Psicoanálisis
y política: la teoría de la ideología de Slavoj Žižek.
George I. García
Carlos Gmo. Aguilar
Cada organización fantasmática,
individual o colectiva, es la
invención de una droga.
J. Derrida
También las ideologías, en tanto
que han sido revoluciones, son
elementos afines en la lucha
por la identificación humana,
y no sólo piezas de museo.
E. Bloch
Un inusitado vigor ha obtenido
en la última década la crítica de la ideología, después de que parecía diluirse
tras los embates del pensamiento posmoderno. Atrapada por algunos esquematismos
propios del estructuralismo o por la declarada condición posideológica de los
últimos escritos de Adorno y Horkheimer, esta crítica encontró pocos defensores
cuando se avecinaron los tiempos de las declaratorias de muerte. Muerte de la
utopía, muerte de las ideologías, muerte del arte; todas ellas parecían marcar
el universo teórico / conceptual de las “remozadas” ciencias sociales, y por
supuesto de la filosofía al final del siglo XX.
Tras la caída del socialismo
histórico vimos emerger posturas triunfalistas en el capitalismo, las cuales
variaron desde el “pensamiento sin alternativa” hasta la muerte de la historia
y la revolución. La mayor parte de las veces, quienes sostuvieron estas
posiciones efectuaron una suerte de mezcla pragmática de ideas y valores para
reivindicar la supremacía absoluta del statu
quo [1].
No obstante, en medio de dicha orgía (posideológica, dirán algunos) el
pensamiento de Žižek ha transcurrido por nuevas rutas para sentar las bases de
una teoría lacaniana de la ideología, pasando por la dialéctica hegeliana y
recuperando algunos elementos de la teoría marxista del fetichismo.
La teoría de la ideología
planteada por este
filósofo esloveno nos permite, por tanto, retomar la discusión sobre las relaciones entre psicoanálisis y
política que en un número anterior de Página
literal traía a colación Alain Badiou (2004). ¿Qué
tiene que ver el lugar del sujeto con el estatuto del discurso ideológico? ¿Es,
desde el psicoanálisis, pensable la ideología como fantasma de la política?
Estas preguntas son centrales en la conceptualización de Žižek sobre el tema de
la ideología. A continuación, presentamos algunas líneas generales para
comprender los planteamientos de este autor, en los cuales el psicoanálisis
lacaniano aparece como un interlocutor fundamental para el análisis social
contemporáneo.
Los
momentos dialécticos
En términos generales, el
esloveno caracteriza la ideología como la matriz generadora que regula la
relación entre lo visible y lo invisible, entre lo imaginable y lo no
imaginable, así como los cambios en estas relaciones (Žižek, en Žižek (comp.), 2003: 7). Concuerda con Jameson, quien, siguiendo
a Marx –y a Lacan–, considera la ideología como una relativa clausura a nivel
representacional dentro de ciertas condiciones históricas que limitan
estructuralmente la producción de sentido de las sociedades y las clases
sociales en ellas [2].
Así, el concepto de ideología no
tendría nada que ver con la idea de una realidad distorsionada o invertida, al
menos no en un sentido representacional [3].
Para Marx, como para Nietzsche y Freud, el tema de la ideología apunta hacia
los fundamentos ocultos de los discursos y de la pretendida racionalidad en la
que ellos se basan, los cuales no enmascaran una realidad fundante, sino una
posición del sujeto enunciante que oculta los condicionamientos materiales de
su enunciación (cfr. Sloterdijk, 2003). Esta materialidad se refiere para Marx,
tanto como para Nietzsche y Freud, a una corporalidad atravesada por conflictos
de poder; más aún, constituida por ellos [4].
Žižek asume el tema de la ideología como un proceso de
producción de prácticas y sentido cuya función es la producción y legitimación de relaciones de poder. El
análisis ideológico remite siempre a lo extra-discursivo, a prácticas que son
mediatizadas por el lenguaje, sin por ello agotarse en éste. Por ello,
siguiendo el análisis hegeliano de la religión –esa forma cultural que Marx
consideraba ideológica par excellence–,
Žižek caracteriza la ideología (y su crítica) a partir de tres momentos
básicos: la ideología en sí, en tanto que conjunto de ideas; la ideología para
sí, en su materialidad (aparatos ideológicos del Estado); y la ideología en y
para sí, cuando entra en funcionamiento en las prácticas sociales (Žižek, en Žižek (comp.), 2003:
16-24).
Como señala el autor, estos momentos conforman el funcionamiento efectivo de la ideología; sin uno de ellos, la ideología no podría condensarse en prácticas sociales concretas, ni podrían éstas generar doctrinas o creencias. Žižek se interesa particularmente en el último momento –la ideología en y para sí–, cuando la ideología, sin embargo, parece dejar de serlo. Este momento es, por ejemplo, en el que se da el fetichismo de la mercancía: allí la fantasía capitalista se plasma en práctica social, y por tanto se muestra como síntoma de esa misma fantasía intersubjetiva.
La ideología en y para sí es condición de posibilidad de la identidad, en tanto que el sujeto se inserta en estructuras simbólicas que regulan sus prácticas y representaciones; tal como señala este teórico, “en la red de relaciones intersubjetivas, cada uno de nosotros es identificado y atribuido a cierto lugar fantasmático en la estructura simbólica del otro” [5]. Es desde esta red simbólica (y eventualmente contra ella) que el sujeto formula, en primera instancia, su visión –necesariamente parcial– del mundo.
Žižek ejemplifica la ideología en y para sí mediante el caso de la conciencia en la sociedad ‘posideológica’ capitalista tardía, la cual implica una serie de presupuestos ideológicos necesarios para la reproducción de las relaciones sociales existentes, aunque éstos sean pensados por esa conciencia como motivaciones estrictamente utilitarias y / o hedonistas. De este modo, la ideología funciona como una “elusiva red de actitudes y presupuestos implícitos, cuasi ‘espontáneos’, que constituyen un momento irreductible de la reproducción de las prácticas ‘no ideológicas’ (económicas, legales, políticas, sexuales)” (Žižek, en Žižek (comp.), 2003: 24).
En tanto que referida a las prácticas sociales concretas, la efectividad de este momento de la ideología no depende de la ignorancia de quien la ejerce. La ideología entonces no depende, según Žižek, de que en su praxis los seres humanos no lo saben (que actúan en beneficio de ciertos grupos de poder), pero lo hacen (cfr. Marx, 1986: 41), sino que perfectamente pueden saberlo, pero actúan como si no lo supieran. La ideología en y para sí no radica en el saber, sino en el hacer: por ello, en las sociedades centrales contemporáneas, la ideología por excelencia sería el cinismo [6].
Para Žižek lo propio de la ideología es el modo por el cual su contenido se relaciona con la posición subjetiva implicada por su mismo proceso de enunciación; la ideología racionaliza (en sentido freudiano) discursivamente los motivos profundos por los cuales el sujeto piensa o actúa de determinado modo. En esta medida, la ideología implica siempre un ocultamiento: “para ser efectiva, la lógica de la legitimación de la relación de dominación debe permanecer oculta” (Žižek, en Žižek (comp.), 2003: 15. Énfasis del original). Toda ideología tiene como trasfondo una organización fantasmática; por ello, como veremos más adelante, la ruptura con la ideología nos remite al tema lacaniano de atravesar el fantasma.
La
interpelación ideológica
Como había planteado Althusser, la ideología necesariamente funciona interpelando al sujeto; más aún, subjetividad e ideología se constituyen mutuamente. Según este teórico, “la categoría de sujeto […] es la categoría constitutiva de toda ideología, cualquiera que sea la determinación y el momento histórico”, a la vez que “toda ideología tiene la función (que la define) de ‘constituir’ en sujetos a los individuos concretos” [7]. Es posible y necesario para el análisis marxista, pues, historizar los mecanismos y dispositivos concretos (de poder) en la producción de subjetividades [8].
Siguiendo a Lacan –como Althusser–, para Žižek el
sujeto tiene el status de una
respuesta de lo Real [9]
a
la pregunta del Otro, el orden simbólico (cfr. Žižek, 1997: 231-232) [10].
El sujeto es por sí mismo un vacío; la función libidinal de la ideología es suturar
esa falta [11].
Justamente porque existe esa falta en la estructura es que todos los modos de
subjetivación intentan reprimirla o llenarla. Este antagonismo fundacional del
sujeto –que éste no sea capaz de reconocer plenamente el núcleo traumático de
su ser (cfr. Žižek, 2003: 264-265)– es el principio a partir del cual Žižek
asume su lectura hegeliana de Lacan; así como para éste el sujeto, en tanto que
sujeto en falta, es antagónico, para Hegel ese vacío es la negatividad que
define al sujeto [12].
Según esta comprensión del proceso dialéctico, la contradicción, lejos de ser
una constante de superación progresiva, se convierte en la condición interna de
toda identidad (inherentemente en falta). Por esto, según el esloveno la
dialéctica hegeliana abre una fisura que posteriormente algunas
interpretaciones marxistas intentarán cerrar, entre otras formas, con la teoría
de la ideología como falsa conciencia [13].
Siendo el sujeto una respuesta de
lo Real, éste es, pues, la causa
ausente [14]
a partir de la cual el sujeto adquiere sus identificaciones (y alteridades)
ideológicas. En lo fundamental, lo Real produce una serie de efectos
estructurales como desplazamientos, repeticiones, etc.; es una entidad, dice
Žižek, que se ha de construir con posteridad para que podamos explicar las
deformaciones de la estructura simbólica. Lo Real es lo imposible, y es esta
imposibilidad la que se ha de captar a través de sus efectos (Žižek, 1992:
214).
Es precisamente desde esta perspectiva que Žižek
plantea la problemática de la lucha de clases: más allá de lo específico de la
formación económico-social en cuestión, la constitución de la realidad social
supone la represión primordial de un
antagonismo, de modo que la crítica a la ideología tiene como fundamento último
a lo Real reprimido de tal antagonismo (Žižek, en Žižek (comp.), 2003: 36). El
autor ejemplifica este aspecto con el clásico caso de la simbolización espacial
de los Bororos estudiados por Levi-Strauss: mientras que el subgrupo dominante
percibe su aldea como circular, el subgrupo subalterno la percibe como dos
espacios separados por una frontera invisible (cfr. Lévi-Strauss, 1976: 119-146).
Lo Real no radica en ninguna de las dos perspectivas, ni en una disposición
“objetiva” de las casas de la aldea, sino en el núcleo traumático que esos
habitantes no pudieron simbolizar, un desequilibrio fundamental en las
relaciones sociales de su aldea.
La lucha de clases no es, pues,
un significante último que da sentido a todos los fenómenos sociales, sino, en
palabras del filósofo lacaniano-hegeliano, “un cierto límite, una pura
negatividad, un límite traumático que impide la totalización final del campo
social-ideológico” (Žižek, 1992: 214) [15].
A raíz de este trauma aparece la fantasía ideológica; para Žižek, en palabras
de Elliott (1995: 242), “la función de la ideología es proveer a hombres y
mujeres de una secuencia escénica fantaseada de la posibilidad de su propia
condición social. En síntesis, la ideología proporciona una visión idealizada
de una ‘sociedad’ que realmente no puede existir”.
Efectivamente, para el esloveno,
“la noción estándar con respecto al funcionamiento de la fantasía en el
contexto de la ideología es la de un escenario fantasmático que opaca el
verdadero horror de la situación; en lugar de una verdadera descripción de los
antagonismos que recorren nuestra sociedad, nos permitimos una percepción de la
sociedad como un todo orgánico, que se mantiene unida gracias a las fuerzas de
la solidaridad y la cooperación”. (Žižek, 1997: 15).
La fantasía oculta el horror ante lo Real, pero también,
de manera paralela, crea aquello que pretende sustituir a lo que encubre, el
factor reprimido que opera siempre más allá de donde esperamos encontrarnos con
él. En su relación con el sujeto, dado que, como señala el autor, “la fantasía
crea una gran cantidad de ‘posiciones de sujeto’, entre las cuales el sujeto
está en libertad de flotar, de pasar su identificación de una a otra” (Žižek,
1997: 16)[16],
es posible comprender las razones de por qué la identificación con el síntoma
tiene como correlato la constitución del fantasma. Esto, afirma Žižek, sucede
debido a que “por medio de una identificación de este tipo con el síntoma
(social) atravesamos y subvertimos el marco fantasmático que determina el campo
del sentido social, la autocomprensión ideológica de una sociedad dada, es
decir, el marco dentro del cual, precisamente, el síntoma aparece como una
intrusión ajena, perturbadora, y no como el punto de la irrupción de la verdad
del orden social existente, de otra manera oculta” (Žižek, 2000: 230).
Según Žižek (cfr. 1992: 61), lo
fundamental de la ideología no es que sea una ilusión que enmascara el estado
real de las cosas, sino que consista en una fantasía (inconsciente) que
estructura nuestra propia realidad social [17].
Por ello el papel de la fantasía es complejo; no sólo realiza un deseo de
manera alucinatoria, sino que contribuye a organizar el régimen de deseo del
sujeto. La crítica a la concepción de ideología como efecto de la carencia (á la Feuerbach) es luego –como planteaba
Foucault–, insuficiente: no basta con señalar que los contenidos de la
ideología surgen por la carencia real de ellos; hay que determinar por qué la
ideología se presenta precisamente con esos contenidos. Es la fantasía la que
“nos enseña cómo desear” (Žižek, 1997: 17, ss.), y, por tanto, esta función
tiene implicaciones directamente políticas.
El goce y (del) gran Otro ideológico
En tanto que remite a la fantasía que sostiene la identidad (y la “realidad” simbolizada por el sujeto), la ideología se sustenta en el goce [18], y por ello tiende hacia la repetición compulsiva, pues se reafirma a través de la satisfacción libidinal que el sujeto obtiene de su síntoma (la identificación ideológica). Como sostiene Eagleton respecto a la teoría de la ideología de Žižek, “la realidad y sus apariencias se dan conjuntamente en la ideología. La ideología se apega a sus diversos objetos con toda la ciega tenacidad del inconsciente; y un atractivo importante que tiene sobre nosotros es su capacidad para producir gozo” (Eagleton, 1997: 232) [19]. Más aún, para Žižek la ideología comparte con el goce una característica atribuida por Lacan a éste: no sirve para nada más allá de sus propios objetivos, y se convierte en un fin en sí misma (Žižek, 1992: 122) [20].
El goce es siempre un excedente;
sin plus el goce no es posible del
todo (cfr. Žižek, 1992:
82-86). El goce es el soporte último de la ideología, más allá del significado
ideológico. El plus que se produce
mediante la renuncia al goce es el objeto a,
la encarnación del plus-de-goce (Žižek, 1992: 119), el cual es descrito por el
esloveno –de nuevo, desde un Lacan prácticamente literal– como “el objeto causa
del deseo: un objeto que, en cierto sentido, es puesto por el deseo mismo. La
paradoja del deseo es que pone retroactivamente su propia causa: el objeto a es un objeto que sólo puede
percibir una mirada ‘distorsionada’ por el deseo, un objeto que no existe para una mirada ‘objetiva’.
En otras palabras, siempre, por definición, el objeto a es percibido de manera distorsionada, porque fuera de esta
distorsión, ‘en sí mismo’, él no existe,
ya que no es nada más que la
encarnación, la materialización de esta distorsión, de este excedente de
confusión y perturbación introducido por el deseo en la denominada ‘realidad objetiva’”
(Žižek, 2000: 29-30). El objeto a es,
pues, un residuo de la falta fundamental constitutiva del sujeto y que, al
funcionar como un agujero en el orden de lo Real, pone en movimiento la
simbolización mediante la cual toda la operación ideológica consiste en ocupar
el “lugar vacío imposible / real en el que las
palabras ya no obligan, donde su facultad performativa queda en suspenso” (Žižek,
1994: 53).
El gran Otro es contraparte del
objeto a, pues, mientras que éste está
siempre ligado con el yo como causa del deseo y pertenece al orden de lo
imaginario, el gran Otro representa la alteridad radical arraigada en el orden
de lo simbólico. Al referirse la ideología al problema de las relaciones entre
identidad y alteridad, y en particular a las implicaciones que ello conlleva
respecto al tema del poder, Žižek afirma que el gesto elemental de la ideología
consiste en el acto de presuposición que hace existir al gran Otro (cfr. Žižek,
1994: 79). No es de extrañar, por
consiguiente, que en el discurso ideológico, “la agencia del gran Otro está
presente en dos modalidades recíprocamente excluyentes. Antes que nada, el
‘gran Otro’ aparece como una agencia oculta ‘que mueve los hilos’, que maneja
el espectáculo entre bastidores: la Divina Providencia en la ideología
cristiana, la ‘astucia de la Razón’ hegeliana [...], la ‘mano invisible del
mercado’ en la economía mercantil, la ‘lógica objetiva de la historia’ en el
marxismo-leninismo, la ‘conspiración judía’ en el nazismo, etc.”. Pero, por
otra parte, “el gran Otro ideológico funciona al mismo tiempo como exactamente lo opuesto al agente oculto que mueve los
hilos: la agencia del puro aspecto exterior, de una apariencia que es, no
obstante, esencial, es decir, que
debería preservarse a cualquier precio” (Žižek, 1994: 56-57).
Como señalábamos anteriormente,
es el orden simbólico (el lenguaje como gran Otro) el que asigna los lugares
sociales, estando la fantasía relacionada directamente a través de él con la
identidad del sujeto; de ahí que la ideología, en cualquiera de los tres
momentos planteados por Žižek (en sí, para sí, en sí y para sí) se refiere a
este gran Otro. El punto de acolchado, el mecanismo fundamental para el
funcionamiento de la ideología según Žižek, funciona en el orden de lo
simbólico. El punto de acolchado (point
de capiton), de central importancia para la teoría lacaniana, le permite a
este autor explicar la incorporación de nuevos elementos dentro de las
ideologías existentes.
El punto de acolchado es el que posibilita
ubicar a los elementos protoideológicos que, mientras no estén estructurados en
una ideología, son solamente “significantes flotantes”; en tanto que no
conozcamos el contexto discursivo en el cual aparece un concepto, su
significado permanece abierto y sobredeterminado. Así, por ejemplo, ecologismo designa un concepto diferente,
según lo pensemos desde una posición estatista, socialista o conservadora [21].
La operación ideológica elemental consiste, pues, en una “conversión de la
forma” que permite el funcionamiento de ésta en el espacio ideológico. Un nuevo
símbolo (en este caso, el término ecologismo)
no añade ningún nuevo sentido a la ideología, pero reorganiza los que ya
estaban en ella (cfr. Žižek, 1994: 164-165).
Según el filósofo esloveno, “el point de capiton es el punto a través
del cual el sujeto es ‘cosido’ al significante, y al mismo tiempo, el punto que
interpela al individuo a transformarse en sujeto dirigiéndole el llamado de un
cierto significante amo (‘Comunismo’, ‘Dios’, ‘Libertad’, ‘Estados Unidos’)” (Žižek,
1992: 142-143). Este significante amo condensa toda la riqueza semiótica del
campo semántico (ideológico) al que se refiere; en esta medida es un “punto
nodal”, un “nudo de significados” (Žižek, 1992: 135) que define la identidad de
los significantes subordinados. El punto de acolchado es el punto de
subjetivización de la cadena de significantes, ya que es él el que interpela al
individuo a convertirse en sujeto a través del llamado del significante amo
(Žižek, 1992: 156). Y es precisamente el punto de acolchado el que detenta el
lugar del gran Otro en la cadena diacrónica del significante, pues, actuando
como un “designante rígido” totaliza una ideología, deteniendo el deslizamiento
metonímico de sus significados (cfr. Žižek, 1992: 135-141)
La dinámica de la ideología
sería, pues, la misma que Freud planteaba respecto al sueño: en éste, en
efecto, el sujeto durmiente puede percibir estímulos externos, pero estos
estímulos son asumidos dentro de la lógica del mismo sueño y explicados por
éste. Es el sueño el que en la mente del durmiente le da sentido al estímulo.
En concordancia, según Žižek, “una ideología en realidad triunfa cuando incluso
los hechos que a primera vista la contradicen empiezan a funcionar como
argumentaciones en su favor” (Žižek, 1992: 80).
La pregunta que surge, una vez
caracterizada esta dinámica de la ideología, es la de cómo sea posible salir de
este universo de sentido, aparentemente cerrado. Dado que la fantasía funciona
como elemento que opaca el campo real de los antagonismos en que se desenvuelve
el sujeto, atravesar la ideología como fantasía social es el objetivo político
de la formulación de Žižek.
Atravesar la ideología
El planteamiento de este autor supone, por tanto, la posibilidad de un más allá de la ideología. Contra la solución “posmoderna” de afirmar que la única posición no ideológica es renunciar a la idea de una realidad extraideológica y suponer que sólo existe una pluralidad de universos discursivos y ficciones simbólicas –una solución netamente ideológica, por demás–, Žižek plantea que la crítica de la ideología debe darse desde un lugar vacío, no definido positivamente; darle un lugar positivo a la crítica es recaer en la ideología [22]. El único modo de no incurrir en el pensamiento ideológico es, pues, mantener la tensión entre ideología y realidad [23], aunque una y otra no puedan separarse claramente (cfr. Žižek, en Žižek (comp.), 2003: 26) [24].
El objetivo fundamental de la fantasía ideológica es acallar el antagonismo social. Por ello, si, como afirma este autor, la fantasía es el medio que tiene la ideología de tener en cuenta de antemano su propia falla, es necesario enfatizar el tema del antagonismo, mostrando cómo la ideología encubre el trauma de la imposibilidad de la sociedad como una totalidad cerrada y homogénea (cfr. Žižek, 1992: 173-174). Por ello es necesario retomar el síntoma, pues éste es el mecanismo por el cual la fantasía justifica la falta fundante; no pertenece al orden de aquellas cosas que perturban al sujeto desde fuera, sino que es la manifestación que torna visible el antagonismo del cual depende la constitución de éste.
Atravesar la fantasía ideológica implica pasar por la identificación con el síntoma, en tanto que éste es un punto de fuga para eludir la imposibilidad del deseo del propio sujeto. Siguiendo la explicación de Žižek, el judío es el síntoma del corporativismo fascista; para América Latina, podemos agregar nosotros, el indio y el comunista han sido los síntomas sobre los cuales la fantasía ideológica ha explicado la imposibilidad (inherente y fundante) de la nación en el capitalismo dependiente. Del mismo modo como Marx explicaba como productos necesarios del propio capitalismo lo que para la economía política y la sociología burguesas eran “disfunciones” del sistema, la crítica ideológica debe mostrar cómo el síntoma revela el verdadero funcionamiento tras la interpelación ideológica (cfr. Žižek, 1992: 175). De allí que al identificarse con su síntoma el sujeto se confronte con lo Real de su deseo.
Lo anterior implica que para salir de la clausura ideológica es además necesario “deshacer” el gesto ideológico fundante –el que posibilita la interpelación ideológica–; es necesario suspender el (presu)poner al gran Otro, (cfr. Žižek, 1994: 79), lo cual es posible gracias a que, si bien el sujeto lacaniano está escindido, lo mismo es también cierto del gran Otro [25]. Debido a que el gran Otro está en falta es posible la desenajenación del sujeto: de la posibilidad de identificar su propia falta con la falta del Otro (cfr. Žižek, 1992: 168). Este es el camino de la destitución subjetiva.
Aquí resalta el carácter antisacrificial de la propuesta que retoma de Lacan el filósofo esloveno, y por la cual se hace más manifiesto su carácter radical de izquierda; mientras que el fascismo –como el prototipo según Žižek de ideología– asume y se identifica con el gran Otro simbólico, la crítica ideológica debe, por el contrario, suspenderlo. La destitución subjetiva supone, en palabras de Žižek, asumir que “el Otro no posee lo que al sujeto le falta, y ningún sacrificio puede compensar esta falta de aquél” (Žižek, 1994: 78) [26].
El psicoanálisis no tiene como objetivo, pues, que el analizante sea capaz de aceptar su propia renuncia como condición de acceso al deseo; más que asumir la propia falta, el sujeto debería asumir la falta del gran Otro –lo cual, como propone Žižek, es incomparablemente más insoportable [27]–. Al ser el gran Otro la (presu)posición de un orden inmaterial e ideal, su función (libidinal) es garantizar el sentido y la consistencia últimos de la experiencia del sujeto; esta retirada respecto de este gran Otro no es un sacrificio –pues el sacrificio se dirige siempre hacia el Otro–, sino “un acto de abandono que sacrifica el sacrifica el sacrificio mismo” (Žižek, 1994: 79).
Consecuentemente, el fin último de la crítica ideológica es el de poner al sujeto histórico (barrado, por supuesto) frente a la posibilidad de su propia acción frente al Otro que se estimaba completo. Lejos de preparar para la aceptación de un orden simbólico totalitario, la crítica ideológica lacaniana sería una propedéutica para la libertad y la ruptura con un status quo inherentemente atravesado por el conflicto de lo Real [28].
Visibilizar el conflicto y asumirlo como fundante es, de este modo, parte fundamental de la ruptura con la ideología. Consecuentemente, según Žižek la izquierda “debe preservar las huellas de todos los traumas, sueños y catástrofes históricos que la ideología imperante del ‘fin de la historia’ preferiría obliterar; debe convertirse en monumento vivo, de modo que mientras esté la izquierda, esos traumas sigan marcados. Esta actitud, lejos de confinar a la izquierda en un enamoramiento nostálgico del pasado, es la única posible para tomar distancia sobre el presente, una distancia que nos permita discernir los signos de lo Nuevo” (Žižek, 1998: 352-353).
Epílogo
La teoría crítica de la
ideología de Žižek, sin alejarse del psicoanálisis lacaniano, hace aportes muy significativos
para la comprensión de los fenómenos contemporáneos. Žižek cambia la
perspectiva en un objeto supuestamente conocido previamente (el psicoanálisis
lacaniano) y nos muestra una perspectiva que, estando ya antes ahí, era
necesario poner de manifiesto; de lo que trata su teorización no es de plantear
algo nuevo, sino de hacer al lector consciente de un lado inquietante de algo que
ya conocía (cfr. Žižek, 2006, x).
Llama la atención cómo este
autor, partiendo de la crítica freudiana de la ilusión, articula la crítica lacaniana de la ideología en términos
dialécticos, partiendo de una lectura cruzada de Hegel con Lacan. Alain Badiou
recordaba la analogía (lacaniana) entre Lacan / Freud y Lenin / Marx [29],
señalando la similitud estructural de ambas tradiciones de pensamiento, así como la posibilidad de que cada una “aprenda” de
la otra; en este sentido, la teoría de la ideología de Žižek es un ejemplo pertinente
de cómo la teoría psicoanalítica converge fructíferamente con la teoría
política marxista.
Por otra parte, la producción de Žižek en el campo de
la crítica de la ideología, en tanto que planteamiento conceptual que permite
una aproximación a la complejidad de los fenómenos contempóraneos, rebate las
tesis sobre el predominio de un universo posideológico en la época actual [30].
Lo que se ha agotado no es la crítica ideológica, sino cierta crítica,
fundamentalmente aquella ligada con la concepción más estrecha de ideología
como falsa conciencia. Al situar el tema de la ideología en el ámbito del hacer y no del saber (como lo planteó, correctamente, Marx respecto al fetichismo
de la mercancía), la ideología, tal y como la plantea Žižek, no se basa en una
pretensión de verdad inherente a su discursividad o práctica; se fundamenta en
ese plus que le permite al sujeto sostener la armazón de una razón cínica [31]
dejando intacto el campo en que la ideología estructura la realidad social: el campo
de la fantasía ideológica.
El marxismo clásico no podía ni pretendía prever los fenómenos futuros que obligarían a la reconceptualización de esta temática. Por ello, según Žižek mientras el marxismo destaca la ideología como perspectiva parcial (mirada de clase) [32], la perspectiva lacaniana se esfuerza por mostrarla como una totalidad que intenta borrar la huellas de su propia imposibilidad. Mientras los marxistas ponen el acento en una especie de falsa universalización y su crítica pretende develar el carácter burgués y capitalista de estos contenidos, en la perspectiva lacaniana se trataría más bien de comprender una especie de historización hiperrápida que nos ciega al núcleo de una repetición insistente de las diversas historizaciones / simbolizaciones.
Lo fundamental de la propuesta de Žižek está en su reconceptualización de la problemática de la ideología, con lo cual no solamente revigoriza la teoría marxista de la ideología, sino que, sobre todo, plantea al psicoanálisis lacaniano como una corriente indefectiblemente contestataria. Contra las interpretaciones que han presentado a Lacan como un fatalista, Žižek recupera la criticidad de la propuesta de ese teórico frente al statu quo, mostrando cómo la destitución subjetiva ha de romper necesariamente con la fantasmática ideológica, confrontando al sujeto con su propio deseo.
La confrontación con el horror
fundacional del sujeto –lo cual, en términos de crítica ideológica, significa reconocer
la fractura constituyente de la sociedad– es, pues, condición necesaria para
asumir prácticas políticas contrarias a la alienación y los fetichismos
impuestos por el sistema-mundo del actual capitalismo, y frente a las
subjetividades –formadas en el sometimiento y el goce de la autodestrucción– producidas
por ese orden social. Žižek es bien consciente de que mientras persista el
capitalismo será necesaria su crítica; su mérito está en desarrollar las
posibilidades políticas del psicoanálisis lacaniano para esta decisiva lucha.
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[1] Terry Eagleton se burla del desprecio de una parte de la teoría
social contemporánea hacia el concepto de ideología, ejemplificándolo con uno
de los más reputados representantes de la filosofía actual: en Contingencia, ironía y solidaridad,
Rorty afirma la inutilidad de la noción de ideología, tras hacer alarde de la
necesidad moral y política de considerar a los jóvenes negros de Estados Unidos
como compatriotas estadounidenses.
Efectivamente, si esto no es ideología, ¿qué lo sería? Cfr. Eagleton, 1997.
[2] Esta clausura es relativa puesto que está abierta a lo Real. Al igual que en el caso de Foucault según Deleuze, esta apertura a lo Real permite aproximarse a lo simbólico en términos de diagrama, más que de estructura. Cfr. Jameson, 1989: 49; Deleuze, 1987.
[3] Del mismo modo, para Marx la ideología no es un asunto epistemológico, sino práxico, y por ello político. Kolakowski ilustra el carácter irreductible de la ideología a criterios epistémicos al apuntar que, por ejemplo, el Manual del materialismo histórico de Konstantinov, a pesar de contener un gran número de enunciados verdaderos, es tan ideológico como La ciudad de Dios de San Agustín. Cfr. Kolakowsky, 1970: 25-45.
[4] En este sentido, teóricos
contemporáneos como Foucault y Bourdieu no han fundado en la corporalidad un
nuevo objeto de estudio, aunque sí han profundizado y refundamentado los
planteamientos de los maestros de la sospecha.
[5] Žižek, 1994: 18. El énfasis sobre los lugares de los sujetos en una estructura
simbólica intersubjetiva nos remite inmediatamente –a pesar de las
discrepancias existentes entre el psicoanálisis y estas corrientes– a la
fenomenología de Schütz y a la teoría de los roles de Goffman. Cfr. Schütz,
1972; Goffmann, 1971.
[6] Políticamente hablando, en el cinismo no importa tanto la
consciencia del sujeto, sino sus prácticas concretas. Žižek ilustra esto con la
exortación kantiana a la obediencia al emperador, adecuada a los imperativos
académicos en boga: “en teoría (en la práctica académica de la escritura),
deconstruye tanto como quieras y todo lo que quieras, pero en tu vida cotidiana
participa del juego social predominante”. Žižek, 1994: 11; Cfr. Kant, 2002: 37.
[7] Althusser, Louis. Ideología y
aparatos ideológicos del Estado. Notas para una investigación. En:
Althusser, 1989: 139. En un sentido similar planteaba Adorno su tesis de que la
identidad es la forma originaria de la ideología. Cfr. Adorno, 1986.
[8] Así lo intentaba Eagleton a través de su categoría de un modo de producción de sujetos. Cfr. Eagleton, 1985-1986.
[9] La caracterización de Žižek de lo Real se
ciñe al concepto lacaniano: “lo ‘Real’ lacaniano denota, en última instancia,
ese resto no mediado que sirve como sostén de la estructura simbólica en su
pureza formal”. Žižek, 1994: 110. Debe
notarse que, precisamente por esta apertura hacia lo Real, los planteamientos
de Lacan escapan de la trampa de la autorreferencialidad del lenguaje supuesta
por las posiciones antifundacionalistas posmodernas.
[10] "El sujeto es una respuesta de lo Real (del objeto, del núcleo
traumático) a la pregunta del Otro. La pregunta como tal produce en su
destinatario un efecto de vergüenza y culpa, lo divide, lo histeriza, y esta
histerización es la constitución del sujeto: el estatuto del sujeto como tal es
histérico. El sujeto como tal se constituye a través de esta división,
escisión, con referencia al objeto en él; este objeto, este núcleo traumático,
es la dimensión que ya hemos denominado como la de ‘una pulsión de muerte’, de
un desequilibrio traumático, de una extirpación". Žižek, 1992: 235.
[11] El soporte del sujeto es puramente fantasmático; el mismo sujeto no
es poseedor sino de un vacío surgido de la imposibilidad de responder la
pregunta del Otro. Esta pregunta es constitutiva del sujeto, en tanto que se
dirige al núcleo mismo del sujeto, al objeto que en él lo escinde, ya que lo
atrae (ofrecida cierta consistencia) y lo repele (en razón de su imposibilidad
de respuesta).
[12] Para Žižek, este sujeto descentrado (“barrado” en la grafía lacaniana)
surge con Kant, al diferenciar éste al yo como apercepción trascendental del yo
como noúmeno. Más aún, Žižek considera que el objeto trascendental es la
versión kantiana del objeto a
lacaniano. Cfr. Žižek, 2003: 275-278.
[13] Posición que, como hemos señalado anteriormente, no corresponde a
la formulación de Marx y Engels. No es casual, en todo caso, que la crítica
ideológica de
[14] Žižek asume la
misma postura que Jameson, también inspirado en Lacan y Hegel, frente al tema
de la causalidad. Cfr. Jameson, 1989: 20-30.
[15] Nótese el papel
privilegiado que Žižek –más adorniano que lo que él
seguramente admitiría– le otorga a la negatividad. Allí radica, de hecho, la
imposibilidad de una totalización consistente, como una esencial incapacidad de
lo Simbólico por clausurar el sentido de lo Real.
[16] Acá Žižek habla de ‘posiciones de sujeto’ especificadas en la trama ideológica, señalando, en todo caso, que la vacuidad del sujeto es condición fundante y necesaria de ellas. Por otra parte, debe entenderse que el fantasma “como ficción que oculta una falta, una inconsistencia en el orden simbólico, es siempre particular; su particularidad es absoluta, resiste a la mediación, no se la puede incorporar a un ámbito más amplio, universal, simbólico”. Žižek, 2000: 259. De ahí la relación del fantasma con el objeto a.
[17] La ideología “es una construcción de la fantasía que funge de
soporte para nuestra ‘realidad’: una ‘ilusión’ que estructura nuestras
relaciones sociales efectivas, reales, y por ello encubre un núcleo
insoportable, real, imposible […] La función de la ideología no es ofrecernos
un punto de fuga de nuestra realidad, sino ofrecernos la realidad social misma
como una huída de algún núcleo traumático, real” (Žižek, 1992: 76).
[18] Recordemos que este plus de goce es un placer que genera
malestar, según lo desarrolla Lacan en el Seminario VII. Cfr. Lacan, 1981;
Braunstein, 2005.
[19] La traducción que guarda el sentido propio del discurso psicoanalítico es goce, y no gozo, como aparece en el texto citado.
[20] En este sentido, señala Žižek, “la prohibición del deseo, con el fin de lograr la eficacia, ha de tornarse erótica. La regulación del deseo conduce al deseo de la propia regulación”. Citado en Griffiths, 2000: 384.
[21] En este aspecto, Žižek se remite a los planteamientos de Laclau y Mouffe. Cfr. Žižek, 1992: 125-126.
[22] De nuevo, el enfoque de Žižek muestra su convergencia con la dialéctica negativa adorniana.
[23] Esta realidad no debe ser
entendida en sentido de una experiencia cotidiana “preideológica”, pues la
vivencia cotidiana está ya de por sí inmersa en la ideología, sino como la idea
(en sentido kantiano) de una objetividad rectora. Romper
con la ideología no es posible a través de la confrontación de los ideologemas
con la “realidad” perceptible, pues lo que caracteriza a la ideología no es
plantear enunciados falsos, sino el modo por el cual pretende invisibilizar lo
Real de nuestro deseo. Como hemos observado anteriormente, la ideología
funciona plenamente cuando el sujeto no siente ninguna oposición entre ella y
la realidad.
[24] Para una interesante
crítica al posestructuralismo y la hermenéutica gadameriana, cfr. Žižek, 1992: 201-204.
[25] Recordemos que el interés de Žižek está ante todo enfocado sobre la
garantía mínima de consistencia fantasmática que el objeto a le provee al sujeto, gracias al cual éste se percibe como digno
del deseo del Otro.
[26] Este cuestionamiento al
lenguaje hace que Lacan no participe de la idea posestructuralista de que no
hay fuera del lenguaje, lo cual, por ejemplo en el caso de Baudrillard, lleva a
una sobrevaloración de las capacidades de cooptación del sistema y a una
actitud fatalista en política. Cfr. García, 2004.
[27] Nótese la similitud de este planteamiento con la categoría de mala fe de Sartre, como la renuncia a asumir la propia e ineludible libertad. Cfr. Sartre, 1972. La convergencia entre el planteamiento lacaniano y el sartreano es producto de la formación hegeliana de ambos, a cargo de Kojéve en los años treinta.
[28] De allí, en particular, la importancia que Žižek le atribuye a Lenin como revolucionario. Sobre su interesante interpretación del bolchevismo, cfr. Žižek, 2004.
[29] El propio Žižek ha planteado que la relación entre psicoanálisis y
marxismo consiste en que comparten “la paradoja de un saber ilustrado no
tradicional, fundado en la relación transferencial con la insuperable figura
del fundador (Marx, Freud): el conocimiento no progresa a través de
refutaciones y reformulaciones graduales de las hipótesis iniciales, sino a
través de una serie de ‘retornos a… (Marx, Freud)’”. Žižek, 2003: 270.
[30] Al respecto, por ejemplo, resaltan –de nuevo– los planteamientos de
Rorty. Cfr. Rorty, Richard. “Feminismo, ideología y deconstrucción: una
perspectiva pragmatista”. En: Žižek, S. (comp.), 2003.
[31] Sobre el tema del
cinismo, en interlocución con Sloterdijk, cfr. Žižek,
1992: 35-86.
[32] En realidad para el marxismo la mirada no es parcial, sino parcializada y solo se transforma en parcial por contraposición respecto a la totalidad de las relaciones sociales.
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