Clodovis Boff ha acumulado muchos méritos en el ámbito de la Teología
de la Liberación (TL). Produjo una reflexión de aliento sobre el
método de la teología, sobre la eclesiología de las comunidades
eclesiales de base y su relevancia para la renovación de las pesadas y
tradicionales instituciones de la Iglesia Católica. Produjo también
algunos trabajos de pedagogía popular que causaron admiración a Paulo
Freire. Fiel a las intuiciones de la TL, durante 10 años trabajó
generosamente, en las CEBs de Acre, dedicando seis meses a impartir
cursos populares, subiendo y descendiendo por los ríos para visitar
los pueblos de la selva; los otros seis meses los dedicaba a la
enseñanza y la producción teórica en la PUC de Río de Janeiro.
En los últimos tiempos se ha notado un cierto retroceso en su
actividad y reflexión, por razones que sólo él conoce. El texto que
analizaremos se llama "Teología de la Liberación y vuelta al
fundamento"; fue publicado en el número especial de la Revista
Eclesiástica Brasileira de octubre de 2007 (fascículo 268 de la REB),
dedicado al análisis de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano
y Caribeño, en Aparecida, revela rasgos claros de este retroceso.
En la parte que aborda la modernidad demuestra un pesimismo cultural
también presente en muchos grupos de Iglesia, especialmente en
importantes sectores de El Vaticano. Tienden a ver más el lado oscuro
de la modernidad que los desafíos que deben ser asumidos y pensados.
Esto no es bueno para la tarea de evangelización tal y como nos la
enseñara la Gaudium et Spes del Vaticano II y Juan XXIII en la Pacem in
Terris (1963). En ellas se dice que en las ideologías y movimientos
histórico-sociales, primero debemos estar atentos a las búsquedas de
los seres humanos que en ellos se expresan, que deberán ser
interpretadas por los cristianos con apertura y corazón abierto. En
principio, es importante recoger todo lo bueno que existe en ellos y
solamente después proceder a la crítica reflexiva. El presupuesto es
que la gracia y el Resucitado están en acción en el mundo, y sería
blasfemar contra el Espíritu Santo admitir que los modernos solamente
pensaron errores y equivocaciones. Pero no parece no ser ésta la
opción de Clodovis. Las sombras dominan sobre las eventuales luces,
facilitando el rechazo. Por el contrario, cuando se refiere al texto de
Aparecida, muestra un optimismo ingenuo y un entusiasmo verdaderamente
juvenil, sin darse cuenta del esquematismo y el ahistoricismo de la
cristología y la eclesiología, tan bien señaladas por José Comblin en
este mismo número de la REB (pp. 875-880).
Hablando directamente, el texto de Clodovis causa perplejidad y
perturbación. La cosa no puede ser de la manera en que él la expone y
critica. Seguramente la mayoría de los teólogos de la liberación que
conozco no se sentirán reflejados en su texto. Además, el autor asume
una postura magisterial que le vendría mejor a las autoridades
doctrinales que a un teólogo, frater inter fratres.
1. Cui prodest? ¿A quién interesan las críticas?
Los cuestionamientos que haremos no se restringen a una polémica
intrasistémica a la teología, siempre necesaria y útil para la
profundización de estas cuestiones. También la haremos. Dichos
cuestionamientos recogen también la preocupación por una política
eclesiástica represiva que se sentiría bien respaldada por las críticas
contundentes desarrolladas por Clodovis Boff contra la TL en su
conjunto, sin preocuparse por diferenciar los diversos tipos de TL,
india, negra, femenina, ecológica y otras, con sus correspondientes
prácticas que se quieren liberadoras.
Es por todos sabido que este tipo de teología fue vigilada e incluso
perseguida por los poderosos de la sociedad y por el Vaticano, que
sospechaba era una especie de caballo de Troya mediante el cual se
introduciría el marxismo en América Latina. Sin embargo, es una de las
pocas teologías que produjo cristianos que fueron encarcelados,
secuestrados, torturados y asesinados en varios países
latinoamericanos, en los que estaba y sigue estando activa.
Mi temor es que las críticas de Clodovis Boff a la TL proporcionen a
las autoridades eclesiásticas locales y romanas las armas para
condenarla nuevamente y, quizás, desterrarla definitivamente del
espacio eclesial. Como las críticas devastadoras provienen de dentro,
de uno de sus más reconocidos formuladores, pueden emplearse para esta
lamentable tentativa.
La impresión que provoca su argumentación es la de alguien que se
despidió y ya emigró de la TL, de aquella "que existe realmente", que
en realidad es la única que existe y se practica en las Iglesias. Esta
teología es atacada en su núcleo definidor porque cometió, según
Clodovis, un "error de principio, grave por no decir fatal... fallo
'mortal' que, llevado a término, acaba con la muerte de la TL" (REB
1004 e 1006).
Ese error fatal pásmense es el haber colocado al pobre como "primer
principio operativo de la teología", o el haber sustituido a Dios o a
Cristo por el pobre (REB 1004). Afirma incluso que "el error de
principio sólo puede tener consecuencias funestas". Alude a la
contaminación en marcha de toda "pastoral de liberación", en
particular las "pastorales sociales". Por causa de este error fatal se
instrumentalizó la fe, haciéndola caer en el utilitarimo y en el
funcionalismo, se ocasionó su enredo con la modernidad
antropologizante y secularista, poniendo en riesgo la identidad
cristiana "en el plano teológico, eclesial y de la propia fe" (REB
1007). Tales acusaciones son de gran importancia y nos recuerdan los
textos acusatorios de los enemigos más agudos de la TL en los años 80
del siglo XX. ¡Y con razón!
Nos preguntamos entonces ¿por qué, si se trata de un árbol tan malo, el
autor se refiere varias veces a los "valiosos frutos" de la TL (REB
1011 passim)? Va más lejos al sustentar que "gran parte de la TL se
incorporó naturalmente en la teología... y forma parte del discurso de
la Iglesia, en general" (REB 1021). ¿No son contradictorias estas
afirmaciones, que brotan de una raíz y de un tronco contaminados que
hacen que los buenos frutos "acaben deteriorándose con el tiempo" (REB
1006)"
Al mismo tiempo, confiesa con cierta compasión que "no pretende refutar
esa corriente, sino reubicarla en sus fundamentos originales, pues
sólo así podrá salvarse" (REB 1011). Para mí esta pretensión equivale
a decir: "Mi hermano, voy a apuñalar tu corazón pero quédate
tranquilo, es para tu salvación", como si la puñalada no hiriera
mortalmente el corazón.
Su posición es agradable para los oídos de aquellos que, distanciados
del mundo y del sufrimiento de los pobres, aborrecen esta teología.
Refuerza el intento de aquellos que en la sociedad y en sectores del
Vaticano quieren verla muerta o impiden que sea estudiada, o prohíben
que se haga referencia a ella para la práctica pastoral con los
pobres y marginados.
Ocurre con Clodovis Boff lo mismo que pasó con cierto ministro de
Estado. Fue al Parlamento y anunció: "Es preciso acabar con la idea de
que la Amazonía debe ser mantenida como un santuario para el deleite de
la humanidad". "Debemos llevar el desarrollo a aquellas áreas". Todos
saben que el modelo actual de desarrollo es de puro crecimiento
material a cualquier costo, implicando la deforestación y grandes
quemas, con el consecuente calentamiento climático de la Tierra.
Inmediatamente los madereros, ganaderos y plantadores de soya apoyaron
al Ministro diciendo: "finalmente alguien que nos entiende y tiene
ideas adecuadas y modernas para la Amazonía". Los ambientalistas se
preocuparon y lo criticaron duramente, denunciándolo como enemigo de
la naturaleza y de la vitalidad del Planeta.
Podemos imaginar que los que condenaron a Jon Sobrino (Clodovis aprueba
la Notificación romana), a Gustavo Gutiérrez, a Ivone Gebara, a Marcelo
Barros, a José María Vigil, a Juan José Tamayo, a Castillo, a Depuis y
a Küng, entre otros, se acercarán a Clodovis y le dirán satisfechos y
con el pecho inflado de fervor doctrinal: "Bravo, hermano. Al fin
alguien que tiene el coraje de desenmascarar las equivocaciones y los
graves y fatales errores de la TL".
Con igual coraje me siento urgido a decir lo contrario: estas
contundentes críticas suyas no hacen justicia a la "TL que existe
realmente", generan inseguridad en los agentes de pastoral y confusión
en los pobres que siempre vieron en esta teología una fuente de
esperanza y de motivación para el compromiso liberador. Como se ha
dicho: "podemos irritar a los poderosos, más no podemos nunca
defraudar a los pobres".
Por eso, juzgo que esta posición de Clodovis tiene que ser refutada con
argumentos bien fundados, por ser equivocada, teológicamente errónea y
pastoralmente dañina. No sólo por intereses de la pastoral y de
política eclesiástica, sino por razones internas de la teología. En mi
opinión, sus insuficiencias teóricas y teológicas son tantas que
invalidan el peso de sus argumentos. Depende más de una teología
aristotélicopagana y neoescolástica, rigurosa en su método pero en el
fondo formalista, incapaz de dar cuenta del desafío que los pobres
representan para el pensamiento y para la práctica cristiana. Los
pobres aparecen siempre como un tema entre otros, algo secundario, de
segundo orden y un principio secundum quid, cosa que no se sustenta
cuando tomamos en serio el mensaje y la práctica del Jesús histórico y
de los Apóstoles. Por eso, este modo de estructurar el método teológico
corre el riesgo de condenar la Iglesia y la teología a la irrelevancia
histórica y a la esterilidad pastoral.
Nos parece que no es la TL la que debe "regresar a sus fundamentos"
(REB 1001), sino la teología de Clodovis Boff, a fin de que él vuelva
al primer amor.
Hay tres ausencias que quitan sustentabilidad a su reflexión: la
ausencia de una adecuada teología de la encarnación; la ausencia del
sentido singular del pobre brindado por la TL; y la ausencia de una
teología del Espíritu Santo. En cada parte seremos breves, porque las
materias son, en gran parte, conocidas.
2. Ausencia de una teología de la encarnación
¿Qué nos dice la tradición dogmática sobre la encarnación? Que el Hijo
de Dios dejó su trascendencia y asumió en Jesús de Nazaret la
naturaleza humana en situación de "carne", es decir, limitada,
vulnerable y pobre. A partir de la concepción en María por la fuerza
del Espíritu, aquella humanidad comenzó a pertenecer a Dios de forma
"inconfundible, inmutable, indivisible e inseparable", siendo Jesús,
al mismo tiempo, "verdaderamente Dios y verdaderamente hombre"
(Calcedonia año 451). Pero la encarnación no se limita solamente a
Jesús. Comenta la Gaudium et Spes: "Por su encarnación, el Hijo de
Dios, se unió de algún modo a todo hombre" (n. 22). Todo hombre está
formado por los mismos elementos del universo, forjados hace billones
de años en el corazón de las grandes estrellas rojas. Por eso es parte
de nuestro sistema cósmico que también fue tocado por la encarnación.
Jesús no sería salvador universal si no salvase también el universo que
de alguna forma asumió.
Como encarnado, el Hijo estaba limitado al espacio y al tiempo
palestino. Por la resurrección rompió todas las limitaciones y se
transformó en el "nuevo Adán" (1Cor 15,45). De sárquico (la forma de
ser del humano, débil y mortal) él se transformó en pneumático (la
forma de ser de Dios). "El señor es Espíritu" (2Cor 3,17), es decir,
por la resurrección manifestó en sí el modo de ser propio de Dios, que
es ser Espíritu de vida.
De acuerdo a las reflexiones del prólogo de san Juan y de las epístolas
paulinas a los Efesios y Colosenses, queda claro que el Cristo
adquirió dimensiones cósmicas por la encarnación y la resurrección.
Él es "todo en todas las cosas" (Col 3,11): el pleroma, la cabeza del
cosmos y de la Iglesia (cf. Col. 1,16-18; Ef 1,10).
La encarnación no debe ser entendida como un evento metafísico
ahistórico (dos naturalezas), si-no como un proceso de asunción de la
totalidad de la vida de Jesús en la persona del Hijo. El Hijo se
encarna en una cultura, un lenguaje, una familia, una profesión
(artesano y campesino mediterráneo), en una determinada religión. Como
dijo Benito XVI en el discurso inaugural de la V CELAM en Aparecida:
"El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también
historia y cultura" (n. 1). Y nosotros añadiríamos, con los avatares
que están allí implicados.
Enfrentó conflictos y persecuciones. Opuso el Reino de Dios al Reino
del César, lo que significaba un crimen de lesa majestad, confrontó la
religión de amor y de perdón con la religión de la ley y la cobranza.
Su muerte no fue simplemente un acto de donación, sino resultado de un
tipo de predicación y de práctica que suscitó un enfrentamiento que
acabó por provocar su asesinato judicial, en la cruz. A pesar de la
condena, fue fiel a su proyecto y al Padre y, en razón de eso, donó su
vida.
El lugar central de su anuncio y práctica está reservado a los pobres
("bienaventurados los pobres"). Es a partir de ellos que el evangelio
aparece como buena noticia de vida y liberación. La preocupación por
los pobres pertenece a la esencia del evangelio, como aparece
claramente en el encuentro de Pablo con aquellos que eran considerados
las columnas en Jerusalén, relatado en la epístola a los Gálatas 2,10.
Entre Pablo y ellos existe plena concordancia doctrinal, pero
recomiendan al apóstol de los gentiles: "Acuérdese de los pobres",
cosa que él dice haber hecho desde el principio".
Luego entonces, lo pobres no pueden ser sólo "tema", aunque sea
fundamental (REB 1002); una vez tratado, podemos pasar a otros. Ni es
"sólo principio segundo y prioridad relativa" como afirma Clodovis
(REB 1004). El pobre pertenece a la substancia del Evangelio y a la
esencia del mensaje y del legado de Jesús. Decir lo contrario es
colocarse fuera de la sagrada herencia de Jesús y de los Apóstoles.
Además, la actitud hacia los pobres y maltratados es determinante en el
momento supremo de la vida cuando se define el destino final de cada
uno y de la humanidad entera. El Juez Supremo se identifica con los
pobres: "todas las veces que hiciste algo a uno de estos mis hermanos
menores, fue a mi a quien lo hiciste" (Mt 25,40) o "fue a mi a quien no
lo hiciste" (Mt, 25,45). En la tarde de la vida, recordando las
palabras de Santa Teresa de Ávila, no seremos juzgados por la fe, por
el principio epistemológico primero o segundo de la teología, ni por
los dogmas, ni por nuestra pertenencia a la Iglesia, sino por el más
mínimo amor que hayamos tenido o no para con "estos pequeños".
Es sintomático y perturbador que el texto de Mt 25,31-46, tan central
para la teología y particularmente para la TL, no sea citado ninguna
vez por Clodovis. Es que no cabe en su perspectiva. Basta este texto
para invalidar toda su construcción teórica. Aquí esta el punctum
stantis et cadentis de la salvación. ¿Cómo no debería serlo también
para la teología y su método?
Entonces, podemos decir enfáticamente que no es error teológico
identificar al pobre con Dios y con Cristo. No es verdad que la TL
sustituyó a Dios y a Cristo por el pobre. Si fuera error, el Juez
supremo debería ser el primero en ser recriminado. Fue Cristo quien
quiso identificarse con los pobres. El lugar del pobre es un lugar
privilegiado (hay otros) de encuentro con el Señor. Quien encuentra al
pobre, encuentra infaliblemente a Cristo, todavía crucificado, pidiendo
ser bajado de la cruz y ser resucitado. Por causa de la fe en la
encarnación, es falsa la segunda parte de la siguiente afirmación: "El
principio-Cristo incluye siempre al pobre, sin que el principio-pobre
incluya necesariamente a Cristo" (REB 1012). Decir que el pobre no
incluye necesariamente a Cristo es desdecir lo que dijo el Juez supremo.
Desde que el Hijo se hizo hombre y hombre pobre, el lugar del pobre es
lugar de Cristo y viceversa. Desde que Dios por Jesús se hizo pobre, el
pobre fue constituido en "principio operativo de liberación". Debemos
respetar esta forma como Él quiso acercarse a nosotros. Él estableció
esta densidad sacramental de los pobres y ninguna teología y pureza
metodológica puede pretender anularla.
Paulo VI dijo al clausurar el Vaticano II, y repitió en su discurso a
los Obispos en Medellín en 1968: "Para conocer a Dios es necesario
conocer al hombre, especialmente a los pobres y sufrientes". No permite
secundarizar al pobre y hacerlo simplemente relativo o tema, aunque
fundamental, como pretende el texto de Clodovis.
Nos complace citar, en este contexto, a Karl Bart, que sirve como
crítica a lo que Clodovis dice de la modernidad con su intento de hacer
del hombre la medida de todas las cosas. Dice Barth: "Por el hecho de
que Dios se hizo hombre, el hombre se volvió la medida de todas las
cosas". Nosotros los latinoamericanos diríamos: "Desde que Dios se hizo
hombrepobre, el hombre-pobre se vuelve la medida de todas las cosas".
Por causa de la encarnación, del Dios bíblico que optó por los pobres
de Egipto y de Babilonia y por causa de Cristo, que compartió la
condición de pobre y se identificó con ellos.
Más la encarnación trae también una consecuencia de grandes
proporciones que la teología clásica de corte griego raramente recibió:
la transparencia. No se trata sólo de inmanencia y trascendencia, tan
acentuadas por el texto de Clodovis. Esta es una categoría pagana del
pensar filosófico griego que crea oposiciones abisales. La encarnación
inaugura otra categoría, esta sí típicamente cristiana: la
transparencia. Por la transparencia, la trascendencia participa de la
inmanencia y viceversa. El resultado de esta mutua presencia es la
transparencia de Dios en la santa humanidad de Jesús: "quien me ve a mí
ve al Padre" (Jn 14,9). Teilhard de Chardin fue uno de los pocos que
vio claramente esta singularidad al escribir: "Si nos es permitido
modificar ligeramente una palabra sagrada, diríamos que el misterio
del Cristianismo no consiste exactamente en la Aparición, sino en la
Transparencia de Dios en el universo. ¡Oh! Sí, Señor, no solamente el
rayo que aflora, sino el rayo que penetra. No vuestra Epifanía, Jesús,
sino vuestra Diafanía (El medio divino, Seuil, Paris 1957, p. 162).
3. Ausencia del sentido del pobre en la TL
Clodovis Boff en otros escritos enfatizó, con justa razón, que no
podemos reducir al pobre a una visión economicista, sino que implicaba
abrirse a las diferentes formas de pobreza con sus correspondientes
liberaciones. Nos sorprende que en su texto haya olvidado esta
comprensión suya y haya asumido el concepto raso de pobre en sentido
economicista, como aquel carente de medios de vida. Con esto olvidó la
perspectiva típica que la TL confirió al pobre como transparencia del
Encarnado y Crucificado entre nosotros.
Ella, desde su inicio, vio al pobre desde la óptica de la fe
cristológica. Por eso el primer momento de la TL, enfatiza Gustavo
Gutiérrez, es de silencio y de contemplación frente a los pobres que
nos revelan al Cristo pobre. Después viene el momento del amor que se
traduce en la opción por los pobres. Sólo quien ama verdaderamente a
los pobres, opta por ellos. Optar por los pobres es optar
afectivamente por el Cristo pobre que se vela y revela en ellos.
Finalmente, importa comprometerse efectivamente con ellos para juntos
realizar la obra de la liberación concreta.
En verdad, el pobre es un enjuiciado y un empobrecido. Comenta Gustavo
Gutiérrez, en este mismo número de la REB (1036): "A partir del punto
de vista de la fe, las causas de marginación de tantos reflejan un
rechazo del amor, de la solidaridad, y a eso lo llamamos pecado".
Como hemos visto, el pobre de la TL que existe realmente poco tiene que
ver con el pobre del texto de Clodovis Boff. En ella pobre y Cristo
son vistos y pensados juntos, por causa del misterio de la
encarnación. En Clodovis ocurre una ruptura: por un lado está Cristo
con "su primado epistemológico", como "principio primero" (REB 1004) y
por otro el pobre "como principio segundo y prioridad relativa" (REB
1004). Esta división no se sustenta en una teología cristiana que toma
en serio la verdad dogmática de la unidad inconfundible e indivisible
del hombre-pobre Jesús como el Hijo eterno del Padre.
Nos suena rara y sin base en la tradición teológica esta distinción
peregrina suya entre teología primera y teología segunda. No hablaban
así los maestros medievales y los modernos. Lo que hay es una sola
teología, una única mirada o pertinencia. En la Suma Teológica santo
Tomás es cristalino: "teología es el pensar sobre Dios y sobre todas
las cosas a la luz de Dios". Se trata de un proceso único, donde Dios
y todo lo que es de Dios gozan de centralidad.
4. Ausencia de una teología del Espíritu Santo
Existe en el texto de Clodovis demasiada centralidad en la figura de
Cristo y en un Cristo sárquico que aún no conoce las transformaciones
operadas por la resurrección. Pues, como vimos, por la resurrección él
gana una ubicuidad cósmica y fermenta dentro de la escalada humana
rumbo al Reino de la Trinidad. Clodovis es, en el fondo, cristomonista,
como si Cristo fuese todo, olvidando al Padre y al Espíritu Santo. Esta
"dictadura" de Cristo en su teología lo aproxima, en algunos párrafos,
al fundamentalismo (REB 1013). O reduce el encuentro con Cristo "a la
escucha orante de la Palabra, el ejercicio de la oración y el amor a la
Eucaristía" (REB 1016). ¿Por qué se olvida de la presencia de Cristo en
el sacramento del pobre?
Quien no incluye al Espíritu en la cristología no está hablando del
Christus totus. Él es obra del Espíritu (Lc 1,35), su vida y obra son
hechos en el Espíritu (cf. Mc 1,12; Mt 4,1; Lc 3,22; 4,1) y su
resurrección es obra del Espíritu (Rm 8,11). Su obra es continuada y
prolongada por el Espíritu (Jn 14,26;15,26).
El Resucitado y el Espíritu llegan antes de la Iglesia y del misionero.
Están presentes en la historia humana, suscitando amor, bondad, perdón,
en fin, la salvación en curso. Sin una teología del Espíritu y del
Resucitado (que asumió la modalidad del Espíritu) no se dará un
diálogo fecundo con las religiones, con los movimientos históricos que
buscan sentido y con sus culturas. Cerrados sólo en una cristología del
Jesús histórico sin incluir sus dimensiones cósmicas derivadas de la
encarnación y la resurrección, no saldremos del sistema cerrado de la
Iglesia. Y ella, por la acción de las dos divinas Personas, se
constituye siempre como sistema abierto que da y recibe, aprende y
enseña y se reconcilia con la humanidad restante que se encuentra
siempre bajo el arcoiris de la gracia divina.
Es el Espíritu quien nos hace superar la angustia que sentimos por el
peso de las instituciones eclesiásticas o que ventila continuamente a
la Iglesia no permitiendo que se autodestruya, sino que sea siempre
sacramento, es decir, señal e instrumento de la salvación ofrecida
indistintamente a todos, especialmente a los pobres y agobiados por la
vida.
El Espíritu es la fantasía de Dios y como tal anima a la teología a ser
creativa y a superar su endurecimiento en las tradiciones y en las
doctrinas codificadas.
Es el Espíritu quien alimenta la espiritualidad y nutre la experiencia
mística de percibir en el curso de la historia humana y en las personas
la acción divina, más allá de los límites institucionales de las
Iglesias y de las religiones.
5. Conclusión: cuidar de la cualidad evangélica de la teología
Con nuestras reflexiones intentamos rescatar la cualidad evangélica de
la teología, máxime de la TL. Para ello, es preciso siempre rescatar la
dignidad sagrada de los pobres y, para los cristianos, su centralidad
jesuánica y evangélica. No es posible que aquello que es decisivo para
la salvación eterna –los pobres y oprimidos no sea decisivo para la
teología, o sea sólo relativo y secundario.
La teología, en último término, debe servir "ad salutem animarum".
Hasta el código de Derecho Canónico, siempre tan formal y piramidal,
se sujeta a esta regla. Por eso su último canon (1752) termina
diciendo, quizás confesando: "téngase delante de los ojos la salvación
de las almas que, en la Iglesia, debe ser siempre la ley suprema" (prae
oculis habita salute animarum, quae in Ecclesia suprema sempre lex
esse debet).
No se cumple esta misión sin un aura espiritual y mística, que debe
siempre rebasar el discurso teológico. Esto no se garantiza citando
simplemente la oportuna palabra de Rahner ("el siglo XXI será místico
o no será"), como lo hace Clodovis. Ella debe penetrar el modo propio
de hacer teología. La articulación metodológica de Clodovis es
excesivamente racional, de una racionalidad cartesiana en la línea
del "modo geométrico". Esto puede ser adecuado para una teología "de
modo aristotélico" o "althusseriano", mas no para una teología
cristiana que, a causa de la encarnación, no se permite jamás separar a
Dios del ser humano ni a Jesús de los pobres. Todos los teólogos deben
preocuparse por la cualidad espiritual y evangélica de su discurso,
para que sea connatural al evento cristiano.
No hay dos amores, uno a Dios y otro al prójimo o al pobre. Es un solo
amor, pues hay un solo impulso que va de Dios al prójimo y del prójimo
a Dios. Por ello tampoco hay dos teologías, sino una sola en la
pluralidad de sus expresiones, que, balbuceando, refleja y ama a Dios
y al mundo de Dios.
Es mérito de la TL haber articulado el discurso de Dios con el discurso
del pobre y el oprimido, inspirado en el Dios de la vida que, por su
naturaleza, opta por los que menos vida tienen y fundado en el misterio
de la encarnación que unió indisolublemente, pero sin confusión, a
Cristo con los pobres o al Juez supremo con los maltratados y
sufrientes de nuestra historia. Esta teología confiere centralidad a
la dignidad evangélica de los pobres, honra el evangelio y es fiel a la
herencia bienaventurada de Jesús y de los Apóstoles en el momento de
la historia de nos toca vivir.
Finalmente, me permito confesar cómo veo la tarea esencial del teólogo
en el seno de la comunidad cristiana y en el corazón del mundo: Nos ha
sido confiado el cuidado de la Luz Santa que arde en cada corazón
humano y que sustenta la vida, la resistencia y el compromiso liberador
de los pobres y oprimidos. Nuestra misión es alimentarla
permanentemente porque si se eclipsa, lo más sagrado y digno que hay
en el ser humano se transformará en estrella muerta y significará una
inmersión en el abismo.
Leonardo Boff, Teólogo Peregrino
Petrópolis, fiesta de Corpus Christi de 2008.
[Traducción: Colectivo Alas]
Escribir un comentario