La utopía neoliberal y sus críticos *
                                                                            Jorge Vergara Estévez **
 
Síntesis
           
El objetivo de este artículo es doble. De una parte, es una reconstrucción tentativa de la estructura teórica del neoliberalismo, mostrando que esta teoría tiene una escasa capacidad explicativa, y es básicamente un proyecto político de carácter utópico, en el sentido de que es irrealizable, aunque no hubiera resistencia u obstáculo a su realización. De otra parte, es una exposición sintética de las críticas a esta teoría realizadas por Tony Andreani, Pierre Bourdieu, Viviane Forrester, Franz Hinkelammert, Norbert Lechner, y por el autor de este artículo. Estas afectan radicalmente su concepción del hombre, su teoría económica, de la sociedad y la política, y no han sido respondidas por los teóricos neoliberales. Se plantea que la vigencia de esta teoría se debe, principalmente, al que ha convertido en el discurso de las elites económicas y políticas en gran parte del mundo, potenciado por la acción de la publicidad y los media. El artículo finaliza con una sucinta interpretación del neoliberalismo como un proyecto político de soberanía del mercado.
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* Versión revisada y ampliada de una conferencia ofrecida en el Departamento de Filosofía de la Universidad de París VIII, en diciembre del 2001, como parte del proceso de elaboración de mi tesis de Doctorado, L’utopie néolibéral et ses critiques, cuya defensa realicé en el 2005. Agradezco a la Embajada Francesa en Santiago por haberme proporcionado el pasaje a París, y la Servicio Académico Alemán (DAAD), por su invitación a realizar una estadía de un mes en Berlín en el 2001, donde pude elaborar la primera versión de este texto. Versiones posteriores más breves, aparecieron en revista Al Margen No. 5 de Bogotá, marzo del 2003, y en Laberinto No. 12, julio del 2003, de la Universidad de Málaga. Expreso mi reconocimiento a las cuidadosas observaciones formales y de contenido del Dr. Hermes Benítez.
 
** Doctor en filosofía política de la Universidad de París VIII, profesor del Doctorado  de Ciencias Sociales de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Miembro del Grupo de Filosofía Política del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales: vergaraestevez@gmail.com
 
 
La tesis central de este artículo es que la teoría neoliberal pretende ser una interpretación no sólo plausible, sino verdadera, sobre la realidad humana y social. Sin embargo, en las últimas décadas ha sido objeto de diversas y profundas críticas que han cuestionado y refutado sus principios teóricos. Esta teoría, asimismo, contiene una utopía, en el sentido de un proyecto irrealizable, aún cuando todos estuvieran de acuerdo en intentar ponerlo en práctica, porque contiene conceptos trascendentales, que sólo pueden ser pensados, pero no son realizables históricamente (Hinkelammert 1984). Sin embargo, pese a la relevancia de estos cuestionamientos los autores neoliberales han ignorado estas críticas, y esta teoría conserva, pese a las consecuencias sociales de su aplicación,  una gran influencia sobre las decisiones políticas y económicas, tanto en América Latina, como en Europa. Podría decirse que su influencia se basa mucho más en sus “efectos de poder” de su discurso, que a su consistencia teórica y validez de sus argumentos, puesto que se ha convertido en el discurso de las elites de poder económico y político en muchas sociedades. Dicha influencia es potenciada por la difusión cultural masiva, -mediante la publicidad y los media-, de un modelo de vida individualista y posesiva.
 
Este análisis se realiza en un contexto intelectual donde tiene significativa presencia la tesis del fin de los metarelatos y de las utopías, planteada por autores de diversas corrientes, desde hace varias décadas, la cual ha llegado a convertirse en un dogma de “el pensamiento único”. Dice por ejemplo, Lyotard que “en la sociedad y culturas contemporáneas, sociedad postindustrial, cultura postmoderna, el gran relato ha perdido su credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le ha asignado: relato especulativo, relato de la emancipación” (1979: 83). En su opinión, esto se debería a que la naturaleza del saber se ha transformado. La crisis de los grandes metarelatos se debería, principalmente, al desarrollo del conocimiento científico tecnológico, el cual ha llegado a identificarse con el saber, y dicho saber entraba en contradicción con dichos discursos globales. Más aún, pensaba que el notable desarrollo del conocimiento de las últimas décadas y la revolución científico-tecnológica, basada en la microelectrónica, la computación y la bioingeniería excluía los discursos que no fueran inmediatamente aplicables tecnológicamente (Lyotard 1979). En el mismo período, de fines de los setenta, el desarrollo del conocimiento tecnológico estimuló la aparición  de discursos, como los de Norbert Wiener y Alvin Toffler, según los cuales estábamos entrando en un período de creciente bienestar, en la cual la tecnociencia resolvería la mayoría de los problemas. En este nuevo contexto, las cuestiones a los cuales trataron de responder los grandes metarelatos podrían resolverse como problemas tecnológicos
 
Esta interpretación de Lyotard es positivista, e ignora el papel que siguen teniendo los discursos no científicos en la política, en la economía, y en la vida social. Tal vez se podría encontrar el origen lejano de esta tesis en Weber que sostuvo que con el proceso de racionalización creciente había terminado la época de las cosmovisiones. La tesis del fin de las ideologías y los metarelatos fue plausible en el período en que fue formulada, ya que se había llegado a una fase de agotamiento de la teoría marxista, tanto occidental, como de vertiente soviética, así como del liberalismo social, ligado al keynesianismo.
 
Sin embargo, esta tesis sólo consideraba los metarrelatos y las utopías críticas. Estas se orientaban a realizar “los valores normativos de la modernidad” (Habermas): la disminución de desigualdades, el aumento de las libertades como “capacidades efectivas de hacer” (Dewey), la búsqueda de autonomía, de autogobierno y autodesarrollo. En las últimas décadas observamos, en cambio, una (re)emergencia de otro tipo de metarelatos y utopías políticas y culturales. Entre ellas, de fundamentalismos religiosos (cristianos, musulmanes y otros); nacionalismos radicales; teorías neoconservadoras y la propia teoría neoliberal. Estas posturas pueden ser denominadas, latu sensu, conservadoras, puesto que buscan mantener o recuperar ciertos valores y formas de vida, que consideran muy valiosas, las cuales estarían perdiéndose con la transformación de las sociedades y los procesos de globalización. La relación de estas utopías a la modernidad es conflictiva, puesto que rechazan sus principales aspectos, sea total o parcialmente. Por ejemplo, el de la autonomía de las distintas formas de acción social, especialmente de la política, puesto que buscan subordinarla a la religión, los intereses nacionales o al mercado.
 
El neoliberalismo es el más importante de estos metarelatos, no sólo por su difusión global, sino porque constituye la teoría que guía a los organismos económicos internacionales. “Hoy, el libre mercado global construido a raíz del colapso soviético también se está desintegrando, y por razones similares -escribe el filósofo liberal John Gray.Los neoliberales son deterministas económicos, igual que los marxistas. Creen que todos los países están destinados a adoptar el mismo sistema económico y, por ende, las mismas instituciones políticas. Nada puede impedir que el mundo se convierta en un inmenso mercado libre, pero el inevitable proceso de convergencia puede acelerarse. Los gobiernos occidentales y los organismos transnacionales pueden ser las parteras del nuevo mundo. Por improbable que parezca, esta ideología sustenta instituciones tales como el Fondo Monetario Internacional. Argentina e Indonesia tienen problemas muy diferentes, mas para el FMI la solución es la misma: ambas deben convertirse en economías de libre mercado” (Gray 2003). 
 
La denominación de “neoliberalismo” apareció a mediados del siglo pasado; y en la década de los sesenta, algunos autores alemanes la empleaban para referirse al liberalismo social y a los teóricos de la economía social de mercado, de Wilhem Röpke y otros, cuyas teorías eran “nuevas” con relación al liberalismo precedente. En los países anglosajones se emplea la amplia categoría de “neoconservadores”, en la cual se incluye a Friedrich Hayek, Milton Friedman, James Buchanan, Gordon Tullock y Robert Nozick. Aunque estos autores comparten algunos planteamientos y preocupaciones con Peter Berger, Daniel Bell y otros autores representantes del neoconservadurismo, se diferencian de ellos en aspectos significativos (Lepage 1978, Hinkelammert 1984, Vergara J. 1984 y 1999).
 
Intentaremos mostrar aquí que la teoría neoliberal es un metarrelato que cumple las funciones de una ideología y que contiene una utopía. Su vigencia no reside sólo en el terreno intelectual como forma de pensamiento económico y social, sino como una lógica operante de la acción social. Más aún, puede decirse que es una metarrelato puesto que intenta responder a las principales preguntas sobre el hombre, la libertad, el sentido de la vida humana, y qué es la sociedad y sus instituciones. La teoría neoliberal fue fundada por los economistas austríacos Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek, discípulo del primero. Puede considerarse Liberalismus de Mises, cuya primera edición es de 1927, como su obra fundacional. Ambos, especialmente Hayek, tuvieron un papel importante en el debate de los treinta con Keynes y los economistas liberales sociales, que crearon la teoría económica del Estado de Bienestar. Sin embargo, en el nivel académico como en el político, el keynesianismo se convirtió en la teoría hegemónica. Los planteamientos de los economistas neoclásicos, incluyendo a Hayek y Mises, perdieron vigencia y se mantuvieron en algunos enclaves, especialmente en algunas universidades, como la de Chicago. Se inició un período de gran desarrollo del Estado de Bienestar en Europa y Estados Unidos, que se extendió hasta medidos de los setenta del siglo pasado.
 
            Ambos autores, exiliados del nazismo, y admiradores del liberalismo anglosajón, en la década de los cuarenta del siglo pasado, reorientaron sus investigaciones y elaboraron una crítica radical del Estado de Bienestar, desde una perspectiva política antiestatalista y de mitificación del mercado. En 1944, Mises publicó Burocracia y Hayek su conocida obra Camino de la servidumbre. Ambos libros son similares y complementarios. Mises asevera que el Estado de Bienestar implica la ilegítima extensión del aparato del Estado, regido por la lógica burocrática, y, con ello, la burocratización de la economía y de la vida social. Pensaba que la lógica burocrática carecía de criterios para medir su eficiencia, a diferencia de la económica regida por el principio de la maximización de la ganancia. Los burócratas intentaron planificar la economía mediante la creación de empresas públicas y estableciendo regulaciones a las empresas privadas, con la fijación de precios máximos, limitación de los beneficios, altos impuestos, etc. Con ello, pensaba Mises, se interfiere la lógica de la ganancia, que es “el único método que contribuye a la racionalización y el cálculo de producción de bienes necesarios” (1944: 123). Este nuevo sistema limitaría la libertad individual y obstaculizaría el crecimiento económico. Su predicción fue errónea: el período, desde 1945 a 1975, fue el de mayor crecimiento económico de las economías estadounidense y europea.
 
Camino de la servidumbre de Hayek es explícitamente político, y se propuso realizar la crítica tanto de las sociedades de economía planificada, como la de las del Estado de Bienestar. Para ello, Hayek amplió el concepto de socialismo, incluyendo el estalinismo, el nazismo, y el socialismo democrático, y, a la vez, minimizó sus diferencias. El libro está irónicamente dedicado a “Los socialistas de todos los partidos”, que constituirían, según Hayek, la gran mayoría de la población de las sociedades occidentales. Su concepto de socialismo incluye cualquier forma de “intervencionismo estatal” que pretenda regular los mercados, o disminuir las consecuencias negativas generadas por el automatismo de los mercados. En este sentido, su obra es una reacción, en el estricto sentido de la expresión, contra las formas de capitalismo regulado y políticas sociales que fueron surgiendo en Europa, según Hayek desde Bismark. Estas se fueron ampliando después del Primera Guerra Mundial, cuando las sociedades europeas enfrentaron las negativas consecuencias sociales de la revolución industrial, así como el gran desarrollo de los movimientos socialistas (K. Polanyi 1944). Hayek sostuvo que la democracia era incompatible con el intervencionismo económico estatal. Este habría llevado las sociedades occidentales al borde del abismo de la “servidumbre”, puesto que el intervencionismo económico implicaría la pérdida de la libertad, y el deslizamiento hacia el totalitarismo. Citando a Hölderlin sostuvo que el intento del Estado de hacer un paraíso en la tierra, produce el infierno.
 
Pocos años después, en 1947, en Suiza, Hayek fundó la Sociedad Mont-Pèlerin, junto a los economistas Ludwig von Mises, Milton Friedman, Frank Knight, el filósofo Karl Popper, y un conjunto de políticos, historiadores y periodistas. Su capítulo chileno, creado en los setenta del siglo pasado, reúne a ex ministros de economía de Pinochet, economistas y políticos de derecha. En su primera sesión, Hayek propuso como tarea de la nueva sociedad: “purgar de la teoría liberal tradicional de ciertas adherencias accidentales que se le han anexado a lo largo del tiempo” (1947, cit. Estudios Públicos Nº 6, 1982: 5). Estas adherencias accidentales” eran las teorías de la justicia social, de la responsabilidad social del Estado respecto a las necesidades básicas de la población, la solidaridad y otras, es decir, las concepciones que fundamentan el Estado de Bienestar. En sólo treinta años, hasta fines de los setenta, los neoliberales desarrollaron una amplia teoría que comprende una concepción del conocimiento y la ciencia, del hombre, su libertad, la igualdad, la sociedad, el derecho, la economía, el Estado, la política y la democracia y otros aspectos.
 
Los autores neoliberales se llaman a sí mismos “liberales” o “verdaderos liberales”. Sin embargo, esa denominación es demasiado general, pues existen diversas formas de liberalismo, cada una de las cuales tiene su propia concepción del hombre, de la economía, del Estado, la política y otros aspectos. Esta autodenominación genérica no explicita la diferencia de estos autores con el liberalismo clásico inglés y francés de los siglos XVII y XVIII. En el siglo XX el liberalismo se dividió en dos grandes ramas: el liberalismo social y democrático, fundado por John Stuart Mill, al que se inscriben John Dewey, Harold Laski, Crawford Macpherson, y otros; y el liberalismo conservador, de Lord Acton, Alexis Tocqueville, del que forma parte el “neoliberalismo” (Lepage 1978, Vergara J.1988, Cristi 1993 y Hinkelammert 2001). Hayek y gran parte de los autores neoliberales se declaran herederos de Adam Smith, aunque Mises había señalado que su postura tenía diferencia significativas con los clásicos (Mises 1927 y Hayek 1978). Macpherson, por su parte, sostiene que comparten “la teoría política del individualismo posesivo” (1985). Sin embargo, se ha mostrado que existen diferencias significativas en la concepción de la economía, del hombre y otros temas (Francisco Vergara 1992, y Hinkelammert 1995 y 2001). Esto permitiría afirmar que su “estructura teórica” es diferente.
 
Los esfuerzos por determinar cuales serían las características comunes de todo liberalismo han sido infructuosos (Vgr. Gray 1986: 10-12). Por ejemplo, aunque todos los liberales se declaran individualistas, sus concepciones sobre el individualismo muy diversas y opuestas (Macpherson 1985: 117-127). Sabemos, asimismo, lo que no es aceptable para ninguna de sus corrientes, por ejemplo, una dictadura del partido comunista como el régimen chino o un autoritarismo político clerical como el iraní; sin embargo, Hayek y Friedman apoyaron la dictadura militar de Pinochet, cuya política económica era concordante con sus teorías.
 
La denominación “neoliberal” sería la más adecuada porque este liberalismo aparece como el más “nuevo”, a la vez que explicita su diferencia con el liberalismo social (Vergara J. 1988). Los principales opositores teóricos de los neoliberales son Stuart Mill, Keynes, Dewey y otros liberales sociales, más que los autores socialistas (Hayek 1960).
 
Desde su perspectiva, los neoliberales tienen razón al denominarse simplemente como liberales. Ellos creen que hay un sólo y verdadero liberalismo, desde Smith a Hayek. Creen que la confusión se habría producido porque hay autores que erróneamente son considerados liberales, los que hemos llamado “liberales sociales”, pero que en realidad son socialistas (Mises 1927 y Hayek 1960). Los neoliberales tienen una concepción dicotómica y polarizada del universo político y teórico: creen que éste se divide entre una minoría de (neo)liberales y una mayoría de socialistas. La estructura teórica, del neoliberalismo difiere del liberalismo clásico inglés y francés de los siglos XVII Y XVIII, aunque hayan incorporado algunas de sus tesis. La denominación “neoliberal” parece la más adecuada, puesto que indica, a la vez, su pertenencia al campo liberal, y su especificidad.
 
Presentaremos tres aspectos centrales de la estructura teórica del neoliberalismo, en los cuales se manifiesta su carácter utópico. Siguiendo a Macpherson (1962), puede decirse que una estructura teórica se compone de un conjunto de enunciados de alto nivel de abstracción, concordantes entre sí (Vergara J. 1995). Estos pueden ser principios explícitos en las argumentaciones principales o bien supuestos relevantes, pero contenidos en las argumentaciones secundarias. En ésta, como en otras teorías sociales, no hay una nítida separación entre la formulación de principios teóricos abstractos y las argumentaciones, a diferencia de los que acontece con los paradigmas científico-naturales (Kuhn 1962). Por ello, es que dichos principios deben ser explicitados mediante una investigación hermenéutica, cuyos resultados siempre son susceptibles de incorporarse a “el conflicto de las interpretaciones”. Por ello, es que lo aseverado en este ensayo es una interpretación mejorable o refutable, sólo una “anticipación hermenéutica” (Gadamer 1975: 331- 460). Otra diferencia relevante es que los paradigmas de las ciencias naturales se refieren a objetos muy delimitados, por ejemplo, los fenómenos lumínicos, a diferencia de las grandes teorías sociales que son metarelatos que suelen contener concepciones del conocimiento, del hombre, de la sociedad y sus principales instituciones (Vergara 1988). Podría decirse que “la pretensión de conocimiento” de la teoría neoliberal es la de responder a las principales preguntas kantianas sobre el hombre:   “¿Qué es el Hombre? ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo (o debiera) hacer? ¿Qué puedo esperar?” (Kant 1788).
 
Los neoliberales han intentado construir su teoría del mismo modo que Hobbes y Locke, los fundadores del liberalismo. Es decir, pretenden fundar su concepción de la sociedad en una teoría del conocimiento y la ciencia, y del hombre. Sin embargo, no lo han logrado. Se mostrará que el “núcleo duro”, como diría Lakatos, de esta teoría es su concepción del mercado. Su concepción del hombre ha sido abstraída de la situación de la sociedad contemporánea, y por ello no han podido escapar de la circularidad. En la antropología neoliberal convergen armónicamente tres tradiciones teóricas: el economicismo de los clásicos ingleses, llevado a sus últimas consecuencias; el darwinismo social, y concepciones conservadoras.
 
Esta concepción antropológica se compone  de varios principios. Según el primero, el hombre es un individuo posesivo. La relación de propiedad de sí mismo, de sus capacidades y de sus bienes sería la conexión principal a los otros y al mundo. Es tan importante el derecho de propiedad, que tanto Locke como los neoliberales, consideran justificable matar a quienes la transgredan. La actividad humana principal sería la económica y ésta se realizaría en el mercado. Por ello es que las funciones humanas esenciales serían las de poseer, intercambiar, acumular y consumir. Los hombres actuarían o deberían proceder guiados por el egoísmo, y la conducta adecuada sería el cálculo de maximización de beneficios y minimización de costos. Y esto adquiere un sentido ético para estos autores, pues en su opinión, la ética es inmanente al mercado, y por tanto su “imperativo categórico” sería el de actuar siempre respetando sus reglas, especialmente el derecho de propiedad y los contratos, y buscando siempre maximizar el propio beneficio, pues de ello resultará el mayor bien para todos. Sin embargo, para Hayek - como se expondrá-, la mayoría de los hombres no actúan o no pueden actuar como maximizadores racionales.
 
Para estos autores, el hombre es un ser monádico es independiente de los otros y nada debe a la sociedad. Sólo habría individuos, y la sociedad no sería sino el nombre del conjunto de ellos (Vergara J. 1984). La humanidad, las naciones, las clases serían abstracciones, puesto que las “totalidades” serían impensables (Popper 1940). Siguiendo la teoría neoclásica, conciben al ser humanos como un ser económico abstracto, un solipsista para el cual los otros y la realidad externa tienen sólo una débil existencia. Los hombres no tendrían de necesidades de reproducir su vida; tienen “solamente propensiones a consumir, inclinaciones psicológicas que organizan sus demandas” (Hinkelammert 2001: 80). Tampoco forman parte de la naturaleza, la cual es vista solamente como objeto de cálculo.
 
Sostienen que la razón es instrumental y subjetiva. Los fines serían sólo preferencias individuales, decisiones soberanas del consumidor. Consiguientemente, para Hayek las ciencias son subjetivas. El hombre sería un maximizador racional, o debería serlo siempre, y a la vez un sujeto de deseos, que son administrados por su razón calculadora. El mercado no es sólo externo: según Friedman, existe un mercado dentro de la subjetividad, en el cual el sujeto calculador compra el tiempo de descanso al sujeto de deseos. El cálculo económico se convierte en el criterio central para comprender la realidad humana, personal y social, y debería serlo para tomar decisiones. Friedman, por ejemplo, ofrece un análisis de los hijos como bienes de consumo o de capital para ayudar a las parejas a decidir racionalmente si los tienen o no (1966). Hammermesh y Soss han elaborado una teoría económica del suicidio, Becker de las conductas altruistas, etc. Este es el “imperialismo de la economía”, según Tullock (1980), el cual sería el principio de inteligibilidad del fenómeno humano.
 
Los neoliberales afirman, como los conservadores, que los hombres son naturalmente desiguales, y que no existe una igualdad básica de carácter ético, político y jurídico, como lo aseveran la mayoría de las teorías contemporáneas. Las desigualdades naturales explicarían las desigualdades económicosociales. Hayek afirma que la mayoría de los hombres se mueve por impulsos primarios, atavismos genéticos del pasado tribal. Estos serían la solidaridad, la distribución igualitaria del producto y el trabajo en común. Serían incapaces de autodisciplina y de comprender “las leyes abstractas que rigen la vida social” (1978). Por ello, la mayoría sería inferior en su capacidad de adaptación. Constituyen “la masa”. Frente a ella existiría una pequeña elite que poseería todas las cualidades positivas de que ésta carece. Sus miembros poseerían autocontrol y sí comprenderían dichas leyes abstractas. Triunfarían en la competencia del mercado porque están mejor adaptados a ella, y pueden comportarse como eficientes maximizadotes racionales. La libre competencia genera ganadores y perdedores, y como Galbraigth ha señalado, para Friedman los países, las empresas y los hombres débiles no tienen derecho a vivir.
 
El valor principal para los neoliberales es la libertad. Estos autores conciben la libertad como abstracta, sólo individual, negativa y básicamente económica. Hayek abstrae de la multidimensionalidad del fenómeno de la libertad casi todos sus aspectos: (a) la libertad intelectual y psicológica, porque podría debilitar la creencia en la responsabilidad individual; (b) la libertad política, puesto que el pleno ejercicio de la libertad individual no la requiere; “un pueblo de hombres libres no es necesariamente un pueblo libre” (Hayek 1960: 35) ; (c) la dimensión social, pues ella sería un atributo exclusivamente individual, (d) la dimensión de poder, porque la libertad no sería una capacidad de hacer, ni se relacionaría con las posibilidades de acción, ésta es la “libertad positiva” (Laski), ni con la posesión de medios: ”ser libre puede significar libertad de morir(se) de hambre” (Hayek 1960: 42 y Vergara 1984). Los neoliberales definen la libertad como ausencia de coerción intencionada e ilegítima del Estado y de terceros. Su ámbito de ejercicio par excellence es el mercado, por ello es básicamente económica. Consiste en la capacidad de entrar o no en relaciones de intercambio: es libertad económica en y para el mercado, para comprar y vender. Consiguientemente, afirman la libertad económica frente a las regulaciones económicas del Estado (Friedman 1962).
 
La libre competencia genera desigualdades que son inevitables y, según Hayek, necesarias, porque los sectores triunfadores pueden disponer de mayor excedente para invertir, crear empresas y generar empleos. Se produciría una proporción inversa: a mayor libertad económica, menos igualdad económica-social. Cualquier intento del Estado de disminuir las desigualdades, limitaría la libertad. Más aún, dice Friedman que la mano visible de la política siempre obtiene resultados negativos inesperados (1980). El argumento recuerda al de Spencer quien se opuso a las leyes que limitaban el trabajo infantil en el siglo XIX, porque restringían la libertad contractual (1884). Los neoliberales sólo aceptan aquellas igualdades formales necesarias al desarrollo de la sociedad de mercado: igualdad ante la ley, ante el sistema judicial y ante el mercado (Hayek 1960).
 
Estos autores asumen la concepción conservadora del hombre como ser de normas y tradiciones. En oposición del Iluminismo que destacó la capacidad de examen crítico de las tradiciones y de creación de nuevas normas sociales, Hayek piensa que en sus interacciones los hombres, espontáneamente, crean nuevas normas, las cuales compiten entre sí. Las más eficaces, que hacen más adaptados a los grupos que las practican, se convierten en tradiciones que hay que conservar (Hayek 1978). Más aún, estas tradiciones deben ser respetadas, incondicionalmente, aunque no sepamos como funcionan, pues el orden social depende de su cumplimiento. Esta es la idea central de las teorías conservadoras de la sociedad: el orden social siempre es frágil e inestable, y se mantiene por el respeto de las normas. Si se las transgrede de modo reiterado se produce el caos (Berger 1971).
 
            Podemos plantearnos si esta concepción del hombre es una teoría descriptiva y explicativa, o bien un proyecto normativo. Como se expuso, lo conciben como un ser abstracto, carente de corporalidad, de racionalidad reproductiva, comunicativa, de relaciones culturales y de sociabilidad; éste es el “homo oeconomicus, un être de raison”, como ha dicho Andréani (2000). Los neoliberales han secularizado la idea medieval del alma convirtiéndola en racionalidad económica que mira “al mundo sub specie competencia perfectae”. A la vez, ésta es una concepción utópica irrealizable: no es posible reducir todo el fenómeno humano a su dimensión económica (Hinkelammert 1995: 142).
 
Respecto a la idea del hombre como maximizador racional, en la cual ha insistido Friedman, el mismo Hayek reconoce que la mayoría, “la masa”, según dice, actúa movido por “atavismos” como la solidaridad, la búsqueda de la justicia social”, la distribución según necesidades y otros arcaísmos. Sin embargo, como lo analizó Weber, hay un proceso creciente de racionalización formal, o de predominio de la racionalidad instrumental, como lo expuso Horkheimer. Pero, muchas conductas no corresponden al modelo de maximización racional, puesto que carecen de eficiencia en la elección de los medios adecuados, por razones muy diversas, y reducirlas a atavismos arcaicos es una conjetura fácilmente refutable. Asimismo, la teoría del hombre como maximizador racional supone un conocimiento transparente del sujeto sobre cuál es su “beneficio” o “interés propio”, pero, con frecuencia, las personas hacen lo que no les conviene sea porque no lo saben, se equivocan, o porque sus impulsos emocionales impiden o se imponen sobre su cálculo racional. Más aún, lo que cada uno de nosotros considera su interés propio es una construcción sociocultural que admite diversas interpretaciones. Esta teoría ignora los aportes del psicoanálisis y otras teorías que muestran que, habitualmente, la conducta no se guía por criterios de racionalidad formal. Por ello, es que la teoría economista sobre la conducta humana no permite comprender o explicar muchas acciones, ni tampoco aprehender su variedad, complejidad y especificidad cultural. Tampoco puede decirse que para los neoliberales ésta sea sólo una fructífera hipótesispara realizar investigaciones específicas (Lepage 1978: 15-55). Esta concepción del hombre asume para ellos el carácter de un principio ontológico, y es, asimismo, un componente central de la matriz constitutiva de la ciencia económica: la antropología del siglo XVIII (Naredo 1987).
 
Para los neoliberales, la sociedad es el conjunto de intercambios, principalmente económicos, que se producen entre los individuos. Dichos intercambios van generando, espontáneamente, normas que, a través del tiempo, se convierten en tradiciones eficientes. La sociedad sería, entonces, un conjunto de tradiciones económicas, jurídicas, éticas, lingüísticas y otras. Estas constituyen distintos “órdenes autogenerados” que no pueden ni deben jamás ser modificados por la acción social consciente (Hayek 1960). El principal de estos órdenes es el mercado, descrito como el único orden económico posible, ya que la planificación económica, en cualquiera de sus formas, es imposible.
 
El carácter utópico del neoliberalismo se manifiesta, asimismo, en su concepción del mercado. Este es un tema central, pues todas las concepciones neoliberales se derivan o fundan en dicha concepción. Esto ha llevado a sostener que teóricamente es un “mercadocentrismo” (Hinkelammert). Sus teóricos han desarrollado una concepción que sacraliza el mercado, atribuyéndole en alto grado las perfecciones que la teología cristiana atribuye a Dios en grado excelso y absoluto. Es así que, según Friedman, el mercado es el más justo, porque da a cada uno en proporción exacta de los que éste da, por ello sería un perfecto intercambio de equivalentes (1980). Sería el más sabio porque sus precios libres reunirían más información que toda la que podría conocer un hombre. Sería, también, lo más generoso porque da bienestar a todos (Hayek 1960). Sería la fuente de vida puesto que permite que vivan más personas. Sería lo más poderoso en la tierra porque puede hacer mucho más que los Estados, o lo que podría lograr cualquier grupo de hombres. El mercado es visto como un ser viviente, pues piensan que posee mecanismos propios de autorregulación. Según Hayek y Friedman sería completamente libre, porque nadie está obligado a entrar en una relación económica (Friedman 1962). Sería un ámbito plenamente democrático, según éste mismo autor, porque cualquiera puede votar por los productos que desea. El mercado sería necesario, pues sin él los hombres volverían a la barbarie. También, sería insuperable y definitivo, pues cualquier intento de abandonar la sociedad de mercado conduciría a la barbarie, y paulatinamente se iría reconstituyendo la sociedad de mercado (Popper 1945). El teólogo cristiano Novack enfatiza hasta el paroxismo este supuesto carácter sagrado del mercado, al sostener que las empresas trasnacionales representan a Cristo en la tierra, y tal como El son escarnecidas y perseguidas.
 
            La autorregulación del mercado se basaría en la teoría neoclásica de la competencia perfecta. Estos autores presentan su concepción como una “teoría económica”, estrictamente científica basada en la teoría matemática de la competencia perfecta de los fundadores de la teoría neoclásica: León Walras y Wilfredo Pareto. Consiguientemente, los neoliberales han afirmado la existencia de una tendencia al equilibrio de los factores económicos en el mercado. Hayek asevera, sin embargo, que no se ha podido demostrar como funciona. 
 
            El último aspecto se refiere a lo que Hayek llamó “mi utopía política”. Quizá la única vez en que reconoció el carácter utópico del neoliberalismo. Propuso un sistema político bicameral, en el cual la primera cámara estaría formada por representantes políticos, los cuales designarían un equipo de gobierno que ejercería el poder ejecutivo, como sucede en los regímenes parlamentarios. La segunda, estaría compuesta por representantes que no podrían pertenecer a partidos políticos, y serían elegidos entre los triunfadores, los que se consideran “los mejores alumnos de su clase”. Este legislador sería un hombre práctico “respetado por su propiedad y sabiduría” (1978: 92). Hayek propone que los legisladores provengan exclusivamente de la elite del mercado. El saber político par excellence se encontraría en la actividad económica. Si así fuera, la legislación haría posible realizar la concepción hayekiana del estado de derecho: es decir, las normas favorecerían el desarrollo del mercado, y estimularían la competencia, de la que depende la reproducción y el éxito de la vida social. Hayek está conciente que su utopía difiere de lo que se llama democracia: “sugiero llamarlo demarquía,un sistema en que el demos no tendría poder bruto” (Ibíd).                                                
 
            El radical economicismo neoliberal se expresa en esta “utopía”. Ella se basa en la cuestionable identificación entre el éxito en el mercado y la capacidad política. La masa, compuesta de perdedores, carecería del personal knowledge(Michel Polanyi 1966), que se muestra en el éxito en el mercado. Este sistema podría denominarse oligarquía de mercado, o simplemente plutocracia. Asimismo, muestra su concepción de la política y del derecho: ambas deben subordinarse a la lógica del mercado. Es el “imperialismo de la economía” (Tullock 1980), en la relación entre política y economía (Vergara J. 1984 y 1999).
 
 
Las críticas a la teoría neoliberal
           
La utopía neoliberal, en sus distintos aspectos, ha recibido muchas críticas. Se expondrán ahora las de Pierre Bourdieu, Norbert Lechner, Franz Hinkelammert y la mía. Estos autores provienen de disciplinas diferentes, y en algunos casos han desarrollado sus cuestionamientos sin conocer los otros. Sin embargo, constatamos que dichos planteamientos son, en casi todos sus aspectos, y en la mayor parte de los casos, concordantes y complementarios.
 
            La principal crítica de Lechner al pensamiento político neoliberal –especialmente de Friedrich Hayek y Gerhard Ritter-, forma parte de una investigación sobre “El proyecto neoconservador y la democracia”. Su análisis se sitúa en la compleja relación entre democracia y liberalismo. Lechner ve dicho pensamiento como “una contrarrevolución que invierte un proceso secular de democratización, como una reacción “a la amenaza de la libertad burguesa por la democracia roja” (Ritter 1948: 124). Reacción contra los principios de la soberanía popular y la representación parlamentaria: reacción contra toda voluntad de emancipación social” (Lechner 1986: 216). Como sabemos, desde el siglo XIX el “liberalismo conservador” (Cristi 1993), con Benjamín Constant, Lord Acton, Ortega y Gasset fue haciéndose cada vez más crítico frente a al democracia, entendida como soberanía popular y democracia social. Lechner muestra la oposición entre esta forma de liberalismo y la democracia exponiendo la postura de Ritter. Su tesis central es que la “democracia en su sentido originario, no es seguridad de la libertad personal frente a la arbitrariedad y la coacción injusta, sino inmediata dominación del pueblo (...). El Estado democrático es el más ilimitado de los déspotas” (Ibíd: 121 y 123).
 
Hayek tiende a identificar democracia (social) y el socialismo y atribuye a éste la pretensión “de crear deliberadamente el futuro de la humanidad” (1980: 74). Su proyecto es “el derrocamiento de la política” que implica reducir o minimizar el poder de los intereses particulares y corporativos de organizaciones y sectores sociales, limitando el poder del Estado, despojando a éste de toda capacidad para intervenir el mercado, redistribuir ingresos, y evitar que los “perdedores del mercado” caigan en la miseria. En suma, dice Lechner “seimpugna la existencia misma de la política en tanto poder de disposición sobre las condiciones sociales” (Lechner 1986: 241). Apoyándose en Weber muestra que -a diferencia de lo afirmado por los neoliberales-, el mercado no es un ámbito ajeno y carente de relaciones de poder, sino que tiene como sus valores implícitos: “la lucha de intereses, las relaciones capitalistas de producción, la distribución de acuerdo al poder adquisitivo de cada cual” (Ibíd: 241). El Estado está inserto en las relaciones de poder de cada sociedad, especialmente como el poder que hace cumplir los contratos y sanciona la trasgresión de las normas necesarias a su funcionamiento. Lechner señala que los neoliberales “proponen una utopía. Su noción de libertad supone que todas las relaciones sociales se rigen únicamente por una racionalidad formal. Pretender neutralizar toda confrontación político-ideológica a fin de “funcionalizar” todas las relaciones sociales en un “sistema”, el mercado (…). La racionalidad formal como ley absoluta eliminando todo conflicto entre postulados materiales contrapuestos, o sea, aboliendo la política” (1986: 241 -242). Este sería el proyecto de una sociedad “sin poder”, en la medida en que las relaciones de poder se habrían naturalizado y diluido en las relaciones mercantiles, y por ello se habrían invisibilizado. Todas las formas de acción social estarían funcionalizadas a la dinámica de las relaciones mercantiles. La integración social y cultural ya no se realizaría en el ámbito de la acción política, la cultura y la sociedad civil, sino que se realizaría en el ámbito del mercado.
 
            En textos posteriores, Lechner ha insistido en este aspecto. En su opinión, la integración social no puede alcanzarse en el mercado. Como se ha dicho, éste segmenta, fragmenta, incluye a unos y excluye a otros (García de la Huerta 1999). En América Latina, dice Lechner, las sociedades actuales, en su búsqueda de la comunidad perdida, han hecho de la democracia el referente simbólico; justamente, porque el desarrollo del mercado produce creciente diferenciación y segmentación. Esto se expresa, por ejemplo, en el alto grado de desigualdad en la distribución del ingreso en la mayor parte de los países latinoamericanos (Lechner 1992).
 
Posteriormente, ha señalado que la tensión o contradicción entre neoliberalismo y democracia surge de los significados básicos de cada una de estas categorías: “Subyacente al neoliberalismo (al igual que en la teoría de sistema de Luhmann) es la existencia de un orden auto-organizado y autorregulado. El principal mecanismo de autorregulación sería, según la concepción neoliberal, el mercado; la “mano invisible” e impersonal del mercado permitiría un equilibrio espontáneo entre los intereses en pugna. Dada la creciente complejidad social, habría que entregar al libre despliegue de las “leyes del mercado” la coordinación de las relaciones sociales. En la medida en que el orden social sería un resultado no intencional puede prescindirse de la deliberación pública” (1996: 4).
 
 
El mercado sustituiría las decisiones políticas por decisiones basadas en cálculo de intereses. “La política en tanto ámbito de coordinación deliberada resulta superflua. Si el objetivo explícito del neoliberalismo es despolitizar la economía, el objetivo implícito es despolitizar la vida social. Se trata no sólo de suprimir las presiones de los intereses organizados, que distorsionan los equilibrios automáticos del mercado, sino de limitar al máximo el ejercicio de una voluntad colectiva” (Ibíd), especialmente porque ésta tiende a orientarse por intereses no reductibles a la lógica del mercado. Más aún, el proyecto neoliberal busca aumentar la libertad individual, como libertad de mercado eliminando todo límite basado en el interés general, y con ello busca despolitizar la sociedad. Asimismo, “tal concepción descarta las tendencias destructivas y excluyentes del mercado y, por lo tanto, no se hace responsable de sus consecuencias” (Ibíd: 10). Dichas consecuencias indeseadas, como se verá, son un tema central de la crítica de Hinkelammert a la concepción neoliberal del mercado.
 
La crítica de Bourdieu al neoliberalismo se ha realizado en diversos textos. Se examinará un artículo cuyo nombre sintetiza su tesis central: "Le néo-libéralisme utopie (en voie de realisation) d’une explotation sans limites“(1998). El autor ve las políticas del FMI y de la Organización Mundial de Comercio como la búsqueda de la realización de una utopía, que se presenta como expresión de la teoría económica, y la cual se ha convertido en un programa político. Su teoría es “una pura ficción matemática fundada, desde su origen, sobre una formidable abstracción, que, en nombre de una concepción tan estrecha como estricta de la racionalidad, identificada con la racionalidad individual, consiste en poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales respecto a las normas racionales y de las estructuras económicas y sociales, que son la condición de su ejercicio” (Bourdieu 1998 b: 9, trad. nuestra). Ella crea una “oposición arbitraria, entre la lógica propiamente económica, fundada sobre la competencia y la eficacia y la lógica social, sometida a la regla de la equidad“ (Bourdieu 1998 a: 109).
 
En otras palabras, señala Bourdieu que la teoría neoliberal se basa en la teoría de la competencia perfecta, la cual ya se había mencionado, que es un conjunto de ecuaciones matemáticas de equilibrio de los factores en el mercado, especialmente de la demanda y oferta. Señala que esta teoría de la competencia perfecta es abstracta, en el sentido en que excluye las condiciones reales sociales y económicas del funcionamiento de los mercados reales. Estas condiciones son, justamente, las que hacen posible el funcionamiento de dichos mercados, que son siempre fenómenos sociales insertos en tramas de relaciones sociales, económicas, políticas y culturales específicas. Por ejemplo, en su estudio sobre el mercado de viviendas en Francia, Bourdieu muestra que la demanda y oferta de dichos bienes, no son datos incondicionados, sino que “dependen, a su vez, de modo menos o más directo, del conjunto de condiciones económicas y sociales generadas por la “política de vivienda” (Bourdieu 2000: 29, trad. nuestra).
 
            Esta "teoría”, desocializada y deshistorizada, sin embargo, posee actualmente, y más que nunca, los medios de hacerse verdadera, y de convertirse en empíricamente verificable. Es un discurso “tan difícil de combatir porque cuenta con todas las fuerzas de un mundo de relaciones de fuerza, que él mismo contribuye a hacer como es. Especialmente, lo hace orientando las decisiones económicas de los que dominan las relaciones económicas, agregando así su fuerza propia, propiamente simbólica, a estas relaciones de fuerza“ (Bourdieu 2000 a: 109). Este programa político de acción está acompañado de “un inmenso trabajo político (negado, por que en apariencia es puramente negativo), que consiste en crear las condiciones de realización y funcionamiento de la teoría” (Ibíd). Este implica la destrucción sistemática de las regulaciones estatales de protección de los Estados nacionales, así como de los colectivos que obstaculizan el desarrollo del mercado: las naciones, los grupos de trabajo, las organizaciones por los derechos de los trabajadores: sindicatos, asociaciones, cooperativas, incluso la familia, “la cual mediante la constitución de mercados segmentados por edad, pierde parte importante de su control sobre el consumo (Ibíd: 110).
 
            El objetivo central es reestructurar el sistema económico para que se aproxime a la descripción teórica, es decir, se procura crear un sistema que actúe como una cadena de coerciones sobre los agentes económicos para que se comporten como corresponde a la dinámica del modelo. Bourdieu muestra que la extrema movilidad de los capitales en los mercados internacionales, y la información comparada sobre niveles de rentabilidad, permiten movilizar los capitales a las áreas de mayor rentabilidad. Esto crea considerables exigencias a las empresas para adaptarse a los requerimientos del mercado. Los accionistas pueden imponer normas a los directivos administrativos, mediante la dirección financiera, y con ello orientan las políticas laborales de contratación y salarios. Tiende a generalizarse así un sistema de completa flexibilidad laboral, mediante un conjunto de procedimientos de contratación y despidos. Asimismo, la búsqueda de mejorar la productividad impone la competencia dentro de la empresa, entre sus filiales, de los distintos equipos, entre las personas, etc. Se estimula, incluso, la autoexplotación de algunos directivos a los cuales, siendo empleados, se les hace responsables de las ventas, de su sucursal, como si fueran "independientes“. A la vez, se emplean diversas técnicas de administración destinadas a debilitar las solidaridades colectivas.
 
            El mundo laboral se vuelve darwiniano y la adhesión al trabajo y a la empresa se basan “en la inseguridad, el sufrimiento y el estrés“ (Ibíd: 112). Esto sucede en un contexto de creciente inseguridad, en gran medida generada por “la existencia de un ejército de reserva de la mano de obra docilizada por la flexibilización y la amenaza permanente de la cesantía” (Ibíd). Se muestra la paradoja de un sistema que apela a la libertad de los individuos, pero que ha establecido la violencia estructural de la cesantía. De este modo “el funcionamiento armonioso del modelo macroeconómico, y el principio de motivación “individual” del trabajo residen, en última instancia, en un fenómeno de masas: la existencia de un ejército de reserva de cesantes“ (Ibíd). Esta situación genera no sólo inseguridad sino, frecuentemente, angustia, desmoralización y conformismo. Este proceso está potenciado culturalmente: hay una celebración pública del triunfador, el mercado penetra cada vez más las formas de producción artística, del cine, de las publicaciones, etc.
 
            Tony Andréani ha publicado un notable estudio crítico: Un être de raison. Critique de L’homo oeconomicus. El texto se inicia con una presentación de las teorías actuales sobre el tema, especialmente de las concepciones neoclásicas y las teorías de la acción racional. Andreani dice “querría mostrar en este libro, en primer lugar, que el homo oeconomicus significa una construcción intelectual extremadamente poderosa, que está conquistando todos los espacios del saber y la vida cotidiana, y la cual ha llegado a ser el horizonte del pensamiento de nuestra modernidad (...), y también una representación culta, fundada en la economía neoclásica, la que ha llegado a ser el marco de referencia de toda la economía contemporánea” (2000: 7, traduc. nuestra). Asimismo, muestra el carácter abstracto de su racionalidad instrumental. El homo oeconomicus es un calculador objetivo, que posee la completa información y puede, por tanto, hacer las combinaciones de bienes según los niveles de satisfacción. Es un ser aislado que no es afectado por las influencias sociales (Ibíd: 13). Este consumidor racional maximiza sus satisfacciones, así como el empresario encuentra la combinación de factores de capital, medios de producción y trabajo, la cual le permite el mayor nivel de ganancia.
 
            Andréani explicita los principales supuestos de esta teoría y los cuestiona. En primer lugar, es discutible el supuesto de la completa autonomía de los individuos adultos en sus decisiones en el mercado, ignorando o minimizando las influencias a que están sometidos. Por ejemplo, “se ha constatado que existen normas de consumo relativamente homogéneas en el interior de un grupo social, y diferente de las de los otros grupos” (Ibíd: 23). Segundo, también es cuestionable el supuesto o principio de que todos los individuos actúan siempre, movidos por la búsqueda de su propia satisfacción, por las razones ya indicadas. Tampoco es evidente que experimentemos niveles de creciente satisfacción en proporción directa a la cantidad de bienes consumidos. Más bien, sucede lo contrario, a mayor cantidad de bienes poseídos de un mismo tipo, la adquisición o consumo de un nuevo bien conlleva un menor nivel de satisfacción. Por ejemplo, podría plantearse si el consumidor compulsivo se mueve por el principio del placer o el principio tanático. Respecto del trabajo, el cual es visto por los neoclásicos sólo como costo, como sacrificio del tiempo libre, es necesario considerar otros aspectos que posee como fuente de placer, de desarrollo de las propias capacidades y de sentido de la vida.
 
Asimismo, el modelo neoclásico”hace desaparecer las relaciones de poder entre los hombres, para reestablecerlas (ramener) como relaciones entre los hombres y las cosas” (Ibíd: 30). Tampoco, las descripciones sobre el comportamiento de los empresarios, generadas desde esta perspectiva del hombre económico, permiten entender cómo se produce la ganancia. Las diversas teorías sobre la empresa invisibilizan las relaciones de poder que en ellas se producen, y que hacen posible su funcionamiento. La administración es considerada una función técnica, la que sólo por razones de eficacia se concentra en ciertas manos.
 
            Andréani ha mostrado que elhomo oeconomicus no es sólo un modelo explicativo, sino también normativo. Constituye la base de un amplio discurso ideológico que convoca a actuar según sus normas. Citando a Francesco Alberoni, muestra que en la sociedad norteamericana actual el voluntarismo de la economía capitalista de maximización de los beneficios se ha extendido al terreno erótico y al amor. La mayor parte de los solteros y los homosexuales concurren a sitios y espacios, reales o virtuales, que semejan supermercados eróticos, donde cada cual, si sabe bien lo que busca, puede encontrar las personas adecuadas a sus expectativas, al menos de las concientes. También, en las series de televisión norteamericanas se muestran diversos personajes que buscan ciertos fines, y para ello intrumentalizan a los otros hasta lograr sus objetivos (Alberoni 1986 y Andréani 2000: 35 a 37). En este sentido, los medios comunicativos y la publicidad constituyen una educación refleja permanente orientada a adecuar las conductas reales al modelo teórico del hombre como maximizador. Elhomo oeconomicus inspira crecientemente las conductas del homo americanus y del europeus.
 
            La crítica de Hinkelammert es una de las más complejas y profundas a esta teoría. Se ha desarrollado durante tres décadas, desde 1970, y es una parte importante del desarrollo de su pensamiento (Vergara J. 2001). Se expondrán brevemente algunas de sus principales aspectos. En primer lugar, cuestiona radicalmente la posibilidad de aplicar el análisis económico a comportamientos ligados a la lógica de reproducción de la vida, propuesta por diversos autores neoliberales. Analiza un texto de Friedman, que ya hemos citado, en el que éste propone a las parejas que están pensando tener hijos, que consideren los niños como bienes de consumo, o bien como bienes de capital (Friedman 1966 y Hinkelammert 1977). En el primer caso, el gasto que implica tenerlos es competitivo con el de una nueva casa, autos o viajes. La pareja deberá evaluar, de acuerdo al criterio de maximización de satisfacciones, cuál de estos bienes de consumo le resultaría más placentero. En el otro caso, la pareja deberá hacer un cálculo de rentabilidad a largo plazo para ver si le conviene más tener un hijo, comprar otro bien de capital para trabajar con él, o realizar cualquier otra inversión.
 
            Hinkelammert sostiene que éste es sólo un ejercicio intelectual. Este cálculo no es realmente posible, porque no se puede reducir a una medida común tipos de satisfacciones tan diferentes, y prever qué cantidad de satisfacción produciría cada opción. Tampoco es posible calcular con precisión el costo económico de tener un hijo y mantenerlo hasta la adultez. Asimismo, este análisis parte del supuesto ontológico que los hijos son bienes económicos. Esta reducción implica una degradación de lo humano, ya presente en el concepto de “capital humano“ de Friedman. El objetivo de esta propuesta, según Hinkelammert, no es operativo, sino ideológico: se busca homogenizar simbólicamente lo social y lo humano por el “imperialismo de la economía“, por los valores de cambio: “toda la denigración humana contenida en tal reducción absoluta de todos los fenómenos humanos a una expresión mercantil, no expresa más que la denigración que estas relaciones mercantiles significan” (Hinkelammert 1977: 107).
 
            Un segundo nivel de crítica, se refiere a la teoría de la competencia perfecta de los neoclásicos, que es la base de la concepción del mercado de los neoliberales. Tempranamente, a comienzo de los setenta, Hinkelammert advierte ya que la afirmación de estos autores de una tendencia al equilibrio de los factores en el mercado no ha sido probada (1970). Cita al propio Hayek, que a mediados del siglo pasado, dijo que no se sabía como operaba dicha tendencia. Sin embargo, sostuvo que era una tarea central de la ciencia económica probar su existencia, puesto que a los hombres actuales ya no les bastaba con la afirmación de Smith de la existencia de “la mano invisible de la Divina Providencia“ (cit. por Hinkelammert 1970).
 
            Posteriormente, en su Crítica de la razón utópica, Hinkelammert hace suya la crítica del economista Oskar Mongenstern. Este investigador descubrió que, en la teoría de la competencia perfecta, el supuesto de la previsión perfecta o conocimiento perfecto de cada actor económico de la conducta de los otros, conduce a una “paradoja insoluble“ (1984). Si fuera posible calcular “los efectos del comportamiento futuro propio sobre el comportamiento ajeno futuro y viceversa“ en una cadena sin fin, entonces se produciría la paralización de los actores, y no sería posible ninguna competencia (Ibid: 71). Por ejemplo, si cada jugador de ajedrez pudiera prever, antes de comenzar un partido, la respuesta que tendrá su opositor frente a cada jugada que haga, y viceversa, el juego no sería posible. El partido se puede jugar, si y sólo si cada uno de los jugadores carece de conocimiento perfecto de todas las consecuencias de su acción, y de la respuesta del otro.
 
            Hinkelammert ha extendido la argumentación de Mongenstern. Ha mostrado que el concepto de competencia perfecta, por los supuestos que contiene, y por su carácter mismo, es un concepto-límite no empírico, que sólo puede ser pensado, pero nunca realizado, aunque todas las condiciones fueran favorables. Por ello, es que es un concepto radicalmente utópico, y autocontradictorio, puesto que en una situación de “competencia perfecta nadie compite. El proceso social de la competencia mercantil presupone que la competencia no sea perfecta. Si fuera perfecta no habría razón para competir (...). La competencia empírica como proceso real puede muchas cosas, excepto una aproximación lineal a la competencia perfecta; es decir, lo que no puede es producir una tendencia al equilibrio (...). No puede haber tal tendencia porque el equilibrio es lo contrario de la competencia. Competencia es desequilibrio“ (Ibíd: 61).
 
            En sus libros posteriores, Hinkelammert ha enriquecido y complejizado su crítica a la teoría neoliberal. En el último de ellos, muestra que dicha teoría está a la base de la lógica de las decisiones económicas, las cuales se guían exclusivamente por los criterios de eficacia, entendida como maximización de la rentabilidad (2001). Esta es una lógica de racionalidad fragmentaria, incapaz de percibir los efectos indeseables y destructivos de sus acciones. En su intento de realizar el mercado total es completamente incapaz de comprender los límites ambientales del crecimiento económico, así como los límites sociales y psicosociales. Desde la perspectiva de la racionalidad instrumental economicista no puede determinarse el límite de resistencia de la realidad humana o natural que se está interviniendo. Sólo puede conocerse dicho límite cuando se lo ha traspasado: cuando se han producido efectos ambientales y de desestructuración social irreparables (Hinkelammert 2001 y Vergara 2002).
 
            Los neoliberales consideran cualquier cuestionamiento –sea desde la lógica reproductiva, a partir del principio de respeto de toda forma de vida, desde la necesidad de la solidaridad y de la equidad social, o la propuesta de disminuir las crecientes formas de exclusión social-, como un obstáculo al desarrollo del mercado, y buscan ignorarlo o anularlo. De este modo, la aplicación incondicionada de la lógica mercantil, unida a la de la eficacia tecnológica, están produciendo una creciente destructividad ambiental y de la sociabilidad. Hinkelammert recuerda la idea de Popper y la hace extensiva a “las reformas estructurales“ neoliberales: el intento de realizar la utopía del mercado total está produciendo el infierno.
 
            Hinkelammert ha mostrado que el efecto de verdad de la utopía neoliberal se basa, asimismo, en los condicionamientos y disciplinamientos de la publicidad, como de la desestructuración y exclusión de toda alternativa que hace aparecer la sociedad de mercado neoliberal como el único orden social posible. Propone analizar la publicidad como un conjunto de mitemas, en el sentido expuesto por Levi-Strauss en Antropología estructural. “Los mitemas conforman un mito total, pero explícitamente no lo revelan en ninguna parte. Son comprensibles a partir de la construcción reflexiva del mito total“ (Hinkelammert 2001: 124). La publicidad convierte en filosofía popular las ilusiones y expectativas que ofrece el mercado. La publicidad mitifica las mercancías, ofrece la realización de los sueños, revive el mito del progreso ligándolo al progreso técnico, y al bienestar de la humanidad. Es un mito que surge desde los distintos actores económicos y que mitifica el propio mercado.
 
            Asimismo, la utopía neoliberal del mercado total busca legitimarse presentándose como el único orden social posible. Incluso, sus representantes económicos o políticos pueden reconocer algunos efectos indeseables y destructivos del mercado, pero afirman de inmediato de que no hay otra posibilidad. Hinkelammert asevera que no es que no haya alternativas posibles, lo que sucede es que el sistema las hace imposibles (2001).
 
 
Reflexiones sobre las críticas a la utopía neoliberal
 
Podrían hacerse muchas reflexiones sobre la crítica a la utopía neoliberal. La primera es que estos cuestionamientos afectan al núcleo central de esta teoría, e implican la crisis del paradigma neoliberal, usando la terminología clásica de Kuhn y Lakatos. Sin embargo, los autores neoliberales no han respondido a las importantes críticas que se han formulado a su teoría desde los años cuarenta del siglo pasado, las cuales se han ampliado y diversificado en las últimas décadas, con Jacques Attali, Raúl Prebisch, Jorge Millas, Crawford Macpherson y muchos otros. La vigencia del neoliberalismo, pese a su evidente crisis teórica -de modo análogo a lo que sucedió con el paradigma tolomeico, según Kuhn-, se debe en mucho mayor medida a razones políticas y económicas, que a la consistencia de su teoría (Kuhn 1973). Su apariencia de verdad se genera por la acción conjunta, como lo han visto Bourdieu y Hinkelammert, de las prácticas que transforman la realidad social para aproximarla a la teoría, al efecto de la publicidad, de la industria cultural y, en general, de la cultura norteamericana. Los procesos de modernización neoliberal que están sufriendo la mayoría de las sociedades, incluidas las europeas, han sido acompañados, y no por casualidad, de procesos intensos de aculturación, de “norteamericanización cultural”. El proceso económico, político y cultural de Estados Unidos ha desempeñado una profunda influencia en el desarrollo y características de la teoría neoliberal. Por ello, es que Hayek dedica su principal obra Los fundamentos de la libertad: “A la desconocida civilización que se está desarrollando en América” (1959: 5). Podemos decir que la crítica al neoliberalismo no puede limitarse a mostrar las inconsistencias y debilidades de su teoría; debe extenderse a las condiciones sociales y culturales ligadas al proyecto neoliberal.
 
            Bourdieu ha mostrado de manera notable como los políticos, economistas y empresarios neoliberales intervienen la realidad para intentar hacerla coincidir con su modelo abstracto, y a pesar de que dicen buscar realizar la libertad individual han creado un vasto sistema de coerciones laborales, económicas y simbólicas cada vez mayores. Estas conducen a una situación de maximización de la explotación y de subordinación de los empleados a los empleadores. Si Bourdieu hubiera analizado las situaciones laborales en los países del Tercer Mundo su tesis se hubiera reforzado, puesto que éstas van en creciente deterioro, y se potencian por la presencia de otras formas de coerción. Por ejemplo, el bajo nivel promedio de salarios que obligan a una generalizada autoexplotación de los trabajadores llamados “independientes“. Este nivel de salario obliga a las personas, en varios países latinoamericanos, a tomar dos empleos, o a endeudarse con bancos y casas comerciales, y crea con ello nuevas formas de subordinación. Bourdieu pensó que la utopía neoliberal era posible y describió lo que creyó que era el proceso de su realización. Se podría complementar su análisis mostrando que la máxima explotación del trabajo está contenida como posibilidad en las políticas económicas recomendadas por la teoría neoliberal.
 
            Para Hayek y otros autores el valor económico del trabajo estaría (aún) distorsionado en favor de los asalariados por la acción de las organizaciones sindicales y del Estado, los cuales tienden a establecer salarios mínimos y, en general, a rigidizar el mercado del trabajo. Su propuesta explícita es la anulación de todas las normas de la legislación laboral que puedan favorecer a los asalariados, pues ellas atentan contra el principio de igualdad ante la ley, estableciendo discriminación positiva e injustificable para los asalariados, basados en la errónea y peligrosa creencia en la justicia social. Hayek convoca al Estado y de las empresas a emprender una decidida política destinada a debilitar el movimiento sindical, a fragmentarlo, e impedir que pueda tener incidencia real en el nivel de salario. La completa liberalización del mercado de trabajo permitirá, según los neoliberales, que los precios de éste se fijen sólo por el juego de la oferta y la demanda, evitando las actuales distorsiones (Hayek 1960).
 
            Esto implicaría bajar gran parte o todos los salarios, de una parte, y de otra, un aumento de ganancia de los empleadores. Como se mostró, para los neoliberales no existen necesidades humanas básicas, como lo pensaba Adam Smith, las cuales establecieran un límite objetivo al descenso de los sueldos. Más aún, Hayek, en su última obra, reiteró su opinión que los que no consiguen acceder al mercado de trabajo y al consumo no tienen ningún derecho frente a la sociedad: “no todos los seres vivientes tienen derecho a seguir viviendo“ (Hayek 1988: 227). Sin embargo, este aumento de la ganancia del sector empresarial, por los automatismos del mercado, será de beneficio futuro de los empleados. Hayek supone que los empresarios aumentarán su nivel de inversión productiva, entonces se crearán nuevos empleos, aumentará la demanda y subirá el valor del trabajo. Esta optimista proyección está basada en la confianza ilimitada de los neoliberales de que a largo plazo el mercado libre siempre traerá mayor bienestar. Es obvio que en el actual contexto de globalización económica esta argumentación ha quedado obsoleta. Actualmente, la mayor concentración de ingreso en los sectores empresariales no garantiza un aumento de la inversión productiva, pues gran parte se destina al capital especulativo.
 
            La factibilidad de la utopía neoliberal, cualquiera sea la forma que se la entienda, como “mercado total” o “totalitarismo mercantil” (Hinkelammert); como el reinado de la racionalidad formal y la supresión de la política (Lechner); como la máxima explotación del trabajo (Bourdieu), o de otros modo, es un tema controvertible para los propios críticos del neoliberalismo. Como se ha mostrado, la posición de Bourdieu es distinta de la de Hinkelammert. Estas posturas se basan en dos concepciones distintas de utopía. En la de Bourdieu se reconoce la influencia de la teoría de Mannheim de la utopía que sería un proyecto social no realizado aún; en cambio, Hinkelammert se basa en el concepto de Popper: la utopía es aquello que jamás puede realizarse, -porque sus conceptos son sólo entes de razón, que pueden sólo ser pensables-, que aunque todos estuvieran de acuerdo en intentarlo, y el pretender realizarla produce resultados indeseables y destructivos. Las consecuencias de ambos posturas son también diferentes. En un caso, queda abierta la posibilidad al argumento neoliberal: los sacrificios que conlleva la realización de la competencia perfecta podrían llegar a ser compensados, en un futuro indeterminado, por los efectos positivos de su plena realización. Para Hinkelammert, en cambio, esta posibilidad argumental está cerrada: los efectos negativos e indeseables de políticas neoliberales son permanentes y se profundizan con el tiempo, porque nunca se puede alcanzar la competencia perfecta.
 
            El análisis del carácter utópico de la teoría neoliberal no excluye ni es contradictorio con el examen del discurso neoliberal como ideología. Como se sabe, Mises y Hayek insisten que sus propuestas no corresponden sólo a los intereses particulares de los empresarios y sectores financieros, sino que traerán bienestar para todos (Mises 1927 y Hayek 1960). Hinkelammert, -haciendo suya la interpretación de Horkheimer y Adorno del concepto de ideología de Marx-, considera al neoliberalismo como una ideología puesto que apela a intereses generales de la sociedad (Adorno y Horkheimer 1966: 183-205, y Hinkelammert 2001). Su carácter ideológico se expresa en que los neoliberales actuales intenta legitimar decisiones económicas y sociales, en la teoría neoliberal, por ejemplo la de privatizar empresas públicas (Vergara J. 2003). Se dice entonces –en nombre de la teoría neoliberal-, que las funciones empresariales corresponden al mercado y no al Estado; las empresas públicas serían casi siempre deficitarias; serían fuente de corrupción y de clientelismo político; serían ineficientes; carecerían de capacidad de inversión y crecimiento; es necesario aumentar los espacios del mercado; las privatizaciones serían un requisito necesario para tener una economía abierta y globalizada; su venta sería necesaria para financiar el gasto social, etc. De este modo, el discurso neoliberal es usado en el espacio público incluso por quienes no creen que dichas medidas sean de bien común, o de interés general, pero que están interesados en que se apliquen. 
 
 
 
El carácter político de la utopía neoliberal
 
            Finalmente, se mostrará el carácter político de la utopía neoliberal. Esta interpretación crítica se basa tanto en planteamientos de los fundadores del neoliberalismo, Mises y Hayek, como en los análisis de algunos de sus críticos más importantes: Lechner, Hinkelammert y Forrester. Puede considerarse el libro Liberalismo de Ludwig von Mises de 1927 como la obra fundacional del neoliberalismo, pues en ella se dice que el liberalismo “es un programa político y jamás se permitió al liberalismo funcionar en su plenitud” (1927: 19). Mises sostiene que su discurso difiere en aspectos importantes del de los clásicos; considera a la sociedad regida por la división del trabajo y orientada por la actividad económica; caracteriza la libertad como negativa; afirma el principio de la autorregulación del mercado; cuestiona el “intervencionismo estatal” el cual produciría siempre resultados indeseables contrarios a los buscados; declara que “el capitalismo es el único sistema viable”; afirma que el socialismo es económicamente imposible.
 
Por su parte, Hayek, tempranamente, en su estudio “Individualismo: el verdadero y el falso”, caracteriza sus investigaciones como la búsqueda de “una filosofía social completa y coherente que constituya una ayuda definitiva para la solución de los problemas de nuestra época” (1946: 316). Posteriormente, califica su propuesta de un nuevo orden constitucional como “utopía política“. Dicho modelo político puede interpretarse como un intento de consolidar la lógica de mercado mediante el sistema legislativo, y evitar las distorsiones que introducen los políticos. Pero, también implica un intento de traspasar directamente el poder político a la elite del mercado, puesto que haciendo suya la idea de Locke el poder político consiste en el poder de legislar. Por ello, es que el neoliberalismo no es un proyecto de restaurar el poder de una minoría que lo habría perdido con el desarrollo del Estado de Bienestar y la democracia de masas, sino de concentrar el poder económico y político en una sola elite, a la vez económica y política.
 
En ese sentido, puede decirse que esta utopía está inspirada en el sistema político norteamericano en el cual, históricamente, ha sido muy estrecha la relación entre dirigentes políticos y empresarios. En este sentido, tiene razón Lechner: la utopía neoliberal conlleva el fin de la política como debate sobre los modos posibles de organizar la sociedad y de tomar las decisiones colectivas. La política se convertiría en mera administración del único y definitivo orden social.
 
            Los ideales de la impersonalidad del mercado y del estado de derecho según Hayek sólo pueden lograrse si se “derroca la política“; entendida ésta como un subsistema autónomo del económico, con una lógica de poder que no coincide y que es divergente o contradictoria con la lógica del mercado, como lo muestran Ritter y Lechner. Cree que sólo así podrían restablecerse las condiciones del pleno funcionamiento de éste. Dicho derrocamiento de la política requiere que una nueva elite reemplace a la anterior, y ésta sería la neoliberal. De ahí que los neoliberales actúen como un “partido político” exclusivo, de “vanguardia“, que reúne empresarios, políticos, economistas y otros profesionales. Este es un partido trasversal, una “minoría consistente”, cuyos miembros pertenecen a distintos partidos, a la administración del Estado, a las fuerzas armadas, las iglesias, los medios comunicativos, los organismos internacionales, especialmente los crediticios y la Organización Mundial de Comercio, y a diversas organizaciones. De ahí la importancia que asume la creación de centros neoliberales de los “Centros de Estudio” (Thinks Tanks) en casi todos los países. Esta elite está unida por sus comunes “ideales liberales“, por su común pertenencia a la “Bussines Class y a la llamada “clase política“.
 
            Desde la perspectiva neoliberal, no hay contradicción entre los ideales de la impersonalidad del mercado y del estado de derecho, entendido como gobierno de las leyes y no de los hombres, con la concentración del poder en la elite del mercado. Ella sería una clase excepcional: “la clase universal“, que representaría los intereses de la sociedad en conjunto, puesto que sus intereses serían inmediatamente universales. Reaparece aquí una idea fundante del liberalismo en el siglo XVII, como lo mostró Laski; la tesis de la armonía preestablecida entre los intereses de la elite burguesa y de la sociedad, la convicción de que lo que lo adecuado para el sector empresarial constituye el bien común de la sociedad (Laski 1936). La elite del mercado sería la única capaz de comprender profundamente, mediante su personal knowledge, las leyes abstractas que rigen la vida social. Su poder no sería arbitrario, sino plenamente legítimo porque sería la expresión y manifestación de las leyes objetivas que rigen la sociedad. El origen de estas concepciones se encuentra en la concepción de democracia censitaria y elitista de Locke, pero su fuente más directa es la concepción leninista y estalinista del partido revolucionario.
 
Forrester (2000) y Hinkelammert (2001) ha destacado la notable similitud entre la estructura teórica del neoliberalismo y del estalinismo, aunque no han analizado dicha relación. El neoliberalismo y el estalinismo se parecen en que son economicismos radicales en los cuales los seres humanos no valen por sí mismos, sino en cuanto sirven para desarrollar las fuerzas productivas, o bien en cuanto son útiles al mercado, o son valorados por éste. En ambos casos se afirma que existe una clase social cuyos intereses son inmediatamente universales y coinciden axiomáticamente con los de la sociedad. En el primer caso, dicha clase era la de los representantes del proletariado -el Partido Comunista y, especialmente, la nomenclatura-, en el otro, la clase empresarial, the Bussiness Class. Asimismo, ninguna de estas dos concepciones reconocen la totalidad de los derechos humanos, sino sólo algunos, en un caso parcialmente los sociales, y en el otro, principalmente, los políticos e intelectuales. En ambos casos, se trata de teorías objetivistas o positivistas, aunque con contenidos diferentes, basadas en la creencia en las leyes objetivas de la historia, cuyo cumplimiento es inexorable, a las cuales no puede oponerse la voluntad humana. Comparten una similar representación de la crisis actual como situación límite intolerable, en la cual las mayorías están degradadas y no son capaces de comprender su situación de servidumbre. La única posibilidad reside en que la elite que conoce dichas leyes logre guiar a las masas hacia la superación de la crisis y liderar la construcción de un nuevo orden de prosperidad, armonía y libertad. Para lograrlo las mencionadas elites deben “tomar el poder”, concentrarlo en sus manos y aplicar rigurosamente las “transformaciones estructurales” necesarias. Las dos buscan legitimarse mediante utopías economicistas. En el estalinismo fue la del pleno desarrollo de las fuerzas productivas, y en el neoliberalismo es la de “el mercado total” (Hinkelammert 1984 y 1987). Sin embargo, hay diferencias significativas que habría que analizar en su concepción del Estado, del mercado, sobre el modo que se ejerce la coerción, los márgenes de libertad tolerables y otros temas.
           
En este sentido, se refuerza la tesis de Hinkelammert de que éste es un nuevo totalitarismo, “al cual nada ni nadie puede escapar“(1977: 107), no sólo porque quiere realizar “el imperialismo de la economía“, sino porque dicho totalitarismo corresponde al concepto clásico del poder total para la elite del mercado. El ideal del estado de derecho, como soberanía de las leyes, se convierte para los neoliberales en el gobierno de los únicos hombres que pueden legislar, en una teoría de soberanía no sólo del mercado, sino de la elite empresarial; y la impersonalidad del mercado requiere la personalización de su administración política en la elite política-económica.
 
La teoría neoliberal fue elaborada entre los años veinte y sesenta del siglo pasado en un mundo de Estados nacionales donde la internacionalización del mercado mundial y de la creación de bloques políticos requería de Estados fuertes. Sin embargo, se ha convertido en la filosofía política de la nueva fase de los procesos de globalización en la que se han creado nuevas formas de poder internacionales (Hinkelammert 2001). Como lo muestra Viviane Forrester, ya no sería necesario concentrar el poder de legislar en la elite nacional del mercado (2000). La aplicación radical del modelo neoliberal en un contexto de globalización económicopolítica ha creado “una extraña dictadura” en la cual los poderes políticos de los Estados nacionales están supeditados a poderes supranacionales institucionales, como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de Comercio, y fácticos como las trasnacionales.
 
Este nuevo totalitarismo, esta “extraña dictadura” no requiere de un líder carismático, ni un partido político de masas, como en Unión Soviética y en la Alemania nazi. Incluso, puede tolerar ciertas formas de disidencia y no requiere emplear todo el poder del Estado para reprimir cualquier forma de pensamiento que no sea funcional al sistema. Emplea de modo intensivo y diversificado todos los medios de comunicación, y de producción y difusión de representaciones, para difundir un “pensamiento único”, mediante una propaganda intensiva y diversificada de internalización de la ideología neoliberal que justifica y presenta como racional la creciente irracionalidad del sistema (Forrester: 2000). Sin embargo, éste es solo uno de los mecanismos de disciplinamiento, pues como lo han mostrado otros autores, los discursos de los grupos de poder no son sólo pensamientos ideológicos que apelan a intereses generales, sino también incluyen pensamientos cínicos los cuales no pretenden justificar, sino son explícitos discursos de poder (Hinkelammert 2001). Por ejemplo, cuando los empresarios amenazan con cerrar las fábricas o llevarse sus capitales si un gobierno cambia el sistema impositivo, dichos enunciados ya no son ideológicos, no apelan a ningún interés general, sino que son una expresión desnuda y cínica de coerción.
 
Más aún, el compromiso de los individuos con el sistema actual, pese al creciente malestar frente al mismo, se reproduce mediante otras vías que no pasan por la persuasión, sino por mecanismos fácticos, por el condicionamiento económico, y la conquista de la subjetividad. Se trata de formas de “hegemonía fáctica” (Lechner 1984 y 1996). Estos son la publicidad, el endeudamiento privado, la alienación en el consumo, la evasión televisiva y otros (Vgr. Alberoni 1986, Andréani 2000, Bourdieu 1998 a y b, y Hinkelammert 2001).
 
Forrester muestra que este “totalitarismo mercantil” tiene su regla de oro, su dictum implacable en la búsqueda de la maximización de la ganancia. Este es un tema apenas mencionado, y las grandes decisiones públicas y privadas se justifican por la búsqueda de la eficacia, la competitividad, las necesidades de racionalización, y otros objetivos de interés general. Pero, tras esta retórica se encuentra la búsqueda de esta maximización. “Este es el principio mismo a partir del cual- y en cuyo beneficio opera el sistema imperante, sin que jamás aparezca al vista ni, a fortiori, sea puesto en tela de juicio: la reflexión indicaría que es demasiado despreciable, pueril, para ser cierto. Sin embargo, nada podría ser más real. Es el efecto de droga, de insaciabilidad, esa voracidad maniática, ávida de lo superfluo son los que destruyen el sentido de multitudes de vida y generan ese sufrimiento innarrable que consume, altera y destruye una masa de destinos, cada uno de ellos vivido por una persona singular, una conciencia única, en carne viva, una y otra vez” (Forrester 2000: 24).
 
Esta interpretación no se contrapone a aquellas que ven en el neoliberalismo una utopía económica, pues sin duda que lo es; pero dicha utopía es a la vez política: un totalitarismo mercantil basado en la creencia del automatismo del mercado, así como otros totalitarismos pretendieron basarse en los mitos de las leyes dialécticas de la naturaleza y la historia, o de la raza superior. Esta interpretación concede especial importancia a la tarea crítico política, puesto que la lucha contra el neoliberalismo no es sólo una oposición a un modelo político excluyente, sino a la vez la lucha contra una minoría de poder que busca reestructurar todas las sociedades a la medida de sus intereses, supuestos y utopías.
 
 
 
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