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La idea de un sólo corte que dividiera de una vez y en un momento
dado todas las formaciones discursivas, interrumpiéndolas en un solo
movimiento y reconstituyéndolas según las mismas reglas,
es una idea inconcebible


Michel Foucault



El discurso artístico, fuente de interpretaciones y narraciones históricas ha sido plataforma epistemológica de revoluciones científicas, transformando las bases de los imaginarios sociales insertos en un universalismo inteligible de racionalidades que no visibilizan las irracionalidades del pensamiento occidental moderno.

Es por eso que introduciremos las contradicciones del funcionamiento positivizado de las “ciencias” con respecto a la necesaria “fluctuación”  de las artes visuales, su uso y alejamiento concomitante en la estricta secuencia: exponente referencial-simbolismo, esto, aunado a breves ejemplos en la historia del arte de ¿cómo el dinamismo sociocultural y la apropiación de los avances científicos permiten reorganizar nuevas formas discursivas de mirar el mundo?, para finalizar con la crítica a posturas que inducen “la muerte” o “finitud” del arte.

Innovación de significados: las artes

Las artes como medios, herramientas y traductores del pensamiento son sacadas de la expresividad del ser humano como medio evolutivo del discurso histórico que cambia constantemente su habla y con ello sus dispositivos semiológicos para generar identidad.

En este sentido, la mutua determinación de significados (Rojas, 2006:206) aviva la lógica de Thomas Kuhn la cual entiende que el cambio en la estructura del pensamiento posee un paralelismo evidente, “tanto en el desarrollo político como en el científico, el sentimiento de mal funcionamiento que puede conducir a la crisis es un requisito previo para la revolución” (Kuhn, 1971:150).

Así, la pluralidad y complejidad de los diferentes discursos –críticos- entienden que el uso de la razón no esta determinada por “un” método que omita la incertidumbre, siendo este desajuste, contradicción y ambigüedad de la doctrina meramente lógica (Russell en Ayer, 1986:58) que establece un orden (a, b, c), legitimando los conceptos y proposiciones científicas de una sintaxis lógica del leguaje científico.

Este sofocamiento epistemológico da inicio en los años treinta gracias a los aportes del llamado “Círculo de Viena”[1] los cuales acuñaron el término positivismo lógico o bien filosofía analítica, en el cual se revierte su discurso al entender el proceso de creación de pensamiento como la ejecución de un método cuya posibilidad existe de la dependencia de los acontecimientos determinados por hechos-propiedades empíricamente palpables, dejando en contingencia los sinsentidos de un paradigma en crisis.

Si bien la intencionalidad discursiva abre el espectro comunicacional, para Bertrand Russell la analogía de la palabra con el objeto no se refiere, en primer a instancia, a la identidad del objeto, por lo que la abstracción del discurso hace más simple el pensar sobre la palabra que sobre el objeto aunque este vaya  más allá de las relaciones de dos términos.

El espectro analítico interviene, necesariamente, desde un punto de vista más complejo, un nuevo método –que no puede ser método[2]- reflexivo intervenga en la reducida idea de Russell sobre la palabra y el objeto. El otrora aspecto crítico se fundamenta en el conocimiento de las artes visuales como una ficción del conocimiento mismo, como una subjetividad crítica de la realidad que relaciona el mundo y su lenguaje sin importa su multiplicidad de significaciones.

Lo que el positivismo lógico denomina como “error” o “confusión filosófica”, las artes visuales, al igual que el resto de espacios artísticos (la música, la literatura), lo miran como recreación del habla, del mirar y entender transdisciplinario de un modelo que análoga el universo real con las proyecciones –fundamentalmente críticas- de las relaciones socioculturales con la subjetividad (Adorno, 1969).

Un efecto peculiarmente tangible en cualquier sociedad es la función histórica-cultural que las narraciones artísticas entretejen en una infinitud de posibilidades que recrean la identidad cultural y sugestionan los atisbos del acontecer general. Esa inmensidad de lenguajes y discursos no pueden, bajo ninguna circunstancia,  entenderse como imágenes acríticas de la realidad social. Ese asocie complejo y connotativo de tendencias y metáforas que implican cambios ideológicos[3] rompen con la linealidad denotada del dogmatismo positivista que posiciona la teoría social clásica como presente y futuro de la humanidad.

De este modo, la crítica que Adorno realiza sobre la autonomía del ser humano y su concepto de totalidad[4] aviva la crisis de las Ciencias Sociales con respecto a la ceguera científica que es incapaz de reconciliar la libertad del ser humano con los procedimientos e institucionalidad académica. Contrario a esto, las artes revitalizan con abstracciones figurativas y no figurativas de la realidad los espacio de dialogo y didáctica intercultural, así, “las obras de arte se salen del mundo empírico y crean otro mundo con esencia contrapuesto al primero, como si este nuevo mundo tuviera consistencia ontológica” (Adorno, 1969).

El concepto arte viene y va, se aleja pero también aporta nuevas concepciones históricas que le favorecen en su separación contra lo “meramente existente” (Adorno, 1969) y permiten que las diferentes constelaciones histórica perneen su quehacer estético de pensamiento.

A inicio del siglo XX las corrientes modernas de pensamiento seguían con la lógica cartesiana de avanzar gradualmente el pensamiento y subsumirse en una deducción propia de la matemática y por tanto referenciada de orden en el cual todas las partes estén alineadas y sin contradicciones. Este principio de “armonía”, superfluo y dogmático, encierra a priori el alejamiento en el proceso creativo que las artes donan a la historia como medio critico de mirar el mundo de allí que el tiempo en el arte valide estilos y tendencias, pero al mismo tiempo este modificando el pasado y programando el futuro, a lo que estaríamos apuntando a un pasado presente ejecutando un presente-futuro.

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