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Para concluir.
De este modo, creemos que hemos encarado las cuestiones que anunciamos al comienzo de este artículo. Sucintamente lo podemos referir como sigue.
Las reflexiones de las páginas precedentes, a nuestro juicio, abrirían un horizonte nuevo de posibilidades para establecer el diálogo entre teología, filosofía y ciencias sociales. El acercamiento que hemos hecho entre las dos primeras, propone unos fundamentos que necesariamente rompen las fronteras epistemológicas establecidas por la visión moderna para la producción de conocimiento. Tanto en relación con el enfoque general como con respecto a las categorías diseñadas, estamos mostrando un camino posible en el cual ninguna disciplina se puede apropiar exclusivamente de los mismos, sino que los debe usar y recrear de acuerdo con sus tradiciones y búsquedas específicas. En este sentido, el pensamiento crítico lo podemos entender como un flujo del conocer que transita por distintos planos, niveles y campos temáticos, según las necesidades y problemas de la realidad y acorde con las explicaciones que desde allí se emplazan.
En la dirección de lo que acabamos de exponer, en estas primeras exploraciones en que colocamos en evidencia la mutua retroalimentación disciplinar, hemos obrado así. Desde la teología levantamos la pregunta por las posibilidades de un conocimiento que mantenga la dinámica del trascender. Pero esta demanda también es una exigencia desde la realidad (que se experimenta como contexto de enormes limitaciones) la cual, a su vez, pide que el conocimiento sostenga su ligazón consigo misma, es decir, que sea histórico. Las respuestas que encontramos no provienen directamente de la teología –aunque su sentido sí- ni de la realidad –porque ésta requiere de la abstracción que le ofrece la teoría- sino de la filosofía, específicamente con el doble postulado materialista y dialéctico construido por Marx. De esa forma llegamos a la formulación de una dialéctica trascendental, necesaria para cualquier conocimiento, lo cual vuelve a abrirle espacio al conocimiento teológico en el contexto moderno. Filosofía y teología, en consecuencia, serían parte integral e insoslayable del conocimiento científico, todos con un carácter no metafísico sino histórico.
De otra parte, la historicidad del pensar la intentamos estableciendo relaciones del presente con el pasado, no con el futuro. El futuro, en el mejor de lo casos, es un desarrollo de las posibilidades del presente, pero de cualquier modo no ha sido. El pasado, en cambio, sí ha acontecido y, aunque pueden existir un sinnúmero de dificultades para articularse con él, es factible plantearse ese proyecto, pues aún convivimos con sus vestigios. Es el lugar que le asignamos a la memoria en el pensamiento crítico: el descentramiento del actual estado de cosas lo podemos encontrar en el pasado donde las mujeres y hombres han vivido experiencias y motivos de esperanza, de lo cual todavía podemos aprender. Este modo de proceder nos lo ha enseñado la teología judeocristiana.
Con todo, el propósito último del conocimiento no es la memoria, esto es, el conocimiento por el conocimiento. El pensamiento crítico pretende ser praxis de emancipación del ser humano sojuzgado y sometido. En esto coincide con la teología que entiende el conocimiento de Dios como una experiencia correlacionada con la existencia y reconocimiento de los hombres y mujeres como seres vivos. De ahí el imperativo de concebir la teología como parte del pensamiento crítico.
Además, hemos afirmado que el conocimiento no puede ser externo al ser humano ni a la historia. De aquí el requerimiento de afirmar una visión que asegure que la teoría no substituye ni al ser humano ni su realidad. En otras palabras, una teoría (teológica, filosófica, científica) que preserve al ser humano como sujeto. Con este objetivo retomamos el sentido emancipador primordial de la filosofía moderna, pero hallamos vestigios históricos y existenciales más profundos y decisivos en los mitos teológicos de origen bíblico. Desde estos se nos revelan las potencialidades humanas y divinas del grito, la rebelión y el discernimiento en función de la vida y más allá de los límites de la racionalidad y de la ley que producen víctimas y lo justifican.
Por último, el criterio de universalización del conocimiento lo encontramos en el ser humano como sujeto, particularmente en aquel que es negado como tal (por exclusión, aplastamiento o aniquilamiento) y que pretende ser reconocido en su dignidad. El pensamiento crítico entiende que una teoría es universalmente válida en tanto fundamente y explore esta posibilidad siempre latente: que los seres humanos nos reconozcamos como hermanos. Renunciar a ello, es declarar absolutamente relativo el conocer y, así, aceptar los límites infranqueables de la muerte expresados en el saber fragmentario.