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De las crisis de sobreproducción a la crisis general de subproducción(agotamiento de la civilización burguesa)
El desenlace de 2007-2008, inicio del largo crepúsculo del sistema, no constituyó ninguna sorpresa, estaba escrito en los avatares de la crisis-controlada de las últimas cuatro décadas. Más aún, es posible detectar caminos, procesos que a lo largo de cerca de dos siglos recorren toda la historia del capitalismo industrial desembocando ahora en su declinación general, gérmenes de parasitismo anunciadores de la futura decadencia presentes desde el nacimiento del sistema, durante su expansión juvenil y mucho más en su madurez.

La sucesión de las crisis de sobreproducción en el capitalismo occidental durante el siglo XIX no marcó un sencillo encadenamiento de caídas y recuperaciones a niveles cada vez más altos de desarrollo de fuerzas productivas, luego de cada depresión el sistema se recomponía pero acumulando en su recorrido masas crecientes de parasitismo.

El cáncer financiero irrumpió triunfal entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y obtuvo el control absoluto del sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo había comenzado mucho tiempo antes, financiando a estructuras industriales y comerciales cada vez más concentradas y a los estados imperialistas donde se expandían las burocracias civiles y militares. La hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo a la inversa de las civilizaciones anteriores no acumulaba parasitismo sino fuerzas productivas que al expandirse creaban problemas de inadaptación superables al interior del sistema mundial, resueltos a través de procesos de “destrucción-creadora”. El parasitismo capitalista a gran escala cuando se hacía evidente era considerado como una forma de “atraso” o una “degeneración” pasajera en la marcha ascendente de la modernidad.

Dicha marea ideológica atrapó también a buena parte del anticapitalismo (en última instancia “progresista”) de los siglos XIX y XX, convencido de que la corriente imparable del desarrollo de las fuerzas productivas terminaría por enfrentar al bloqueo de las relaciones capitalistas de producción, saltando por encima de ellas, aplastándolas con una avalancha revolucionaria de obreros industriales de los países más “desarrollados a los que seguirían los llamados “países atrasados”. La ilusión del progreso indefinido (más o menos turbulento) ocultó la perspectiva de la decadencia, de esa manera dejó a medio camino al pensamiento crítico, le quitó radicalidad con consecuencias culturales negativas evidentes para los movimientos de emancipación de los oprimidos del centro y de la periferia. Por su parte el militarismo moderno hunde sus raíces en el siglo XIX occidental, desde las guerras napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana hasta irrumpir en la Primera Guerra Mundial como “Complejo Militar-Industrial”. Fue percibido en un comienzo como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y más adelante como reactivador económico del capitalismo. Solo se veía un aspecto del problema pero se ignoraba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un monstruo mucho más poderoso a largo plazo, consumidor improductivo, multiplicador de desequilibrios, de irracionalidad en el sistema de poder.

Actualmente el Complejo Militar-Industrial norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN) gasta en términos reales más de un billón (un millón de millones) de dólares (5), contribuye de manera creciente al déficit fiscal y por consiguiente al endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es declinante pero su burocracia es cada vez mayor, la corrupción ha penetrado en todas sus actividades, ya no es el gran generador de empleos como en otras épocas, el desarrollo de la tecnología industrial-militar ha reducido significativamente esa función. La época del keynesiamismo militar como eficaz estrategia anti-crisis pertenece al pasado (6).

Presenciamos en los Estados Unidos la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las “empresas” de seguridad y otros actividades muy dinámicas conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial.

Tampoco la crisis energética en torno de la llegada del “Peak Oil” (la franja de máxima producción petrolera mundial a partir de la cual se desarrolla su declinación) debería ser restringida a la historia de las últimas décadas, es necesario entenderla como fase declinante del largo ciclo de la explotación moderna de los recursos naturales no renovables, desde el comienzo del capitalismo industrial que pudo realizar su despegue y posterior expansión gracias a esos insumos energéticos abundantes, baratos y fácilmente transportables desarrollando primero el ciclo del carbón bajo hegemonía inglesa en el siglo XIX y luego el del petróleo bajo hegemonía norteamericana en el siglo XX. Ese ciclo energético bisecular condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y expresó, fue la vanguardia de la dinámica depredadora del capitalismo extendida al conjunto de recursos naturales y del ecosistema en general.

Lo que durante casi dos siglos fue considerado como una de las grandes proezas de la civilización burguesa, su aventura industrial y tecnológica, aparece ahora como la madre de todos los desastres, como una expansión depredadora que pone en peligro la supervivencia de la especie humana que la había desatado.

En síntesis, el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria, estrechamente interrelacionadas, están en la base del fenómeno.

La dinámica del desarrollo económico del capitalismo marcada por una sucesión de crisis de sobreproducción constituye el motor del proceso depredador-parasitario que conduce inevitablemente a una crisis prolongada de subproducción. Desde una mirada superficial se podría concluir que dicha crisis ha sido causada por factores exógenos al sistema: perturbaciones climáticas, escasez de recursos energéticos, etc., que bloquean o incluso hacen retroceder al desarrollo de las fuerzas productivas. Sin embargo una reflexión más rigurosa nos demuestra que la penuria energética y la degradación ambiental son el resultado de la dinámica depredadora del capitalismo obligado a crecer indefinidamente para no perecer, aunque precisamente dicho crecimiento termina por destruir al sistema.

Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema.

Las revoluciones tecnológicas del capitalismo han sido en apariencia sus tablas de salvación, y lo han sido durante mucho tiempo incrementando la productividad industrial y agraria, mejorando las comunicaciones y transportes, etc., pero en el largo plazo histórico, en el balance de varios siglos constituyen su trampa mortal: terminan por degradar el desarrollo que han impulsado al estar estructuralmente basadas en la depredación ambiental, al generar un crecimiento exponencial de masas humanas súper explotadas y marginadas.

La cultura técnica de la civilización burguesa se apoya en un doble combate: el del hombre contra la “naturaleza” (el contexto ambiental de su vida) convertida en objeto de explotación, realidad exterior y hostil a la que es necesario dominar, devorar, y en consecuencia del hombre (burgués) contra el hombre (explotado, dominado) convertido en objeto manipulable.

El progreso técnico integra así el proceso de auto destrucción general del capitalismo en la ruta hacia un horizonte de barbarie, esta idea va mucho más allá del concepto de bloqueo tecnológico o de “limite estructural del sistema tecnológico” tal como fue formulado por Bertrand Gille (7). No se trata de la incapacidad de sistema tecnológico de la civilización burguesa para seguir desarrollando fuerzas productivas sino de su alta capacidad en tanto instrumento de destrucción neta de fuerzas productivas.

En síntesis, la historia de las crisis de sobreproducción concluye con una crisis general de subproducción, como un proceso de destrucción, de decadencia sistémica en el largo plazo. Esto significa que la superación necesaria del capitalismo no aparece como el paso indispensable para proseguir “la marcha del progreso” sino en primer lugar como tentativa de supervivencia humana y de su contexto ambiental.

El proceso de decadencia en curso debe ser visto como la fase descendente de un largo ciclo histórico iniciado hacia fines del siglo XVIII (8) que contó con dos grandes articuladores hoy declinantes: el ciclo de la dominación imperialista anglo-norteamericano (etapa inglesa en el siglo XIX y norteamericana en el siglo XX) y el ciclo del estado burgués desde su etapa “liberal industrial” en el siglo XIX, pasando por su etapa intervencionista productiva (keynesiana clásica) en buena parte del siglo XX para llegar a su degradación “neoliberal” a partir de los años 1970-1980.

En fin, es necesario señalar que la convergencia de numerosas “crisis” mundiales puede indicar la existencia de una perturbación grave pero no necesariamente el despliegue de un proceso de decadencia general del sistema. La decadencia aparece como la última etapa de un largo súper ciclo histórico, su fase declinante, su envejecimiento irreversible (su senilidad), el agotamiento de sus diversas funciones. Extremando los reduccionismos tan practicados por las “ciencias sociales” podríamos hablar de “ciclos” energético, alimentario, militar, financiero, productivo, estatal, etc., y así describir en cada caso trayectorias que despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX con raíces anteriores e involucrando espacios geográficos crecientes hasta asumir finalmente una dimensión planetaria y luego declinar cada uno de ellos. La coincidencia histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de densas interrelaciones entre todos esos “ciclos” nos sugieren la existencia de un único súper ciclo que los incluye a todos. Dicho de otra manera, la hipótesis es que se trata del ciclo de la civilización burguesa que se expresa a través de una multiplicidad de “aspectos” (productivo, moral, político, militar, ambiental, etc.).


 

 

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