Clodovis Boff ha acumulado muchos méritos en el ámbito de la Teología de la Liberación (TL). Produjo una reflexión de aliento sobre el método de la teología, sobre la eclesiología de las comunidades eclesiales de base y su relevancia para la renovación de las pesadas y tradicionales instituciones de la Iglesia Católica. Produjo también algunos trabajos de pedagogía popular que causaron admiración a Paulo Freire. Fiel a las intuiciones de la TL, durante 10 años trabajó generosamente, en las CEBs de Acre, dedicando seis meses a impartir cursos populares, subiendo y descendiendo por los ríos para visitar los pueblos de la selva; los otros seis meses los dedicaba a la enseñanza y la producción teórica en la PUC de Río de Janeiro.

En los últimos tiempos se ha notado un cierto retroceso en su actividad y reflexión, por razones que sólo él conoce. El texto que analizaremos se llama "Teología de la Liberación y vuelta al fundamento"; fue publicado en el número especial de la Revista Eclesiástica Brasileira de octubre de 2007 (fascículo 268 de la REB), dedicado al análisis de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y Caribeño, en Aparecida, revela rasgos claros de este retroceso.

En la parte que aborda la modernidad demuestra un pesimismo cultural también presente en muchos grupos de Iglesia, especialmente en importantes sectores de El Vaticano. Tienden a ver más el lado oscuro de la modernidad que los desafíos que deben ser asumidos y pensados. Esto no es bueno para la tarea de evangelización tal y como nos la enseñara la Gaudium et Spes del Vaticano II y Juan XXIII en la Pacem in Terris (1963). En ellas se dice que en las ideologías y movimientos histórico-sociales, primero debemos estar atentos a las búsquedas de los seres humanos que en ellos se expresan, que deberán ser interpretadas por los cristianos con apertura y corazón abierto. En principio, es importante recoger todo lo bueno que existe en ellos y solamente después proceder a la crítica reflexiva. El presupuesto es que la gracia y el Resucitado están en acción en el mundo, y sería blasfemar contra el Espíritu Santo admitir que los modernos solamente pensaron errores y equivocaciones. Pero no parece no ser ésta la opción de Clodovis. Las sombras dominan sobre las eventuales luces, facilitando el rechazo. Por el contrario, cuando se refiere al texto de Aparecida, muestra un optimismo ingenuo y un entusiasmo verdaderamente juvenil, sin darse cuenta del esquematismo y el ahistoricismo de la cristología y la eclesiología, tan bien señaladas por José Comblin en este mismo número de la REB (pp. 875-880).

Hablando directamente, el texto de Clodovis causa perplejidad y perturbación. La cosa no puede ser de la manera en que él la expone y critica. Seguramente la mayoría de los teólogos de la liberación que conozco no se sentirán reflejados en su texto. Además, el autor asume una postura magisterial que le vendría mejor a las autoridades doctrinales que a un teólogo, frater inter fratres.

1. Cui prodest? ¿A quién interesan las críticas?
Los cuestionamientos que haremos no se restringen a una polémica intrasistémica a la teología, siempre necesaria y útil para la profundización de estas cuestiones. También la haremos. Dichos cuestionamientos recogen también la preocupación por una política eclesiástica represiva que se sentiría bien respaldada por las críticas contundentes desarrolladas por Clodovis Boff contra la TL en su conjunto, sin preocuparse por diferenciar los diversos tipos de TL, india, negra, femenina, ecológica y otras, con sus correspondientes prácticas que se quieren liberadoras.

Es por todos sabido que este tipo de teología fue vigilada e incluso perseguida por los poderosos de la sociedad y por el Vaticano, que sospechaba era una especie de caballo de Troya mediante el cual se introduciría el marxismo en América Latina. Sin embargo, es una de las pocas teologías que produjo cristianos que fueron encarcelados, secuestrados, torturados y asesinados en varios países latinoamericanos, en los que estaba y sigue estando activa.

Mi temor es que las críticas de Clodovis Boff a la TL proporcionen a las autoridades eclesiásticas locales y romanas las armas para condenarla nuevamente y, quizás, desterrarla definitivamente del espacio eclesial. Como las críticas devastadoras provienen de dentro, de uno de sus más reconocidos formuladores, pueden emplearse para esta lamentable tentativa.

La impresión que provoca su argumentación es la de alguien que se despidió y ya emigró de la TL, de aquella "que existe realmente", que en realidad es la única que existe y se practica en las Iglesias. Esta teología es atacada en su núcleo definidor porque cometió, según Clodovis, un "error de principio, grave por no decir fatal... fallo 'mortal' que, llevado a término, acaba con la muerte de la TL" (REB 1004 e 1006).

Ese error fatal pásmense es el haber colocado al pobre como "primer principio operativo de la teología", o el haber sustituido a Dios o a Cristo por el pobre (REB 1004). Afirma incluso que "el error de principio sólo puede tener consecuencias funestas". Alude a la contaminación en marcha de toda "pastoral de liberación", en particular las "pastorales sociales". Por causa de este error fatal se instrumentalizó la fe, haciéndola caer en el utilitarimo y en el funcionalismo, se ocasionó su enredo con la modernidad antropologizante y secularista, poniendo en riesgo la identidad cristiana "en el plano teológico, eclesial y de la propia fe" (REB 1007). Tales acusaciones son de gran importancia y nos recuerdan los textos acusatorios de los enemigos más agudos de la TL en los años 80 del siglo XX. ¡Y con razón!

Nos preguntamos entonces ¿por qué, si se trata de un árbol tan malo, el autor se refiere varias veces a los "valiosos frutos" de la TL (REB 1011 passim)? Va más lejos al sustentar que "gran parte de la TL se incorporó naturalmente en la teología... y forma parte del discurso de la Iglesia, en general" (REB 1021). ¿No son contradictorias estas afirmaciones, que brotan de una raíz y de un tronco contaminados que hacen que los buenos frutos "acaben deteriorándose con el tiempo" (REB 1006)"

Al mismo tiempo, confiesa con cierta compasión que "no pretende refutar esa corriente, sino reubicarla en sus fundamentos originales, pues sólo así podrá salvarse" (REB 1011). Para mí esta pretensión equivale a decir: "Mi hermano, voy a apuñalar tu corazón pero quédate tranquilo, es para tu salvación", como si la puñalada no hiriera mortalmente el corazón.

Su posición es agradable para los oídos de aquellos que, distanciados del mundo y del sufrimiento de los pobres, aborrecen esta teología. Refuerza el intento de aquellos que en la sociedad y en sectores del Vaticano quieren verla muerta o impiden que sea estudiada, o prohíben que se haga referencia a ella para la práctica pastoral con los pobres y marginados.

Ocurre con Clodovis Boff lo mismo que pasó con cierto ministro de Estado. Fue al Parlamento y anunció: "Es preciso acabar con la idea de que la Amazonía debe ser mantenida como un santuario para el deleite de la humanidad". "Debemos llevar el desarrollo a aquellas áreas". Todos saben que el modelo actual de desarrollo es de puro crecimiento material a cualquier costo, implicando la deforestación y grandes quemas, con el consecuente calentamiento climático de la Tierra. Inmediatamente los madereros, ganaderos y plantadores de soya apoyaron al Ministro diciendo: "finalmente alguien que nos entiende y tiene ideas adecuadas y modernas para la Amazonía". Los ambientalistas se preocuparon y lo criticaron duramente, denunciándolo como enemigo de la naturaleza y de la vitalidad del Planeta.

Podemos imaginar que los que condenaron a Jon Sobrino (Clodovis aprueba la Notificación romana), a Gustavo Gutiérrez, a Ivone Gebara, a Marcelo Barros, a José María Vigil, a Juan José Tamayo, a Castillo, a Depuis y a Küng, entre otros, se acercarán a Clodovis y le dirán satisfechos y con el pecho inflado de fervor doctrinal: "Bravo, hermano. Al fin alguien que tiene el coraje de desenmascarar las equivocaciones y los graves y fatales errores de la TL".

Con igual coraje me siento urgido a decir lo contrario: estas contundentes críticas suyas no hacen justicia a la "TL que existe realmente", generan inseguridad en los agentes de pastoral y confusión en los pobres que siempre vieron en esta teología una fuente de esperanza y de motivación para el compromiso liberador. Como se ha dicho: "podemos irritar a los poderosos, más no podemos nunca defraudar a los pobres".

Por eso, juzgo que esta posición de Clodovis tiene que ser refutada con argumentos bien fundados, por ser equivocada, teológicamente errónea y pastoralmente dañina. No sólo por intereses de la pastoral y de política eclesiástica, sino por razones internas de la teología. En mi opinión, sus insuficiencias teóricas y teológicas son tantas que invalidan el peso de sus argumentos. Depende más de una teología aristotélicopagana y neoescolástica, rigurosa en su método pero en el fondo formalista, incapaz de dar cuenta del desafío que los pobres representan para el pensamiento y para la práctica cristiana. Los pobres aparecen siempre como un tema entre otros, algo secundario, de segundo orden y un principio secundum quid, cosa que no se sustenta cuando tomamos en serio el mensaje y la práctica del Jesús histórico y de los Apóstoles. Por eso, este modo de estructurar el método teológico corre el riesgo de condenar la Iglesia y la teología a la irrelevancia histórica y a la esterilidad pastoral.

Nos parece que no es la TL la que debe "regresar a sus fundamentos" (REB 1001), sino la teología de Clodovis Boff, a fin de que él vuelva al primer amor.

Hay tres ausencias que quitan sustentabilidad a su reflexión: la ausencia de una adecuada teología de la encarnación; la ausencia del sentido singular del pobre brindado por la TL; y la ausencia de una teología del Espíritu Santo. En cada parte seremos breves, porque las materias son, en gran parte, conocidas.

2. Ausencia de una teología de la encarnación
¿Qué nos dice la tradición dogmática sobre la encarnación? Que el Hijo de Dios dejó su trascendencia y asumió en Jesús de Nazaret la naturaleza humana en situación de "carne", es decir, limitada, vulnerable y pobre. A partir de la concepción en María por la fuerza del Espíritu, aquella humanidad comenzó a pertenecer a Dios de forma "inconfundible, inmutable, indivisible e inseparable", siendo Jesús, al mismo tiempo, "verdaderamente Dios y verdaderamente hombre" (Calcedonia año 451). Pero la encarnación no se limita solamente a Jesús. Comenta la Gaudium et Spes: "Por su encarnación, el Hijo de Dios, se unió de algún modo a todo hombre" (n. 22). Todo hombre está formado por los mismos elementos del universo, forjados hace billones de años en el corazón de las grandes estrellas rojas. Por eso es parte de nuestro sistema cósmico que también fue tocado por la encarnación. Jesús no sería salvador universal si no salvase también el universo que de alguna forma asumió.

Como encarnado, el Hijo estaba limitado al espacio y al tiempo palestino. Por la resurrección rompió todas las limitaciones y se transformó en el "nuevo Adán" (1Cor 15,45). De sárquico (la forma de ser del humano, débil y mortal) él se transformó en pneumático (la forma de ser de Dios). "El señor es Espíritu" (2Cor 3,17), es decir, por la resurrección manifestó en sí el modo de ser propio de Dios, que es ser Espíritu de vida.

De acuerdo a las reflexiones del prólogo de san Juan y de las epístolas paulinas a los Efesios y Colosenses, queda claro que el Cristo adquirió dimensiones cósmicas por la encarnación y la resurrección. Él es "todo en todas las cosas" (Col 3,11): el pleroma, la cabeza del cosmos y de la Iglesia (cf. Col. 1,16-18; Ef 1,10).

La encarnación no debe ser entendida como un evento metafísico ahistórico (dos naturalezas), si-no como un proceso de asunción de la totalidad de la vida de Jesús en la persona del Hijo. El Hijo se encarna en una cultura, un lenguaje, una familia, una profesión (artesano y campesino mediterráneo), en una determinada religión. Como dijo Benito XVI en el discurso inaugural de la V CELAM en Aparecida: "El Verbo de Dios, haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura" (n. 1). Y nosotros añadiríamos, con los avatares que están allí implicados.

Enfrentó conflictos y persecuciones. Opuso el Reino de Dios al Reino del César, lo que significaba un crimen de lesa majestad, confrontó la religión de amor y de perdón con la religión de la ley y la cobranza. Su muerte no fue simplemente un acto de donación, sino resultado de un tipo de predicación y de práctica que suscitó un enfrentamiento que acabó por provocar su asesinato judicial, en la cruz. A pesar de la condena, fue fiel a su proyecto y al Padre y, en razón de eso, donó su vida.

El lugar central de su anuncio y práctica está reservado a los pobres ("bienaventurados los pobres"). Es a partir de ellos que el evangelio aparece como buena noticia de vida y liberación. La preocupación por los pobres pertenece a la esencia del evangelio, como aparece claramente en el encuentro de Pablo con aquellos que eran considerados las columnas en Jerusalén, relatado en la epístola a los Gálatas 2,10. Entre Pablo y ellos existe plena concordancia doctrinal, pero recomiendan al apóstol de los gentiles: "Acuérdese de los pobres", cosa que él dice haber hecho desde el principio".

Luego entonces, lo pobres no pueden ser sólo "tema", aunque sea fundamental (REB 1002); una vez tratado, podemos pasar a otros. Ni es "sólo principio segundo y prioridad relativa" como afirma Clodovis (REB 1004). El pobre pertenece a la substancia del Evangelio y a la esencia del mensaje y del legado de Jesús. Decir lo contrario es colocarse fuera de la sagrada herencia de Jesús y de los Apóstoles.

Además, la actitud hacia los pobres y maltratados es determinante en el momento supremo de la vida cuando se define el destino final de cada uno y de la humanidad entera. El Juez Supremo se identifica con los pobres: "todas las veces que hiciste algo a uno de estos mis hermanos menores, fue a mi a quien lo hiciste" (Mt 25,40) o "fue a mi a quien no lo hiciste" (Mt, 25,45). En la tarde de la vida, recordando las palabras de Santa Teresa de Ávila, no seremos juzgados por la fe, por el principio epistemológico primero o segundo de la teología, ni por los dogmas, ni por nuestra pertenencia a la Iglesia, sino por el más mínimo amor que hayamos tenido o no para con "estos pequeños".

Es sintomático y perturbador que el texto de Mt 25,31-46, tan central para la teología y particularmente para la TL, no sea citado ninguna vez por Clodovis. Es que no cabe en su perspectiva. Basta este texto para invalidar toda su construcción teórica. Aquí esta el punctum stantis et cadentis de la salvación. ¿Cómo no debería serlo también para la teología y su método?

Entonces, podemos decir enfáticamente que no es error teológico identificar al pobre con Dios y con Cristo. No es verdad que la TL sustituyó a Dios y a Cristo por el pobre. Si fuera error, el Juez supremo debería ser el primero en ser recriminado. Fue Cristo quien quiso identificarse con los pobres. El lugar del pobre es un lugar privilegiado (hay otros) de encuentro con el Señor. Quien encuentra al pobre, encuentra infaliblemente a Cristo, todavía crucificado, pidiendo ser bajado de la cruz y ser resucitado. Por causa de la fe en la encarnación, es falsa la segunda parte de la siguiente afirmación: "El principio-Cristo incluye siempre al pobre, sin que el principio-pobre incluya necesariamente a Cristo" (REB 1012). Decir que el pobre no incluye necesariamente a Cristo es desdecir lo que dijo el Juez supremo.

Desde que el Hijo se hizo hombre y hombre pobre, el lugar del pobre es lugar de Cristo y viceversa. Desde que Dios por Jesús se hizo pobre, el pobre fue constituido en "principio operativo de liberación". Debemos respetar esta forma como Él quiso acercarse a nosotros. Él estableció esta densidad sacramental de los pobres y ninguna teología y pureza metodológica puede pretender anularla.

Paulo VI dijo al clausurar el Vaticano II, y repitió en su discurso a los Obispos en Medellín en 1968: "Para conocer a Dios es necesario conocer al hombre, especialmente a los pobres y sufrientes". No permite secundarizar al pobre y hacerlo simplemente relativo o tema, aunque fundamental, como pretende el texto de Clodovis.

Nos complace citar, en este contexto, a Karl Bart, que sirve como crítica a lo que Clodovis dice de la modernidad con su intento de hacer del hombre la medida de todas las cosas. Dice Barth: "Por el hecho de que Dios se hizo hombre, el hombre se volvió la medida de todas las cosas". Nosotros los latinoamericanos diríamos: "Desde que Dios se hizo hombrepobre, el hombre-pobre se vuelve la medida de todas las cosas". Por causa de la encarnación, del Dios bíblico que optó por los pobres de Egipto y de Babilonia y por causa de Cristo, que compartió la condición de pobre y se identificó con ellos.

Más la encarnación trae también una consecuencia de grandes proporciones que la teología clásica de corte griego raramente recibió: la transparencia. No se trata sólo de inmanencia y trascendencia, tan acentuadas por el texto de Clodovis. Esta es una categoría pagana del pensar filosófico griego que crea oposiciones abisales. La encarnación inaugura otra categoría, esta sí típicamente cristiana: la transparencia. Por la transparencia, la trascendencia participa de la inmanencia y viceversa. El resultado de esta mutua presencia es la transparencia de Dios en la santa humanidad de Jesús: "quien me ve a mí ve al Padre" (Jn 14,9). Teilhard de Chardin fue uno de los pocos que vio claramente esta singularidad al escribir: "Si nos es permitido modificar ligeramente una palabra sagrada, diríamos que el misterio del Cristianismo no consiste exactamente en la Aparición, sino en la Transparencia de Dios en el universo. ¡Oh! Sí, Señor, no solamente el rayo que aflora, sino el rayo que penetra. No vuestra Epifanía, Jesús, sino vuestra Diafanía (El medio divino, Seuil, Paris 1957, p. 162).

3. Ausencia del sentido del pobre en la TL
Clodovis Boff en otros escritos enfatizó, con justa razón, que no podemos reducir al pobre a una visión economicista, sino que implicaba abrirse a las diferentes formas de pobreza con sus correspondientes liberaciones. Nos sorprende que en su texto haya olvidado esta comprensión suya y haya asumido el concepto raso de pobre en sentido economicista, como aquel carente de medios de vida. Con esto olvidó la perspectiva típica que la TL confirió al pobre como transparencia del Encarnado y Crucificado entre nosotros.

Ella, desde su inicio, vio al pobre desde la óptica de la fe cristológica. Por eso el primer momento de la TL, enfatiza Gustavo Gutiérrez, es de silencio y de contemplación frente a los pobres que nos revelan al Cristo pobre. Después viene el momento del amor que se traduce en la opción por los pobres. Sólo quien ama verdaderamente a los pobres, opta por ellos. Optar por los pobres es optar afectivamente por el Cristo pobre que se vela y revela en ellos. Finalmente, importa comprometerse efectivamente con ellos para juntos realizar la obra de la liberación concreta.

En verdad, el pobre es un enjuiciado y un empobrecido. Comenta Gustavo Gutiérrez, en este mismo número de la REB (1036): "A partir del punto de vista de la fe, las causas de marginación de tantos reflejan un rechazo del amor, de la solidaridad, y a eso lo llamamos pecado".

Como hemos visto, el pobre de la TL que existe realmente poco tiene que ver con el pobre del texto de Clodovis Boff. En ella pobre y Cristo son vistos y pensados juntos, por causa del misterio de la encarnación. En Clodovis ocurre una ruptura: por un lado está Cristo con "su primado epistemológico", como "principio primero" (REB 1004) y por otro el pobre "como principio segundo y prioridad relativa" (REB 1004). Esta división no se sustenta en una teología cristiana que toma en serio la verdad dogmática de la unidad inconfundible e indivisible del hombre-pobre Jesús como el Hijo eterno del Padre.

Nos suena rara y sin base en la tradición teológica esta distinción peregrina suya entre teología primera y teología segunda. No hablaban así los maestros medievales y los modernos. Lo que hay es una sola teología, una única mirada o pertinencia. En la Suma Teológica santo Tomás es cristalino: "teología es el pensar sobre Dios y sobre todas las cosas a la luz de Dios". Se trata de un proceso único, donde Dios y todo lo que es de Dios gozan de centralidad.

4. Ausencia de una teología del Espíritu Santo
Existe en el texto de Clodovis demasiada centralidad en la figura de Cristo y en un Cristo sárquico que aún no conoce las transformaciones operadas por la resurrección. Pues, como vimos, por la resurrección él gana una ubicuidad cósmica y fermenta dentro de la escalada humana rumbo al Reino de la Trinidad. Clodovis es, en el fondo, cristomonista, como si Cristo fuese todo, olvidando al Padre y al Espíritu Santo. Esta "dictadura" de Cristo en su teología lo aproxima, en algunos párrafos, al fundamentalismo (REB 1013). O reduce el encuentro con Cristo "a la escucha orante de la Palabra, el ejercicio de la oración y el amor a la Eucaristía" (REB 1016). ¿Por qué se olvida de la presencia de Cristo en el sacramento del pobre?

Quien no incluye al Espíritu en la cristología no está hablando del Christus totus. Él es obra del Espíritu (Lc 1,35), su vida y obra son hechos en el Espíritu (cf. Mc 1,12; Mt 4,1; Lc 3,22; 4,1) y su resurrección es obra del Espíritu (Rm 8,11). Su obra es continuada y prolongada por el Espíritu (Jn 14,26;15,26).

El Resucitado y el Espíritu llegan antes de la Iglesia y del misionero. Están presentes en la historia humana, suscitando amor, bondad, perdón, en fin, la salvación en curso. Sin una teología del Espíritu y del Resucitado (que asumió la modalidad del Espíritu) no se dará un diálogo fecundo con las religiones, con los movimientos históricos que buscan sentido y con sus culturas. Cerrados sólo en una cristología del Jesús histórico sin incluir sus dimensiones cósmicas derivadas de la encarnación y la resurrección, no saldremos del sistema cerrado de la Iglesia. Y ella, por la acción de las dos divinas Personas, se constituye siempre como sistema abierto que da y recibe, aprende y enseña y se reconcilia con la humanidad restante que se encuentra siempre bajo el arcoiris de la gracia divina.

Es el Espíritu quien nos hace superar la angustia que sentimos por el peso de las instituciones eclesiásticas o que ventila continuamente a la Iglesia no permitiendo que se autodestruya, sino que sea siempre sacramento, es decir, señal e instrumento de la salvación ofrecida indistintamente a todos, especialmente a los pobres y agobiados por la vida.

El Espíritu es la fantasía de Dios y como tal anima a la teología a ser creativa y a superar su endurecimiento en las tradiciones y en las doctrinas codificadas.

Es el Espíritu quien alimenta la espiritualidad y nutre la experiencia mística de percibir en el curso de la historia humana y en las personas la acción divina, más allá de los límites institucionales de las Iglesias y de las religiones.

5. Conclusión: cuidar de la cualidad evangélica de la teología
Con nuestras reflexiones intentamos rescatar la cualidad evangélica de la teología, máxime de la TL. Para ello, es preciso siempre rescatar la dignidad sagrada de los pobres y, para los cristianos, su centralidad jesuánica y evangélica. No es posible que aquello que es decisivo para la salvación eterna –los pobres y oprimidos no sea decisivo para la teología, o sea sólo relativo y secundario.

La teología, en último término, debe servir "ad salutem animarum". Hasta el código de Derecho Canónico, siempre tan formal y piramidal, se sujeta a esta regla. Por eso su último canon (1752) termina diciendo, quizás confesando: "téngase delante de los ojos la salvación de las almas que, en la Iglesia, debe ser siempre la ley suprema" (prae oculis habita salute animarum, quae in Ecclesia suprema sempre lex esse debet).

No se cumple esta misión sin un aura espiritual y mística, que debe siempre rebasar el discurso teológico. Esto no se garantiza citando simplemente la oportuna palabra de Rahner ("el siglo XXI será místico o no será"), como lo hace Clodovis. Ella debe penetrar el modo propio de hacer teología. La articulación metodológica de Clodovis es excesivamente racional, de una racionalidad cartesiana en la línea del "modo geométrico". Esto puede ser adecuado para una teología "de modo aristotélico" o "althusseriano", mas no para una teología cristiana que, a causa de la encarnación, no se permite jamás separar a Dios del ser humano ni a Jesús de los pobres. Todos los teólogos deben preocuparse por la cualidad espiritual y evangélica de su discurso, para que sea connatural al evento cristiano.

No hay dos amores, uno a Dios y otro al prójimo o al pobre. Es un solo amor, pues hay un solo impulso que va de Dios al prójimo y del prójimo a Dios. Por ello tampoco hay dos teologías, sino una sola en la pluralidad de sus expresiones, que, balbuceando, refleja y ama a Dios y al mundo de Dios.

Es mérito de la TL haber articulado el discurso de Dios con el discurso del pobre y el oprimido, inspirado en el Dios de la vida que, por su naturaleza, opta por los que menos vida tienen y fundado en el misterio de la encarnación que unió indisolublemente, pero sin confusión, a Cristo con los pobres o al Juez supremo con los maltratados y sufrientes de nuestra historia. Esta teología confiere centralidad a la dignidad evangélica de los pobres, honra el evangelio y es fiel a la herencia bienaventurada de Jesús y de los Apóstoles en el momento de la historia de nos toca vivir.

Finalmente, me permito confesar cómo veo la tarea esencial del teólogo en el seno de la comunidad cristiana y en el corazón del mundo: Nos ha sido confiado el cuidado de la Luz Santa que arde en cada corazón humano y que sustenta la vida, la resistencia y el compromiso liberador de los pobres y oprimidos. Nuestra misión es alimentarla permanentemente porque si se eclipsa, lo más sagrado y digno que hay en el ser humano se transformará en estrella muerta y significará una inmersión en el abismo.

Leonardo Boff, Teólogo Peregrino

Petrópolis, fiesta de Corpus Christi de 2008.

[Traducción: Colectivo Alas]

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