Si se observa lo que dicen nuestras elites y algunos de
sus actores, aun pareciera esto de la crísis como el rumor de una tempestad que se oye lejos,
y que golpea suavemente en nuestras propias costas. Para unos, se dejará sentir, pero de una manera
amortiguada. Para otros, será lo contrario. Más allá de las impresiones sobre la
que muchos han caracterizado como la peor crísis después del 29, buena parte de los
comentadores intentan “bajarle el perfil”, como se dice, y al mismo tiempo, salvaguardar la
cuasi-teología que está a la base del modelo de crecimiento impuesto hace mas de dos decenios
a nivel mundial. Por eso algunos se apresuran a comentar que requerimos ser
pragmáticos, pero por favor, nada de “estatismo”, de eventuales “intervenciones”, de devolverle
mayor protagonismo a la propia sociedad. Es decir, por favor, un breve paréntesis,
tenemos en ciernes, nubarrones, pero nada más serio. Buena parte de nuestras elites siguen
ancladas a una lectura ya periclitada de los fenómenos socioeconómicos y políticos, enganchada
en el viejo clivaje de la guerra fria. Para muchos de ellos al parecer aun esa guerra no
temrina. Sorprende en buena parte de los medios la parálisis de la crítica y
los enmarques que ha dejado la herencia económico-política del autoritarismo civico-militar. Sin
embargo, lo que tenemos entre manos es una profunda crísis de legitimidad de la modernización
globalizante en clave neo-liberal. Esta tempestad no refiere solo a asuntos financieros, de
mala gestión o de importantes pérdidas de capital y de puestos de trabajo, con sus previsibles
consecuencias. Está en juego el paradigma de base que ha sostenido la ilusión de un mejor
desarrollo conducido por una alianza presentada como natural e infinita entre
capitalismo financiero desregulado y revolución tecnológica, junto a una desvalorización
y banalización de la cosa pública. Un paradigma articulado, entre otras cosas, en primer
término, sobre al rol primordial del individuo como dominador, calculador y preferidor
racional. Un individuo que se mueve esencialmente –se supone-, en función de la maximización de su
propia utilidad . Segundo, se monta desde la ilusión de que el mercado es mercado
libre y el único mecanismo que posibilita la optimización de las transacciones. Pasamos de una
economía de mercado a una sociedad de mercado, puestas como forma natural de orden social. Tercero,
promueve como única justicia alcanzable aquella proporcionada por la adecuada y legal
competencia de todos contra todos en buena lid. Cuarto, coloca al capital -
en particular, financiero-, como centro de toda valorización posible, de las personas,
de la naturaleza, de las cosas mismas, y lo hace según criterio de
rentabilización. En quinto término, este paradigma pone a las empresas y la propiedad
privada como los impulsores predilectos de crecimiento en el mercado. Ojalá ellas puedan
actuar protegidas de toda dirección desde fuera de ellas mismas y su regulación mercantil. Todo
ello, además, hay que ponerlo en el marco actual del proceso de globalización. El
accionar desregulado de este paradigma de base estalla hoy y muestra sus consecuencias
desastrosas: no tenemos un mundo mejor, sino uno más desigual, violento, inseguro y no
sostenible. Así es pues , aproximadamente unos tres mil millones de humanos viven con
menos de dos dólares al día. Y, al mismo tiempo, resulta que 225 personas tienen una riqueza
superior a los recursos económicos de 2.600 millones de seres humanos en los países pobres.
Que ético, no le parece?. Incluso se llegó a decir en los ochenta que “la sociedad no
existe”, y que lo único realmente existente era el mercado y sus mecanismos. He ahí los resultados.
Nos enfrentamos a una crísis con múltiples flancos: financiera , energética,
alimentaria, climática. El futuro se presenta hoy con un signo de enorme incertidumbre: podrá
el actual orden de cosas -con algunos remiendos-, superar la situación actual?. Y si no es
así, hacia donde deberíamos encaminarnos?. Y, sin embargo, nuestra elite está ocupada con soluciones
de parche y con que por favor nuestra ya menguado Estado no vaya a tomar más fuerza y quiera tener
un rol más activo frente a lo que está pasando. Muchos de esos actores están más bien
centrados en ver cuáles medidas pueden salvar el entramado y hacer que su desplome no lo tengan que
pagar de manera completa –como normalmente sucede-, las mayorías, gente como usted o como yo, con o
sin trabajo. Porque ya se sabe, los creadores de esas novedades financieras y sus originales
emprendimientos han sido recompensados muy bien por sus desastrosos resultados.
Pero no, no es el modelo el puesto en cuestión ni el que ha fallado según ellos. Por esto es
que puede decirse que entramos en un período de crísis de legitimidad creciente del tipo de
globalización modernizante bajo égida neo-liberal. Va quedando claro que si se quiere asegurar la
supervivencia y prolongación de la vida humana y natural sobre la faz de la tierra, habrá que echar
mano a una nueva ética mundial . Sí, pero no esa ética indolora y light que nos ayuda
solamente a respetar contratos, no ser corruptos y pasar el día a día –todo en la medida
de lo posible- . Necesitamos una nueva ética de la co-responsabilidad solidaria a nivel global; una
que reponga la discusión sobre medios y fines y la égida totalizante del cálculo
costo-beneficio. Una que pueda reconstruir puentes entre el ideario de una sociedad justa y el
horizonte del bien común, por sobre el lucro, la voluntad de poder, el dominio o el brillo
pasajero. Una que reabra el espacio y legitimidad para una nueva política democrática, es decir, una
capaz de velar por la dirección en común de los asuntos comunes. Puede esto a simple
vista parecer un lujo o una mera cuestión de discusiones doctrinales. Sin embargo, queda hoy
en claro que no lo es. Emprender estos debates – a la luz de las condiciones históricas actuales-,
señalará también las posibilidades de generar un mundo distinto y una vida digna para el conjunto
del globo.
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