro tiempo, la política ha sustituido el destino de las tragedias antiguas". El ejemplo paradigmático es el del mito de Antígona, hija del Rey Edipo,en la versión de Sofocles. Sus hermanos, Eteocles y Polínice, murieron en la guerra civil que desencadenaron en su lucha de sucesión del trono. Su tío Creonte asciende al poder y ordena la sepultación con honores reales para el primero, y prohibe enterrar el cuerpo de Polínice, para que sea devorado por las aves de rapiña.
Antígona intenta sepultarlo, secretamente, pero es sorprendida por los guardias y conducida frente a Creonte, quien la condena a muerte, sin considerar siquiera que es la novia de su hijo Hemón. El adivino Tiresias interviene para presagiar al tirano grandes males que traerá su decisión. Creonte corre a la prisión para liberar a Antígona. Es demasiado tarde, ella se ha colgado y Hemón yace muerto a su lado.
Este mito ha recibido diversas interpretaciones. Querríamos destacar que el drama se desencadena cuando el nuevo rey, aceptando la controvertible tesis de los partidarios de Eteocles, declara que éste era el legítimo heredero del trono, y se proclama a sí mismo su heredero. Decide castigar a Polínice más allá de su muerte, negándole su reconocimiento como víctima del conflicto, y lo convierte en un muerto sin sepultura: "Queda pregonado en toda la ciudad que nadie le haga exequias, nadie le haga duelo, sino que se le deje insepulto, pasto a la voracidad de las aves y los perros, espanto para quien lo vea".
De acuerdo a la religión griega, éste era el peor de los castigos imaginables. Se creía que los cuerpos insepultos se convertían en fantasmas que atormentaban a los vivos y que buscaban eternamente su sepultación. Con ello, Creonte transgrede una de las más profundas y antiguas tradiciones éticas: el derecho de los familiares de realizar las honras religiosas fúnebres y de sepultar a los suyos. Coloca a Antígona y su hermana Ismene en un dilema perverso y sin solución: si aceptan la prohibición del tirano, traicionan la memoria de su hermano y se hacen cómplices de su castigo, lo que implica para ellas una suerte de muerte ética; o bien, transgreden la orden, arriesgando su vida.
Ismene opta por la primera posición, diciendo: "Contra la voluntad de la ciudad, yo no puedo hacer nada". Antígona dice que  su hermana "desestima leyes que los dioses tanto estiman", y asume la otra opción, intentar sepultar a su hermano: "No han de ser mis males tantos que no pueda, al menos, morir con gloria". La orden no sólo afecta a las hermanas: hiere y ofende profundamente a una parte importante de la polis, a los partidarios de Polínice, y perpetúa el conflicto.
Hegel ha sostenido que Creonte representa el derecho y la legalidad estatal, frente a la conciencia ética de Antígona, regida por el amor fraterno. Esta interpretación no es convincente. Creonte llega al trono por la muerte en combate de sus sobrinos. Se identifica con uno de los sectores en pugna y crea un nuevo poder estatal que impone una nueva legalidad basada en el derecho de los triunfadores, en la negación de los vencidos, no en el derecho en general.
Creonte representa la lógica política autoritaria de la división de la sociedad en amigos y enemigos. Su forma de poder niega la posibilidad de la reconciliación y de la cooperación; es un poder particular y negativo que, debiendo servir a la nación en conjunto; se constituye y reproduce como castigo y negación del otro, de una parte de la nación, fisurando y manteniendo la fragmentación de la unidad ética de la polis y de su sentido de comunidad.
El desenlace de este mito es trágico: el poder autoritario y su obstinación sólo pueden conducir a nuevos conflictos y muertes. El retorno de la democracia en nuestros países abrió la esperanza de conocer el destino de los detenidos-desaparecidos. En el caso de Chile, la orden de secreto -la ley del silencio en las fuerzas armadas-, que ha impedido conocer lo que sucedió con ellos y recuperar sus cuerpos, es la forma más siniestra de poder, pues es la negación absoluta de la víctima, de su existencia  e identidad. Como el edicto de Creonte, niega a los muertos su justa sepultura, y con ello sigue castigando no sólo a sus familiares, sino a toda la nación.  Esta herida abierta no se va a cerrar con el paso del tiempo, como piensan muchos, con la muerte de los familiares,  amigos y compañeros de las víctimas. Será siempre, asimismo, un estigma para los asesinos, las instituciones a que pertenecían, y los sectores políticos y sociales que apoyaron y ocultaron estos crímenes monstruosos.
Pese a los esfuerzos de los familiares de los detenidos-desaparecidos, de sus abogados, de los organismos de derechos humanos nacionales e internacionales, de las reiteradas peticiones de las Iglesias, de los ex presidentes Aylwin y Lagos, e incluso de ex parlamentarios de derecha, como  Luís Valentín Ferrada, sólo se ha logrado recuperar una cantidad muy pequeña de sus cuerpos, y existe una limitada información fiable sobre el destino que corrieron algunos de ellos.
La prensa conservadora ha dado gran difusión al reciente suicidio del Coronel Barriga, ex agente de la DINA, acusado en numerosos juicios por violación de derechos humanos. Sin embargo, se ha ignorado la inmolación de familiares de detenidos desaparecidos, su último gesto de amor a sus seres queridos. “Hay suicidios, en cambio que se lloran en silencio. Sólo 35 años tenía Jorge Jordán, y decidió terminar su vida el día del cumpleaños de su padre: el 15 de septiembre. Casi toda su vida vivió en proceso, un eterno proceso en búsqueda de la verdad y justicia. Su padre, el doctor Jorge Jordán Domic no tuvo derecho a juicio. No tuvo derecho a funeral. No tuvo derecho a una tumba donde su mujer y sus pequeños hijos pudieran rezar y poner flores. Se transformó en un detenido-desaparecido”, escribió Patricia Verdugo [1].
Jorge Vergara Estévez es doctor en filosofía de la Universidad de París VIII y profesor de la Universidad de Chile.
[1] Jorge Jordán. Una muerte, un silencio www.elclarin.cl, 15 de septiembre del 2005.

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