La expansión del parasitismo y la declinación de la dinámica productiva global constituyen procesos estrechamente vinculados: desde mediados de los años 1970 las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial se movieron de manera irregular en torno de una linea descendente mientras que la especulación financiera se expandía a un ritmo vertiginoso.
Si observamos el comportamiento de las tres economías centrales: los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón, constataremos que a lo largo de las tres últimas décadas la caída de sus tasas de crecimiento del capital neto (la tasa de acumulación) contrastó con el aumento de los beneficios empresarios, la clave del fenómeno está en la creciente orientación del conjunto de esas economías hacia la especulación financiera (3). La hipertrofia financiera fue a la vez causa y efecto de la decadencia productiva; la desaceleración de la llamada “economía real” generaba fondos ociosos que eran derivados hacia la especulación como vía de salida para rentabilizar el capital, en consecuencia dichas actividades se expandían absorbiendo capitales disponibles, dominando con su subcultura virtualista del beneficio inmediato a la totalidad del sistema, degenerándolo, haciéndole perder dinamismo. Un estudio riguroso del fenómeno demuestra que no existen dos esferas opuestas una financiera y otra productiva con comportamientos diferenciados, por el contrario nos encontramos ante un único espacio de negocios fuertemente interrelacionados, muchas veces con operadores económicos combinando ambas actividades. Desde el punto de vista macroeconómico no es posible describir sus trayectorias sin integrarlas en una dinámica capitalista común apuntando hacia la maximización de los beneficios.
Por su parte el Complejo Militar-Industrial norteamericano sufrió un golpe muy duro al ser derrotado en Vietnam a mediados de los años 1970, pero las necesidades estructurales del capitalismo le dieron nuevo impulso y realizó un enorme salto cuantitativo al comenzar la década de los 1980 con el mega programa militar del presidente Reagan. Luego pareció quedar bloqueado al ganar los Estados Unidos la Guerra Fría a comienzos de los 1990, ¿como legitimar aumentos de gastos cuando había desaparecido el enemigo?, sin embargo al concluir esa década el Imperio había podido fabricar un extraño “enemigo” que permitió una nueva expansión militarista.
Se trató del “terrorismo internacional”, un contrincante difuso, altamente virtual, justificación de una prolongada aventura colonial en Eurasia, tratando de controlar la franja territorial que se extiende desde los Balcanes hasta Pakistán, atravesando Irak, Irán, los países del Asia Central, en cuyo corazón (alrededor del Golfo Pérsico y la Cuenca del Mar Caspio) se encuentra cerca del 70 % de los recursos petroleros del planeta. La victoria en esa guerra le habría permitido al Imperio acorralar a Rusia y a China y asegurar la fidelidad de su gran aliado estratégico: la Unión Europea, consolidando así su hegemonía, imponiendo condiciones financieras y comerciales muy duras al resto del mundo ya que la economía imperial declinante necesitaba dosis crecientes de riquezas externas para sobrevivir.
Como en el pasado se conjugaron las necesidades “internas”. propias de la reproducción de la economía norteamericana (donde los gatos militares cumplen un rol decisivo) con la necesaria reproducción de la explotación imperialista. En ese sentido no se trató de un fenómeno nuevo; en los años 1930 los gastos militares les permitieron a los Estados Unidos salir de la recesión y al mismo tiempo emerger como la gran superpotencia capitalista después de la Segunda Guerra Mundial, luego más de cuarenta años de Guerra Fría constituyeron una importante contribución al crecimiento de su Producto Bruto Interno superando diversas amenazas recesivas (hacia fines de los años 1940, a comienzos de los años 1980, etc.). Lo novedoso de la última militarización (a partir del final de la década de los 1990) estuvo dado por la extrema deformación parasitaria de la sociedad imperial lo que significó el desarrollo de una etapa radicalmente diferente de todas las anteriores.
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