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Nostalgias, herencias y esperanzas
En la izquierda pululan los nostálgicos del siglo XX que es presentado como un período de grandes revoluciones socialistas y antiimperialistas, desde la revolución rusa hasta la victoria vietnamita pasando por la revolución china, las victorias anticolonialistas en Asia y África, etc. Frente a esa sucesión de olas revolucionarias lo que llegó después, en las últimas décadas del siglo XX, aparece como una desgracia.

Aunque también es posible mirar a ese “periodo maravilloso” como a una sucesión de desilusiones, de tentativas liberadoras fracasadas. Además las esperanzas (acunadas desde mediados del siglo XIX) en victorias proletarias en el corazón del mundo burgués, en la Europa más desarrollada e incluso en la neo-Europa norteamericana: los Estados Unidos, nunca se concretaron, el peso cultural del capitalismo generando barbaries fascistas o “civilizadas” integraciones keynesianas disipó toda posibilidad de superación poscapitalista. La ultima gran crisis del sistema desatada a comienzos de los años 1970 no produjo un corrimiento hacia la izquierda del mundo sino todo lo contrario.

Todo ello contribuyó a confirmar la creencia simplista, demoledora, de que el capital “siempre encuentra alguna salida” (tecnológica, política, militar, etc.) a sus crisis, se trata de un prejuicio con raíces muy profundas forjado durante mucho tiempo.

Destruir ese mito constituye una tarea decisiva en el proceso de superación de la decadencia, si ese objetivo no es logrado la trampa burguesa nos impedirá salir de un mundo que se va hundiendo en la barbarie, así ocurrió a lo largo de la historia con otras civilizaciones decadentes que pudieron preservar su hegemonía cultural degradando, neutralizando una tras otra todas las posibles salidas superadoras.

Sin embargo el hecho de que el capitalismo haya ingresado en su período de declinación significa entre otras cosas la aparición de condiciones civilizacionales para la irrupción de elementos prácticos y teóricos que podrían servir como base para el despegue (destructivo-creador) del anticapitalismo en tanto fenómeno universal. Para ello es necesario (urgente) desplegar la crítica radical e integrarla con las resistencias y los movimientos insurgentes y a partir de allí con el abanico más amplio de masas populares golpeadas por el sistema.

La clave histórica de ese proceso necesario es la aparición de un movimiento anticapitalista plural, innovador (que podríamos denominar en una primera aproximación como humanismo revolucionario o comunismo radical) consagrado al desarrollo de sujetos populares revolucionarios, de rupturas, revoluciones, destrucciones de los sistemas de poder, de opresiones imperialistas, de estructuras de reproducción del capitalismo. Su despliege puede ser pensado como un doble fenómeno de innovación social y de recuperación de memorias, de proyectos de igualdad y libertad que atravesaron los dos últimos siglos siglos en los paises centrales y periféricos. Complejo proceso universal teórico-práctico de recuperación de raíces, identidades aplastadas por las modernizaciones capitalistas, de critica integral, intransigente contra las trampas ideológicas del sistema, sus diversos fetichismos (de la tecnología, de la auto-realización individualista, disociadora, del consumo desenfrenado, de la cosificación del ecosistema). Guerra global prolongada, conquista destructiva (revolucionaria) de los sistemas de poder es decir renacimiento de la idea de revolución, de ofensiva liberadora contra los opresores internos y externos, autopraxis emancipadora de los oprimidos, rechazo combatiente de todas las tentativas de estabilización del sistema.

La decadencia aparece bajo la forma de una inmensa totalidad burguesa ineludible, su superación solo es posible a partir del desarrollo de su negación absoluta, de la irrupción de una “totalidad negativa” universal (9) que en la condiciones concretas del siglo XXI debería presentarse como convergencia de los marginados, oprimidos y explotados del planeta. No como sujeto solitario o aislado sino como aglutinador, como espacio insurgente de encuentro de una amplio abanico de fuerzas sociales rebeldes, como víctima absoluta de todos los males de la civilización burguesa y en consecuencia como líder histórico de la regeneración humana (reinstalación-recomposición de la visión de Marx del “proletariado” como sujeto universal emancipador).

Aquí es necesario señalar una diferencia decisiva entre la situación actual y las condiciones culturales en las que se apoyó el ciclo de revoluciones que despegó con la Primera Guerra Mundial. El actual comienzo de crisis dispone de una herencia única que es posible resumir como la existencia de un gigantesco patrimonio democrático, igualitario, acumulado a lo largo del siglo XX a través de grandes tentativas emancipadoras revolucionarias, reformistas, atiimperialistas más o menos radicales, incluso con objetivos socialistas muchas de ellas. Centenares de millones de oprimidos y explotados, en todos los continentes, realizaron un aprendizaje excepcional, obtuvieron victorias, fracasaron, fueron engañados por usurpadores de todo tipo, recibieron el ejemplo de dirigentes heroicos, etc. Esta es otra manera de mirar al siglo XX: como una gigantesca escuela de lucha por la libertad donde lo mejor de la humanidad ha aprendido muchas cosas que han quedo grabadas en su memoria histórica no como recuerdo pesimista de un pasado irreversible sino como descubrimiento, como herramienta cultural cargada definitivamente en su mochila de combate. Hacia 1798, cuando las esperanzas generadas por la Revolución Francesa agonizaban Kant sostenía con tozudez que “un fenómeno como ese no se olvida jamás en la historia humana... es demasiado grande, demasiado ligado al interés de la humanidad , demasiado esparcido en virtud de su influencia sobre el mundo, por todas sus partes, para que los pueblos no lo recuerden en alguna ocasión propicia y no sean incitados por ese recuerdo a repetir el intento” (10). El siglo XX equivale a decenas de revoluciones libertarias como la francesa, y mucho más que eso si lo vemos desde el punto de vista cualitativo.

El patrimonio cultural democrático disponible ahora por la humanidad oprimida, almacenado en su memoria, al comenzar la crisis mas grande de la historia del capitalismo es mucho más vasta, rica, densa que la existente al comenzar la anterior crisis prolongada del sistema (1914-1945). El poscapitalismo no solo constituye una necesidad histórica (determinada por la decadencia de la civilización burguesa) sino una posibilidad real, tiene una base cultural inmensa nunca antes disponible. La esperanza, el optimismo histórico aparecen, son visibles a traves de las ruinas, de las estructuras degradadas de un mundo injusto.

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