La utopía neoliberal y sus críticos *
Jorge Vergara Estévez **
Síntesis
El objetivo de este artículo es
doble. De una parte, es una reconstrucción tentativa de la estructura
teórica del neoliberalismo, mostrando que esta teoría tiene una escasa
capacidad explicativa, y es básicamente un proyecto político de
carácter utópico, en el sentido de que es irrealizable, aunque no
hubiera resistencia u obstáculo a su realización. De otra parte, es una
exposición sintética de las críticas a esta teoría realizadas por Tony
Andreani, Pierre Bourdieu, Viviane Forrester, Franz Hinkelammert,
Norbert Lechner, y por el autor de este artículo. Estas afectan
radicalmente su concepción del hombre, su teoría económica, de la
sociedad y la política, y no han sido respondidas por los teóricos
neoliberales. Se plantea que la vigencia de esta teoría se debe,
principalmente, al que ha convertido en el discurso de las elites
económicas y políticas en gran parte del mundo, potenciado por la
acción de la publicidad y los media. El artículo finaliza con una
sucinta interpretación del neoliberalismo como un proyecto político de
soberanía del mercado.
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* Versión revisada y ampliada de una
conferencia ofrecida en el Departamento de Filosofía de la Universidad
de París VIII, en diciembre del 2001, como parte del proceso de
elaboración de mi tesis de Doctorado, L’utopie néolibéral et ses critiques,
cuya defensa realicé en el 2005. Agradezco a la Embajada Francesa en
Santiago por haberme proporcionado el pasaje a París, y la Servicio
Académico Alemán (DAAD), por su invitación a realizar una estadía de un
mes en Berlín en el 2001, donde pude elaborar la primera versión de
este texto. Versiones posteriores más breves, aparecieron en revista Al Margen No. 5 de Bogotá, marzo del 2003, y en Laberinto
No. 12, julio del 2003, de la Universidad de Málaga. Expreso mi
reconocimiento a las cuidadosas observaciones formales y de contenido
del Dr. Hermes Benítez.
** Doctor en filosofía política de la
Universidad de París VIII, profesor del Doctorado de Ciencias Sociales
de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Miembro
del Grupo de Filosofía Política del Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales:
vergaraestevez@gmail.com
La tesis central de este artículo es
que la teoría neoliberal pretende ser una interpretación no sólo
plausible, sino verdadera, sobre la realidad humana y social. Sin
embargo, en las últimas décadas ha sido objeto de diversas y profundas
críticas que han cuestionado y refutado sus principios teóricos. Esta
teoría, asimismo, contiene una utopía, en el sentido de un proyecto
irrealizable, aún cuando todos estuvieran de acuerdo en intentar
ponerlo en práctica, porque contiene conceptos trascendentales, que
sólo pueden ser pensados, pero no son realizables históricamente
(Hinkelammert 1984). Sin embargo, pese a la relevancia de estos
cuestionamientos los autores neoliberales han ignorado estas críticas,
y esta teoría conserva, pese a las consecuencias sociales de su
aplicación, una gran influencia sobre las decisiones políticas y
económicas, tanto en América Latina, como en Europa. Podría decirse que
su influencia se basa mucho más en sus “efectos de poder” de su
discurso, que a su consistencia teórica y validez de sus argumentos,
puesto que se ha convertido en el discurso de las elites de poder
económico y político en muchas sociedades. Dicha influencia es
potenciada por la difusión cultural masiva, -mediante la publicidad y
los media-, de un modelo de vida individualista y posesiva.
Este análisis se realiza en un
contexto intelectual donde tiene significativa presencia la tesis del
fin de los metarelatos y de las utopías, planteada por autores de
diversas corrientes, desde hace varias décadas, la cual ha llegado a
convertirse en un dogma de “el pensamiento único”. Dice por ejemplo,
Lyotard que “en la sociedad y culturas contemporáneas, sociedad
postindustrial, cultura postmoderna, el gran relato ha perdido su
credibilidad, sea cual sea el modo de unificación que se le ha
asignado: relato especulativo, relato de la emancipación” (1979: 83).
En su opinión, esto se debería a que la naturaleza del saber se ha
transformado. La crisis de los grandes metarelatos se debería,
principalmente, al desarrollo del conocimiento científico tecnológico,
el cual ha llegado a identificarse con el saber, y dicho saber entraba
en contradicción con dichos discursos globales. Más aún, pensaba que el
notable desarrollo del conocimiento de las últimas décadas y la
revolución científico-tecnológica, basada en la microelectrónica, la
computación y la bioingeniería excluía los discursos que no fueran
inmediatamente aplicables tecnológicamente (Lyotard 1979). En el mismo
período, de fines de los setenta, el desarrollo del conocimiento
tecnológico estimuló la aparición de discursos, como los de Norbert
Wiener y Alvin Toffler, según los cuales estábamos entrando en un
período de creciente bienestar, en la cual la tecnociencia resolvería
la mayoría de los problemas. En este nuevo contexto, las cuestiones a
los cuales trataron de responder los grandes metarelatos podrían
resolverse como problemas tecnológicos
Esta interpretación de Lyotard es
positivista, e ignora el papel que siguen teniendo los discursos no
científicos en la política, en la economía, y en la vida social. Tal
vez se podría encontrar el origen lejano de esta tesis en Weber que
sostuvo que con el proceso de racionalización creciente había terminado
la época de las cosmovisiones. La tesis del fin de las ideologías y los
metarelatos fue plausible en el período en que fue formulada, ya que se
había llegado a una fase de agotamiento de la teoría marxista, tanto
occidental, como de vertiente soviética, así como del liberalismo
social, ligado al keynesianismo.
Sin embargo, esta tesis sólo
consideraba los metarrelatos y las utopías críticas. Estas se
orientaban a realizar “los valores normativos de la modernidad”
(Habermas): la disminución de desigualdades, el aumento de las
libertades como “capacidades efectivas de hacer” (Dewey), la búsqueda
de autonomía, de autogobierno y autodesarrollo. En las últimas décadas
observamos, en cambio, una (re)emergencia de otro tipo de metarelatos y
utopías políticas y culturales. Entre ellas, de fundamentalismos
religiosos (cristianos, musulmanes y otros); nacionalismos radicales;
teorías neoconservadoras y la propia teoría neoliberal. Estas posturas
pueden ser denominadas, latu sensu, conservadoras, puesto que
buscan mantener o recuperar ciertos valores y formas de vida, que
consideran muy valiosas, las cuales estarían perdiéndose con la
transformación de las sociedades y los procesos de globalización. La
relación de estas utopías a la modernidad es conflictiva, puesto que
rechazan sus principales aspectos, sea total o parcialmente. Por
ejemplo, el de la autonomía de las distintas formas de acción social,
especialmente de la política, puesto que buscan subordinarla a la
religión, los intereses nacionales o al mercado.
El neoliberalismo es el más
importante de estos metarelatos, no sólo por su difusión global, sino
porque constituye la teoría que guía a los organismos económicos
internacionales. “Hoy, el libre mercado global construido a raíz del
colapso soviético también se está desintegrando, y por razones
similares -escribe el filósofo liberal John Gray.Los neoliberales son deterministas económicos, igual que los marxistas.
Creen que todos los países están destinados a adoptar el mismo sistema
económico y, por ende, las mismas instituciones políticas. Nada puede
impedir que el mundo se convierta en un inmenso mercado libre, pero el
inevitable proceso de convergencia puede acelerarse. Los gobiernos
occidentales y los organismos transnacionales pueden ser las parteras
del nuevo mundo. Por improbable que parezca, esta ideología sustenta
instituciones tales como el Fondo Monetario Internacional. Argentina e
Indonesia tienen problemas muy diferentes, mas para el FMI la solución
es la misma: ambas deben convertirse en economías de libre mercado”
(Gray 2003).
La denominación de “neoliberalismo”
apareció a mediados del siglo pasado; y en la década de los sesenta,
algunos autores alemanes la empleaban para referirse al liberalismo
social y a los teóricos de la economía social de mercado, de Wilhem
Röpke y otros, cuyas teorías eran “nuevas” con relación al liberalismo
precedente. En los países anglosajones se emplea la amplia categoría de
“neoconservadores”, en la cual se incluye a Friedrich Hayek, Milton
Friedman, James Buchanan, Gordon Tullock y Robert Nozick. Aunque estos
autores comparten algunos planteamientos y preocupaciones con Peter
Berger, Daniel Bell y otros autores representantes del
neoconservadurismo, se diferencian de ellos en aspectos significativos
(Lepage 1978, Hinkelammert 1984, Vergara J. 1984 y 1999).
Intentaremos mostrar aquí que la
teoría neoliberal es un metarrelato que cumple las funciones de una
ideología y que contiene una utopía. Su vigencia no reside sólo en el
terreno intelectual como forma de pensamiento económico y social, sino
como una lógica operante de la acción social. Más aún, puede decirse
que es una metarrelato puesto que intenta responder a las principales
preguntas sobre el hombre, la libertad, el sentido de la vida humana, y
qué es la sociedad y sus instituciones. La teoría neoliberal fue
fundada por los economistas austríacos Ludwig von Mises y Friedrich von
Hayek, discípulo del primero. Puede considerarse Liberalismus de
Mises, cuya primera edición es de 1927, como su obra fundacional.
Ambos, especialmente Hayek, tuvieron un papel importante en el debate
de los treinta con Keynes y los economistas liberales sociales, que
crearon la teoría económica del Estado de Bienestar. Sin embargo, en el
nivel académico como en el político, el keynesianismo se convirtió en
la teoría hegemónica. Los planteamientos de los economistas
neoclásicos, incluyendo a Hayek y Mises, perdieron vigencia y se
mantuvieron en algunos enclaves, especialmente en algunas
universidades, como la de Chicago. Se inició un período de gran
desarrollo del Estado de Bienestar en Europa y Estados Unidos, que se
extendió hasta medidos de los setenta del siglo pasado.
Ambos autores,
exiliados del nazismo, y admiradores del liberalismo anglosajón, en la
década de los cuarenta del siglo pasado, reorientaron sus
investigaciones y elaboraron una crítica radical del Estado de
Bienestar, desde una perspectiva política antiestatalista y de
mitificación del mercado. En 1944, Mises publicó Burocracia y Hayek su conocida obra Camino de la servidumbre.
Ambos libros son similares y complementarios. Mises asevera que el
Estado de Bienestar implica la ilegítima extensión del aparato del
Estado, regido por la lógica burocrática, y, con ello, la
burocratización de la economía y de la vida social. Pensaba que la
lógica burocrática carecía de criterios para medir su eficiencia, a
diferencia de la económica regida por el principio de la maximización
de la ganancia. Los burócratas intentaron planificar la economía
mediante la creación de empresas públicas y estableciendo regulaciones
a las empresas privadas, con la fijación de precios máximos, limitación
de los beneficios, altos impuestos, etc. Con ello, pensaba Mises, se
interfiere la lógica de la ganancia, que es “el único método que
contribuye a la racionalización y el cálculo de producción de bienes
necesarios” (1944: 123). Este nuevo sistema limitaría la libertad
individual y obstaculizaría el crecimiento económico. Su predicción fue
errónea: el período, desde 1945 a 1975, fue el de mayor crecimiento
económico de las economías estadounidense y europea.
Camino de la servidumbre de
Hayek es explícitamente político, y se propuso realizar la crítica
tanto de las sociedades de economía planificada, como la de las del
Estado de Bienestar. Para ello, Hayek amplió el concepto de socialismo,
incluyendo el estalinismo, el nazismo, y el socialismo democrático, y,
a la vez, minimizó sus diferencias. El libro está irónicamente dedicado
a “Los socialistas de todos los partidos”, que constituirían, según
Hayek, la gran mayoría de la población de las sociedades occidentales.
Su concepto de socialismo incluye cualquier forma de “intervencionismo
estatal” que pretenda regular los mercados, o disminuir las
consecuencias negativas generadas por el automatismo de los mercados.
En este sentido, su obra es una reacción, en el estricto sentido de la
expresión, contra las formas de capitalismo regulado y políticas
sociales que fueron surgiendo en Europa, según Hayek desde Bismark.
Estas se fueron ampliando después del Primera Guerra Mundial, cuando
las sociedades europeas enfrentaron las negativas consecuencias
sociales de la revolución industrial, así como el gran desarrollo de
los movimientos socialistas (K. Polanyi 1944). Hayek sostuvo que la
democracia era incompatible con el intervencionismo económico estatal.
Este habría llevado las sociedades occidentales al borde del abismo de
la “servidumbre”, puesto que el intervencionismo económico implicaría
la pérdida de la libertad, y el deslizamiento hacia el totalitarismo.
Citando a Hölderlin sostuvo que el intento del Estado de hacer un
paraíso en la tierra, produce el infierno.
Pocos años después, en 1947, en
Suiza, Hayek fundó la Sociedad Mont-Pèlerin, junto a los economistas
Ludwig von Mises, Milton Friedman, Frank Knight, el filósofo Karl
Popper, y un conjunto de políticos, historiadores y periodistas. Su
capítulo chileno, creado en los setenta del siglo pasado, reúne a ex
ministros de economía de Pinochet, economistas y políticos de derecha.
En su primera sesión, Hayek propuso como tarea de la nueva sociedad:
“purgar de la teoría liberal tradicional de ciertas adherencias
accidentales que se le han anexado a lo largo del tiempo” (1947, cit. Estudios Públicos Nº 6,
1982: 5). Estas adherencias accidentales” eran las teorías de la
justicia social, de la responsabilidad social del Estado respecto a las
necesidades básicas de la población, la solidaridad y otras, es decir,
las concepciones que fundamentan el Estado de Bienestar. En sólo
treinta años, hasta fines de los setenta, los neoliberales
desarrollaron una amplia teoría que comprende una concepción del
conocimiento y la ciencia, del hombre, su libertad, la igualdad, la
sociedad, el derecho, la economía, el Estado, la política y la
democracia y otros aspectos.
Los autores neoliberales se llaman a
sí mismos “liberales” o “verdaderos liberales”. Sin embargo, esa
denominación es demasiado general, pues existen diversas formas de
liberalismo, cada una de las cuales tiene su propia concepción del
hombre, de la economía, del Estado, la política y otros aspectos. Esta
autodenominación genérica no explicita la diferencia de estos autores
con el liberalismo clásico inglés y francés de los siglos XVII y XVIII.
En el siglo XX el liberalismo se dividió en dos grandes ramas: el
liberalismo social y democrático, fundado por John Stuart Mill, al que
se inscriben John Dewey, Harold Laski, Crawford Macpherson, y otros; y
el liberalismo conservador, de Lord Acton, Alexis Tocqueville, del que
forma parte el “neoliberalismo” (Lepage 1978, Vergara J.1988, Cristi
1993 y Hinkelammert 2001). Hayek y gran parte de los autores
neoliberales se declaran herederos de Adam Smith, aunque Mises había
señalado que su postura tenía diferencia significativas con los
clásicos (Mises 1927 y Hayek 1978). Macpherson, por su parte, sostiene
que comparten “la teoría política del individualismo posesivo” (1985).
Sin embargo, se ha mostrado que existen diferencias significativas en
la concepción de la economía, del hombre y otros temas (Francisco
Vergara 1992, y Hinkelammert 1995 y 2001). Esto permitiría afirmar que
su “estructura teórica” es diferente.
Los esfuerzos por determinar cuales
serían las características comunes de todo liberalismo han sido
infructuosos (Vgr. Gray 1986: 10-12). Por ejemplo, aunque todos los
liberales se declaran individualistas, sus concepciones sobre el
individualismo muy diversas y opuestas (Macpherson 1985: 117-127).
Sabemos, asimismo, lo que no es aceptable para ninguna de sus
corrientes, por ejemplo, una dictadura del partido comunista como el
régimen chino o un autoritarismo político clerical como el iraní; sin
embargo, Hayek y Friedman apoyaron la dictadura militar de Pinochet,
cuya política económica era concordante con sus teorías.
La denominación “neoliberal” sería la
más adecuada porque este liberalismo aparece como el más “nuevo”, a la
vez que explicita su diferencia con el liberalismo social (Vergara J.
1988). Los principales opositores teóricos de los neoliberales
son Stuart Mill, Keynes, Dewey y otros liberales sociales, más que los
autores socialistas (Hayek 1960).
Desde su perspectiva, los
neoliberales tienen razón al denominarse simplemente como liberales.
Ellos creen que hay un sólo y verdadero liberalismo, desde Smith a
Hayek. Creen que la confusión se habría producido porque hay autores
que erróneamente son considerados liberales, los que hemos llamado
“liberales sociales”, pero que en realidad son socialistas (Mises 1927
y Hayek 1960). Los neoliberales tienen una concepción dicotómica y
polarizada del universo político y teórico: creen que éste se divide
entre una minoría de (neo)liberales y una mayoría de socialistas. La
estructura teórica, del neoliberalismo difiere del liberalismo clásico
inglés y francés de los siglos XVII Y XVIII, aunque hayan incorporado
algunas de sus tesis. La denominación “neoliberal” parece la más
adecuada, puesto que indica, a la vez, su pertenencia al campo liberal,
y su especificidad.
Presentaremos tres aspectos centrales de la estructura teórica
del neoliberalismo, en los cuales se manifiesta su carácter utópico.
Siguiendo a Macpherson (1962), puede decirse que una estructura teórica
se compone de un conjunto de enunciados de alto nivel de abstracción,
concordantes entre sí (Vergara J. 1995). Estos pueden ser principios
explícitos en las argumentaciones principales o bien supuestos
relevantes, pero contenidos en las argumentaciones secundarias. En
ésta, como en otras teorías sociales, no hay una nítida separación
entre la formulación de principios teóricos abstractos y las
argumentaciones, a diferencia de los que acontece con los paradigmas
científico-naturales (Kuhn 1962). Por ello, es que dichos principios
deben ser explicitados mediante una investigación hermenéutica, cuyos
resultados siempre son susceptibles de incorporarse a “el conflicto de
las interpretaciones”. Por ello, es que lo aseverado en este ensayo es
una interpretación mejorable o refutable, sólo una “anticipación
hermenéutica” (Gadamer 1975: 331- 460). Otra diferencia relevante es
que los paradigmas de las ciencias naturales se refieren a objetos muy
delimitados, por ejemplo, los fenómenos lumínicos, a diferencia de las
grandes teorías sociales que son metarelatos que suelen contener
concepciones del conocimiento, del hombre, de la sociedad y sus
principales instituciones (Vergara 1988). Podría decirse que “la
pretensión de conocimiento” de la teoría neoliberal es la de responder
a las principales preguntas kantianas sobre el hombre: “¿Qué es el Hombre? ¿Qué puedo conocer?, ¿Qué debo (o debiera) hacer? ¿Qué puedo esperar?” (Kant 1788).
Los neoliberales han intentado
construir su teoría del mismo modo que Hobbes y Locke, los fundadores
del liberalismo. Es decir, pretenden fundar su concepción de la
sociedad en una teoría del conocimiento y la ciencia, y del hombre. Sin
embargo, no lo han logrado. Se mostrará que el “núcleo duro”, como
diría Lakatos, de esta teoría es su concepción del mercado. Su
concepción del hombre ha sido abstraída de la situación de la sociedad
contemporánea, y por ello no han podido escapar de la circularidad. En
la antropología neoliberal convergen armónicamente tres tradiciones
teóricas: el economicismo de los clásicos ingleses, llevado a sus
últimas consecuencias; el darwinismo social, y concepciones
conservadoras.
Esta concepción antropológica se
compone de varios principios. Según el primero, el hombre es un
individuo posesivo. La relación de propiedad de sí mismo, de sus
capacidades y de sus bienes sería la conexión principal a los otros y
al mundo. Es tan importante el derecho de propiedad, que tanto Locke
como los neoliberales, consideran justificable matar a quienes la
transgredan. La actividad humana principal sería la económica y ésta se
realizaría en el mercado. Por ello es que las funciones humanas
esenciales serían las de poseer, intercambiar, acumular y consumir. Los
hombres actuarían o deberían proceder guiados por el egoísmo, y la
conducta adecuada sería el cálculo de maximización de beneficios y
minimización de costos. Y esto adquiere un sentido ético para estos
autores, pues en su opinión, la ética es inmanente al mercado, y por
tanto su “imperativo categórico” sería el de actuar siempre respetando
sus reglas, especialmente el derecho de propiedad y los contratos, y
buscando siempre maximizar el propio beneficio, pues de ello resultará
el mayor bien para todos. Sin embargo, para Hayek - como se expondrá-,
la mayoría de los hombres no actúan o no pueden actuar como
maximizadores racionales.
Para estos autores, el hombre es un
ser monádico es independiente de los otros y nada debe a la sociedad.
Sólo habría individuos, y la sociedad no sería sino el nombre del
conjunto de ellos (Vergara J. 1984). La humanidad, las naciones, las
clases serían abstracciones, puesto que las “totalidades” serían
impensables (Popper 1940). Siguiendo la teoría neoclásica, conciben al
ser humanos como un ser económico abstracto, un solipsista para el cual
los otros y la realidad externa tienen sólo una débil existencia. Los
hombres no tendrían de necesidades de reproducir su vida; tienen
“solamente propensiones a consumir, inclinaciones psicológicas que
organizan sus demandas” (Hinkelammert 2001: 80). Tampoco forman parte
de la naturaleza, la cual es vista solamente como objeto de cálculo.
Sostienen que la razón es
instrumental y subjetiva. Los fines serían sólo preferencias
individuales, decisiones soberanas del consumidor. Consiguientemente,
para Hayek las ciencias son subjetivas. El hombre sería un maximizador
racional, o debería serlo siempre, y a la vez un sujeto de deseos, que
son administrados por su razón calculadora. El mercado no es sólo
externo: según Friedman, existe un mercado dentro de la subjetividad,
en el cual el sujeto calculador compra el tiempo de descanso al sujeto
de deseos. El cálculo económico se convierte en el criterio central
para comprender la realidad humana, personal y social, y debería serlo
para tomar decisiones. Friedman, por ejemplo, ofrece un análisis de los
hijos como bienes de consumo o de capital para ayudar a las parejas a
decidir racionalmente si los tienen o no (1966). Hammermesh y Soss han
elaborado una teoría económica del suicidio, Becker de las conductas
altruistas, etc. Este es el “imperialismo de la economía”, según
Tullock (1980), el cual sería el principio de inteligibilidad del
fenómeno humano.
Los neoliberales afirman, como los
conservadores, que los hombres son naturalmente desiguales, y que no
existe una igualdad básica de carácter ético, político y jurídico, como
lo aseveran la mayoría de las teorías contemporáneas. Las desigualdades
naturales explicarían las desigualdades económicosociales. Hayek afirma
que la mayoría de los hombres se mueve por impulsos primarios,
atavismos genéticos del pasado tribal. Estos serían la solidaridad, la
distribución igualitaria del producto y el trabajo en común. Serían
incapaces de autodisciplina y de comprender “las leyes abstractas que
rigen la vida social” (1978). Por ello, la mayoría sería inferior en su
capacidad de adaptación. Constituyen “la masa”. Frente a ella existiría
una pequeña elite que poseería todas las cualidades positivas de que
ésta carece. Sus miembros poseerían autocontrol y sí comprenderían
dichas leyes abstractas. Triunfarían en la competencia del mercado
porque están mejor adaptados a ella, y pueden comportarse como
eficientes maximizadotes racionales. La libre competencia genera
ganadores y perdedores, y como Galbraigth ha señalado, para Friedman
los países, las empresas y los hombres débiles no tienen derecho a
vivir.
El valor principal para los
neoliberales es la libertad. Estos autores conciben la libertad como
abstracta, sólo individual, negativa y básicamente económica. Hayek
abstrae de la multidimensionalidad del fenómeno de la libertad casi
todos sus aspectos: (a) la libertad intelectual y psicológica, porque
podría debilitar la creencia en la responsabilidad individual; (b) la
libertad política, puesto que el pleno ejercicio de la libertad
individual no la requiere; “un pueblo de hombres libres no es
necesariamente un pueblo libre” (Hayek 1960: 35) ; (c) la dimensión
social, pues ella sería un atributo exclusivamente individual, (d) la
dimensión de poder, porque la libertad no sería una capacidad de hacer,
ni se relacionaría con las posibilidades de acción, ésta es la
“libertad positiva” (Laski), ni con la posesión de medios: ”ser libre
puede significar libertad de morir(se) de hambre” (Hayek 1960: 42 y
Vergara 1984). Los neoliberales definen la libertad como ausencia de
coerción intencionada e ilegítima del Estado y de terceros. Su ámbito
de ejercicio par excellence es el mercado, por ello es
básicamente económica. Consiste en la capacidad de entrar o no en
relaciones de intercambio: es libertad económica en y para
el mercado, para comprar y vender. Consiguientemente, afirman la
libertad económica frente a las regulaciones económicas del Estado
(Friedman 1962).
La libre competencia genera
desigualdades que son inevitables y, según Hayek, necesarias, porque
los sectores triunfadores pueden disponer de mayor excedente para
invertir, crear empresas y generar empleos. Se produciría una
proporción inversa: a mayor libertad económica, menos igualdad
económica-social. Cualquier intento del Estado de disminuir las
desigualdades, limitaría la libertad. Más aún, dice Friedman que la
mano visible de la política siempre obtiene resultados negativos
inesperados (1980). El argumento recuerda al de Spencer quien se opuso
a las leyes que limitaban el trabajo infantil en el siglo XIX, porque
restringían la libertad contractual (1884). Los neoliberales sólo
aceptan aquellas igualdades formales necesarias al desarrollo de la
sociedad de mercado: igualdad ante la ley, ante el sistema judicial y
ante el mercado (Hayek 1960).
Estos autores asumen la concepción
conservadora del hombre como ser de normas y tradiciones. En oposición
del Iluminismo que destacó la capacidad de examen crítico de las
tradiciones y de creación de nuevas normas sociales, Hayek piensa que
en sus interacciones los hombres, espontáneamente, crean nuevas normas,
las cuales compiten entre sí. Las más eficaces, que hacen más adaptados
a los grupos que las practican, se convierten en tradiciones que hay
que conservar (Hayek 1978). Más aún, estas tradiciones deben ser
respetadas, incondicionalmente, aunque no sepamos como funcionan, pues
el orden social depende de su cumplimiento. Esta es la idea central de
las teorías conservadoras de la sociedad: el orden social siempre es
frágil e inestable, y se mantiene por el respeto de las normas. Si se
las transgrede de modo reiterado se produce el caos (Berger 1971).
Podemos plantearnos
si esta concepción del hombre es una teoría descriptiva y explicativa,
o bien un proyecto normativo. Como se expuso, lo conciben como un ser
abstracto, carente de corporalidad, de racionalidad reproductiva,
comunicativa, de relaciones culturales y de sociabilidad; éste es el “homo oeconomicus, un être de raison”,
como ha dicho Andréani (2000). Los neoliberales han secularizado la
idea medieval del alma convirtiéndola en racionalidad económica que
mira “al mundo sub specie competencia perfectae”. A la vez,
ésta es una concepción utópica irrealizable: no es posible reducir todo
el fenómeno humano a su dimensión económica (Hinkelammert 1995: 142).
Respecto a la idea del hombre como
maximizador racional, en la cual ha insistido Friedman, el mismo Hayek
reconoce que la mayoría, “la masa”, según dice, actúa movido por
“atavismos” como la solidaridad, la búsqueda de la justicia social”, la
distribución según necesidades y otros arcaísmos. Sin embargo, como lo
analizó Weber, hay un proceso creciente de racionalización formal, o de
predominio de la racionalidad instrumental, como lo expuso Horkheimer.
Pero, muchas conductas no corresponden al modelo de maximización
racional, puesto que carecen de eficiencia en la elección de los medios
adecuados, por razones muy diversas, y reducirlas a atavismos arcaicos
es una conjetura fácilmente refutable. Asimismo, la teoría del hombre
como maximizador racional supone un conocimiento transparente del
sujeto sobre cuál es su “beneficio” o “interés propio”, pero, con
frecuencia, las personas hacen lo que no les conviene sea porque no lo
saben, se equivocan, o porque sus impulsos emocionales impiden o se
imponen sobre su cálculo racional. Más aún, lo que cada uno de nosotros
considera su interés propio es una construcción sociocultural que
admite diversas interpretaciones. Esta teoría ignora los aportes del
psicoanálisis y otras teorías que muestran que, habitualmente, la
conducta no se guía por criterios de racionalidad formal. Por ello, es
que la teoría economista sobre la conducta humana no permite comprender
o explicar muchas acciones, ni tampoco aprehender su variedad,
complejidad y especificidad cultural. Tampoco puede decirse que para
los neoliberales ésta sea sólo una fructífera hipótesispara
realizar investigaciones específicas (Lepage 1978: 15-55). Esta
concepción del hombre asume para ellos el carácter de un principio
ontológico, y es, asimismo, un componente central de la matriz
constitutiva de la ciencia económica: la antropología del siglo XVIII
(Naredo 1987).
Para los neoliberales, la sociedad es
el conjunto de intercambios, principalmente económicos, que se producen
entre los individuos. Dichos intercambios van generando,
espontáneamente, normas que, a través del tiempo, se convierten en
tradiciones eficientes. La sociedad sería, entonces, un conjunto de
tradiciones económicas, jurídicas, éticas, lingüísticas y otras. Estas
constituyen distintos “órdenes autogenerados” que no pueden ni deben
jamás ser modificados por la acción social consciente (Hayek 1960). El
principal de estos órdenes es el mercado, descrito como el único orden
económico posible, ya que la planificación económica, en cualquiera de
sus formas, es imposible.
El carácter utópico del
neoliberalismo se manifiesta, asimismo, en su concepción del mercado.
Este es un tema central, pues todas las concepciones neoliberales se
derivan o fundan en dicha concepción. Esto ha llevado a sostener que
teóricamente es un “mercadocentrismo” (Hinkelammert). Sus teóricos han
desarrollado una concepción que sacraliza el mercado, atribuyéndole en
alto grado las perfecciones que la teología cristiana atribuye a Dios
en grado excelso y absoluto. Es así que, según Friedman, el mercado es
el más justo, porque da a cada uno en proporción exacta de los que éste
da, por ello sería un perfecto intercambio de equivalentes (1980).
Sería el más sabio porque sus precios libres reunirían más información
que toda la que podría conocer un hombre. Sería, también, lo más
generoso porque da bienestar a todos (Hayek 1960). Sería la fuente de
vida puesto que permite que vivan más personas. Sería lo más poderoso
en la tierra porque puede hacer mucho más que los Estados, o lo que
podría lograr cualquier grupo de hombres. El mercado es visto como un
ser viviente, pues piensan que posee mecanismos propios de
autorregulación. Según Hayek y Friedman sería completamente libre,
porque nadie está obligado a entrar en una relación económica (Friedman
1962). Sería un ámbito plenamente democrático, según éste mismo autor,
porque cualquiera puede votar por los productos que desea. El mercado
sería necesario, pues sin él los hombres volverían a la barbarie.
También, sería insuperable y definitivo, pues cualquier intento de
abandonar la sociedad de mercado conduciría a la barbarie, y
paulatinamente se iría reconstituyendo la sociedad de mercado (Popper
1945). El teólogo cristiano Novack enfatiza hasta el paroxismo este
supuesto carácter sagrado del mercado, al sostener que las empresas
trasnacionales representan a Cristo en la tierra, y tal como El son
escarnecidas y perseguidas.
La autorregulación
del mercado se basaría en la teoría neoclásica de la competencia
perfecta. Estos autores presentan su concepción como una “teoría
económica”, estrictamente científica basada en la teoría matemática de
la competencia perfecta de los fundadores de la teoría neoclásica: León
Walras y Wilfredo Pareto. Consiguientemente, los neoliberales han
afirmado la existencia de una tendencia al equilibrio de los factores
económicos en el mercado. Hayek asevera, sin embargo, que no se ha
podido demostrar como funciona.
El último aspecto
se refiere a lo que Hayek llamó “mi utopía política”. Quizá la única
vez en que reconoció el carácter utópico del neoliberalismo. Propuso un
sistema político bicameral, en el cual la primera cámara estaría
formada por representantes políticos, los cuales designarían un equipo
de gobierno que ejercería el poder ejecutivo, como sucede en los
regímenes parlamentarios. La segunda, estaría compuesta por
representantes que no podrían pertenecer a partidos políticos, y serían
elegidos entre los triunfadores, los que se consideran “los mejores
alumnos de su clase”. Este legislador sería un hombre práctico
“respetado por su propiedad y sabiduría” (1978: 92). Hayek propone que
los legisladores provengan exclusivamente de la elite del mercado. El
saber político par excellence se encontraría en la actividad
económica. Si así fuera, la legislación haría posible realizar la
concepción hayekiana del estado de derecho: es decir, las normas
favorecerían el desarrollo del mercado, y estimularían la competencia,
de la que depende la reproducción y el éxito de la vida social. Hayek
está conciente que su utopía difiere de lo que se llama democracia:
“sugiero llamarlo demarquía,un sistema en que el demos no tendría poder bruto” (Ibíd).
El radical
economicismo neoliberal se expresa en esta “utopía”. Ella se basa en la
cuestionable identificación entre el éxito en el mercado y la capacidad
política. La masa, compuesta de perdedores, carecería del personal knowledge(Michel
Polanyi 1966), que se muestra en el éxito en el mercado. Este sistema
podría denominarse oligarquía de mercado, o simplemente plutocracia.
Asimismo, muestra su concepción de la política y del derecho: ambas
deben subordinarse a la lógica del mercado. Es el “imperialismo de la
economía” (Tullock 1980), en la relación entre política y economía
(Vergara J. 1984 y 1999).
Las críticas a la teoría neoliberal
La utopía neoliberal, en sus
distintos aspectos, ha recibido muchas críticas. Se expondrán ahora las
de Pierre Bourdieu, Norbert Lechner, Franz Hinkelammert y la mía. Estos
autores provienen de disciplinas diferentes, y en algunos casos han
desarrollado sus cuestionamientos sin conocer los otros. Sin embargo,
constatamos que dichos planteamientos son, en casi todos sus aspectos,
y en la mayor parte de los casos, concordantes y complementarios.
La principal
crítica de Lechner al pensamiento político neoliberal –especialmente de
Friedrich Hayek y Gerhard Ritter-, forma parte de una investigación
sobre “El proyecto neoconservador y la democracia”. Su análisis se
sitúa en la compleja relación entre democracia y liberalismo. Lechner
ve dicho pensamiento como “una contrarrevolución que invierte un
proceso secular de democratización, como una reacción “a la amenaza de
la libertad burguesa por la democracia roja” (Ritter 1948: 124).
Reacción contra los principios de la soberanía popular y la
representación parlamentaria: reacción contra toda voluntad de
emancipación social” (Lechner 1986: 216). Como sabemos, desde el siglo
XIX el “liberalismo conservador” (Cristi 1993), con Benjamín Constant,
Lord Acton, Ortega y Gasset fue haciéndose cada vez más crítico frente
a al democracia, entendida como soberanía popular y democracia social.
Lechner muestra la oposición entre esta forma de liberalismo y la
democracia exponiendo la postura de Ritter. Su tesis central es que la “democracia en
su sentido originario, no es seguridad de la libertad personal frente a
la arbitrariedad y la coacción injusta, sino inmediata dominación del pueblo (...). El Estado democrático es el más ilimitado de los déspotas” (Ibíd: 121 y 123).
Hayek tiende a identificar democracia
(social) y el socialismo y atribuye a éste la pretensión “de crear
deliberadamente el futuro de la humanidad” (1980: 74). Su proyecto es
“el derrocamiento de la política” que implica reducir o minimizar el
poder de los intereses particulares y corporativos de organizaciones y
sectores sociales, limitando el poder del Estado, despojando a éste de
toda capacidad para intervenir el mercado, redistribuir ingresos, y
evitar que los “perdedores del mercado” caigan en la miseria. En suma,
dice Lechner “seimpugna la existencia misma de la política en tanto
poder de disposición sobre las condiciones sociales” (Lechner 1986:
241). Apoyándose en Weber muestra que -a diferencia de lo afirmado por
los neoliberales-, el mercado no es un ámbito ajeno y carente de
relaciones de poder, sino que tiene como sus valores implícitos: “la
lucha de intereses, las relaciones capitalistas de producción, la
distribución de acuerdo al poder adquisitivo de cada cual” (Ibíd: 241).
El Estado está inserto en las relaciones de poder de cada sociedad,
especialmente como el poder que hace cumplir los contratos y sanciona
la trasgresión de las normas necesarias a su funcionamiento. Lechner
señala que los neoliberales “proponen una utopía. Su noción de libertad
supone que todas las relaciones sociales se rigen únicamente por una
racionalidad formal. Pretender neutralizar toda confrontación
político-ideológica a fin de “funcionalizar” todas las relaciones
sociales en un “sistema”, el mercado (…). La racionalidad formal como
ley absoluta eliminando todo conflicto entre postulados materiales
contrapuestos, o sea, aboliendo la política” (1986: 241 -242). Este
sería el proyecto de una sociedad “sin poder”, en la medida en que las
relaciones de poder se habrían naturalizado y diluido en las relaciones
mercantiles, y por ello se habrían invisibilizado. Todas las formas de
acción social estarían funcionalizadas a la dinámica de las relaciones
mercantiles. La integración social y cultural ya no se realizaría en el
ámbito de la acción política, la cultura y la sociedad civil, sino que
se realizaría en el ámbito del mercado.
En textos
posteriores, Lechner ha insistido en este aspecto. En su opinión, la
integración social no puede alcanzarse en el mercado. Como se ha dicho,
éste segmenta, fragmenta, incluye a unos y excluye a otros (García de
la Huerta 1999). En América Latina, dice Lechner, las sociedades
actuales, en su búsqueda de la comunidad perdida, han hecho de la
democracia el referente simbólico; justamente, porque el desarrollo del
mercado produce creciente diferenciación y segmentación. Esto se
expresa, por ejemplo, en el alto grado de desigualdad en la
distribución del ingreso en la mayor parte de los países
latinoamericanos (Lechner 1992).
Posteriormente, ha señalado que la
tensión o contradicción entre neoliberalismo y democracia surge de los
significados básicos de cada una de estas categorías: “Subyacente al
neoliberalismo (al igual que en la teoría de sistema de Luhmann) es la
existencia de un orden auto-organizado y autorregulado. El principal
mecanismo de autorregulación sería, según la concepción neoliberal, el
mercado; la “mano invisible” e impersonal del mercado permitiría un
equilibrio espontáneo entre los intereses en pugna. Dada la creciente
complejidad social, habría que entregar al libre despliegue de las
“leyes del mercado” la coordinación de las relaciones sociales. En la
medida en que el orden social sería un resultado no intencional puede
prescindirse de la deliberación pública” (1996: 4).
El mercado sustituiría las decisiones
políticas por decisiones basadas en cálculo de intereses. “La política
en tanto ámbito de coordinación deliberada resulta superflua. Si el
objetivo explícito del neoliberalismo es despolitizar la economía, el
objetivo implícito es despolitizar la vida social. Se trata no sólo de
suprimir las presiones de los intereses organizados, que distorsionan
los equilibrios automáticos del mercado, sino de limitar al máximo el
ejercicio de una voluntad colectiva” (Ibíd), especialmente porque ésta
tiende a orientarse por intereses no reductibles a la lógica del
mercado. Más aún, el proyecto neoliberal busca aumentar la libertad
individual, como libertad de mercado eliminando todo límite basado en
el interés general, y con ello busca despolitizar la sociedad.
Asimismo, “tal concepción descarta las tendencias destructivas y
excluyentes del mercado y, por lo tanto, no se hace responsable de sus
consecuencias” (Ibíd: 10). Dichas consecuencias indeseadas, como se
verá, son un tema central de la crítica de Hinkelammert a la concepción
neoliberal del mercado.
La crítica de Bourdieu al
neoliberalismo se ha realizado en diversos textos. Se examinará un
artículo cuyo nombre sintetiza su tesis central: "Le néo-libéralisme
utopie (en voie de realisation) d’une explotation sans limites“(1998).
El autor ve las políticas del FMI y de la Organización Mundial de
Comercio como la búsqueda de la realización de una utopía, que se
presenta como expresión de la teoría económica, y la cual se ha
convertido en un programa político. Su teoría es “una pura ficción
matemática fundada, desde su origen, sobre una formidable abstracción,
que, en nombre de una concepción tan estrecha como estricta de la
racionalidad, identificada con la racionalidad individual, consiste en
poner entre paréntesis las condiciones económicas y sociales respecto a
las normas racionales y de las estructuras económicas y sociales, que
son la condición de su ejercicio” (Bourdieu 1998 b: 9, trad. nuestra).
Ella crea una “oposición arbitraria, entre la lógica propiamente
económica, fundada sobre la competencia y la eficacia y la lógica
social, sometida a la regla de la equidad“ (Bourdieu 1998 a: 109).
En otras palabras, señala Bourdieu
que la teoría neoliberal se basa en la teoría de la competencia
perfecta, la cual ya se había mencionado, que es un conjunto de
ecuaciones matemáticas de equilibrio de los factores en el mercado,
especialmente de la demanda y oferta. Señala que esta teoría de la
competencia perfecta es abstracta, en el sentido en que excluye las
condiciones reales sociales y económicas del funcionamiento de los
mercados reales. Estas condiciones son, justamente, las que hacen
posible el funcionamiento de dichos mercados, que son siempre fenómenos
sociales insertos en tramas de relaciones sociales, económicas,
políticas y culturales específicas. Por ejemplo, en su estudio sobre el
mercado de viviendas en Francia, Bourdieu muestra que la demanda y
oferta de dichos bienes, no son datos incondicionados, sino que
“dependen, a su vez, de modo menos o más directo, del conjunto de
condiciones económicas y sociales generadas por la “política de
vivienda” (Bourdieu 2000: 29, trad. nuestra).
Esta
"teoría”, desocializada y deshistorizada, sin embargo, posee
actualmente, y más que nunca, los medios de hacerse verdadera, y de
convertirse en empíricamente verificable. Es un discurso “tan difícil
de combatir porque cuenta con todas las fuerzas de un mundo de
relaciones de fuerza, que él mismo contribuye a hacer como es.
Especialmente, lo hace orientando las decisiones económicas de los que
dominan las relaciones económicas, agregando así su fuerza propia,
propiamente simbólica, a estas relaciones de fuerza“ (Bourdieu 2000 a:
109). Este programa político de acción está acompañado de “un inmenso
trabajo político (negado, por que en apariencia es puramente negativo),
que consiste en crear las condiciones de realización y funcionamiento
de la teoría” (Ibíd). Este implica la destrucción sistemática de las
regulaciones estatales de protección de los Estados nacionales, así
como de los colectivos que obstaculizan el desarrollo del mercado: las
naciones, los grupos de trabajo, las organizaciones por los derechos de
los trabajadores: sindicatos, asociaciones, cooperativas, incluso la
familia, “la cual mediante la constitución de mercados segmentados por
edad, pierde parte importante de su control sobre el consumo (Ibíd:
110).
El objetivo central
es reestructurar el sistema económico para que se aproxime a la
descripción teórica, es decir, se procura crear un sistema que actúe
como una cadena de coerciones sobre los agentes económicos para que se
comporten como corresponde a la dinámica del modelo. Bourdieu muestra
que la extrema movilidad de los capitales en los mercados
internacionales, y la información comparada sobre niveles de
rentabilidad, permiten movilizar los capitales a las áreas de mayor
rentabilidad. Esto crea considerables exigencias a las empresas para
adaptarse a los requerimientos del mercado. Los accionistas pueden
imponer normas a los directivos administrativos, mediante la dirección
financiera, y con ello orientan las políticas laborales de contratación
y salarios. Tiende a generalizarse así un sistema de completa
flexibilidad laboral, mediante un conjunto de procedimientos de
contratación y despidos. Asimismo, la búsqueda de mejorar la
productividad impone la competencia dentro de la empresa, entre sus
filiales, de los distintos equipos, entre las personas, etc. Se
estimula, incluso, la autoexplotación de algunos directivos a los
cuales, siendo empleados, se les hace responsables de las ventas, de su
sucursal, como si fueran "independientes“. A la vez, se emplean
diversas técnicas de administración destinadas a debilitar las
solidaridades colectivas.
El mundo laboral se
vuelve darwiniano y la adhesión al trabajo y a la empresa se basan “en
la inseguridad, el sufrimiento y el estrés“ (Ibíd: 112). Esto sucede en
un contexto de creciente inseguridad, en gran medida generada por “la
existencia de un ejército de reserva de la mano de obra docilizada por
la flexibilización y la amenaza permanente de la cesantía” (Ibíd). Se
muestra la paradoja de un sistema que apela a la libertad de los
individuos, pero que ha establecido la violencia estructural de la
cesantía. De este modo “el funcionamiento armonioso del modelo
macroeconómico, y el principio de motivación “individual” del trabajo
residen, en última instancia, en un fenómeno de masas: la existencia de
un ejército de reserva de cesantes“ (Ibíd). Esta situación genera no
sólo inseguridad sino, frecuentemente, angustia, desmoralización y
conformismo. Este proceso está potenciado culturalmente: hay una
celebración pública del triunfador, el mercado penetra cada vez más las
formas de producción artística, del cine, de las publicaciones, etc.
Tony Andréani ha publicado un notable estudio crítico: Un être de raison. Critique de L’homo oeconomicus.
El texto se inicia con una presentación de las teorías actuales sobre
el tema, especialmente de las concepciones neoclásicas y las teorías de
la acción racional. Andreani dice “querría mostrar en este libro, en
primer lugar, que el homo oeconomicus significa una
construcción intelectual extremadamente poderosa, que está conquistando
todos los espacios del saber y la vida cotidiana, y la cual ha llegado
a ser el horizonte del pensamiento de nuestra modernidad (...), y
también una representación culta, fundada en la economía neoclásica, la
que ha llegado a ser el marco de referencia de toda la economía
contemporánea” (2000: 7, traduc. nuestra). Asimismo, muestra el
carácter abstracto de su racionalidad instrumental. El homo oeconomicus es
un calculador objetivo, que posee la completa información y puede, por
tanto, hacer las combinaciones de bienes según los niveles de
satisfacción. Es un ser aislado que no es afectado por las influencias
sociales (Ibíd: 13). Este consumidor racional maximiza sus
satisfacciones, así como el empresario encuentra la combinación de
factores de capital, medios de producción y trabajo, la cual le permite
el mayor nivel de ganancia.
Andréani explicita
los principales supuestos de esta teoría y los cuestiona. En primer
lugar, es discutible el supuesto de la completa autonomía de los
individuos adultos en sus decisiones en el mercado, ignorando o
minimizando las influencias a que están sometidos. Por ejemplo, “se ha
constatado que existen normas de consumo relativamente homogéneas en el
interior de un grupo social, y diferente de las de los otros grupos”
(Ibíd: 23). Segundo, también es cuestionable el supuesto o principio de
que todos los individuos actúan siempre, movidos por la
búsqueda de su propia satisfacción, por las razones ya indicadas.
Tampoco es evidente que experimentemos niveles de creciente
satisfacción en proporción directa a la cantidad de bienes consumidos.
Más bien, sucede lo contrario, a mayor cantidad de bienes poseídos de
un mismo tipo, la adquisición o consumo de un nuevo bien conlleva un
menor nivel de satisfacción. Por ejemplo, podría plantearse si el
consumidor compulsivo se mueve por el principio del placer o el
principio tanático. Respecto del trabajo, el cual es visto por los
neoclásicos sólo como costo, como sacrificio del tiempo libre, es
necesario considerar otros aspectos que posee como fuente de placer, de
desarrollo de las propias capacidades y de sentido de la vida.
Asimismo, el modelo neoclásico”hace desaparecer las relaciones de poder entre los hombres, para reestablecerlas (ramener)
como relaciones entre los hombres y las cosas” (Ibíd: 30). Tampoco, las
descripciones sobre el comportamiento de los empresarios, generadas
desde esta perspectiva del hombre económico, permiten entender cómo se
produce la ganancia. Las diversas teorías sobre la empresa
invisibilizan las relaciones de poder que en ellas se producen, y que
hacen posible su funcionamiento. La administración es considerada una
función técnica, la que sólo por razones de eficacia se concentra en
ciertas manos.
Andréani ha mostrado que elhomo oeconomicus
no es sólo un modelo explicativo, sino también normativo. Constituye la
base de un amplio discurso ideológico que convoca a actuar según sus
normas. Citando a Francesco Alberoni, muestra que en la sociedad
norteamericana actual el voluntarismo de la economía capitalista de
maximización de los beneficios se ha extendido al terreno erótico y al
amor. La mayor parte de los solteros y los homosexuales concurren a
sitios y espacios, reales o virtuales, que semejan supermercados
eróticos, donde cada cual, si sabe bien lo que busca, puede encontrar
las personas adecuadas a sus expectativas, al menos de las concientes.
También, en las series de televisión norteamericanas se muestran
diversos personajes que buscan ciertos fines, y para ello
intrumentalizan a los otros hasta lograr sus objetivos (Alberoni 1986 y
Andréani 2000: 35 a 37). En este sentido, los medios comunicativos y la
publicidad constituyen una educación refleja permanente orientada a
adecuar las conductas reales al modelo teórico del hombre como
maximizador. Elhomo oeconomicus inspira crecientemente las conductas del homo americanus y del europeus.
La crítica de
Hinkelammert es una de las más complejas y profundas a esta teoría. Se
ha desarrollado durante tres décadas, desde 1970, y es una parte
importante del desarrollo de su pensamiento (Vergara J. 2001). Se
expondrán brevemente algunas de sus principales aspectos. En primer
lugar, cuestiona radicalmente la posibilidad de aplicar el análisis
económico a comportamientos ligados a la lógica de reproducción de la
vida, propuesta por diversos autores neoliberales. Analiza un texto de
Friedman, que ya hemos citado, en el que éste propone a las parejas que
están pensando tener hijos, que consideren los niños como bienes de
consumo, o bien como bienes de capital (Friedman 1966 y Hinkelammert
1977). En el primer caso, el gasto que implica tenerlos es competitivo
con el de una nueva casa, autos o viajes. La pareja deberá evaluar, de
acuerdo al criterio de maximización de satisfacciones, cuál de estos
bienes de consumo le resultaría más placentero. En el otro caso, la
pareja deberá hacer un cálculo de rentabilidad a largo plazo para ver
si le conviene más tener un hijo, comprar otro bien de capital para
trabajar con él, o realizar cualquier otra inversión.
Hinkelammert
sostiene que éste es sólo un ejercicio intelectual. Este cálculo no es
realmente posible, porque no se puede reducir a una medida común tipos
de satisfacciones tan diferentes, y prever qué cantidad de satisfacción
produciría cada opción. Tampoco es posible calcular con precisión el
costo económico de tener un hijo y mantenerlo hasta la adultez.
Asimismo, este análisis parte del supuesto ontológico que los hijos son
bienes económicos. Esta reducción implica una degradación de lo humano,
ya presente en el concepto de “capital humano“ de Friedman. El objetivo
de esta propuesta, según Hinkelammert, no es operativo, sino
ideológico: se busca homogenizar simbólicamente lo social y lo humano
por el “imperialismo de la economía“, por los valores de cambio: “toda
la denigración humana contenida en tal reducción absoluta de todos los
fenómenos humanos a una expresión mercantil, no expresa más que la
denigración que estas relaciones mercantiles significan” (Hinkelammert
1977: 107).
Un segundo nivel de
crítica, se refiere a la teoría de la competencia perfecta de los
neoclásicos, que es la base de la concepción del mercado de los
neoliberales. Tempranamente, a comienzo de los setenta, Hinkelammert
advierte ya que la afirmación de estos autores de una tendencia al
equilibrio de los factores en el mercado no ha sido probada (1970).
Cita al propio Hayek, que a mediados del siglo pasado, dijo que no se
sabía como operaba dicha tendencia. Sin embargo, sostuvo que era una
tarea central de la ciencia económica probar su existencia, puesto que
a los hombres actuales ya no les bastaba con la afirmación de Smith de
la existencia de “la mano invisible de la Divina Providencia“ (cit. por
Hinkelammert 1970).
Posteriormente, en su Crítica de la razón utópica,
Hinkelammert hace suya la crítica del economista Oskar Mongenstern.
Este investigador descubrió que, en la teoría de la competencia
perfecta, el supuesto de la previsión perfecta o conocimiento perfecto
de cada actor económico de la conducta de los otros, conduce a una
“paradoja insoluble“ (1984). Si fuera posible calcular “los efectos del
comportamiento futuro propio sobre el comportamiento ajeno futuro y
viceversa“ en una cadena sin fin, entonces se produciría la
paralización de los actores, y no sería posible ninguna competencia
(Ibid: 71). Por ejemplo, si cada jugador de ajedrez pudiera prever,
antes de comenzar un partido, la respuesta que tendrá su opositor
frente a cada jugada que haga, y viceversa, el juego no sería posible.
El partido se puede jugar, si y sólo si cada uno de los jugadores
carece de conocimiento perfecto de todas las consecuencias de su
acción, y de la respuesta del otro.
Hinkelammert ha
extendido la argumentación de Mongenstern. Ha mostrado que el concepto
de competencia perfecta, por los supuestos que contiene, y por su
carácter mismo, es un concepto-límite no empírico, que sólo puede ser
pensado, pero nunca realizado, aunque todas las condiciones fueran
favorables. Por ello, es que es un concepto radicalmente utópico, y
autocontradictorio, puesto que en una situación de “competencia
perfecta nadie compite. El proceso social de la competencia mercantil
presupone que la competencia no sea perfecta. Si fuera perfecta no
habría razón para competir (...). La competencia empírica como proceso
real puede muchas cosas, excepto una aproximación lineal a la
competencia perfecta; es decir, lo que no puede es producir una
tendencia al equilibrio (...). No puede haber tal tendencia porque el
equilibrio es lo contrario de la competencia. Competencia es
desequilibrio“ (Ibíd: 61).
En sus libros
posteriores, Hinkelammert ha enriquecido y complejizado su crítica a la
teoría neoliberal. En el último de ellos, muestra que dicha teoría está
a la base de la lógica de las decisiones económicas, las cuales se
guían exclusivamente por los criterios de eficacia, entendida como
maximización de la rentabilidad (2001). Esta es una lógica de
racionalidad fragmentaria, incapaz de percibir los efectos indeseables
y destructivos de sus acciones. En su intento de realizar el mercado
total es completamente incapaz de comprender los límites ambientales
del crecimiento económico, así como los límites sociales y
psicosociales. Desde la perspectiva de la racionalidad instrumental
economicista no puede determinarse el límite de resistencia de la
realidad humana o natural que se está interviniendo. Sólo puede
conocerse dicho límite cuando se lo ha traspasado: cuando se han
producido efectos ambientales y de desestructuración social
irreparables (Hinkelammert 2001 y Vergara 2002).
Los neoliberales
consideran cualquier cuestionamiento –sea desde la lógica reproductiva,
a partir del principio de respeto de toda forma de vida, desde la
necesidad de la solidaridad y de la equidad social, o la propuesta de
disminuir las crecientes formas de exclusión social-, como un obstáculo
al desarrollo del mercado, y buscan ignorarlo o anularlo. De este modo,
la aplicación incondicionada de la lógica mercantil, unida a la de la
eficacia tecnológica, están produciendo una creciente destructividad
ambiental y de la sociabilidad. Hinkelammert recuerda la idea de Popper
y la hace extensiva a “las reformas estructurales“ neoliberales: el
intento de realizar la utopía del mercado total está produciendo el
infierno.
Hinkelammert ha
mostrado que el efecto de verdad de la utopía neoliberal se basa,
asimismo, en los condicionamientos y disciplinamientos de la
publicidad, como de la desestructuración y exclusión de toda
alternativa que hace aparecer la sociedad de mercado neoliberal como el
único orden social posible. Propone analizar la publicidad como un
conjunto de mitemas, en el sentido expuesto por Levi-Strauss en Antropología estructural.
“Los mitemas conforman un mito total, pero explícitamente no lo revelan
en ninguna parte. Son comprensibles a partir de la construcción
reflexiva del mito total“ (Hinkelammert 2001: 124). La publicidad
convierte en filosofía popular las ilusiones y expectativas que ofrece
el mercado. La publicidad mitifica las mercancías, ofrece la
realización de los sueños, revive el mito del progreso ligándolo al
progreso técnico, y al bienestar de la humanidad. Es un mito que surge
desde los distintos actores económicos y que mitifica el propio mercado.
Asimismo, la utopía
neoliberal del mercado total busca legitimarse presentándose como el
único orden social posible. Incluso, sus representantes económicos o
políticos pueden reconocer algunos efectos indeseables y destructivos
del mercado, pero afirman de inmediato de que no hay otra posibilidad.
Hinkelammert asevera que no es que no haya alternativas posibles, lo
que sucede es que el sistema las hace imposibles (2001).
Reflexiones sobre las críticas a la utopía neoliberal
Podrían hacerse muchas reflexiones
sobre la crítica a la utopía neoliberal. La primera es que estos
cuestionamientos afectan al núcleo central de esta teoría, e implican
la crisis del paradigma neoliberal, usando la terminología clásica de
Kuhn y Lakatos. Sin embargo, los autores neoliberales no han respondido
a las importantes críticas que se han formulado a su teoría desde los
años cuarenta del siglo pasado, las cuales se han ampliado y
diversificado en las últimas décadas, con Jacques Attali, Raúl
Prebisch, Jorge Millas, Crawford Macpherson y muchos otros. La vigencia
del neoliberalismo, pese a su evidente crisis teórica -de modo análogo
a lo que sucedió con el paradigma tolomeico, según Kuhn-, se debe en
mucho mayor medida a razones políticas y económicas, que a la
consistencia de su teoría (Kuhn 1973). Su apariencia de verdad se
genera por la acción conjunta, como lo han visto Bourdieu y
Hinkelammert, de las prácticas que transforman la realidad social para
aproximarla a la teoría, al efecto de la publicidad, de la industria
cultural y, en general, de la cultura norteamericana. Los procesos de
modernización neoliberal que están sufriendo la mayoría de las
sociedades, incluidas las europeas, han sido acompañados, y no por
casualidad, de procesos intensos de aculturación, de
“norteamericanización cultural”. El proceso económico, político y
cultural de Estados Unidos ha desempeñado una profunda influencia en el
desarrollo y características de la teoría neoliberal. Por ello, es que
Hayek dedica su principal obra Los fundamentos de la libertad:
“A la desconocida civilización que se está desarrollando en América”
(1959: 5). Podemos decir que la crítica al neoliberalismo no puede
limitarse a mostrar las inconsistencias y debilidades de su teoría;
debe extenderse a las condiciones sociales y culturales ligadas al
proyecto neoliberal.
Bourdieu ha
mostrado de manera notable como los políticos, economistas y
empresarios neoliberales intervienen la realidad para intentar hacerla
coincidir con su modelo abstracto, y a pesar de que dicen buscar
realizar la libertad individual han creado un vasto sistema de
coerciones laborales, económicas y simbólicas cada vez mayores. Estas
conducen a una situación de maximización de la explotación y de
subordinación de los empleados a los empleadores. Si Bourdieu hubiera
analizado las situaciones laborales en los países del Tercer Mundo su
tesis se hubiera reforzado, puesto que éstas van en creciente
deterioro, y se potencian por la presencia de otras formas de coerción.
Por ejemplo, el bajo nivel promedio de salarios que obligan a una
generalizada autoexplotación de los trabajadores llamados
“independientes“. Este nivel de salario obliga a las personas, en
varios países latinoamericanos, a tomar dos empleos, o a endeudarse con
bancos y casas comerciales, y crea con ello nuevas formas de
subordinación. Bourdieu pensó que la utopía neoliberal era posible y
describió lo que creyó que era el proceso de su realización. Se podría
complementar su análisis mostrando que la máxima explotación del
trabajo está contenida como posibilidad en las políticas económicas
recomendadas por la teoría neoliberal.
Para Hayek y otros
autores el valor económico del trabajo estaría (aún) distorsionado en
favor de los asalariados por la acción de las organizaciones sindicales
y del Estado, los cuales tienden a establecer salarios mínimos y, en
general, a rigidizar el mercado del trabajo. Su propuesta explícita es
la anulación de todas las normas de la legislación laboral que puedan
favorecer a los asalariados, pues ellas atentan contra el principio de
igualdad ante la ley, estableciendo discriminación positiva e
injustificable para los asalariados, basados en la errónea y peligrosa
creencia en la justicia social. Hayek convoca al Estado y de las
empresas a emprender una decidida política destinada a debilitar el
movimiento sindical, a fragmentarlo, e impedir que pueda tener
incidencia real en el nivel de salario. La completa liberalización del
mercado de trabajo permitirá, según los neoliberales, que los precios
de éste se fijen sólo por el juego de la oferta y la demanda, evitando
las actuales distorsiones (Hayek 1960).
Esto implicaría
bajar gran parte o todos los salarios, de una parte, y de otra, un
aumento de ganancia de los empleadores. Como se mostró, para los
neoliberales no existen necesidades humanas básicas, como lo pensaba
Adam Smith, las cuales establecieran un límite objetivo al descenso de
los sueldos. Más aún, Hayek, en su última obra, reiteró su opinión que
los que no consiguen acceder al mercado de trabajo y al consumo no
tienen ningún derecho frente a la sociedad: “no todos los seres
vivientes tienen derecho a seguir viviendo“ (Hayek 1988: 227). Sin
embargo, este aumento de la ganancia del sector empresarial, por los
automatismos del mercado, será de beneficio futuro de los empleados.
Hayek supone que los empresarios aumentarán su nivel de inversión
productiva, entonces se crearán nuevos empleos, aumentará la demanda y
subirá el valor del trabajo. Esta optimista proyección está basada en
la confianza ilimitada de los neoliberales de que a largo plazo el
mercado libre siempre traerá mayor bienestar. Es obvio que en el actual
contexto de globalización económica esta argumentación ha quedado
obsoleta. Actualmente, la mayor concentración de ingreso en los
sectores empresariales no garantiza un aumento de la inversión
productiva, pues gran parte se destina al capital especulativo.
La factibilidad de
la utopía neoliberal, cualquiera sea la forma que se la entienda, como
“mercado total” o “totalitarismo mercantil” (Hinkelammert); como el
reinado de la racionalidad formal y la supresión de la política
(Lechner); como la máxima explotación del trabajo (Bourdieu), o de
otros modo, es un tema controvertible para los propios críticos del
neoliberalismo. Como se ha mostrado, la posición de Bourdieu es
distinta de la de Hinkelammert. Estas posturas se basan en dos
concepciones distintas de utopía. En la de Bourdieu se reconoce la
influencia de la teoría de Mannheim de la utopía que sería un proyecto
social no realizado aún; en cambio, Hinkelammert se basa en el concepto
de Popper: la utopía es aquello que jamás puede realizarse, -porque sus
conceptos son sólo entes de razón, que pueden sólo ser pensables-, que
aunque todos estuvieran de acuerdo en intentarlo, y el pretender
realizarla produce resultados indeseables y destructivos. Las
consecuencias de ambos posturas son también diferentes. En un caso,
queda abierta la posibilidad al argumento neoliberal: los sacrificios
que conlleva la realización de la competencia perfecta podrían llegar a
ser compensados, en un futuro indeterminado, por los efectos positivos
de su plena realización. Para Hinkelammert, en cambio, esta posibilidad
argumental está cerrada: los efectos negativos e indeseables de
políticas neoliberales son permanentes y se profundizan con el tiempo,
porque nunca se puede alcanzar la competencia perfecta.
El análisis del
carácter utópico de la teoría neoliberal no excluye ni es
contradictorio con el examen del discurso neoliberal como ideología.
Como se sabe, Mises y Hayek insisten que sus propuestas no corresponden
sólo a los intereses particulares de los empresarios y sectores
financieros, sino que traerán bienestar para todos (Mises 1927 y Hayek
1960). Hinkelammert, -haciendo suya la interpretación de Horkheimer y
Adorno del concepto de ideología de Marx-, considera al neoliberalismo
como una ideología puesto que apela a intereses generales de la
sociedad (Adorno y Horkheimer 1966: 183-205, y Hinkelammert 2001). Su
carácter ideológico se expresa en que los neoliberales actuales intenta
legitimar decisiones económicas y sociales, en la teoría neoliberal,
por ejemplo la de privatizar empresas públicas (Vergara J. 2003). Se
dice entonces –en nombre de la teoría neoliberal-, que las funciones
empresariales corresponden al mercado y no al Estado; las empresas
públicas serían casi siempre deficitarias; serían fuente de corrupción
y de clientelismo político; serían ineficientes; carecerían de
capacidad de inversión y crecimiento; es necesario aumentar los
espacios del mercado; las privatizaciones serían un requisito necesario
para tener una economía abierta y globalizada; su venta sería necesaria
para financiar el gasto social, etc. De este modo, el discurso
neoliberal es usado en el espacio público incluso por quienes no creen
que dichas medidas sean de bien común, o de interés general, pero que
están interesados en que se apliquen.
El carácter político de la utopía neoliberal
Finalmente, se
mostrará el carácter político de la utopía neoliberal. Esta
interpretación crítica se basa tanto en planteamientos de los
fundadores del neoliberalismo, Mises y Hayek, como en los análisis de
algunos de sus críticos más importantes: Lechner, Hinkelammert y
Forrester. Puede considerarse el libro Liberalismo de Ludwig
von Mises de 1927 como la obra fundacional del neoliberalismo, pues en
ella se dice que el liberalismo “es un programa político y jamás se
permitió al liberalismo funcionar en su plenitud” (1927: 19). Mises
sostiene que su discurso difiere en aspectos importantes del de los
clásicos; considera a la sociedad regida por la división del trabajo y
orientada por la actividad económica; caracteriza la libertad como
negativa; afirma el principio de la autorregulación del mercado;
cuestiona el “intervencionismo estatal” el cual produciría siempre
resultados indeseables contrarios a los buscados; declara que “el
capitalismo es el único sistema viable”; afirma que el socialismo es
económicamente imposible.
Por su parte, Hayek, tempranamente,
en su estudio “Individualismo: el verdadero y el falso”, caracteriza
sus investigaciones como la búsqueda de “una filosofía social completa
y coherente que constituya una ayuda definitiva para la solución de los
problemas de nuestra época” (1946: 316). Posteriormente, califica su
propuesta de un nuevo orden constitucional como “utopía política“.
Dicho modelo político puede interpretarse como un intento de consolidar
la lógica de mercado mediante el sistema legislativo, y evitar las
distorsiones que introducen los políticos. Pero, también implica un
intento de traspasar directamente el poder político a la elite del
mercado, puesto que haciendo suya la idea de Locke el poder político
consiste en el poder de legislar. Por ello, es que el neoliberalismo no
es un proyecto de restaurar el poder de una minoría que lo habría
perdido con el desarrollo del Estado de Bienestar y la democracia de
masas, sino de concentrar el poder económico y político en una sola
elite, a la vez económica y política.
En ese sentido, puede decirse que
esta utopía está inspirada en el sistema político norteamericano en el
cual, históricamente, ha sido muy estrecha la relación entre dirigentes
políticos y empresarios. En este sentido, tiene razón Lechner: la
utopía neoliberal conlleva el fin de la política como debate sobre los
modos posibles de organizar la sociedad y de tomar las decisiones
colectivas. La política se convertiría en mera administración del único
y definitivo orden social.
Los ideales de la
impersonalidad del mercado y del estado de derecho según Hayek sólo
pueden lograrse si se “derroca la política“; entendida ésta como un
subsistema autónomo del económico, con una lógica de poder que no
coincide y que es divergente o contradictoria con la lógica del
mercado, como lo muestran Ritter y Lechner. Cree que sólo así podrían
restablecerse las condiciones del pleno funcionamiento de éste. Dicho
derrocamiento de la política requiere que una nueva elite reemplace a
la anterior, y ésta sería la neoliberal. De ahí que los neoliberales
actúen como un “partido político” exclusivo, de “vanguardia“, que reúne
empresarios, políticos, economistas y otros profesionales. Este es un
partido trasversal, una “minoría consistente”, cuyos miembros
pertenecen a distintos partidos, a la administración del Estado, a las
fuerzas armadas, las iglesias, los medios comunicativos, los organismos
internacionales, especialmente los crediticios y la Organización
Mundial de Comercio, y a diversas organizaciones. De ahí la importancia
que asume la creación de centros neoliberales de los “Centros de
Estudio” (Thinks Tanks) en casi todos los países. Esta elite está unida por sus comunes “ideales liberales“, por su común pertenencia a la “Bussines Class” y a la llamada “clase política“.
Desde la
perspectiva neoliberal, no hay contradicción entre los ideales de la
impersonalidad del mercado y del estado de derecho, entendido como
gobierno de las leyes y no de los hombres, con la concentración del
poder en la elite del mercado. Ella sería una clase excepcional: “la
clase universal“, que representaría los intereses de la sociedad en
conjunto, puesto que sus intereses serían inmediatamente universales.
Reaparece aquí una idea fundante del liberalismo en el siglo XVII, como
lo mostró Laski; la tesis de la armonía preestablecida entre los
intereses de la elite burguesa y de la sociedad, la convicción de que
lo que lo adecuado para el sector empresarial constituye el bien común
de la sociedad (Laski 1936). La elite del mercado sería la única capaz
de comprender profundamente, mediante su personal knowledge,
las leyes abstractas que rigen la vida social. Su poder no sería
arbitrario, sino plenamente legítimo porque sería la expresión y
manifestación de las leyes objetivas que rigen la sociedad. El origen
de estas concepciones se encuentra en la concepción de democracia
censitaria y elitista de Locke, pero su fuente más directa es la
concepción leninista y estalinista del partido revolucionario.
Forrester (2000) y Hinkelammert
(2001) ha destacado la notable similitud entre la estructura teórica
del neoliberalismo y del estalinismo, aunque no han analizado dicha
relación. El neoliberalismo y el estalinismo se parecen en que son
economicismos radicales en los cuales los seres humanos no valen por sí
mismos, sino en cuanto sirven para desarrollar las fuerzas productivas,
o bien en cuanto son útiles al mercado, o son valorados por éste. En
ambos casos se afirma que existe una clase social cuyos intereses son
inmediatamente universales y coinciden axiomáticamente con los de la
sociedad. En el primer caso, dicha clase era la de los representantes
del proletariado -el Partido Comunista y, especialmente, la
nomenclatura-, en el otro, la clase empresarial, the Bussiness Class.
Asimismo, ninguna de estas dos concepciones reconocen la totalidad de
los derechos humanos, sino sólo algunos, en un caso parcialmente los
sociales, y en el otro, principalmente, los políticos e intelectuales.
En ambos casos, se trata de teorías objetivistas o positivistas, aunque
con contenidos diferentes, basadas en la creencia en las leyes
objetivas de la historia, cuyo cumplimiento es inexorable, a las cuales
no puede oponerse la voluntad humana. Comparten una similar
representación de la crisis actual como situación límite intolerable,
en la cual las mayorías están degradadas y no son capaces de comprender
su situación de servidumbre. La única posibilidad reside en que la
elite que conoce dichas leyes logre guiar a las masas hacia la
superación de la crisis y liderar la construcción de un nuevo orden de
prosperidad, armonía y libertad. Para lograrlo las mencionadas elites
deben “tomar el poder”, concentrarlo en sus manos y aplicar
rigurosamente las “transformaciones estructurales” necesarias. Las dos
buscan legitimarse mediante utopías economicistas. En el estalinismo
fue la del pleno desarrollo de las fuerzas productivas, y en el
neoliberalismo es la de “el mercado total” (Hinkelammert 1984 y 1987).
Sin embargo, hay diferencias significativas que habría que analizar en
su concepción del Estado, del mercado, sobre el modo que se ejerce la
coerción, los márgenes de libertad tolerables y otros temas.
En este sentido, se refuerza la tesis
de Hinkelammert de que éste es un nuevo totalitarismo, “al cual nada ni
nadie puede escapar“(1977: 107), no sólo porque quiere realizar “el
imperialismo de la economía“, sino porque dicho totalitarismo
corresponde al concepto clásico del poder total para la elite del
mercado. El ideal del estado de derecho, como soberanía de las leyes,
se convierte para los neoliberales en el gobierno de los únicos hombres
que pueden legislar, en una teoría de soberanía no sólo del mercado,
sino de la elite empresarial; y la impersonalidad del mercado requiere
la personalización de su administración política en la elite
política-económica.
La teoría neoliberal fue elaborada
entre los años veinte y sesenta del siglo pasado en un mundo de Estados
nacionales donde la internacionalización del mercado mundial y de la
creación de bloques políticos requería de Estados fuertes. Sin embargo,
se ha convertido en la filosofía política de la nueva fase de los
procesos de globalización en la que se han creado nuevas formas de
poder internacionales (Hinkelammert 2001). Como lo muestra Viviane
Forrester, ya no sería necesario concentrar el poder de legislar en la
elite nacional del mercado (2000). La aplicación radical del modelo
neoliberal en un contexto de globalización económicopolítica ha creado
“una extraña dictadura” en la cual los poderes políticos de los Estados
nacionales están supeditados a poderes supranacionales institucionales,
como el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial de
Comercio, y fácticos como las trasnacionales.
Este nuevo totalitarismo, esta
“extraña dictadura” no requiere de un líder carismático, ni un partido
político de masas, como en Unión Soviética y en la Alemania nazi.
Incluso, puede tolerar ciertas formas de disidencia y no requiere
emplear todo el poder del Estado para reprimir cualquier forma de
pensamiento que no sea funcional al sistema. Emplea de modo intensivo y
diversificado todos los medios de comunicación, y de producción y
difusión de representaciones, para difundir un “pensamiento único”,
mediante una propaganda intensiva y diversificada de internalización de
la ideología neoliberal que justifica y presenta como racional la
creciente irracionalidad del sistema (Forrester: 2000). Sin embargo,
éste es solo uno de los mecanismos de disciplinamiento, pues como lo
han mostrado otros autores, los discursos de los grupos de poder no son
sólo pensamientos ideológicos que apelan a intereses generales, sino
también incluyen pensamientos cínicos los cuales no pretenden
justificar, sino son explícitos discursos de poder (Hinkelammert 2001).
Por ejemplo, cuando los empresarios amenazan con cerrar las fábricas o
llevarse sus capitales si un gobierno cambia el sistema impositivo,
dichos enunciados ya no son ideológicos, no apelan a ningún interés
general, sino que son una expresión desnuda y cínica de coerción.
Más aún, el compromiso de los
individuos con el sistema actual, pese al creciente malestar frente al
mismo, se reproduce mediante otras vías que no pasan por la persuasión,
sino por mecanismos fácticos, por el condicionamiento económico, y la
conquista de la subjetividad. Se trata de formas de “hegemonía fáctica”
(Lechner 1984 y 1996). Estos son la publicidad, el endeudamiento
privado, la alienación en el consumo, la evasión televisiva y otros
(Vgr. Alberoni 1986, Andréani 2000, Bourdieu 1998 a y b, y Hinkelammert
2001).
Forrester muestra que este “totalitarismo mercantil” tiene su regla de oro, su dictum implacable
en la búsqueda de la maximización de la ganancia. Este es un tema
apenas mencionado, y las grandes decisiones públicas y privadas se
justifican por la búsqueda de la eficacia, la competitividad, las
necesidades de racionalización, y otros objetivos de interés general.
Pero, tras esta retórica se encuentra la búsqueda de esta maximización.
“Este es el principio mismo a partir del cual- y en cuyo beneficio
opera el sistema imperante, sin que jamás aparezca al vista ni, a fortiori,
sea puesto en tela de juicio: la reflexión indicaría que es demasiado
despreciable, pueril, para ser cierto. Sin embargo, nada podría ser más
real. Es el efecto de droga, de insaciabilidad, esa voracidad
maniática, ávida de lo superfluo son los que destruyen el sentido de
multitudes de vida y generan ese sufrimiento innarrable que consume,
altera y destruye una masa de destinos, cada uno de ellos vivido por
una persona singular, una conciencia única, en carne viva, una y otra
vez” (Forrester 2000: 24).
Esta interpretación no se contrapone
a aquellas que ven en el neoliberalismo una utopía económica, pues sin
duda que lo es; pero dicha utopía es a la vez política: un
totalitarismo mercantil basado en la creencia del automatismo del
mercado, así como otros totalitarismos pretendieron basarse en los
mitos de las leyes dialécticas de la naturaleza y la historia, o de la
raza superior. Esta interpretación concede especial importancia a la
tarea crítico política, puesto que la lucha contra el neoliberalismo no
es sólo una oposición a un modelo político excluyente, sino a la vez la
lucha contra una minoría de poder que busca reestructurar todas las
sociedades a la medida de sus intereses, supuestos y utopías.
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