“Marx no hizo sino la teoría crítica del valor de cambio.
Valor de uso, significante, significado:
su teoría crítica está por hacer”.

J. Baudrillard.

Deliberadamente abordado de modo oblicuo por Baudrillard (1929- ), el tema del sujeto ha girado para este autor ante todo alrededor de las consideraciones acerca de los objetos y el lenguaje en las sociedades del capitalismo central. Son precisamente sus desarrollos sobre la teoría del valor los que ponen en evidencia el nexo profundo entre esos tres conceptos –sujeto, objeto y lenguaje–, cuyo análisis los muestra necesariamente relacionados y mutuamente determinados por la lógica del modo de producción.
Partiendo de la primacía que autores como Lévi-Strauss, Althusser o Lacan le asignan a la cultura ¬–¬y fundamentalmente al lenguaje– por sobre la naturaleza, y respondiendo contra las interpretaciones humanistas del marxismo, Baudrillard aborda los conceptos de valor y de sujeto desde una perspectiva semiológica, en la cual el sujeto es elemento y soporte de la sintaxis funcional del capitalismo tardío. En este sentido, afirma el autor que lo propio del actual capitalismo es el predominio casi total del lenguaje en él.
 Nos centramos aquí en los tres primeros libros de este autor, considerado uno de los nuevos filósofos franceses de las últimas tres décadas. El sistema de los objetos (1968), La sociedad de consumo (1970) y Crítica de la economía política del signo (1972): estos títulos muestran claramente sus intereses durante el primer período de su producción teórica, caracterizada por una crítica de Marx, Freud y el estructuralismo.

Las lógicas del valor
 Para Baudrillard, el consumo ha pasado a ser el aspecto más importante en la acumulación capitalista, desplazando la anterior preminencia de la producción como mecanismo de explotación. En este planteamiento, Baudrillard sigue las teorías de los pensadores / activistas del situacionismo, con sus ideas sobre la colonización de la vida cotidiana(1), pero Baudrillard se distancia de ellos al tratar el consumo como una práctica fundamentalmente semiótica; para él, en el capitalismo tardío, la mercancía es consumida como signo, no como materialidad, y esto tiene implicaciones directas sobre el sujeto en estas sociedades.
 En este sentido, la teorización de Baudrillard sobre el valor abarca, por una parte, la crítica a la ideología implícita en la economía política neoclásica, y fundamentalmente a su antropología; por otra, la reformulación de una teoría del valor con un fuerte componente semiológico. El análisis estructural de Baudrillard parte de desligar las necesidades de un referente natural, para ubicarlas como funciones de la lógica cultural capitalista.
 Se recordará que la economía política ha postulado que el objeto –en cuanto que mercancía, dirá Marx– posee dos tipos de valor: el valor de uso y el valor de cambio. “Debe notarse –afirmaba Adam Smith a fines del siglo XVIII– que la palabra valor tiene dos diferentes significados; a veces expresa la utilidad de un objeto particular, y a veces el poder de adquirir otros bienes, el cual acompaña la posesión de ese objeto. A uno puede llamársele ‘valor de uso’; al otro, ‘valor de cambio’”(2).
 Esta distinción sugiere dos ámbitos distintos en los cuales el objeto se desenvuelve: el valor de cambio es el objeto en cuanto partícipe del mercado, mientras que el valor de uso es ese objeto en relación inmediata con un ser humano que lo utiliza según su función; el valor de uso se refiere a una naturaleza anterior y ajena al mercado. Por ello, Baudrillard ataca la noción ingenua del valor de uso, en tanto que resabio de un naturalismo que en la economía y demás disciplinas sociales está ligada a un humanismo que sustancializa al ser humano, haciendo indebida abstracción de las condiciones estructurales que como tal lo determinan. La crítica del valor de uso apunta, luego, hacia la necesidad de historizar la situación del sujeto en el conjunto de sus relaciones sociales, tanto inmediatas como mediatas.
 Para este teórico, en primer lugar debe desvincularse el tema de las necesidades respecto al del valor. Esto puesto que, según afirma, formular una teoría de las necesidades no tiene sentido teórico; solamente puede haber una teoría del concepto ideológico de necesidad(3). De lo que se trata, dice Baudrillard, es de desconstruir nociones provinientes del sentido común, tales como objeto, consumo, aspiración y necesidades, pues del mismo modo como no se puede teorizar sobre el sueño desde sí mismo, tampoco es posible hacerlo respecto a estas nociones sin tomar distancia respecto a la evidencia de lo cotidiano(4).
 El valor de uso no se refiere en realidad a necesidades naturales; más aún, el concepto de necesidad debe desaparecer. El sistema económico capitalista legitima su producción de mercancías por la supuesta elección y preferencias de los consumidores, como si no fuera la oferta de bienes la que determina las necesidades de éstos. El concepto de necesidad, con su legitimidad falsificada, encubre la finalidad social y política de la productividad(5): la acumulación de capital. Sobre el tema de las necesidades volveremos al abordar el tema de la subjetividad.
 Dando esto por sentado, Baudrillard señala que existen, no dos, sino cuatro lógicas del valor, las cuales se traslapan y sobredeterminan la una a la otra:
• Una lógica funcional del valor de uso, regida por operaciones prácticas;
• Una lógica económica del valor de cambio, regida por la equivalencia;
• Una lógica del cambio simbólico, regida por la ambivalencia;
• Una lógica del valor / signo, regida por la diferencia(6).
La consideración de la dimensión semiológica del objeto abre, pues, dos lógicas adicionales para el valor: la del símbolo y la del signo. Es en esta última lógica que se desenvuelve el consumo; sólo hay objeto de consumo a partir del momento en que se cambia, y el cambio viene determinado por la lógica social y los códigos que ella pone en juego(7). Así, el uso funcional del objeto pasa por su estructura técnica y su manipulación práctica, y tiene un nombre común; el objeto como mercancía se identifica por su precio; el uso del objeto-símbolo pasa por su presencia concreta, tiene un nombre propio; y el “consumo” del objeto pasa por su marca(8).
El objeto tendría, pues, diferentes dimensiones; de hecho, según Baudrillard, el objeto “no es nada más que los diferentes tipos de relaciones y de significaciones que vienen a converger, a contradecirse, a anudarse sobre él en tanto que tal. No es nada más que la lógica oculta que ordena ese haz de relaciones al mismo tiempo que el discurso manifiesto que lo oculta”(9). Siguiendo el modelo saussureano del lenguaje, para Baudrillard el objeto debe considerarse tanto por su relación con otros objetos copresentes y contiguos –eje sintagmático– como por sus relaciones con otros objetos a los cuales sustituye –eje paradigmático–; el objeto “no adquiere sentido sino en la diferencia con otros objetos, según un código de significaciones jerarquizadas”(10). Estos dos ejes constituyen el sistema de los objetos, el cual le da significado a cada una de sus partes, y cada combinación concreta de objetos podría considerarse parte de una retórica objetual-espacial.
Ahora bien, en la consideración del objeto, se puede pasar del predominio de una lógica del valor al predominio de otra, de ese modo variando el carácter del objeto en cuestión(11). El tránsito del objeto desde el valor de intercambio simbólico al valor de cambio, por ejemplo, señala el momento en el que una obra de arte se convierte en mercancía; el paso del valor de uso al valor de signo, por su parte, puede verse como el momento en el cual lo útil se inserta en el sistema del consumo.
 La lógica del intercambio simbólico, en tanto que su campo es el del no-valor, va más allá de la economía política; más aún: la teoría del intercambio simbólico se identifica con la crítica de la economía política general. Por ello, el análisis interno de la sociedad de consumo –a diferencia de la investigación sobre sus generalidades– no requiere entrar en la consideración sobre el intercambio simbólico, aunque sí, necesariamente, en la de la teoría crítica del valor(12).
 Las diversas modalidades del valor, en todo caso, nos presentan los modos en los cuales se configuran las relaciones entre sujeto y objeto. La teoría del valor y la teoría del sujeto son, pues, aspectos directamente relacionados entre sí dentro de los planteamientos de Baudrillard. Así, al desestimar la problemática de las necesidades (por no ser generadas por la naturaleza, sino por la ideología capitalista) y del valor de uso, se plantea un modelo de sujeto como un mero portador de estructuras semiótico-sociales.

Sujetos y estructuras
 La crítica de Baudrillard al valor de uso intentaba romper con toda antropología naturalista, pero también con las concepciones idealistas que, según este autor, se encontraban presentes en el propio Marx. Las necesidades no dicen nada acerca de una esencia humana, en ningún sentido manifiestan una subjetividad autónoma(13), pues el sistema de las necesidades funda el sistema del valor de uso, del mismo modo como el sistema del trabajo social funda el sistema de cambio(14). El consumidor saturado sería el complemento del productor asalariado(15).
Baudrillard afirmaba que la abundancia generada por el neocapitalismo de los sesentas(16) había constituido un cambio fundamental en la ecología de la especie humana, en tanto que, por primera vez en la historia, los seres humanos no se relacionan cotidianamente tanto con sus semejantes sino principalmente con objetos, i.e., con signos. El sujeto se encuentra hipersemiotizado; los referentes de los signos a través de los cuales se relaciona con los objetos son otros signos, y no hay más allá de tales referentes(17).
Y así, a fuerza de convivir entre signos que remiten a objetos funcionales, el sujeto se convierte él mismo en funcional(18); al espacio fetichizado le corresponde un sujeto fetichizado, lo cual se refleja en el entorno doméstico moderno. Lo importante en él es la relacionalidad de los elementos que lo componen, que forman un ambiente; el deseo mismo del sujeto es desmovilizado en beneficio de tal ambiente. Por ello, lo que prima en las relaciones de los individuos en este espacio es su movilidad y funcionalidad. Los diversos tipos de relaciones deben poder cambiarse entre sí libremente(19), y, en este sentido, el sujeto se desplaza en el espacio como un componente más del sistema de los objetos(20).
En esta perspectiva, el consumo organiza totalmente lo cotidiano(21), de modo que las necesidades son una función inducida en los individuos por la lógica interna del sistema; no hay necesidades sino porque el sistema las necesita: “el capital-necesidades invertido por cada consumidor privado es hoy tan esencial al orden de producción como los capitales invertidos por el empresario capitalista, tan esencial como el capital-fuerza de trabajo invertido por el trabajador asalariado”(22).
La lógica del signo es una lógica de la diferenciación, pero esto no implica que se base en las motivaciones de status, prestigio o diferenciación, sino más bien que estos aspectos se desprenden de esa lógica: “que los individuos (o los grupos individuados) se hallen consciente o  subconscientemente en busca de categoría social y de prestigio, es cierto, y este nivel debe ser tomado en cuenta en el análisis. Pero el nivel fundamental es el de las estructuras inconscientes que ordenan la producción social de las diferencias”(23). Y, efectivamente, el mismo inconsciente se produce y reproduce como fuerza productiva(24).
 En esta medida, las necesidades del sujeto existen porque son necesarias al sistema, y el individuo es un mero mito funcional de la sociedad productivista. “Si [el ser humano] come, si bebe, si se aloja, si se reproduce, –afirma Baudrillard– es porque el sistema necesita que se reproduzca para reproducirse; necesita hombres. Si pudiera funcionar con esclavos, no habría trabajadores ‘libres’. Si pudiera funcionar con esclavos mecánicos asexuados, dejaría de haber reproducción sexual. Si el sistema pudiera funcionar sin alimentar a sus hombres, no habría siquiera pan para los hombres”(25).
 Por ello, el valor de uso no tiene ningún sentido fuera del sistema de necesidades inducido estructuralmente en la subjetividad por el sistema productivo(26). La emancipación del individuo no podría pasar por fortalecer el valor de uso por sobre el valor de cambio, así restableciendo una naturaleza humana sobre la alienación de la economía, pues ambos tipos de valor, junto con el valor de signo, conforman el trípode de la economía política capitalista. La única salida respecto al capitalismo pareciera ser, luego, el intercambio simbólico, cuyos principios son ajenos a la lógica del capital.
 Ahora bien, que el inconsciente se reproduzca como fuerza productiva se relaciona directamente con el carácter semiótico de la subjetividad (la influencia del psicoanálisis lacaniano es en este aspecto muy evidente). Y una de las características más peculiares del capitalismo de la segunda mitad del siglo XX es precisamente la –literalmente– inmensa cantidad de signos que el sujeto percibe diariamente(27). El sujeto consume bienes materiales, pero ante todo consume signos, y tal consumo se rige según el mismo principio que el pensamiento mágico: el consumidor moderno cree apropiarse de la satisfacción de sus necesidades a través de la omnipotencia de los signos ligados a ellas(28).
El sujeto moderno no es, por tanto, más racional que cualquier otro a lo largo de la historia anterior(29) (o de la prehistoria), como tampoco lo son los objetos alrededor suyo: “El sentido [de la lógica del intercambio] no toma jamás su origen en la relación […] entre su sujeto dado a priori como autónomo, consciente, y un objeto producido con fines racionales, sino en una diferencia, sistematizable en términos de código, y ya no en términos de cálculo, una estructura diferencial en la que se funda la relación social, y no el sujeto como tal”(30).
Tanto sujetos como objetos son productos de relaciones sociales enmarcados en la conjunción de las estrategias económicas y políticas en el orden productivo, con la manipulación de signos en el orden del consumo(31). “Vivimos al amparo de los signos y en la negación de la realidad”, dice Baudrillard, e inmediatamente nos plantea que la relación del consumidor con esa realidad está mediatizada por la curiosidad y el desconocimiento(32). El mundo del sujeto moderno es el mundo del espectáculo y del consumo, y ambos aspectos, que en realidad son uno solo, ponen de manifiesto la pasividad de ese sujeto, y su dependencia respecto a las necesidades producidas por el desarrollo del capitalismo(33).
 El lugar del consumo y del espectáculo, dice Baudrillard, es la vida cotidiana; empero, contra las posiciones de los situacionistas y de Lefebvre, no considera este planteamiento desde una teoría de la alienación. Allí donde el veterano marxista veía una contradicción dialéctica entre la opresión de la modernidad sobre la vida cotidiana, y las posibilidades emancipatorias de lo cotidiano a través de la praxis y la poiesis, Baudrillard encuentra una siniestra coherencia entre la impotencia de lo cotidiano y su funcionalidad en la reproducción del sistema social.
 De hecho, la concepción de Baudrillard acerca del sujeto bien puede ilustrarse a partir de su caracterización de la vida cotidiana: ésta es un sistema de interpretación (esto es, de lenguaje) que disocia la praxis total en dos esferas, la de la trascendencia autónoma y abstracta de lo político, lo social, lo cultural, etc., y la esfera inmanente, cerrada y abstracta de “lo privado”(34). Este vínculo entre Historia y vida cotidiana se restablece ideológicamente, según el autor, a través de los medios de difusión masiva. La Historia se “vive” merced a las imágenes de estos medios, y la violencia de tales imágenes asegura que esa exclusión de la Historia respecto a la cotidianidad sea recibida con una complacencia perversa por el sujeto, por no vivir en ese exterior cruel(35).
 Baudrillard plantea, pues, un sujeto recluido en un sistema cerrado de signos –ante todo referidos al consumo–, y conectado imaginariamente con la sociedad por medio de imágenes que le relatan lo que allí sucede. Ese sistema de interpretación legitima la pasividad de un sujeto limitado a espectador, cuya única libertad la ejerce a través de la destrucción de los objetos de consumo con los que se relaciona(36); el individuo no está liberado más que en el momento en el que utiliza el objeto, aunque esta libertad no se refiere a la singularidad o totalidad del sujeto, sino a la (muy limitada) libertad de objetivarse funcionalmente en la sociedad(37). Los objetos con los que cuente para ejercer esa “libertad” determinarán el tipo de inclusión del individuo en la sociedad, tanto a nivel estructural como de conciencia; son su principio de diferenciación social(38).

¿Un adiós a la dialéctica?
 Los planteamientos de Baudrillard han querido plantear una teoría marxista ajustada a las nuevas condiciones del capitalismo tardío. Su crítica al marxismo intenta ser, luego, una crítica historizada, que contribuya con su puesta al día, tanto en cuanto a su contexto social como en cuanto al nuevo contexto teórico. El lugar preponderante de los mass media y la difusión en éstos de una cultura del consumo compulsivo eran fenómenos de ruptura respecto a la hegemonía en el Occidente anterior a la II Guerra Mundial; la correspondiente ruptura epistemológica se centró, consecuentemente, en atender las problemáticas referentes a las relaciones signo-sociedad.
 Como Althusser, Baudrillard intenta sustituir el núcleo dialéctico del marxismo por uno estructural; pasar de una episteme fundada en la historia y la diacronía a otra basada en el lenguaje y lo sincrónico(39). Como Lacan, Baudrillard concibe al sujeto como una entidad fundada por el lenguaje: ser sujeto es estar constituido por el Otro alienante, a través del orden de lo simbólico(40). Decía un comentarista que, para el teórico que aquí nos ocupa, todo lo sólido se desvanece en signos(41); en esta medida, no resulta sorprendente la introducción por Baudrillard de categorías semiológicas en su teoría del valor.
 Ahora bien, la sustitución de la categoría de naturaleza por la de ideología, a través de la marginación del valor de uso a favor de los valores de cambio, signo y símbolo, tiene como corolario la negación tajante de la corporalidad; en ello se distancia de la tradición psicoanalítica freudiana. Desde sus estudios sobre la histeria, la teoría de Freud partía de la contradicción entre corporalidad y cultura; el cuerpo era un campo de batalla frente a la represión del deseo impuesta por la civilización. De allí que la Escuela de Frankfurt notara tempranamente la importancia política de esa contradicción; igualmente insistieron en ello Gilles Deleuze y Felix Guattari con su célebre Antiedipo(42).
 Acertadamente plantea el geógrafo David Harvey que las concepciones relacionales del cuerpo pueden fácilmente adoptar un giro idealista, como si “flota[ra] libremente en un éter de cultura, discursos y representaciones”; el cuerpo es sobre todo un campo de lucha para las fuerzas que lo crean(43). El sujeto de Baudrillard es, pues, un sujeto colonizado, pasivo; el precio que este teórico paga por expulsar toda alusión a la naturaleza es el de concebir al sujeto como mero receptáculo de signos, un cuerpo dócil frente a los sentidos producidos por una ideología coherente. Y, si la ideología carece de contradicciones, carece también de objeto pensar sobre el cambio social radical; tales pretensiones sólo serían ilusoriamente revolucionarias, pues formarían parte de la misma lógica del sistema. Como decía Henri Lefebvre, Baudrillard parece “partir de la idea de que el modo de producción es tan cerrado y coactivo que todo forma parte de él, incluso todo lo que se pueda pensar de él mismo”(44). Consecuentemente, “si los conceptos no tuvieran la fuerza de atravesar el modo de producción, el marxismo mismo con sus conceptos críticos se hundiría”(45). La pretendida recuperación baudrillardiana del marxismo, al no contemplar la posibilidad de la contradicción, no sería sino la renuncia a cualquier posible teoría revolucionaria(46).
 El rechazo de Baudrillard a la dialéctica puede sintetizarse en su posición de que “cuando no se puede determinar, en un análisis, cuál de los dos términos engendra al otro y se está reducido a hacerlos reflejarse entre sí o producirse recíprocamente, es el signo seguro de que hay que cambiar los términos del problema”(47). Ante esta imposibilidad de asimilar la contradicción como fundante de una totalidad dialéctica, el autor impone unilateralmente la estructura por sobre sus partes. Si el ser humano fuera un objeto más, totalmente maleable por el sistema económico, sus necesidades se limitarían a las de éste, y el malestar solamente se explicaría como carencia, no como efecto de una insatisfacción radical. De ser así, el cambio social no sería un verdadero problema, sino un mero asunto de discurso.
Es precisamente esta renuncia a la dialéctica la que lo lleva a interpretar el concepto de valor de uso en Marx como una noción naturalista. El fundador del materialismo histórico, por el contrario, manejaba un concepto historizado del uso de los objetos, del mismo modo como su concepto de necesidad siempre poseía un referente histórico(48). Heredero de la tradición hegeliana, Marx conocía claramente las mediaciones culturales (y las específicamente lingüísticas) de la conciencia, por lo cual no cabe en su teoría la suposición de que una relación práxica –como lo es la establecida por el consumo de objetos– pudiera considerarse ajena a la mediación de la intersubjetividad(49). El valor de signo introducido por Baudrillard, luego, es para Marx una dimensión presente –si bien tácitamente– en el valor de uso; el mérito del francés está en resaltar la importancia de ese valor de signo, no en descubrirlo.
Pero Baudrillard no deja hablar al sujeto (¿para qué debería hacerlo, si supone ad portas que ese sujeto solamente reproduce los discursos del sistema, y que esos discursos son los que lo constituyen?). Esto resalta particularmente por la metodología que sigue en El sistema de los objetos, cuyo modelo de análisis es el de El sistema de la moda(50) de Barthes: en ambos casos nos encontramos con aproximaciones que no parten directamente de los objetos sobre los que hablan –no estudian los vestidos o los objetos domésticos en sus configuraciones cotidianas–, sino con modelos construidos a partir de discursos publicitarios. En esta medida, los juicios en ambos textos sobre tales objetos son resultado de una extrapolación de los discursos de las empresas fabricantes de las mercancías publicitadas. Se refieren puramente a palabras, no a cosas. Son discurso construido sobre discurso, metalenguaje con pretensiones de hablar desde lo vivencial.
Al no tomar en cuenta los discursos surgidos a través de la vivencia –el uso– de los productos, para contrastarlos con los de la publicidad, Baudrillard invisibiliza un factor que podría mostrarnos importantes contradicciones en el sistema de los objetos. ¿O será que los discursos cotidianos de los usuarios coinciden plenamente con la propaganda? ¿Se identifica la imagen de un objeto difundida por los medios con la imagen que el uso de ese objeto genera en el sujeto que lo utiliza?
Por supuesto, esta displicencia hacia los usos concretos del objeto se sigue de la teoría baudrillardiana del valor. Es, en realidad, una displicencia hacia el sujeto. La vivencia es enfocada como resultado de la acción unilateral de los discursos de la sociedad de consumo. La vida cotidiana sería un monólogo de discursos hegemónicos proyectado sin resistencia sobre sujetos saturados por la ideología del consumo; el fetichismo de la mercancía llenaría todos los resquicios de la vida cotidiana. Por ello, al negar la posibilidad de una praxis contestataria, la teoría de Baudrillard termina por convertirse en una metafísica regida por la cosificación.
Con el adiós a la dialéctica y a la posibilidad de constitución de sujetos políticos contrahegemónicos, Baudrillard se despide a la vez de su antigua militancia izquierdista de los sesentas. El giro hacia un escepticismo político más radical, que llevara a algún editor a calificarlo hace pocos años como un “dandy finisecular”, contó, principalmente a partir de su Crítica de la economía política del signo, con las debidas bases. Ese giro, que se agudiza con la mayor influencia de Nietzsche sobre Baudrillard en los ochentas, prolonga, sin embargo, los planteamientos sobre el sujeto y el valor que hemos revisado en este escrito. A partir de estos planteamientos, la crítica de Baudrillard a la cultura del capitalismo debía desembocar inexorablemente en el nihilismo.


* Texto aparecido en Hoja filosófica. Revista latinoamericana de filosofía. (11) Noviembre 2004. Pp. 9-11.
[1] Cfr. Debord, Guy. La sociedad del espectáculo y otros textos situacionistas. Bs. Aires: Eds. De la Flor, 1974.
[2] Smith, Adam. An inquiry into the nature and causes of the wealth of nations. Londres: Encyclopaedia Britannica, 1971. Pág. 12.
[3] Baudrillard, Jean. Crítica de la economía política del signo. México: Siglo XXI, 1991. Pág. 76.
[4] Crítica..., pág. 52.
[5] Crítica..., pp. 64-65.
[6] Crítica..., pp. 56-57.
[7] Crítica..., pág. 59.
[8] Crítica..., pp. 60-61.
[9] Crítica..., pág. 53.
[10] Crítica..., pág. 54.
[11] Cfr. Crítica..., pp. 138-142.
[12] Crítica..., pp. 146-147.
[13] Con cierto sarcasmo, ejemplifica Baudrillard esta postura: “hoy todavía, lo que el individuo medio reivindica a través de las vacaciones y el tiempo libre no es la libertad de ‘realizarse’ (¿en tanto que qué?, ¿qué esencia oculta va a surgir?)”. Énfasis nuestro. Crítica..., pág. 82.
[14] Crítica..., pág. 149.
[15] Crítica…, pág. 82.
[16] Los aspectos económicos de esta coyuntura han sido analizados con detalle en los estudios ya clásicos del marxista Ernest Mandel. Cfr. su Introducción a la teoría económica marxista. México: Era, 1973. Pp. 78, ss. También, del mismo autor, Ensayos sobre el neocapitalismo. México: Era, 1974.
[17] Esta tesis ya había sido expuesta por Simmel a principios del siglo XX, aunque allí se refería al espacio público de las metrópolis; Baudrillard plantea que el bombardeo de signos al que está sometido el sujeto en el capitalismo tardío se extiende incluso a su espacio doméstico a través de los mass media. En ambos autores, en todo caso, la exposición a esa hipersemiotización genera un nuevo tipo de sujeto.
[18] Baudrillard, Jean. La sociedad de consumo..., pág. 15.
[19] El sistema..., pág. 47.
[20] El sistema..., pág. 26.
[21] La sociedad..., pág. 21.
[22] Crítica..., pág. 80.
[23] Crítica..., pp. 68-69.
[24] Crítica..., pág. 86. Como lo hace en general el pensamiento estructuralista, Baudrillard otorga una especial importancia a la categoría de inconsciente. No obstante, su concepto de inconsciente es mucho más deudor del de Lévi-Strauss que del de Freud, para quien la psique tiene siempre un asiento corporal del cual surge y del cual depende. Para Baudrillard, el inconsciente es puramente cultural-ideológico; está estructurado como un lenguaje.
[25] Crítica..., pp. 85-86.
[26] “El sistema no puede sino producir y reproducir a los individuos como elementos del sistema. No puede haber en ello excepción”. Crítica..., 86.
[27] “Si la hipocondria es la obsesión de la circulación de las sustancias y de la funcionalidad de los órganos primarios, podríamos calificar al hombre moderno, al cibernético, hasta cierto punto,  de hipocondriaco cerebral, obsesionado por la circulación absoluta de los mensajes”. El sistema...,  pág. 30.
[28] La sociedad..., pp. 23-24. En otro texto me he extendido sobre esta mistificación en el caso del automóvil, en el que me parecía más evidente el carácter fetichizado de este objeto. Cfr. mi: Crash. El deseo del objeto. En: Jiménez, Jorge (ed.) De cómo s’excrive filosofía. Ensayos filosóficos. San José: Arlekín, 1999.
[29] Baudrillard concuerda con Lefebvre en este punto, al señalar el contraste de la cotidianidad respecto a la racionalidad de otros ámbitos de la vida social. Cfr. García, G. Las sombras de la modernidad. La crítica de Henri Lefebvre a la cotidianidad moderna. San José: Arlekín, 2001.
[30] Crítica..., pág. 70. Un par de décadas después de haber escrito esta frase, decía el autor que en aquel tiempo (durante los sesentas) “me parecía que el objeto estaba casi dotado de pasión, o, por lo menos, podía tener una vida propia, salir de la pasividad de su utilización para adquirir una suerte de autonomía y tal vez incluso la capacidad de vengarse de un sujeto demasiado convencido de dominarlo”. Baudrillard, Jean. Contraseñas. Barcelona: Anagrama, 2002. Pág. 14.
[31] La sociedad..., pág. 25.
[32] La sociedad..., pág. 27. Habla aquí, por supuesto, de las características básicas de la sociedad del espectáculo. La influencia del situacionismo sobre Baudrillard está bien manifiesta en sus tres primeros libros; en ellos aparece como un situacionista escéptico. Cfr. Debord, op. cit.
[33] En esta “sociedad de la abundancia”, plantea Baudrillard, casi parafraseando a Max Weber, el saber y el poder van a convertirse en los dos grandes bienes escasos. La sociedad..., pág. 87.
[34] Cfr. La sociedad..., pág. 28. También centrado en esta escisión, Cfr. Kosík, Karel. Dialéctica de lo concreto. Estudio sobre los problemas del hombre y el mundo. México: Grijalbo, 1976. Pp. 83-104.
[35] Es la misma complacencia que Blumenberg reseña al describir la imagen del avistamiento, desde la costa, de un naufragio. Pero, mientras que según este filósofo alemán, tal situación podía generar sentimientos ambiguos, según Baudrillard, el homo quotidianus siempre se reafirma gozosamente en su lugar social mediante ese voyeurismo. Cfr. Blumenberg, Hans. Naufragio con espectador. Paradigma de una metáfora de la existencia. Madrid: Visor, 1995. Especialmente, pp. 37-58.
[36] La sociedad..., pág. 74.
[37] Cfr. El sistema...,  pp. 16-17.
[38] La sociedad..., pp. 92-93. La ley social se refiere a “la renovación del material distintivo y de la inscripción obligatoria de los individuos, a través de la mediación de su grupo y en función de su relación con los demás grupos, en esa escala de estatus, que es propiamente el orden social, puesto que la aceptación de esta jerarquía de signos diferenciales, la interiorización por el individuo de estas normas, de estos valores, de estos imperativos sociales que son los signos, constituye la forma decisiva, fundamental, del control social, mucho más que la conformidad con las normas ideológicas”. Crítica..., pág. 59.
[39] Cfr. Althusser, Louis. La filosofía como arma de la revolución. México: Siglo XXI, 1989. Cfr. Foucault, Michel. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas. México: Siglo XXI, 2001.
[40] Las alusiones a Lacan, dicho sea de paso, abundan en los pasajes más psicoanalíticos de El sistema de los objetos. Cfr. Aguilar, Carlos y García, George. Política e ideología en la teoría de Slavoj Žižek. Por aparecer.
[41] Jarvis, Brian. Postmodern cartographies. The geographical imagination in contemporary American culture. Nueva York: St. Martin’s Press, 1998. Pp. 30-41.
[42] Cfr. Marcuse, Herbert. Eros y civilización. Barcelona: Seix-Barral, 1968. Cfr. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix. El antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia. Barcelona: Barral, 1973.
[43] Harvey, David. Espacios de esperanza. Madrid: Ediciones Akal, 2003. Pág. 155.
[44] Lefebvre, Henri. Tiempos equívocos. Barcelona: Kairós, 1976. Pág. 250.
[45] Idem.
[46] Por ello, resulta sorprendente la siguiente afirmación de Kroker: “cuando creíamos que el ‘objeto’ del Capital estaba a punto de desaparecer a través del punto de fuga de la hoy obsoleta ley del valor mercantilista, Baudrillard ha hecho lo imposible. En una inversión de efectos rápida como el rayo, ha conseguido radicalizar El Capital y volver a hacer peligroso a Marx”. Kroker, Arthur. El Marx de Baudrillard. En: Picó, Josep. Modernidad y postmodernidad. Madrid: Alianza, 1998. Pág. 309.
[47] Crítica..., 76.
[48] Cfr. Heller, Agnes. Teoría de las necesidades en Marx. Barcelona: Península, 1986.
[49] Cfr. García, George. La producción de la vida diaria. Temas y teorías de lo cotidiano en Marx y Husserl. San José: Perro Azul, 2005.
[50] Cfr. Barthes, Roland. El sistema de la moda. Barcelona: Gustavo Gili, 1970.

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